Las sombras de la noche
acechan mientras Mónica corre a través de la arboleda. Al fin, se detiene ante
su objetivo. Tras un último vistazo a su alrededor para asegurarse de no ser
descubierta, empuja con suavidad la puerta de madera del viejo caserío, lugar
que hasta hace poco, fue el hogar de tía Angustias y su propia abuela.
Unas semanas antes, ambas
mujeres, se habían visto obligadas a abandonar el lugar debido a su mal estado,
trasladándose a la gran casa familiar de Mónica, dando lugar a ciertos
conflictos, ya que la abuela era demasiado estricta con respecto a los horarios
y costumbres de la joven.
Sin embargo, la noche
anterior, Mónica, vio ante sí la solución. Tía Angustias, le confesó, tras
ingerir algunas “gotitas” extras de jerez en su café, que su abuela tenía trapos sucios. Y le habló de
este viejo caserío, testigo de una tórrida historia de amor prohibida. Una
pasión protagonizada por la dulce anciana y un misterioso caballero casado. La
anciana también confesó que la boba de su hermana había dejado escrito un
pequeño diario de aquel pecado, y que éste había sido celosamente escondido. Tras
unos sorbitos más, y antes de caer en un sueño intenso, tía Angustias le rebeló
donde ocultaba su hermana los objetos de valor.
Ahora, ella se haría con
el diario y la abuela la dejaría en paz. Con sigilo sacó la pequeña linterna
que llevaba oculta en el bolsillo de su cazadora y rastreó la estancia. Sabía
lo que buscaba. Una vieja tabla suelta bajo la alfombra del centro. Resuelta, se dirigió al lugar en cuestión, levanto
la mencionada tela y extasiada, comprobó que una tabla crujía. Se sentó como
una niña pequeña ante un juguete que hay que desmembrar, y estudió como
levantar la madera. Hasta que lo consiguió, escuchando un clic que la hizo feliz.
Despacio, levantó la tabla y observó una pequeña tela polvorienta que envolvía
algo. Al tomarla en sus manos comprobó que en su interior había lo que prometía
ser un pequeño librito y saboreó su éxito. Desenvolvió lo que parecía su tesoro
y acarició aquellas viejas pastas de cuero negro. Con manos temblorosas por la
emoción, se dispuso a abrir la cubierta... cuando de pronto, la luz de la
estancia inundó el lugar.
- ¿Quién anda ahí?..
- ¡Si
eres un ladrón, deberías saber que soy fuerte como un toro! – se escuchó la voz
clara y firme de tía Angustias.
Mónica se quedó sin
aliento al verse descubierta y solo articuló a ocultar el diario bajo sus
piernas, moviendo su cuerpo para ocultar la tela levantada.
- ¿Mónica?, ¿Eres tú, jovencita? – preguntó la anciana sorprendida.
- Hola tía, sí, soy yo.
- ¿Se puede saber qué
demonios haces aquí a estas horas de la noche? ¿Te ha enviado la cascarrabias
de mi hermana a buscarme?
- ¡No!, ¡No tía!, ella no
sabe que estoy aquí… Y ya me iba… todo estaba oscuro...pensé que no había
nadie…
- La luz es un derroche.
Yo veo perfectamente a pesar de mis años. Conozco cada recoveco de este
mausoleo. Pero tú puedes hacerte daño muchacha. Deberías haber encendido la
luz.
La mente de Mónica quería
funcionar a marchas forzadas. Una idea germinó en ella.
- Pensé que tal vez
necesitaríais ayuda para terminar de llevaros vuestras cosas a la casa grande.
- Eres encantadora
querida. Tu ayuda me vendrá muy bien. – sonrió la anciana.
Mónica empezaba a sudar y
sentía el borde del diario clavándose en su piel, mientras, la anciana se acercaba
más a ella y observaba la alfombra enrollada en una posición anómala.
- ¿Y vas a ayudarme ahí
sentada? – le gritó.
- ¡No! ¡Claro que no, tía!
Es que… he tropezado.
- Los jóvenes sois
patosos. En fin, no importa. ¡Levántate y ayúdame! He venido por Tobías. Con las prisas de la marcha, le olvidé. Y me
aburro. Le necesito.
- ¿Tobías?- preguntó la
joven intentado ocultar mejor el diario bajo la alfombra. - Mi mascota. Es preciosa,
creo que nunca te lo mostré. Tu madre no me deja tener gatos o perros. Tu madre
es demasiado seria y estricta. Pero tu abuela y yo cuidaremos de ti, querida,
ya verás. Y no te preocupes por Tobías. Es pequeño y pasará inadvertido en el
lugar correcto.
- ¿Qué clase de animal es
Tobías? ¿Un pez, quizás?- pensó la joven riéndose de su propia determinación.
¿Quién pondría Tobías a un pez?
Un ligero cosquilleo en su
mano derecha empezó a molestarle.
- ¿Un pez? No seas boba y
deja de disimular muchacha. Seguro que te hablé de Tobías y por eso has venido
a buscarlo. ¡Ah! Pero él te ha encontrado a ti, míralo, está en tu mano.
La muchacha miró la mano y
observó aterrorizada como una tarántula ascendía por ella dirigiéndose a su brazo.
Absorta gritó con todas sus fuerzas lanzando a
aquél pequeño monstruo hacia el aire y viendo como aterrizaba sobre una
de las viejas cortinas.
- ¡No grites condenada!
¡Le asustarás!
- ¡Tobías es una
tarántula!
- ¡Pues claro! Ya te lo
dije. Estos jóvenes… venga, ayúdame a cogerla. Es fácil… solo hay que tenderle
la mano, con cuidado, así… Bien jovencita, ya podemos irnos.
Temblando, la joven observó
como la anciana llevaba a aquél bicho olvidando el pequeño librito enrollado en
la alfombra.
- Tía…
- ¿Sí querida?
- ¿Por qué le pusiste
Tobías?
- Ah, no te lo vas a
creer. De joven, tu abuela la intachable, tuvo un romance con el alcalde, el
señor Tobías Méndez. Era muy guapo, mujeriego y casado. Tu abuela se enamoró
como una loca.
La anciana suspiró y Mónica
la miró alucinada.
- Tu abuela lo pasó mal
cuando él la dejo. El pobre, murió joven, pocos días después de dejar a tu
abuela, ahora que lo recuerdo. Hay quien dice que su mujer le ayudó a morir.
Pero yo no lo creo. Parece ser que fue mordido por algún tipo de animal
exótico.
Mónica se quedó relegada
en el sitio mirando a su tía incrédula. ¿No le había dicho su madre que en el
pasado, su abuela y tía Angustias eran criadoras de serpientes y otras especies
“exóticas”?
Miró a Tobías y tragó
saliva. Al regresar su vista al rostro de tía Angustias descubrió en él una
extraña sonrisa…
¡Vaya abuelita! :D
ResponderEliminar¡Vaya abuelita! :D
ResponderEliminarJa ja ja, si Cristina, una dulce y cariñosa abuelita amante de las especies exóticas. Un beso
ResponderEliminar