La frialdad del suelo me
resulta excitante. Entre risas y bromas, la sangre calentada, un
coqueteo durante mucho tiempo alargado, la seducción llevada a cabo
paso a paso, con lentitud, y avances seguros.
Su cabellera se encuentra
entre mis dedos y ambos nos envolvemos en un abrazo de necesidad y
lujuria. Ha improvisado un lecho sobre las hojas caidas bajo el viejo
roble. Me ha dicho que no me preocupe por el frío. Él me hará
entrar en calor, me susurra entre beso y beso, mientras sus manos
inician su recorrido, como en una ceremonia hermosa, con lentitud y
respeto. La noche está algo nublada, pero es cierto que no hace
frío. Las tupidas hojas del viejo roble nos sirven como escondrijo
de amor en esta noche tan esperada. Este momento tan alargado, tan
deseado.