Acabo de llegar a la pequeña y acogedora casa
de la señora López. Algunos se sorprenden cuando afirmo que disfruto en extremo
de estas visitas. Anastasia es, sin lugar a dudas, una anciana encantadora. La
visito casi a diario al salir del Instituto, y siempre me invita a tomar café,
chocolate o té. Me relata anécdotas fascinantes de su vida, con el mérito
añadido de no repetir jamás la misma historia.
Toco el timbre con ganas, porque es algo dura
de oído. Insisto en la llamada, y por fin, escucho por el pasillo el arrastrar
suave de sus zapatillas contra la madera.
-
Buenas tardes, querida, que alegría verte- me dice sonriente.
Cada vez que miro a esta anciana, no puedo
evitar recordar las caras sonrientes por buena conducta que colocan a los
preescolares en sus cuadernos.
-
Buenas tardes Anastasia.
-
Por favor, pasa. Hoy tendremos compañía- añade sonriente.
-
Si vengo en mal momento, puedo volver mañana o cualquier otro día.
-
No seas boba, tú jamás molestas. Es más, te necesito. Mi sobrino Víctor
está aquí. ¿Puedes ayudar con el café? Hoy somos cinco para la merienda – me
susurra cómplice.
-
¡Pues qué bien! Siempre está usted tan sola…
La anciana me mira con cariño, pero a la vez,
con incredulidad.
-
Oh querida, yo jamás estoy sola. Por favor, pasa.
Ambas pasamos a la salita de estar. Sentado junto a la mesa central, un señor de mediana edad, nos mira
sorprendido. De inmediato, se levanta solícito y me saluda.
-
Éste es mi sobrino, Víctor, y aquí te presento a mi hermano y a mi
cuñada, Tomás y Lola, padres de Víctor- me indica señalándome dos sillas
vacías.
Perpleja miro a Víctor, y éste, asiente y
sonríe como si tal cosa.
-
Encantada- me limito a decir titubeante.
-
Has llegado justo a tiempo querida. Siéntate.
Justo cuando voy a sentarme, ella me mira
extrañada.
-
Querida, hay sillas vacías, no es necesario que te sientes sobre mi
cuñada.
Azorada, me levanto y miro al tal Víctor. Él
sigue impasible.
-
Lo siento, estoy algo distraída hoy - alego.
-
Puede sentarse a mi derecha si lo desea- me invita él.
La anciana pasa a la cocina y yo aprovecho la
ocasión.
-
Disculpe, ¿se encuentra bien su tía?
-
Perfectamente jovencita.
En un momentito, cinco tazas de café humeante
están en la mesa. Anastasia no deja de hablar dirigiéndose a unos y otros,
mientras yo, absorta, me limito a intentar seguir una conversación inexistente.
De vez en cuando se dirige a una de esas sillas vacías, incluso, parece recibir
respuesta por parte de éstas.
-
¿Qué opinas tú querida?- me pregunta en un momento dado.
-
Perdón, estaba distraída.
-
Mi hermano acaba de hacerte una pregunta.
-
¿Me la podría repetir? – digo como una boba esperando a ver qué pasa.
Por supuesto, no escucho nada. Esto es
absurdo. Y entonces, siento un ligero vahído en el cuello y grito sin querer.
-
Tengo que marcharme doña Anastasia. Por favor, discúlpenme ustedes.
-
¿Te encuentras bien? Estás algo pálida- me dice Víctor.
-
Estoy bien, gracias, por favor, disculpen.
Me levanto con tanto interés, que casi
derramo el café restante de mi taza en el pañito blanco con flores bordadas de
la anciana. Escucho el arrastrar de las zapatillas y compruebo avergonzada que
Anastasia también se ha levantado y se acerca a mí.
-
¿Estás enferma?
-
Tengo que marcharme. Olvidé algo importante.
-
Oh, querida, qué contrariedad. Me gusta tu compañía. Al fin y al cabo,
eres la única que me habla y me escucha con atención. Los demás, se limitan a
seguirme la corriente. Siéntate con nosotros, te prepararé una tisana.- me dice
solícita.
Ella se dirige a la cocina, y Víctor se acerca
a mí con cara de preocupación.
-
Siento que hoy te vayas tan pronto. ¿Te ha incomodado la presencia de
mis padres?
¿Cómo le digo yo esto?
-
Verá… Víctor. Yo… no sé cómo elegir mis palabras. En la salita solo
estaban usted y su tía. No entiendo porque le sigue la corriente, como si su
tía estuviese loca. Ella es una señora admirable y me he sentido muy violenta -
le recrimino.
Azorada, miro en dirección a la mesa y
compruebo que un par de ancianos me miran con simpatía.
-
¿Qué? ¿Qué ocurre aquí? ¡Ustedes no estaban ahí!
-
Oh querida, tú siempre igual. Ya estás con tus bromas. Desde luego, no
tienes remedio Anastasia- me dice el anciano.
¿Anastasia? ¿Están todos locos?
Quiero correr, pero mis movimientos son
lentos. Empiezo a caminar despacio hacia la puerta, me siento pesada. Miro mis
manos. Están arrugadas, mi cuerpo ha engordado. Y entonces me veo en el espejo
de la entrada. Casi caigo al suelo del susto. ¡Me he convertido en Anastasia!
-
Siempre igual tía. Soñando con ser otra cosa. ¿Quién eras esta vez? ¿Un
ruiseñor, una flor, eras joven de nuevo? Venga, regresa. Ya sabes que no puedes
salir a la calle. Leamos otra de esas historias de tus libros.