En el año 584 d.C…
El joven aldeano se
encontraba en un estado de semiinconsciencia,
allí tumbado en su improvisado lecho, una mezcla de asquerosa ciénaga y
del escaso pasto con que alimentaba a los caballos.
Aquellos cuadrúpedos
estaban mejor alimentados que él mismo, sin lugar a dudas, pero eran tiempos
complicados. Final del S VI, algunos años después del fin de la época clásica…
El Imperio Romano había caído en el año 476 d.C y la etapa medieval había dado comienzo.
Quizás os situéis
mejor si os aclaro que nos encontramos en la “Hispania visigoda”. Un conflicto surgido entre el rey Leovigildo
y su hijo Hermenegildo había comenzado en el 581 y se prolongó hasta este año.
Hermenegildo había perdido el control sobre Sevilla y se trasladó a Córdoba,
donde fue traicionado por sus colaboradores y apresado por Leovigildo que dio
fin a la rebelión. El ambiente era tenso, las luchas acechaban y Laureano
agradecía en su fuero interno no ser más que un simple lacayo, un siervo, un cuidador
de caballos.
En su condición de
siervo no podía opinar, tampoco exigir, no tenía derecho a quejas, y soñar… era
un privilegio destinado a los señores. Dormía en un viejo jergón entre los
caballos, y había aprendido a pasar desapercibido. A veces, el señor le
recompensaba por su labor con algo de comida que él repartía de inmediato con
su familia. Delgado, hambriento, sin futuro… y sin embargo, se sentía
afortunado por no tener que luchar cuerpo a cuerpo con otro ser humano.
Todavía no había sido
despertado por el rayo del sol, cuando sus compañeros de aposento se
inquietaron sobremanera. Los relinchos y patadas de los equinos pusieron
nervioso a Laureano. ¿Qué ocurría? Una fuerte luz lo cegó durante un instante y
asombrado comprobó como algo caía en picado desde el mismísimo firmamento. Una
bola de fuego amenazadora que podría quemar y destruir todo aquello que tocase.
Los caballos
asustados levantaban sus patas e intentaban soltarse de sus amarres sin que el
joven pudiese detenerlos. Al fin,
aquella bola encendida cayó al suelo sin más. Sin quemar, ni destruir. Los
caballos se relajaron al instante, y el joven se acercó atraído por aquel
extraño suceso. Tendida en el suelo, con luz propia, brillaba una estrella.
Aquello no podía ser real, pues las estrellas no caían del cielo, y de hacerlo…
¿ese era su tamaño? Con sumo cuidado, acercó su mano para comprobar si
irradiaba calor. En el acto, la estrella se apagó por completo emitiendo tan
solo algo de calidez.
El ruido de los demás
lacayos, así como de los señores se acercaba y Laureano, escondió aquella
estrella en la palma de su mano sin más. Raudo, corrió al interior de los
establos para evitar que nadie le preguntase por aquella estrella y decidió
ocultarse tras unos grandes toneles. Abrió su mano y observó que de nuevo, la
estrella brillaba. Pero había una fisura, una pequeña abertura que comenzó a
abrirse poco a poco, mostrando en su interior un pequeño círculo, como una
especie de guisante diminuto de color blanquecino que brillaba con intensidad.
Laureano lo tomó en
sus manos y vio que desprendía un intenso fulgor y una suave calidez. De pronto
se sintió tan reconfortado que prácticamente olvidó donde se encontraba. La
estrella que envolvía al pequeño guisante se apagó al instante y cayó al suelo
inerte, mientras la pequeña esfera seguía brillando con fuerza.
Cuando todo se calmó,
robó algunas manzanas que debían servir de alimento para los caballos, y corrió
presuroso a llevar el improvisado manjar a sus padres y hermanos.
Al llegar, escuchó,
una vez más, una discusión entre sus padres. Los problemas, el hambre, la
miseria… todo ello creaba un conflicto intenso en la pareja que no podía
alimentar a toda su prole. El joven acarició aquél guisante escondido entre sus
ropas, y al instante, ambos dejaron de discutir.
- No quiero discutir más. – expuso
tranquila su madre.
- Yo tampoco. No nos conduce a nada.
El joven observó con
gran incertidumbre como sus padres, intentaban solucionar aquel conflicto, aceptando
de buena gana las manzanas y recibiendo la aprobación de ambos antes de
regresar a su catre.
Al llegar entre los
caballos, quiso observar una vez más aquel pequeño guisante de luz… ¡Pero había
crecido! Ahora tenía el tamaño de un garbanzo y su fulgor era más intenso. Volvió
a esconderlo, y decidió descansar. Los caballos estaban muy tranquilos aquella
noche y estaba agotado. Y soñó. Esa noche si soñó. Se vio a sí mismo vestido
como un caballero, con armadura y caballo. No volvería a pasar hambre, ni él,
ni los suyos…
-¡Laureano! ¡No puedo
creerlo! ¡Hijo, levanta!
- ¿Qué? Oh, lo siento
madre. No sé qué me ha pasado.
- Te has quedado
dormido. No entiendo como los caballos no te han despertado, ni tampoco la luz
del sol. Apremia hijo mío. Pronto vendrá el señor y no ha de verte ahí tendido.
No hubo de repetirlo
dos veces. Laureano comenzó sus tareas como alma que lleva el diablo. Pero el
miedo de su madre no se cumplió, pues cuando el señor llegó, todo estaba en
orden. Algunos días, su señor le pegaba sin motivo, por diversión, pero hoy no.
- Buen trabajo.
Jamás había recibido
una palabra amable de aquel hombre. Cuando se quedó a solas, sacó de su
escondite la pequeña esfera. Había vuelto a crecer, alcanzado ahora el tamaño
de una aceituna. El preciado objeto volvió a su lugar, y él continuó su labor.
Los insultos y golpes que solía recibir a diario por parte de uno u otro, no
llegaron aquél día. Y la esfera volvió a crecer, siendo ahora como un
albaricoque.
Aquella noche volvió
a soñar. Un anciano con capa y el rostro cubierto y manchado de un polvo
azulado le hablaba en sueños…
-
Joven… Despierta de tu mundo y ven al mío…
-
¿Qué
deseáis mi señor?- preguntó humildemente el muchacho.
-
Has
sido elegido. La estrella ha caído ante ti y debes protegerla.
-
¿Qué
es este extraño objeto, señor?
-
Nuestro
mundo ha pasado por muchas guerras y conflictos. Tanto antes como después de
nuestro Señor Jesús, los seres humanos se comportan de una forma irracional y
violenta. Ha habido guerras y enfrentamientos desde el principio de los
tiempos. Por ello, los principales dones de la vida fueron puestos a salvo en
las estrellas del firmamento.
-
¿Qué
tengo que ver yo con ello señor?
-
Eres
valiente y noble, y paciente. Por ello pensamos regalarte la estrella de la
“Perseverancia”. Sin embargo, la estrella del “Perdón” se lanzó sobre ti. ¿Sabes
por qué puede ser?
-
No
entiendo nada, señor. Soy un simple siervo. Cada día me levantó enfadado
conmigo mismo por no tener futuro. Me siento enfadado conmigo mismo por dejar
que me golpeen y me enfado aún más cuando escucho los gritos de mis padres y no
puedo hacer nada. Siempre estoy enfadado conmigo y con todo lo que me rodea. Me
gustaría ser caballero pero he nacido hijo de siervos. ¡Jamás tendré esa suerte!
-
Y
dime joven desagradecido… ¿nunca te detuviste a pensar que has sobrevivido a una
guerra entre un padre y su hijo, al hambre, la miseria y la peste que asoló y
se llevó tantas vidas? ¿Nunca pensaste que tu familia sobrevivió? ¿Qué respiras
cada día?
-
Pero
todo sería muy distinto si yo fuese alguien importante…
-
Tienes
juventud, salud y… esperanza. Un lecho aunque sea humilde, comes, aunque sea
escaso… y cuidas de los tuyos. No te has visto obligado a luchar en batalla…
-
Jamás
lo vi así…
El joven
meditó sobre ello, y el anciano sonrió por primera vez en aquella irreal conversación.
-
Acabas
de perdonarte a ti mismo. Acabas de identificarte con tu estrella. Recuerda
este sueño mientras vivas querido Laureano, y recuerda que en la vida hay que
perdonarse y entenderse para apreciar lo que tenemos y luchar por lo que
queremos.
Despertó sobresaltado,
recordando cada detalle de su sueño, pensando en sus ocho hermanos, todos ellos
vivos a pesar de la miseria, la peste o la guerra. Tomó su esfera tamaño
albaricoque, y comprobó que era como una naranja. Ya no podía ocultar su “Estrella
del Perdón” por más tiempo. Lo iban a descubrir. Buscó un lugar oculto entre
los viejos tablones podridos de madera y la ocultó lo mejor que pudo. El resto
del día fue igual de apacible que el anterior. Todo le salió a pedir de boca… y
se sentía contento, orgulloso de sí mismo. Tenía esperanzas en un futuro, pero
a la vez, desazón por la esfera cada vez mayor. ¿Qué tamaño podría alcanzar?
Aquella noche, el
misterioso anciano volvió a visitarle en sueños.
-
¿Qué
hago señor? Me van a descubrir y me van a quitar mi “perdón”.
-
Por
desgracia el hombre es envidioso. Quiere lo que no tiene y a veces no valora ni
quiere lo que ya tiene. En realidad es peligroso llevar el perdón escondido
entre tus ropas o en un establo. Pero no
te preocupes zagal. Ya ha ocurrido antes y volverá a ocurrir. Antes de la
estrella del “Perdón”, otras la precedieron. Las de la humildad, paciencia,
sabiduría, comprensión y la mayor de todas y más difícil de guardar, la del
Amor. Todas ellas fueron escondidas en
el mismo lugar. En este mismo lugar guardaremos la del Perdón.
-
¿Dónde
señor? No para de crecer…
-
Ello
es porque la alimentas con tus obras.
-
¿Dónde
ocultarla? – insistió preocupado el joven.
-
En
el interior de los seres humanos. Sólo aquél que tenga valor buscará dentro de
sí mismo y encontrará su recompensa. Los demás, aquellos que sólo ven los
defectos ajenos, no podrán ver sus propios fallos ni tampoco encontrar sus
propios tesoros. De esta forma, cada
hombre será libre de encontrar su propio destino.
-
Así
se hará señor, pero… ¿puedo pedir algo? Me gustaría que la semilla del Perdón
tuviera dos caras. La del perdón a los demás, y la de perdonarnos a nosotros
mismos y aceptarnos tal y como somos.
-
Que
así sea Laureano.
-
Sólo
una pregunta señor. ¿Por qué yo?
-
Porque
eres humilde, paciente, comprensivo y te convertirás en un gran sabio. Tú ya
has entendido, a tu joven edad, lo que muchos no comprenderán jamás.
Y así fue como “El
perdón” fue introducido en nuestros corazones al igual que tantas y tantas
virtudes con sus correspondientes defectos. Se nos entregaron con la opción de
elegir, aunque no siempre sea fácil. Nos afanamos en buscar bienestar,
felicidad… A veces la vida se complica y nos la hace pagar caro, nos castiga
sin motivo y nos golpea sin piedad, pero tenemos que intentar recordar siempre
que para muchos de nuestros problemas, la solución está dentro de nosotros
mismos.
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