Pedro rozaba esa edad primaria en la que, nada importa salvo el juego, de esa otra en la que las inquietudes y ciertos deseos afloran. El deseo que a él le consumía la mente y los sueños, era el de volar. Era tal su obsesión, que cada madrugada, cuando ni tan siquiera el gallo del corral había decidido despertar al mundo, él ya había saltado de la cama y corría hacia el granero. Con la sonrisa dibujada en su joven rostro, gateaba por la vieja escalera carcomida al tiempo que sus ojos se llenaban de estrellas. Desde la claraboya, solo un salto le separaba de su objetivo, al tiempo que repetía para sí una y otra vez: “Hoy sí, hoy sí, hoy sí”.
Elevaba sus brazos y los agitaba con fuerza. Levantaba una pierna y luego la otra en un precario equilibrio, y no miraba hacia abajo, sino hacia arriba, hacia las nubes que parecían hacerle guiños. Después, aspiraba hondo, y se imaginaba pájaro de brillantes colores y mirada intensa, con la fuerza y determinación suficientes para emprender el vuelo. En su mente y en su corazón, sus manitas sustituían dedos por plumaje y sus brazos se volvían ligeros y alados. Todo su cuerpo adoptaba forma de ave, hasta que al fin, su pecosa y traviesa carita se encogía y encogía, hasta que el pico sobresalía de su nariz respingona.
¡Ya solo faltaba volar!
Pero entonces... ¡abría los ojos y...! Y el suelo danzaba ante él, el mundo parecía girar, su corazón se volvía humano y no cabía en su pecho de pájaro, resonando como un tambor en sus oídos. La realidad de su cuerpo humano se imponía y Pedro, suspiraba decepcionado, sus ojos húmedos, las piernas temblorosas, y el corazón agrietado. Y volvía a deslizarse por la claraboya a esas escaleras que ahora crujían con más fiereza, y de ahí, cabizbajo, a casa y a su cama de nuevo, que para llorar, mejor sin testigos.
Tal era su necesidad de surcar el cielo, que ni en las noches su mente descansaba. Al cerrar los ojos, el sueño lo envolvía haciéndole sentir ligero como una pluma. Bajo su cuerpo, apreciaba la forma de las montañas, la plata que ondulaba sobre el mar, el dibujo de las lomas en las colinas, el ganado que pasta sereno en el valle... Hasta que el amargo despertar le hacía sentarse de golpe en su cama. Un día, y otro, y otro más.
Las ojeras empezaron a dibujarse en su cara de pena, y sus padres, preocupados, le hicieron mil preguntas, pero no le dieron respuesta alguna salvo... ¡Pero qué dices, hijo, las personas no podemos volar! ¡Haberse visto semejante locura!
- Pero... ¡siempre me decís que si creo mucho mucho mucho en algo y lucho por ello...!
-¡Pero no esto, cariño!
Hasta que al fin, una noche, la solución se le antojó un regalo. Debía saltar, pero no desde el viejo tejado del granero, sino desde la montaña.
Apenas se vistió con lo necesario, corrió con toda la rapidez que sus cortas piernas le permitían, el corazón latiendo tan a prisa que ya parecía estar en pleno vuelo. A no mucha distancia estaba ese lugar del que sus padres siempre le advertían, ese en el que no dejaban de decirle que no se acercase jamás. Así que corrió sin detenerse, a pesar de la fatiga, hasta llegar al lugar. Agotado, plantó las rodillas en la tierra, a escasos metros del borde. Desde donde estaba, escuchaba el ruido del río que siempre rugía en invierno.
Tan agitada era su respiración que las aves cercanas emprendieron el vuelo. Despacio, con la mirada al frente, se acercó al borde de aquel elevado saliente, hasta que notó que sus rodillas no podían apenas sujetarle del miedo que empezaba a sentir. Pero no miraría abajo. No todavía. Respiró hondo y comenzó primero a visualizar en su mente, una vez más, cómo su cuerpo realizaba la transformación. Pero esta vez, cuando el pequeño pico apareció en su carita, movilizó sus alas… y saltó.
No era la sensación que él esperaba.
Apenas podía respirar, estaba aterrado. No conseguía abrir los ojos, y al agitar los brazos, no sentía alas en ellos, sino meros brazos de niño delgado y sin fuerza. Ahora, el ruido del agua del río se escuchaba tan cercana al golpear las piedras que ahí sí que abrió los ojos, desesperado. Iba a morir. Iba a morir sin poder demostrar a sus padres que volar era posible. Se cubrió el rostro bañado en lágrimas con los brazos en un inútil intento de protegerse y...
Sintió un fuerte pellizco en los hombros y un cosquilleo intenso en el estómago, mientras sentía que algo lo detenía. Sorprendido abrió los ojos y vio que el agua del río se alejaba. Le dolía la opresión en los hombros y notaba un fuerte viento a ambos lados de su cabeza. ¿Estaba volando? Miró hacia arriba y pudo observar incrédulo cómo un águila inmensa y majestuosa, lo había tomado entre sus garras fuertes y lo depositaba ahora, con sumo cuidado, en su nido.
La inmensa criatura le protegió el cuerpo con sus alas en un gesto protector. Poco a poco, de forma lenta, el águila comenzó a cambiar su forma ante la atónita mirada del niño. Su gran pico curvo se reducía, sus ojos se agrandaban, su cabeza crecía y sus alas menguaban. Su cuerpo se alargaba, y unas manos le abrazaban.
— Gracias por salvarme la vida, papá.
Este cuento pertenece a mi libro "Como espuma de mar y otros relatos", aunque levemente modificado, supongo que porque con el paso del tiempo, la forma de escribir cambia un poco. La ilustración también la hice yo en su día con acuarelas.
Espero que os guste :D
Me parece un relato precioso que me ha tenido en vilo a cada renglón.
ResponderEliminarBesos.
Muchísimas gracias Noelia. Besos :D
EliminarUn bello relato de los sueños de un niño, que como casi todos los sueños, suelen terminan en realidades.
ResponderEliminarMe gustó también la acuarela.
Besos.
Muchísimas gracias Juan. Besos :D
EliminarMuy bonito Margarita, te vas adentrando en él y te hace vivirlo, todos hemos tenidos deseos de hacer algo grande de volar, yo particularmente de mi ventana al cielo, que mas de vez he pintado y era mi musa, mi lugar de refugio, donde cuando me despertaba por las noches miraba las estrellas y me perdía en la inmensidad del universo.
ResponderEliminarFeliz fin de semana.
Un Abrazo.
Muchísimas gracias José Antonio; cuando era pequeña soñaba con volar y alguien me dijo un día que eso significaba que crecía. Besos :D
ResponderEliminarLa imaginación infantil es tan inmensa como aventurera, además mantiene la intriga. Magnifica acuarela.
ResponderEliminarUn beso.
Muchísimas gracias amiga mia. Besos :D
EliminarFeliz final, después de toda la angustia que me hiciste sentir en ese último vuelo. Es una delicia, me encantó.
ResponderEliminarBesitos, Margarita.
Jajaja, muchísimas gracias Sara. Besos cariño :D
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHola Marga, espero que hayas podido escapar del calor de nuestra tierra y disfrutar de un verano muy gratificante.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho este cuento. Los sueños infantiles suelen ser espectaculares, y tú lo has sabido reflejar muy bien.
Todavía no he iniciado el curso en el blog, espero hacerlo en los próximos días.
Feliz tarde. Bstes.
¡Hola Emma! No he podido escapar del calor, uf, que va. Hemos tenido temperaturas muy "apañás". Creí que moría derretida, jaja. Deseando leerte de nuevo preciosa. Besos :D
EliminarEs un lindo cuento me gusto el final es muy dulce. Te mando un beso.
ResponderEliminar¡Muchísimas gracias! Besos cariño :D
EliminarMe encantas!!!
ResponderEliminarbeso
Igualmente cariño. Besos :D
EliminarMe encanta el relato, es precioso ese final.
ResponderEliminarBeso
Muchísimas gracias Espe, un beso muy fuerte :D
EliminarQue relato más tierno nos traes Margarita. Gracias.
ResponderEliminarAbrazos.
Gracias a ti preciosa mía. Besos :D
EliminarHolaaaa :)
ResponderEliminarSiempre es un placer leerte =P
Un besitoooo ^^
Muchísimas gracias Leyna. Besos preciosa :D
Eliminarmi mente vuela al contacto con tus letras, ave que jamás pisa el suelo de la costumbre
ResponderEliminarHermoso relato
Besoss
¡Muchísimas gracias Don Dumas! Besos amigo mio :D
EliminarMadre mía, qué preciosidad de relato y a la vez que mal lo he pasado por el niño, no nos das ninguna pista y no sabes por dónde van a ir los tiros y la verdad es que me temía lo peor. Me ha encantado, y la ilustración es preciosa también. Tienes unas manos de oro! Un besazo!
ResponderEliminarJajaja, ¡un besazo Raquel! Me alegro que lo hayas disfrutado. Besos cariño :D
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