Como las notas de una canción

 (Ilustración propia)

Érase una vez un niño tan pequeño, tan pequeño, que vivía dentro de un guisante y aun así, tenía corazón de gigante. Cada día se levantaba y con sumo cuidado, apartaba de su cama el edredón que mamá le había hecho con mucho amor, utilizando para ello una lupa, unas pinzas y un trozo diminuto de pluma de halcón.

  Azorado descubrió una mañana, que se había hecho mayor y que en el guisante no cabía. Se preocupó mucho, muchísimo, pues ahora, ¿dónde dormiría?

Pero entonces su mamá le trajo una caja de zapatos envuelta en papel de regalo y repleta de sueños, juguetes comprados en una tienda de miniaturas y un nuevo edredón, uniendo para ello dos plumas del mismo halcón.

Siguió creciendo, sin poderse detener, y dejó atrás el tamaño de una nuez hasta llegar a ser tan grande como una naranja, que pasó a ser sandía y después tomar el tamaño de una silla. Su mamá le preparó una habitación hermosa, repleta de libros y abrazos, para que creciera aprendiendo y al fin, pudiese sin ella salir a la calle, que ya no había tanto peligro como cuando vivía en un guisante.

Pero cuando el pequeño se aventuró al mundo, otros niños se rieron de él.


― ¿Por qué se ríen, mamá?, si yo solo quiero jugar...

― Porque el mundo se burla de lo que no entiende, hijo mío. Y también se aprovecha de la bondad, que tu corazón es aún pequeño, pero mayor se hará. No los juzgues; algún día puede que todo cambie. Y por favor, no cambies tú, que eres distinto a ellos, pero no mejor ni peor, solo diferente, como las notas de una canción.

Así que el pequeño pensó que quizás mamá tuviese razón. Él era distinto, pero no por ello era peor.

Siguió creciendo y creciendo, y un día, la más alta copa de un árbol, con sus manos tocó. Su voz se hizo grave, en su cara un bosque creció. Mamá estaba asustada, pues no esperaba que creciese tanto. Seguía creciendo y creciendo, ya no podía hacerle un edredón.


― Nunca me hablaste de padre…

―Tu padre era un mago, hijo. Un mago que me habló de la importancia de los detalles, de la vida y el amor. Te dejó como regalo, para aliviar mi solitario corazón. Y ahora, que te has hecho mayor, me vuelvo a sentir sola de nuevo. Llévame contigo allí arriba, que quiero ver el mundo desde el cielo, pues el suelo está lleno de nubes que a veces no comprendo. Siento que la vida se ha llenado de bordes que se caen y me da frío, no recuerdo con qué abrigarme.


Y así, el ahora hombre tomó a su madre en sus manos y, con suavidad —como ella hizo antes — le construyó una diminuta guarida entre las nubes, llenas de blanco algodón y risas. Y le preparó un edredón con plumas de halcón...

Ahora, en las noches, es él quien le recita cuentos para responder a sus preguntas. ¿Quién es? ¿Dónde está? El mundo de su madre se desmorona, a él le ahoga el desaliento, alguien ha paralizado el tiempo.

Y es entonces que alguien que ha transitado el mismo camino, le explica a este adulto que vuelve a sentir el corazón de un niño, que ella se ha perdido en el olvido. A veces vuelve a ser la madre de ese hijo pequeño que crecía en demasía; otras ella misma desapare entre guisantes. Se siente diferente, se ha apagado su fortaleza de madre.

Pero no está sola, pues su hijo dibuja para ella mundos de papel, regalándole tanto amor que a ella se le derrama. Las aristas de la incertidumbre se redondean con caricias y paciencia, el velo del olvido cubre huecos con besos. Su hijo recuerda por ambos y sabe que ella es distinta, pero no mejor ni peor.


Solo diferente, como las notas de una canción.

Dedicado con mucho cariño para los enfermos de Alzheimer y sus familiares.