Cuenta la leyenda…
que en las noches cálidas de verano de aquel pequeño pueblecito de montaña, se
la podía ver los días de luna llena.
Cuenta la leyenda que se la veía
paseando por el monte, con su larga cabellera suelta y su vestido de color
azul. Incluso, cuenta la leyenda, que por donde Noelia, la dama azul, pasaba… una ligera brisa siempre soplaba
haciendo que su pelo y su vestido ondulasen al viento. Así como sus deseos y
conjuros…
Quizás,
sólo quizás… debería contaros la historia desde el principio…
La pequeña Inés se
sentía cohibida. Allá donde iba era señalada y llamada “la bruja”. Su madre,
Olga, una mujer de bellos rasgos, larga cabellera negra y grandes ojos rasgados
de color azulado… era bruja. Olga había asistido a más de un parto en aquella
recóndita aldea entre las montañas separada del mundo. También había curado más
de un hueso roto, más de un corazón roto, más de una vida rota.
Sin embargo, la gente
de la aldea la respetaba y temía a partes iguales. Había quien juraba haber
visto a la mujer bailar desnuda a la luz de las llamas de una hoguera mientras
conjuraba contra algún joven del pueblo que la había rechazado… a lo que ella
respondía… “Fum, fum, fum, ¿qué quieres tú?, fum, fum, fum, azul, azul, azul…
fíjate bien, esto eres tú…”
Lo que si era más que
comprobable, era su afición a las plantas, a la sanación a través del uso de
las mismas, y a la inquebrantable voluntad de la mujer a pesar de su edad,
consiguiendo cosas “imposibles”.
Sus
aceite para masajes eran conocidos en toda la comarca y al parecer sus manos
eran mágicas en casos de dolor de articulaciones, dislocamiento de huesos,
torceduras… incluso al parecer era bastante efectiva en la preparación de
ungüentos para quemaduras y potingues para aliviar resfriados, gripes y otras
afecciones más graves del aparato respiratorio o digestivo. Se comentaba además
que más de un niño de la aldea había nacido gracias a ella, ya que también era
experta en brebajes para ayudar a la fertilidad.
Y un día, Olga
encontró el amor. Un joven de la aldea desafió a todos y le propuso matrimonio,
propuesta que fue aceptada, y de la que nació Inés, que fue una niña
especialmente “corriente” que huía de todo lo relacionado con brebajes,
hechizos y teorías de magia. Hasta que creció y ella misma encontró el amor. Se
enamoró, hasta la médula, de un hombre obsesionado con tener una descendencia
que no llegaba.
De esta forma, Inés
acudió a su propia madre a solicitar ayuda y ésta le fue concedida. De forma
milagrosa, quedó encinta. De su vientre surgió un bebé de cabello negro azulado
y ojos rasgados del mismo color. Nada más nacer, la pequeña recién nacida, que
se llamaría Noelia, sonrió al médico y agitó su manita haciendo levitar algún
que otro objeto del centro de salud y ganándose la enemistad y el temor de
aquellos que observaron el fenómeno ante la atónita mirada de su ya
aterrorizada madre.
A partir de ahí, su
abuela, Olga, decidió alejarse de la aldea. La ignorancia y el miedo humano, le
causaba pesar a su corazón. Y por ello, decidió aislarse de todos. Su esposo
murió y ella solo tenía a su hija, Inés, que tenía miedo de lo que ella era. Y
a su nieta, que tan solo era un pequeño bebé, con un destino… que no podía
explicar aún.
Sólo algo venía a su
mente… “Fum, fum, fum, ¿qué quieres tú?, fum, fum, fum, azul, azul, azul…
fíjate bien, esto eres tú…”
Los años fueron
transcurriendo, y Noelia creció, y de qué manera. Su cabello era una
conjugación de rizos negros y azulados que bailaban al son de sus caderas. Sus
ojos tenían una intensidad que hacían temblar a quien la mirase de forma
directa. Era resuelta, decidida, inquieta, y mágica. En las noches de luna
llena, se veía a sí misma dirigirse al bosque y bailaba, bailaba como alma
feliz al son de una gaita imaginaria y agitaba su cuerpo en armonía con las
montañas y las estrellas. Bailaba y se contoneaba hasta un extremo de
extenuación, caía rendida en la hierba, en el bosque que la acogía, y se sentía
llena de vida y de poder…
Se dirigía al
arroyuelo y se desnudaba, danzando con el agua y retando a las estrellas,
nadaba, como una sirena… y resurgía a pesar de los comentarios y rumores.
Pero la gente de la
aldea se alejaba de ella, pues se decía que era la generación de brujas que más
poder tenía en su familia. Ella reía de esos comentarios y hasta se atrevió a
intentar convivir con la gente de la aldea. De espíritu jovial y despreocupado,
solo había algo que le diese paz real a su corazón. Visitar a su abuela Olga.
Allá en mitad de la nada, en un lugar, donde solo ella podía llegar…
Y se hizo mujer… Creció
fuerte y sana. Había heredado de su abuela el interés por la naturaleza y la
habilidad para tomar de ella lo que necesitaba. Se había convertido en una
joven hermosísima de larga cabellera negra como el carbón. Conocía todas las
pócimas, ungüentos y trucos de su abuela. Estaba sobradamente preparada para
ayudar a quién quisiese aceptar su ayuda. Tenía las ideas claras y la mente
despejada. No tenía miedo de nada ni de nadie. Su abuela le había enseñado
también eso.
La gente de la aldea la
observaba, alucinados. Su belleza, su porte, su cara… los jóvenes sólo sentían
admiración, despertaba envidia en las muchachas. Pero la gente mayor del
pueblo… era otra cosa. De momento se corrió la voz de que “la bruja” había
vuelto. Hubo incluso quien dijo que ella era Olga, que con los años había ido
rejuveneciendo en lugar de envejecer.
Noelia no se
acobardó. Al contrario, sonreía a todo el mundo como si les conociese de toda
la vida e hizo algo totalmente inesperado. Montó una tienda de remedios caseros,
velas, colgantes y abalorios.
Al principio, nadie
entraba en la tienda. Supersticiones, miedos, recelos, y… curiosidad, hicieron
que poco a poco, la gente de la aldea cediera. Primero fueron los jóvenes.
Querían ver si Noelia vestía de negro y llevaba un extraño sombrero. A la joven
le hacía gracia este detalle, pues leía sus pensamientos y sabía lo que
buscaban. Cada día vestía un color distinto, jamás negro… y muchas veces, su
favorito, el azul. Como el nombre de su tienda, “Azul”.
Poco a poco, los
mayores empezaron también a entrar y comprar ungüentos para la artritis, bebida
para el cansancio… No iba demasiada gente, pero al fin y al cabo, iba alguien
de vez en cuando y Noelia era paciente a pesar de las advertencias de su
abuela.
“Fum, fum, fum, ¿qué
quieres tú?, fum, fum, fum, azul, azul, azul… fíjate bien, esto eres tú…”
Una mañana, al llegar
a la tienda, la puerta se había atascado. Noelia podría haberla movido con
ciertas “artes”, pero presintió alguien cercano, alguien que la observaba con
interés, con muy buen interés, que a ella le era satisfactorio. Un hombre que
pasaba por allí se acercó a ayudarla.
Nada más verle, la
joven sabía que aquel hombre era a quien esperaba. Y, evidentemente, debió contagiarle el
sentimiento porque él la miró como si la hubiese estado buscando toda su vida. De
esta forma, Santiago, quedó prendado de “la bruja de la aldea” de una forma
irremediable y estupenda.
Él venía desde muy
lejos. Estaba haciendo un viaje por los pueblos y aldeas de la montaña. Era escritor
y quería recaudar datos para una novela. Pero al ver a Noelia, decidió que
quizás había encontrado el lugar donde quedarse para siempre.
Amor a primera vista.
Santiago y Noelia estaban enamorados hasta la médula. Y el amor es contagioso.
Curiosamente, el pueblo amaneció una mañana lleno de pétalos de rosa. Otra
mañana, amaneció lleno de claveles. Brisas de azahar y jazmín. En la pequeña
tienda de Noelia los artículos afrodisíacos y los perfumes y velas se vendían
como nunca. El pueblo entero parecía estar viviendo una intensa historia de
amor.
Y de ese amor, Noelia
quedó embarazada. El séptimo mes de embarazo, en el día siete del séptimo mes
del año, nació su hija, Esmeralda. La gente del pueblo retomó los miedos y las
supersticiones dejando a Noelia, a su tienda y a su pequeña al margen de todo,
y todos.
Por primera vez en su
vida, Noelia montó en cólera. Se enfadó tanto que se encaró a la gente de la
aldea con lágrimas en los ojos. A pesar de estar en el mes de julio, unas nubes
cubrieron la aldea y llovió durante días y días sin descanso. La gente estaba
asustada. Perderían sus cosechas y además tenían miedo, pues los truenos y
relámpagos se habían adueñado de la aldea y no parecían querer marcharse jamás.
Hasta que… una mañana,
de pronto, dejó de llover y salió el sol. Pero ya no había rosas, claveles, o
jazmines por las calles. Ahora hacía un calor insoportable y las hojas de los
árboles comenzaron a caer como si ya fuese otoño.
Los aldeanos tenían
miedo. Los más ancianos decidieron ir al bosque para comprobar si Olga aún
vivía y pedirles consejo contra su propia nieta.
Y así habría sido,
hasta que a lo lejos, un fuerte grito desgarrador llenó todo el espacio.
Un grupo de pequeños
que habían escuchado hablar a sus padres, se dejaron llevar por su ímpetu y
decidieron “buscar a la bruja”. Para ello, tomaron el viejo puente, aquél viejo
y carcomido que ahora se había desprendido bajo el peso de aquellos niños
dejando a todos ellos colgando de travesaños podridos que amenazaban con
despeñarlos al vacío. Un vacío que los acogería, pero no les devolvería con
vida.
La gente corrió
desesperada, gritos, llanto, confusión. Noelia que daba el pecho a su pequeña,
escuchó los gritos y presintió el peligro. Santiago la miró durante una
fracción de segundo y Noelia y él corrieron despavoridos al exterior con la
pequeña en sus brazos. Al llegar al lugar de los hechos, vieron con horror como
aquellos niños estaban a punto de caer al vacío y morir. Los más jóvenes
intentaban llegar pero sus brazos eran cortos y su peso elevado.
Como si de una sola
mente se tratase, Noelia entregó a su pequeña a uno de los aldeanos que miraban
impotentes lo que acontecía y corrió junto a Santiago al lado del puente. Ya
había gente que se acercaba con cuerdas y Santiago que era bastante fuerte ató
una de ellas al tronco de un gran árbol mientras Noelia se acercaba al primer
niño del puente.
-¡Tenéis que hacer
una cadena humana!- les gritó Noelia con todas sus fuerzas.
-¡Venga tontos
estúpidos! ¡La vida de vuestros hijos está en peligro! ¡Unid vuestras manos! Yo
bajaré, peso poco y soy ágil. Santiago me sostendrá. ¡No es hora de miedos! ¡No
puedo hacer hechizos! ¡Unamos nuestras manos!
Una de las madres de
los pequeños se tumbó en el suelo tirando a otra madre y agarrándola por los
pies. Rápidamente todo el mundo se dio cuenta de lo que pretendían hacer.
Juntos, unos con otros hicieron la cadena humana más larga posible. Al final de
esta cadena, Noelia se estiraba e iba cogiendo a los pequeños que llorosos y
asustados iban calmándose con sus dulces palabras e iban ascendiendo por esa
cadena hasta llegar arriba.
Poco a poco, lenta,
pero inexorable, los fue sacando a
todos. Sólo quedaba una pequeña, Elena. Noelia la recordaba bien, era una niña
especialmente sensible al temor a las “brujas”. La niña temblaba mucho, y las
manos le sudaban hasta tal punto que ya no podía sostenerse y se dejó caer. Un
silencio tremendo se hizo en el lugar, hasta los pájaros parecían haberse ido a
otro sitio. Elena iba a morir.
Noelia pensó en su
pequeña, y pensó en la madre de aquella criatura. Se lanzó tras ella y
consiguió asirla por los pies.
-
¡Suéltame!,
¡Suéltame!- gritaba la pequeña.
La gente no
respiraba. Sin saber muy bien cómo, Noelia consiguió atrapar a la niña por la
cintura y juntas cayeron al agua. Notó un golpe en una pierna pero siguió
sujetando a la pequeña con todas sus fuerzas. Nadó como pudo hasta que llegó a
la orilla, justo donde estaba la cabaña de su abuela que las esperaba allí
mismo, como si supiese lo que iba a ocurrir.
Alguna gente de la
aldea comenzó a llegar corriendo. Entre ellos Santiago. Al llegar, Noelia
sangraba en una pierna y su abuela le lavaba la herida. Aún no había soltado a
la pequeña que la miraba embelesada, escuchando sus dulces palabras de aliento
y consuelo, dándole ánimo y espíritu de lucha, a pesar del rechazo de la
pequeña. Aliento, aliento y calidez eran las mejores aliadas, pensó.
-
¡Elena,
Elena! – gritó la madre de la niña llorando y corriendo hacia ella.- ¿estás bien
hija mía?
-
Sí
mami- contestó la confundida pequeña- me ha salvado mi ángel.
La madre de la
pequeña abrazó a Noelia como si en ello le fuese la vida dándole las gracias
una y otra vez. Poco a poco, el resto de la aldea fue llegando y acercándose a
ella rodeándola. Todos los rostros solemnes, incluso amenazadores en primera
instancia, hasta que de forma lenta, pero tajante, uno a uno, y uno tras otro, todos
empezaron a aplaudir.
Poco más puedo
contaros ya.
La gente aceptó a
Noelia y su familia, no como a una bruja, sino más bien como al ángel que había
dicho Elena. Olga pudo al fin, antes de morir, comprobar que la gente de la
aldea las respetaba y contaban con ellas. La naturaleza parecía estar en plena
armonía con Noelia. La vida le sonreía, y Esmeralda era totalmente aceptada y
querida por todos.
Los años pasaron.
Noelia envejeció y murió. Pero al parecer, y según cuenta la leyenda, su
espíritu quedó para siempre en el lugar. Adoraba la luna llena y los días en
que ella brilla, hay quien dice que se la puede ver paseando por el bosque,
joven, hermosa, con su larga cabellera negra y su vestido azul ondulantes al
viento…
“Fum, fum, fum, ¿qué
quieres tú?, fum, fum, fum, azul, azul, azul… fíjate bien, esto eres tú…” se
escucha por el lugar… mientras una joven hermosa y plena… Esmeralda se llama,
estudia conjuros y hechizos que pueda danzar bajo la luna mágica… “fum, fum,
fum, ¿qué quieres tú?, fum, fum, fum, azul, azul, azul… fíjate bien, tú eres,
solo quien tú quieres ser…”
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