Jueves Santo. Carmona lleva días oliendo a azahar e incienso cofrade. Por sus calles se escucha el caminar lento del penitente y también el tacón de aguja que resuena sobre la piedra milenaria.
Siempre amé la Semana Santa. Ver las imágenes, sentir la música en el fondo del alma, el perfume tan característico, y sobre todo la devoción. Vista, olfato, tacto, oído e incluso gusto puestos a disposición de millones de sensaciones diferentes y hermosas.
Hoy jueves me levanto y comienzo a leer a mis amigos de blog. Ayer fue el día del beso, y yo que nací con una cesta tejida por ellos, no fui consciente hasta hoy. Aún así... tengo muchos, así que como pétalos de azahar que deciden abandonar el naranjo... hoy os envío esos besos.
Cuando escribo en el blog, lo hago con el ordenador porque me es mucho más fácil. Sin embargo, cuando comparto alguna historia en redes sociales lo hago desde el móvil. Mi móvil es de mediana edad, ya tiene cuatro años, supongo que pronto será anciano. Pero a mí me va bien con él. Eso sí, como casi todos los móviles, tiene un corrector que a veces, me la juega. Publiqué una entrada emocionada porque voy a dar una charla sobre literatura en el IES Manuel Losada Villasante. Pero el corrector, no sé por qué, me puso Manuel Diaz Villasante. ¡Corregido!
Y hoy jueves me doy cuenta de que por varias razones no he logrado ver un solo paso de Semana Santa. Espero solucionar ese tema en los próximos días. Cierto es que me he levantado hoy con sensación de caos, como si un pequeño duende travieso estuviese jugando con mi precaria capacidad para centrarme en algo que no sean letras.
He subido la persiana de la habitación en la que escribo. He abierto la cancela y observado mis macetas. Después me he acercado a mi naranjo, ese que se niega a darme naranjas, pero que por suerte, se llena de azahar hasta no poder con él. Y he respirado profundamente...
Y todo se ha calmado. El suave perfume me ha regalado un beso, aunque hoy no sea el día. Casi he escuchado los tambores y cornetas y he sentido las lágrimas de la emoción al ver el rostro de esa madre Dolorosa. ¿Me creéis si os digo que por un instante he saboreado los dulces que hacía mi abuela Paquita? También he saboreado un bizcocho compartido contigo, papá.
El azahar ha sanado mi caos.