Tras más de doce años sin saber nada
referente a su madre, Carmen y Elena son avisadas de que ha sido ingresada en
el Hospital. Su estado es crítico. Su último deseo, volver a ver a sus hijas.
Mientras la mujer se debate entre la consciencia y la inconsciencia, sus dos
hijas, se enfrentan a un dilema doloroso y crucial. En el pasillo que antecede
a la habitación donde ella permanece, ambas intentan decidir si entrar en esa
habitación o marcharse para no volver.
- ¡Siempre la odiaste! , ¡Jamás la trataste
con respeto, porque ella no era como las demás madres!
- Eso no es cierto, y lo sabes. Estoy
cansada de que me acuses una y otra vez. ¿Hasta cuándo va a durar esto? Lo
único que yo hice siempre fue intentar salir de aquella pesadilla Elena. Tú
eras muy pequeña para comprender. Ella solucionaba todos sus problemas con la
botella, y eso no es ser una madre.
- Papá estaba siempre fuera, jamás se
preocupó por ella, eso sí lo recuerdo bien. Lo único que hacía era ir a lo
suyo. Mamá hacía lo que podía Carmen. ¿No vas a perdonarle nunca que por una
vez pensara en ella?
- ¡Jamás! No mientras este dolor me siga
quemando las entrañas. Ella nos lo quitó todo. La ilusión, los sueños. Se fue y
se llevó un trozo de cada una de nosotras. Nos abandonó Elena. Nos dejó a
nuestra suerte. ¿Y ahora quiere volver?
- Estoy segura de que había una razón.
Recuerdo que los domingos nos preparaba unas gachas de maíz deliciosas. Y el
aroma de las tostadas por la noche, antes de dormir. ¿Recuerdas eso? Nos
preparaba las tostadas y un gran vaso de leche. Nos cantaba y arropaba. Una
mala madre no haría eso.
- ¡Estás ciega! No hay mayor ciego que el
que no quiere ver. Y tú, no quieres ver. ¿Era buena por preparar tostadas? ¿Me
hablas en serio? ¿Dónde estaba cuando papá enfermó? ¿Dónde estaba cuándo nos la
teníamos que arreglar solas? ¡Dime! ¿Dónde? ¿Dónde estaba cuando yo tuve que
hacerme cargo de todo?
- No lo sé hermana. Pero ahora, que yo
también soy madre, entiendo lo que se ama a un hijo. Sigo pensando que ocurrió
algo que nadie nos contó. Quizás, ella pueda aclararnos algo más.
- ¡No! , ¡No! ¿Qué razón puede tener una
madre para abandonar a sus hijas? ¡Y menos por un hombre! ¿Es que no lo
comprendes? Ella le prefirió a él. Prefirió a aquél tío antes que a sus hijas. ¡La
odio! ¡La odio con todas mis fuerzas!
El llanto de Carmen se escuchaba rotundo en
aquél pasillo, encogiendo el corazón de Elena.
- Nos destrozó la vida Elena. No voy a
entrar en esa habitación, como si el tiempo no hubiese pasado, como si ella
jamás se hubiese marchado. No puedo. No quiero.
- Se muere Carmen. Mama se muere.
- Esa mujer no es nuestra madre.
- Sí lo es. Entiendo tu dolor. ¿Crees que a
mí no me duele? Pero no puedo marcharme y fingir que ella no está ahí, a tres
metros de nosotras. Ella puede tener las respuestas, una explicación, tal vez…
un “lo siento”.
- Haz lo que quieras, es tu derecho. El mío
es marcharme.
- No puedo hacer esto sola. Te necesito
Carmen. Quiero poder decirle alguna vez a mi pequeño porque su abuela no formó
parte de nuestras vidas. Necesito saber. Necesito que aunque solo sea durante
un instante, volvamos a estar juntas las tres.
- ¿Y después qué? , ¿Todos felices y
contentos? Esta es la vida real Elena. No uno de esos libros que tanto te
gustan leer.
Elena se abrazó a su hermana con toda su
fuerza. Ahora, era ella la que sentía el amargor de las lágrimas.
- No sé si podré perdonarla, pero hay algo
de lo que estoy segura. No puedo continuar mi vida sin ti. Tú eres mi hermana,
mi amiga, mi apoyo, y has actuado como mi madre desde hace mucho. Pero también
sé algo Carmen. Si me marcho de este hospital sin verla, sin darle una
oportunidad a explicarse… otra parte de mí morirá.
- Lo siento, -le susurra su hermana-, esta
vez no puedo ayudarte.
Después le da un beso en la frente y se
dirige a la salida.
Elena siente que su corazón estalla. Late a velocidad de vértigo. Sólo tiene que colocar su mano en la manilla que hay frente a ella y tras esa puerta blanca y delgada, está su pasado y tal vez su futuro.
Cierra los ojos y temblorosa sujeta la
manilla, pero siente que no es capaz de girarla. No está segura de cuánto tiempo permanece
así. Tal vez minutos, quizás segundos, cuando su presente llega. Una mano
pequeña, temblorosa, pero cálida, se apoya sobre la de ella. Y la manivela
desciende.