Felipe, exhausto, metió en su nueva
vivienda la última caja de cartón que quedaba. A sus treinta y dos años, al fin
había conseguido encontrar un trabajo que podía ser estable, o al menos,
prometía serlo. Tenía experiencia como informático en varias empresas, a pesar
de ser ingeniero, percibía un sueldo bastante módico en su anterior lugar de
trabajo, pero gracias a ello, consiguió contactos, entre ellos al propietario
de “Odisea”, una empresa dedicada al diseño y construcción de edificios. Él le
propuso trabajar de prueba unos meses. Tras el primer mes de trabajo, contrató
a Felipe durante un periodo anual prorrogable. Había quedado impresionado con
su trabajo.
Si había un adjetivo que pudiese
catalogarle era práctico. Le gustaba emplearse a fondo en lo que hacía, y
además solía llevarse trabajo a casa si era necesario. Tal vez por ello,
teniendo en cuenta que su nuevo trabajo estaba a cincuenta kilómetros de casa,
fue por lo que se decidió a buscar un piso y alquilarlo.
Durante varios días, al salir del
trabajo, se dirigía a los pisos que había localizado por las páginas de
alquiler. Una de ésas tardes pasó ante un café que le llamó la atención, ni
siquiera sabía por qué, pero deseaba sentarse un poco en aquella terraza. Era
un café pequeño, encantador, con cuencos de cristal para velas y ramilletes de
flores frescas en las mesas. Tal vez para otra persona no dejaría de ser un
café normal y corriente, pero para Felipe que adoraba los detalles, parecía un
negocio familiar tratado con cariño.
- Buenas tardes señor. ¿Qué desea
tomar?
- Ah, hola. Pues… un café con leche,
cortito de café, por favor.
- ¿No quiere probar nuestras tartas
caseras? ¡Están deliciosas!- acto seguido el camarero se inclina suavemente
sobre Felipe y le susurra algo más bajo- las ha hecho mi esposa, es una
cocinera excelente.
- La verdad es que soy bastante
goloso… ¿Cuál me recomienda?
- Todas. Pero puede probar con la de
queso, es deliciosa.
- De acuerdo.
Sacó su maletín y se dispuso como
cada día a buscar en el periódico los anuncios de alquiler. Una ráfaga de
viento sopló en aquel momento y voló el periódico...
Felipe salió tras él, ¡qué
barbaridad! ¡Vaya viento se había levantado! Por fin lo atrapó. Al recogerlo
del suelo y levantarse se topó prácticamente en la cara con un cartel de “Se
alquila”. El edificio se veía antiguo pero bien cuidado. Estaba justo enfrente
del café y prácticamente en la calle paralela al trabajo. ¡Menuda suerte!
Anotaría el número de teléfono y preguntaría el costo.
Al regresar de nuevo al café, vio al camarero que le esperaba sonriente.
-Pensé que había cambiado de opinión
y se iba sin probar nuestra tarta de queso.
- Por nada del mundo se me ocurriría
hacer eso. Busco una vivienda para alquilar por aquí cerca y he visto un
anuncio en el edificio de enfrente, voy a telefonear, lo mismo vamos a ser
vecinos.
- ¿Un cartel azul y blanco?
- Sí, así es. ¿Conoce el edificio?
- Algo así.- le contestó el hombre
riendo- es nuestro.
- ¡No me lo puedo creer! ¡Menuda
casualidad! Y… ¿cuánto querrían de alquiler?
- Todavía no lo ha visto. Si quiere,
le acompaño cuando termine su porción de tarta y lo vemos. Ahora no hay muchos
clientes. Pase y le presentaré a mi esposa. Luego si quiere podemos ir a verlo.
Por cierto, mi nombre es Tomás.
De esta forma, pasó un rato muy
agradable y conoció a Aurora, la esposa de Tomás. Una mujer encantadora, aunque
triste. El hombre le explicó de camino al piso que Aurora no estaba del todo
convencida en alquilarlo. Al parecer le tenía un cariño personal. Con suavidad,
le explicó que habían perdido una hija hacía dos años, también le comentó que a
su pequeña le encantaba aquel lugar. Siempre bromeaba diciéndoles a sus padres
que algún día se independizaría y se iría a vivir a aquél piso.
Pero por desgracia, aquello no iba a
ocurrir jamás, y el café no les dejaba lo suficiente, así que se habían visto
“obligados” a alquilar. El precio era bastante justo y una vez en el interior,
Felipe se sintió “en casa”. El lugar tenía grandes ventanales, mucha luz,
estaba incluso amueblado, color blanco en las paredes, muebles color miel,
alegres cuadros en las paredes, bonitas cortinas de flores… y algo que no podía
describir. Era cálido. Así que se decidió y lo alquiló.
Ahora, después de guardar la última
caja, se sentía satisfecho consigo mismo.
Eso sí, aquello era un caos. Comenzaría por buscar algo de ropa para el
día siguiente. Entró en el dormitorio y observó el vaivén de la cortina con el
viento. Cerró la ventana y comenzó a buscar sus pantalones marrones en la
maleta cuando notó una ligera brisa en su cuello. Se giró sobresaltado y vio
que la ventana estaba abierta. Juraría que acababa de cerrarla, era evidente
que se había confundido. La volvería a cerrar y después se acostaría. Había
sido un día largo y agotador.
Aquella noche no durmió bien. En sus
sueños veía a una chica bellísima de largo cabello negro. La chica le sonreía,
luego de pronto lloraba… extendía sus brazos hasta él y le suplicaba ayuda. Se
despertó sobresaltado y cubierto de sudor, respirando agitadamente.
Al día siguiente, volvió a pasar por
el café al salir de trabajar, quería probar una nueva porción de las exquisitas
tartas caseras de Aurora. Adoraba aquellas tartas, pero le dejaban un sabor
agridulce al observar la tristeza de aquella mujer. Ella le sonreía, pero su
sonrisa no llegaba a sus ojos. Aun así, se sentó un poco con él y hablaron un
poco de todo. Era realmente agradable pasar por aquél lugar.
Camino del piso, iba recordando la
forma en que le había preguntado que si había descansado, que si le gustaba el
sitio... Estaba tan absorto, que al entrar en el piso, notó algo extraño, pero
no sabía qué. Entonces reparó en que había muchas flores colocadas en jarrones.
Al parecer, la señora que había contratado para hacer la limpieza se lo había
tomado en serio. Todo estaba reluciente y las flores le daban un toque
“hogareño”. Le dejaría una nota de felicitación y algo de dinero extra para
compensarla.
Notó algo de frío y decidió cerrar un
poco las ventanas. La de su dormitorio se atascaba un poco. Parecía que no
quería cerrarse. Ya había comprobado que a veces aunque parecía estar cerrada,
luego se la encontraba abierta. Todo el piso olía a jazmín. Mmm, era un olor
suave ¡Qué agradable! ¿Habría colocado también ambientadores la
señora de la limpieza?
Le daría las gracias personalmente al
día siguiente, pero ahora, decidió tomar un baño y descansar, quizás ver algo
en la tele, descongelar una pizza... Abrió una botella de vino y se sirvió una
copa. Al entrar en la cocina se quedó helado, literalmente. La pizza estaba
fuera del congelador, no recordaba haberla sacado antes de ir al baño. Sobre la
mesa estaba el vino y dos copas. Ya no sólo no recordaba lo que hacía, sino que
encima lo hacía doble. Uf, necesitaba dormir.
La noche fue inquieta de nuevo. Repitió
el mismo sueño de la noche anterior. Aquella joven, sus ojos… se parecían mucho
a alguien pero no podía determinar con claridad a quién… esta noche el sueño
fue a más. La joven le suplicaba… ¡Ayúdanos!, por favor, ¡Ayúdanos! ¡No nos
dejes ir…! Volvió a despertarse nervioso, alterado y sudoroso. En mitad de la
noche, tras la pesadilla, sus ojos le jugaron una mala pasada, porque sentada
en el alféizar de la ventana estaba la joven de sus sueños… bella, mirando al
vacío… vestida con un hermoso vestido de gasa blanco… ¡señor, seguía soñando!
En ello la joven se giró hacia él y pudo comprobar que una lágrima rodaba por
su mejilla al mismo tiempo que extendía su mano hacia él y repetía su
cantinela… ¡ayúdanos!
Felipe se sentó de golpe en la cama.
Su cuerpo entero estaba bañado de sudor, pero de un sudor frío. Tenía el pelo
erizado. En la ventana no había nada. Sólo de nuevo la cortina meciéndose al
viento y una pequeña luz, muy suave, muy tenue… ¿Qué le estaba pasando? ¿Se
estaba volviendo loco? ¿Quién era aquella chica? ¿Era real? Él no creía en
fantasmas ni fantasías. Necesitaba respuestas y creía saber dónde buscarlas.
Al día siguiente al hacer su entrada
habitual en el café le preguntó directamente a Tomás.
-
Por favor Tomás, necesito saber si
hubo una inquilina en el piso que yo ocupo, es importante.
-
No. Es la primera vez que lo
alquilamos después de…
A Felipe no le pasó desapercibido el
cambio en la actitud de Tomás.
- ¿Después de qué? Por favor, es
importante.
No había muchos clientes, así que
Tomás se sentó junto a él.
-
Después de que muriese nuestra
pequeña Adelina. Nuestra hija.
-
No pretendía…
-
Hace un año, once meses y dieciséis
días, si quieres saberlo con exactitud.
-
Lo siento de veras.
-
A Adelina le encantaba ese piso.
Decía que cuando se independizase se marcharía allí a vivir. Lo mantenía en
perfecto estado, siempre con flores frescas en las mesas, su perfume a jazmín
se olía por toda la casa…
Felipe notó como se le erizaban los
vellos del cuerpo, pero tenía que saber más.
- ¿Qué ocurrió?
- Adelina adoraba sentarse en el
alféizar de la ventana del dormitorio. Le gustaba mirar desde allí porque decía
que todo se veía distinto y que olía las tartas que hacía Aurora aquí en el
café. Debía ser cierto porque siempre acertaba cuál era la especialidad de ese
día. Lo que no sabíamos era que estaba enferma. Tenía una especie de anemia muy
rara. A veces se mareaba o incluso se desmayaba. Le prohibimos sentarse en el
alféizar de la ventana, pero ella, como siempre, nos ignoró. Al parecer según
la autopsia se desmayó y cayó por la ventana. Supuestamente no sufrió, no
sintió nada pues estaba totalmente inconsciente cuando cayó. Desde entonces, no
conseguimos avanzar. Quién peor lo lleva es Ana, su hermana. Estaba allí con
ella cuando ocurrió. No se lo perdona. No sale de casa más que para ir a
trabajar y está bajo tratamiento médico, temo que hemos perdido dos hijas en
lugar de una.
Felipe no daba crédito a lo que oía.
Ahora entendía la tristeza de Aurora. Intentaban continuar con el día a día,
incluso habían alquilado aquel apartamento. También comprendía porque le
resultó familiar el rostro de aquella joven en la ventana, se parecía muchísimo
a Aurora. Pero aquello no podía pasar, ¿verdad?
La pesadilla volvió, esta vez, con
nombre. Al incorporarse en la cama volvió a verla sentada en el alféizar y supo
que seguía dormido... Esta noche, ella le sonrió y después le susurró de nuevo…
¡ayúdanos!
-
¡A quién! - gritó Felipe - ¿A quién
tengo que ayudar?
Adelina se desvaneció, y Felipe no
consiguió volver a dormir. Hacía calor, la ventana estaba abierta y cada vez, olía
más a jazmín. Tumbado en la cama, con los ojos fijos en el techo, recordó la
llamada de su asistenta disculpándose por no haber podido acudir esa primera
semana. Al parecer, había contraído la gripe y estaba en cama. Pero la casa
estaba inmaculada, con flores naturales en los jarrones, ese dulce perfume, y
una suave luz tenue en la ventana… Al fin, algo después, se durmió. No hubo más
pesadillas esa noche.
Al día siguiente, llegó antes al
trabajo. Quería terminar pronto y visitar a sus padres durante el fin de
semana. Debía pensar… quizás mudarse. Intentó concentrarse en su trabajo, y
casi lo consigue… hasta que la vio. Allí, ante él, sentada en una de las mesas.
¡Era ella! ¡Sus ojos! ¡Su pelo! ¡Su palidez! Creyó que iba a desmayarse, ahora
también lo iba a acosar en el trabajo y todos se darían cuenta de que se estaba
volviendo loco…
-
Hola- Adelina le sonrió- Tú debes ser
Felipe, encantada de conocerte. Hasta ahora no he podido saludarte, me encontré
contigo en tu primer día en el ascensor pero no he vuelto a verte. Creo que tú
vas a ser quien nos modernice los programas ¿verdad? Soy la secretaria del Sr.
Olivier. Me llamo Ana.
¡Ana! ¿La gemela de Adelina trabajaba
con él? En su mente repiqueteaba la voz de sus sueños… “ayúdanos”, en plural. Sintió
mucho frío y ese olor a jazmines… “acompáñala hoy”… escuchó en su cabeza. ¿Era
la voz de Adelina?
-
¿Te encuentras bien? Estás pálido
-
Eh… no, disculpa por favor. Esto… te
va a sonar raro, pero cuando salgo de aquí voy todos los días a tomar tarta
casera y café a un lugar muy bonito de la calle Segura, ¿quieres venir y
hablamos de lo que necesita el Sr Olivier en su programa? Eso me ayudaría a
enfocar el trabajo durante el fin de semana. Te prometo que no soy ningún loco
ni nada de eso.- ¿En qué estaba
pensando? ¡Pues claro que sonaba como un loco!
-
¿En la calle Segura? No lo vas a
creer, pero… ese café es de mis padres.
Llevo al menos dos semanas sin visitarles, estaría bien ir a verles.
Felipe aun dudaba que estuviese
pasando de verdad. Ana caminaba a su lado por la calle. ¿Y ahora qué?
Todo ocurrió en un abrir y cerrar de
ojos. Un vehículo perdió el control y se dirigió directamente hacia donde ellos
caminaban. Ana estaba absorta mirando hacia el frente, hacia el café que ya se
veía, y su vista se alejaba inconscientemente hacia el piso y aquella ventana…
pero Felipe estaba alerta porque dentro de él una hermosa voz le gritó…
¡empújala! Y no lo pensó dos veces. Se tiró sobre Ana y la empujó contra el suelo
justo a tiempo para evitar que el vehículo les atropellase a ambos.
Ana estaba confusa en el suelo, se
había golpeado la cabeza al caer y eso debía ser lo que le provocase aquella
visión… Felipe estaba a su lado preguntando si estaba bien… pero ella no veía a
Felipe. Ella miraba directamente a Adelina que la miraba con preocupación y le
sonreía. Se había sentado junto a ella y le tomaba la mano…
-
No pueden perdernos a las dos
-
¿De veras eres tú?
-
Sí hermanita. Tú no tuviste la culpa
de lo que pasó. Fui una inconsciente, nunca mejor dicho… y ello me mató.
Nuestros padres te necesitan, y yo necesito saber que estás bien para irme
tranquila y descansar al fin.
-
¿Sabías lo de hoy?
-
Sí. Sabía que ibas a caminar por
aquí, sabía que con tantas pastillas no estás alerta, sabía que ibas a mirar a
la ventana y no ibas a ver nada más, y sabía que ése coche venía para ti. Al
principio me quedé por papa y mama, y desde luego por ti. Luego cuando supe lo
que iba a pasar decidí que tenía que intentar salvarte. Te quiero hermana, pero
no tengo prisa por reunirme otra vez contigo. Sabes que una parte de mí,
siempre estará contigo.
-
Te quiero Adelina, te echo de menos –
sollozó Ana.
Ambas hermanas se abrazaron llorando,
nadie entendía que le pasaba a aquella chica salvo Felipe, él sí conseguía
verlas a ambas. Poco a poco, Adelina comenzó a desvanecerse. Se la veía feliz,
sonriéndole envió un beso a ambos y susurró un “gracias” a Felipe. El olor del
jazmín se desvaneció en el aire. Felipe no sabía que pensar, Ana sin lugar a dudas
tenía ganas de vivir por primera vez en dos años mientras veía volar suavemente
hacia el cielo aquella pequeña luz tenue.
¡Artista! Me ha encantadooooooo
ResponderEliminar¡Graciaaaasss! ja ja. Muchas gracias Cristina. Muchísimos besos:)
ResponderEliminarme ha encantado
ResponderEliminar¡Muchas gracias Abbie! Me alegra mucho que te ha haya gustado, un beso muy fuerte preciosa.:)
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