Anselmo Sotillo, profesor
de primaria, camina cabizbajo y algo cansado. Hoy no siente deseos de enseñar y
escuchar a un grupo de veinticinco chavales de diez años, revoltosos, inquietos
y con cara de lunes. Hoy, su típico traje de chaqueta gris, le pesa más de lo
habitual.
Hoy no es un buen día, y
no porque sea el primero de la semana, tampoco porque esté a punto de llover,
ni tan siquiera porque es día de tutoría y tiene que estar en el colegio mañana
y tarde…sino porque para él… tal vez sea el primero de una nueva vida, una vida
que no desea y que le aterra.
Una vez más, revive en su
mente la conversación con Ana, su esposa. Esa conversación que tuvo lugar en la
que tenía que haber sido una tranquila tarde de domingo y se convirtió en un
lanza y defiende sin red de palabras dolorosas e innecesarias.
- Eres como el trabajo que
has puesto a tus alumnos. Lento. Te escondes en tu concha de caracol y yo
necesito otra cosa distinta Anselmo. Necesito aventura, alguien que me valore,
que me haga sentir viva… Quiero el divorcio.
Anselmo da vueltas en su
cabeza a toda la porquería que intercambiaron entre ellos, a todas esas
palabras hirientes que terminaron por lanzarse. Un caracol con una concha
pesada, catorce años en los que aplazó la mayoría de las cosas que quería hacer
porque a ella no le gustaban. Como un caracol, con lentitud y parsimonia, entra
en el colegio y se dirige a su clase, donde el ruido se escucha desde la
distancia. Entra en ella, toma asiento, y los niños empiezan a sentarse, entre
risas y burlas...
- ¿Sus trabajos de clase?
No hay respuesta, y
Anselmo siente que en su interior, algo se enciende. Qué irónica la vida.
Precisamente les había pedido a sus alumnos un trabajo sobre estos moluscos.
- Una concha espiral como
casa, un lugar donde refugiarse de aquél que no quieres ver… cuerpo frágil, y
lentitud en los movimientos… son algunas de las características que pueden
decirme de los caracoles. Podían haberme mencionado esa canción de sacar los
cuernos al sol… podían haber buscado en la Wikipedia o en algún libro. Pero no.
Han optado por no hacer nada…
Sus propias palabras le
hacen pensar. Termina las clases y se sienta en un banco a almorzar un sándwich.
Necesita reflexionar. Revive su matrimonio y encuentra un factor común a todos
sus años de casado. Siempre ha hecho lo que Ana quería. Siempre la dejó
decidir, lo que ella quería, como ella quería, cuando ella quería. Cualquier
cosa con tal de no enfadarla. Y ahora ella le decía que era lento, viscoso,
rastrero.
En su interior, resurge
ese sentimiento extremo al que no está acostumbrado. Está furioso. Se levanta
del banco y se dirige a la tutoría. En menos de dos horas, discute con la jefa
de estudios y se percata de que el padre de una de sus alumnas es imbécil. Está
furioso. ¿Qué le ocurre? Es como si un nuevo Anselmo estuviese ocupando el
cuerpo del anterior.
Termina su jornada laboral
del día. El sol ha salido, siente ganas de pasear. Se quita la chaqueta y la
deja abandonada en un banco, se desprende de la corbata que sigue la misma
suerte, y se desabotona una parte de la camisa. Siente que el aire entra en sus
pulmones.
Ana le recibe enfadada.
- ¡Estás hecho un
desastre! ¿Qué le has hecho a tu traje?
Y Anselmo ríe. Con fuerzas,
con ganas. Ella le mira extrañada.
- ¿Sabes Ana? Tenías
razón. Soy como un caracol. Pero hay algo que no todos conocen de los
caracoles. Sí, son lentos, llevan mucho a cuestas… pero cuando necesitan comer
utilizan sus dientes. Esos dientes microscópicos, de acuerdo, pero ahí están.
Nada más y nada menos que veinte mil dientes. Y yo voy a utilizarlos todos. Me
voy de casa. Comprendí que tú eres esa concha que me oprime.
Un portazo, y sale a la
calle, feliz. El sol aprieta más y él lo disfruta. Siente como si en verdad, una
“concha pesada” cayese. Hoy es el primer día de su nueva vida. De su
maravillosa y perfecta nueva vida.
(Hasta los caracolitos
diminutos y lentos, disponen de veinte mil dientes listos para usar cuando es
necesario)
me quede con los 20000 dientes no lo sabia!!!
ResponderEliminarel text precioso para pensar
A mi me pasó igual cuando lo leí por pura casualidad. Y por supuesto, nació el cuento, porque me hizo pensar precisamente en eso, en que por muy pequeño que seas jamás deben subestimar tu poder, ja ja. Un beso muy fuerte Abbie :)
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