Bajo
las turbias aguas de la laguna, se escondía un secreto que solo Anais conocía.
Oculta en el fondo, entre restos vertidos por los humanos y sedimento
ocasionado por la propia naturaleza, yacía
oculta una esfera de cristal.
Cada
noche de luna llena, la esfera emergía a la superficie y flotaba en ella hasta
que su energía se renovaba. Después, volvía a su retiro elegido y permanecía en
él, hasta tanto no fuese llamada.
La
leyenda decía, que tan solo unos cuantos tenían el poder de “llamar” a la
esfera. Entre ellos, se encontraba la bisabuela de Anais, que le había
transmitido a ella ese poder.
Aquella
mañana tranquila y apacible, un carromato llegó al lugar. En él venía una joven
familia de circenses, dispuesta a ganar unas monedas. La acogida por parte de
los vecinos fue entusiasta. Pero Anais tuvo pesadillas la noche de su llegada.
En sus sueños veía la laguna seca, y la esfera, en el fondo, rota en millones
de pedacitos.
Despertó
sobresaltada y sudorosa y corrió veloz al calendario lunar. Esa misma noche era
luna llena. Comenzó a revisar las anotaciones que sus antepasados habían hecho.
Buscó especialmente “llegada de extranjeros” entre las viejas páginas. Pero no
encontró nada significativo. Estaba absorta en esta tarea cuando a sus oídos
llegaron voces y algarabía. Curiosa, se acercó a la ventana y comprobó que la
troupe se encontraba en plena actuación en mitad de la calle.
Un
niño hacía equilibrios con varias naranjas, lanzándolas al aire y
manipulándolas con avidez en una danza sin fin. A su lado, una pequeña realizaba
ejercicios de contorsionismo dignos de admiración. Mientras, varios mayores,
llevaban a cabo la representación de una obra muy peculiar.
-
¡Hay un poder singular, que el olvido puede provocar! ¡Quien controle ese
poder, fuerte debe ser!- gritó uno de ellos disfrazado con una capucha.
-
¡Lo quiero para mí! - gritó otro.
-
¡Lo siento, no podrá ser! - respondía el primero.
Anais
observó la escena. ¿Conocían la existencia de la esfera? Se sintió desfallecer.
En la representación, la esfera era robada, pero ésta resultaba no tener ningún
poder. La realidad era muy distinta. Si la auténtica esfera caía en las manos
inapropiadas, podría resultar catastrófico.
Resistió
el impulso de ir a la laguna de inmediato, alguien podría seguirla...
Por ello,
esperó a medianoche, hora sagrada, y se preparó para partir. Aquella noche era
fría, una cruda noche invernal y las gentes de la aldea se habían retirado
hacía horas. Si bien la esfera no emergería hasta unas horas después, ella
debía realizar un conjuro de protección.
Sigilosa,
pasó cercana al lugar donde horas antes estaba el carromato y comprobó que
seguía allí. Aun así, con toda la rapidez de la que era capaz, corrió hacia la
laguna. Cuando llegó, se escondió entre los árboles y esperó. Justo a las tres
y treinta y tres minutos, un brillo conocido le llegó. Flotando, en el centro
de la laguna, la esfera giraba y brillaba a causa del agua, y el reflejo de la
luna sobre el cristal. Un golpe seco la hizo dejar de ver el hermoso
espectáculo y todo se volvió nebuloso.
-
¡Rápido, no hay tiempo! - le pareció escuchar.
Perdió
la consciencia. En sus sueños, alguien la movía sin cesar y la llamaba
angustiado. Sintió que volvía a la realidad y se descubrió a sí misma tumbada
en el suelo. Le habían amarrado las manos y los pies. Poco a poco, pudo enfocar
a quién trataba de reanimarla, era el chiquillo que horas antes jugaba con las
naranjas y que en este instante, la miraba con cara de pánico.
-
¡Tienes que despertar!, ¡No hay tiempo! ¡Están cogiendo la esfera!- imploraba
el chiquillo.
La
joven consiguió sentarse a duras penas. Le dolía mucho la cabeza y sintió
humedad en el cabello. Intentó gritar, pero no podía. El chiquillo le cortaba
las ataduras con un cuchillo.
-
¿Quién eres?- preguntó débil.
-
Eso no importa ahora, sola recordarás lo que necesites. La esfera está en peligro y solo tú puedes
detenerles.
La
muchacha vio como una barca se acercaba al centro de la laguna y sintió una
opresión en el pecho.
-
Anais, tienes que llamar a la esfera, activarla. Es la única forma de que no
caiga en sus manos.
La
joven se sintió acorralada. ¿Quién era aquél niño? ¿Cómo sabía lo que tenía que
hacer? ¿Y si era una trampa?
Un
puño invisible y helado apretó su corazón provocándole un dolor inmenso.
Alguien había llegado a tocar la esfera y ella lo sentía dentro de sí. Si no
procedía de inmediato, ya no podría hacerlo.
Levantó
sus ojos a la luna, elevó las manos y entonó un suave cántico, una plegaria.
Poco a poco, su cuerpo se volvió frío y transparente, como el agua. Sintió
dentro de ella la energía fluyendo, y continuó el cántico. El agua se fue
solidificando, y ella transformando en una mujer de cristal.
A
la vez, la esfera se reblandeció y se tornó cálida y latente. El extraño que
casi la había cogido sintió un escalofrío al tocarla y retrocedió.
-
¡No seas imbécil! ¡Cógela ya! ¡El hechicero nos dijo que nos iba a dar una
fortuna por esta bola!
-
¡Mírala! ¡Está viva!
Anonadados,
vieron como la bola se transformaba en el cuerpo de una mujer, una ninfa del
agua que emergía ante ellos en todo su esplendor. Sus ojos eran enormes y verde
azulados, como aguamarinas que brillaban en la noche.
-
¿Quién eres tú? ¿Dónde está la esfera?- preguntó uno de ellos.
La
muchacha no habló. Colocó su mano sobre la cabeza del individuo y éste, de
pronto enmudeció, los ojos en blanco. El otro aterrado intentó escapar, más no
le fue posible. Ella le alcanzó con una rapidez de vértigo. Ambos cuerpos laxos
quedaron a merced de la laguna, en la barca, flotando sin más.
La
ninfa se acercó a la orilla caminando sobre las aguas. Allí, el muchacho
esperaba.
-
Ya te recuerdo, hermano.
-
Tuve que hacerte olvidar mi recuerdo Anais. ¿Les has matado? - preguntó el
chiquillo.
-
No. Sólo les he hecho olvidar. No recordarán nada. Esta laguna ya no es segura.
-
Nadie sabe que tú eres el espíritu de la esfera.
-
Otros volverán Michael. E intentarán apoderarse de mí. El olvido es un arma muy
poderosa. La peor. Quien no recuerda, no siente, quien no siente, no padece...
Muchos me ansían para borrar el dolor. Otros para apoderarse de lo que no les
corresponde. Debo permanecer oculta.
-Así
será hermana. Pero recuerda, que por ello estoy yo aquí.
Dicho
esto, una segunda esfera emergió a la superficie. Era de un cristal
transparente con pequeñas lucecitas en su interior que destellaban.
-
El olvido y el recuerdo...
-
Tú haces olvidar... - susurró él.
-
Y tú custodias los recuerdos olvidados, pues se olvidaron... pero no dejaron de
existir.
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