“Dentro de veinte años,
lamentarás más las cosas que no hiciste, que las que sí hiciste. Asi que,
suelta amarras y abandona el puerto seguro. Atrapa los vientos en tus velas.
Explora. Sueña. Descubre” (La Porta de Manolo
Martínez).
Hoy siento un grato placer al
realizar esta entrada. Como ya sabes amigo lector, de vez en cuando hago
mención relativa a libros que ya he leído o tengo sobre mi mesita de lectura
pendiente. Hasta ahora, cada vez que te he mencionado alguno de ellos, he
consultado reseñas sobre el autor, algo que me permitiese entrar un poquito en
su mundo, y de esa forma, abrirte a ti una ventanita a través de la cual
pudieses acercarte un poquito a él, a la persona que dio cuerpo y alma al libro
que te propongo.
Pero en este caso, no buscaré
reseñas. Tengo la gran suerte, de contar entre mis amigos, al autor de este
libro que se nutre de historias de toda índole, unas divertidas, otras
críticas, siempre amenas y explícitas, un compendio de reflexiones sociales, políticas
y humanas, que con seriedad y a la vez, mucha guasa, nos sumergen e invitan a
pensar. Una serie de situaciones en las que tú mismo puedes estar inmerso, pues
la vida es un barco en el que todos embarcamos, unos con flotador en la cintura
y otros como expertos nadadores. Manolo Martínez ha sabido mostrar el yin y el
yan, la cara y la cruz, regalándonos su punto de vista como columnista de
Carmona Información, y también a través de su blog arriba mencionado, espacio
que sigo con interés desde hace ya bastante tiempo, y cuyo enlace tienes dentro
de mis blogs asiduos.
Precisamente, leyendo una de sus
entradas antiguas, que me gusta repasar de vez en cuando, fue cuando la
lucecita intermitente de mi cerebro se quedó fija y me pidió hablar esta vez de
un libro que leí, releí, guste, degusté, soñé y viví.
Te dejo, con todo mi respeto
hacia el autor, dos historias escogidas al azar, pues siendo sincera, si
tuviese que escoger mi historia favorita, no sabría decirte. Y desde aquí,
Manolo, vecino, amigo, te pido un favor. Me encantaría hablar aquí de otro
libro tuyo... y con tu imaginación y viveza... igual de magnífico que el
primero. (Espero una novela tuya)
HAY UN CIEMPIÉS EN MI CAMA
Yo siempre respeté su intimidad.
Nunca abrí sus cartas, ni su e-mail, ni hurgué en las llamadas de su móvil.
Jamás miré, hasta aquella tarde, en el altillo de su ropero. Fue algo casual.
Buscaba unos papeles míos cuando, al abrir aquel altillo, descubrí su secreto.
Estuve a punto de morir debajo de un alud de cajas. ¿Qué era aquello? Parecían cajas
de zapatos, pero no podía ser, había demasiadas. Empecé a abrirlas, y para
sorpresa mía, en cada una, habitaban un par de los susodichos. Zapatos de todas
las formas y colores, planos, con tacones, de piel, de loneta, cerrados, de
tiras, con cordones, con hebilla, con velcro, con moñas, rojos, verdes,
negros,…Los devolví ligero a su madriguera, y me guardé silencio. Estuve un
tiempo al acecho, observando si tanto calzado era utilizado, ó sólo estaba allí
arriba, olvidado. Mi desconcierto fue in crescendo cuando comprobé, día tras
día, que todos aquellos botines, alpargatas, chanclas, náuticos, babuchas,
sandalias y mocasines, abandonaban sus casas de cartón y vestían los pies de mi
amada. Ahí me pudo el miedo, y desde aquel hallazgo, todas las noches alejaba,
yo, mis pies de los suyos. Temía rozarme con unas piernas repletas de pies,
tantos como zapatillas almacenaba a escondidas. No había otra explicación para
aquel despropósito. Yo había escuchado que las mujeres perdían el control
comprando bolsos y zapatos, pero otra cosa era, que alguien pudiera calzarse
aquella cantidad de cubrepiés. No había días en el año para darles una
oportunidad a todos, a no ser que….tuviera más de dos pies, y de tres y de
cuatro. Joder, me había casado con un ciempiés, y hasta ahora no lo sabía. Qué
repeluco. Desde entonces, intento pillarla desprevenida, por si consigo ver
aquella ingente cantidad de extremidades, pero debe tener oculto, algún
mecanismo retráctil, que esconda aquel batallón de dedos, uñas, talones y plantas.
Ahora me explico los facturones del podólogo, y el extraordinario ancho de los
pantalones de sus pijamas, y los cajones repletos de calcetines, y las pisadas
por toda la casa. Me quiero ir, pero no sé como decírselo.
INTERNET NACIÓ EN NUESTRAS ACERAS
Internet ha existido siempre, puede que su formato fuese distinto, pero su función básica: recolectar, almacenar y difundir información, eso, lo hacían ya nuestras abuelas, cuando cabalgaban, por las noches de verano, en sus sillas de enea, que nacían en todas las aceras de nuestros pueblos. No utilizaban teclados ni ratones, para acceder a la información y navegar por ella. Su labia, y su cháchara, eran los dispositivos, inalámbricos, y que le facilitaban el acceso, a cualquier noticia o chisme. Todo lo que respiraba, y pasase, a menos de diez metros de sus solios de enea, debía hacer una paradita para "descargarle" las novedades, a las guardianas de las aceras, quienes propiciaban, aquellos encuentros informativos, y confidenciales, con éste santo y seña:
- Buenas noches, fulanito, ¿como estás? Oye, ¿y tu padre?, hace tiempo que no lo veo, anda que no hemos jugado nada tu padre y yo...
Captada la presa, se procedía a la extracción de todos los pormenores posibles. Que si cuántos años tenía, en qué trabajaba, que si se casó, que si tenía niños, que dónde iba ahora... copiar y pegar, copiar y pegar, en su insaciable disco duro. Una vez exprimido el sujeto en cuestión, se le dejaba ir.
- Ea... pues vaya usted con Dios... hasta otro ratito. Buenas noches.
A partir de ahí, cualquier internauta (vecino, amigo, conocido o desconocido) daba la contraseña de acceso: - Buenas noches, ¿cómo estamos?, y tenían acceso inmediato a todos los informes, mensajes, y datos recopilados. Como aún no existia el cd, nuestras abuelas utilizaban su propio formato, el rumor, muy barato por cierto porque se podían regrabar cuántas veces se quisierea, y volvía a estrenarse. En cuánto a las herramientas de tratamiento de textos, las tenian todas. Si querían darle importancia a la comunicación que iban a dar, en vez de negrillas, ó subrayado, bajaban la voz hasta el susurro, e introducían el mensaje, con la misma coletilla siempre:
- Mira, no se lo vayas a decir a nadie, por lo que más quieras, te lo digo a tí porque eres tú... no te has enterado de que...
Normalmente, la mayoría de las veces, la noticia era una barriga (que es como se le llamaba a los embarazos fuera del matrimonio). Entonces, el usuario ó interlocutor, en vez de pulsar INTRO, para confirmar, exclamaba un: -¡No me digas...anda ya, mujé...!
Terminado el proceso, la consulta telemática y eneática, se procedía a la desconexión. Nada de darle cien veces a escape, para abandonar la sesión, simplemente las abuelas se levantaban de su silla, y la arrastraban hasta la cocina, confirmando que estaban fuera de uso con un:
-Me voy pá dentro, que estoy baldá de las piernas.
Muchas gracias Manolo, por tus puntos de vista, por hacernos reír, y
sobre todo, por hacernos pensar.