Capítulo 6
El día siguiente
amaneció con un sol cálido y espléndido. Esta vez sí, pensó Rebeca. Tomó sus
zapatillas de deporte y decidió andar. Quería
ir recuperando poco a poco esa costumbre que le habían dicho que tenía de
correr.
¿A quién quería
engañar? Quería quitarse de en medio porque se sentía abrumada por la pregunta
que le había hecho el día anterior a Andrés. ¿Cómo pudo preguntarle aquello?
¡Se moría de vergüenza!
Enfiló el sendero que
iba hacia el llano de detrás de la casa y aceleró el paso. Era domingo, y
bastante temprano. Todo estaba desierto y hermoso tras el día de lluvia, aunque
ligeramente embarrado. Maldita sea, se iba a poner perdida. Así que al final,
optó por seguir el camino asfaltado en lugar de internarse en el llano.
Tras casi una hora de
camino, lo que parecía una mansión victoriana apareció ante sus ojos. El
bullicio de unos niños jugando en la entrada captó su atención de inmediato. Si
continuaba por aquél sendero tendría que pasar justo por delante de aquella
zona improvisada de juegos, o quizás fuese mejor dar la vuelta y regresar. Al
fin y al cabo no estaba muy segura de donde se encontraba o hacia donde podría
llegar si continuaba.
Ya había empezado a
girarse cuando escuchó el llanto de una niña y no pudo evitar mirar hacia ella
para ver qué había pasado. Una niña pequeña, de unos cinco años, se había caído
y lloraba abrazada a sus rodillas. Darse ahora la vuelta no le pareció lo más
correcto y decidió acercarse a ella por si podía ayudarla.
- ¿Qué te ha pasado
pequeña?
La niña levantó su
rostro repleto de lágrimas y al verla se quedó observándola como quien ve una
aparición. Su llanto fue sustituido por la sonrisa más hermosa que Rebeca había
visto hacía mucho...
- ¿Debeca? ¿Debeca,
edes tú?
Rebeca observó la
carita de pecas y la mella que la pequeña lucía con orgullo y sintió una
ternura inmensa. Antes de contestar, una mujer se acercó hasta ellas rompiendo
en cierta forma el hechizo.
- ¿Rebeca?
Fue entonces cuando
recordó las palabras de Andrés, cuando él le refirió que antes ella acudía al
centro de menores y pasaba mucho tiempo con los niños. Observó a su alrededor y
tuvo la sensación de haber estado antes en aquél lugar.
- Disculpe – se dirigió
a la recién llegada – Sufrí un accidente y padezco amnesia. No recuerdo nada.
El rostro de la mujer
asintió.
- Lo sé. Todos aquí
lo sabemos, pero al verte aquí, junto a la pequeña Ana, tuve la esperanza de
que hubieses recobrado la memoria. Permíteme presentarme. Soy Carmen,
trabajadora social del centro y ésta muñeca de aquí es Ana.
- Debeca, Debeca,
donde has estado. Yo quedía hacedte tenzas como antes...
- Ana, no molestes a
Rebeca. Está malita, le duele la cabeza y no se acuerda de nosotros.
El llanto de la niña
fue un auténtico vendaval.
- ¿No te acueddas de
mi? - hipó entre sollozo y sollozo
Rebeca miró
angustiada a Carmen.
- De tí si me
acuerdo, pero solo cachitos – le mintió - ¿Me puedes ayudar a recordar a los
demás?
Ana sonrió de oreja a
oreja y le cogió la mano con solemnidad. Ahora, Rebeca era suya. Se sintió
importante y con la fluidez de una niña de cinco años, llevó a Rebeca consigo
ajena a la expresión de la muchacha.
En cuestión de unos
minutos, un grupo de niños corría hacia ella y la abrazaban, mientras otros la
miraban interrogantes. Sintió un ligero tirón en el pelo, y se percató de que
la pequeña Ana le estaba haciendo una trenza, o algo parecido a eso.
Durante mucho rato
permaneció allí, sin ser consciente del paso del tiempo, hasta que Carmen y
otros trabajadores del centro la invitaron a pasar y tomar un café. Fue
entonces cuando entró y empezó a ver el edificio.
Preocupada por la
hora, la primera decisión que tomó fue la de regresar a casa. Pero se
encontraba tan bien, tan relajada, tan a gusto por primera vez entre extraños,
y a la vez, sintiéndolos amigos... que pidió permiso a la otra mujer para
llamar a casa, que no se preocuparan y quedarse un poco más.
- Por supuesto. Pasa
a mi despacho. Es por aquí. Al final de este pasillo. Siéntete en casa, pasa.
El teléfono está sobre mi mesa. Voy a ayudar a los demás para que todos entren.
Ahora te acompaño.
- Gracias.
Un poco después,
Carmen entró en el despacho. No esperaba lo que vio.
Rebeca temblaba,
sentada en el suelo, con una fotografía en sus manos. ¿Cómo pudo ser tan
estúpida? ¿Cómo olvidó que había fotografías de ellos? Habían ido tantas y
tantas veces al Centro, que aparecían en las fotografías de Navidad, en las
actividades de acampada, en algunos días de cine…
Las lágrimas corrían
por el rostro de Rebeca cuando levantó la mano y le señaló con su dedo
tembloroso la fotografía.
- ¿Quién es él?
- No sé si puedo…
- ¡Quién es él! ¡Por
favor!
- Tomás.
- ¿Puedo llevarme la
fotografía, por favor?
- Claro que sí.
Rebeca se levantó del
suelo. Estaba pálida…
- Por favor Rebeca,
no te vayas. No te vayas así. Yo te llevaré…
- ¡No! No, gracias,
necesito pasear, necesito pensar…
Carmen pensó en qué
hacer, y finalmente, tomó el teléfono y marcó el número que tan bien recordaba.
- ¿Andrés? Andrés, lo
siento, se presentó esta mañana aquí, sin avisar, y… parecía estar tan bien, lo
estaba pasando bien con los niños y me pidió llamar por teléfono… no recordé
que en la pared estaba la fotografía… Sí. La de aquella Navidad. Me ha
preguntado por él Andrés, me ha preguntado por Tomás.
Rebeca corrió y
corrió hasta que no pudo más.
Respirando con
dificultad, se apoyó en el tronco del árbol y volvió a observar la fotografía.
Ella aparecía en el centro, risueña, con el cabello suelto y las mejillas
arreboladas. A su lado derecho, Andrés, sin esa cicatriz en su cara tomaba en
sus brazos a Ana, y miraba con cierta burla a Rebeca. Estaba imponente en esa
foto, se le veía… vivo, con fuerza. A su izquierda, un hombre la tenía cogida
de la cintura y la miraba con una sonrisa pícara. Sintió una extraña sensación
en el estómago. ¿Quién era ese hombre?
Un breve recuerdo
cruzó por su mente. De nuevo aquél día en el que se columpiaba. Ahora recordaba
aquél día. El hombre de la fotografía la empujaba mientras le susurraba… "Cásate conmigo
Rebeca"