Cuando Ariadna era
pequeña le gustaba tumbarse en el césped del parque y mirar al cielo. En
cuestión de segundos, las nubes comenzaban a cambiar de forma y hasta de color,
transformando sus esponjosos cuerpos, y
adquiriendo la forma de un elefante, flores, paisajes y hasta rostros
que la observaban y le susurraban palabras. Palabras que ella luego
transcribía, pues su sueño, ser escritora algún día.
Conforme crecía, su
vocación aumentó. Su vocación y sus responsabilidades. Sus padres no tenían
recursos económicos para financiar sus estudios universitarios, y éstos fueron
sufragados por su abuelo, Tobías, famoso abogado de prestigio y fundador de un
importante bufete civil.
Tobías soñaba con que
su nieta le acompañase y heredase su legado, y así se lo hice saber desde el
principio. La joven, aparcó sus sueños de ser escritora y se concentró en ser
una buena abogada y especializarse en temas que pudiesen ayudar a sectores
marginados. Llegó incluso a encontrar tiempo para trabajar de forma voluntaria
en una especie de albergue juvenil, donde se prestaba servicio de guardería
gratuita para personas necesitadas.
Y allí es donde
conoció a Lisa. Su comportamiento le llamó la atención desde el principio, pues
la pequeña, que tendría unos cuatro años de edad, se sentaba en una esquina a
observar al resto de niños, pero sin relacionarse con ellos. Sin jugar. No era
algo propio de su edad, y el centro decidió promover unos estudios médicos para
determinar si tal vez la pequeña sufriese algún tipo de deficiencia o trastorno
mental. También pensaron en un psicólogo, ya que la pequeña había sido adoptada
hacía muy poco tiempo y tal vez ello la incitase a esa conducta.
La nueva madre de
Lisa, Carol, trabajaba en la misma guardería y la llevaba con ella para que se
relacionase con los demás niños, pero aun así, era un intento inútil.
Ariadna visitaba el
centro los miércoles por la tarde y algunos viernes por la mañana. Al ver la
actitud triste de la pequeña sintió la necesidad de informarse sobre ella y
para ello consultó precisamente con Carol. Ésta le contó apenada que tenía
miedo de perderla, que estaba desesperada. Lisa llevaba ya con ella y su marido
casi tres meses y no reaccionaba. Tenían miedo de que los servicios sociales se
la llevaran si veían que la niña no era feliz.
Empujada por un
impulso Ariadna se acercó a la pequeña.
-
Hola,
soy Ariadna. ¿Y tú?
No obtuvo respuesta,
así que decidió intentar algo diferente y se sentó junto a ella para observar
lo que ella miraba.
-
¿Te
gusta ver a la gente? Es divertido ver cómo juegan, pero seguro que es mejor
jugar con ellos ¿no crees?
Siguió sin obtener
respuesta, pero se quedó junto a ella durante casi media hora. Allí sentada a
su lado, sin más. De esta forma, y durante varias semanas, Ariadna intentaba
contactar de alguna forma con Lisa, pero el resultado seguía siendo negativo.
Incluso la pequeña parecía no notar tan siquiera su presencia.
Aquella tarde de
miércoles, la joven decidió probar algo distinto. Se sentó al lado de Lisa,
pero esta vez no intentó hablar con ella. Sentándose a su lado, emitió un ruido
con la garganta, como si fuese un animal. La pequeña se asustó un poco y giró
la cabeza hacia Ariadna, como si ésta fuese una especie de bicho raro. Al
mirarla vio que Ariadna sujetaba una goma de borrar y un lápiz en sus manos.
-
Grrrrrr.,
¡Te comeré pequeña goma!- Dijo Ariadna a la goma, como si ella fuese el lápiz.
-
No
te dejaré gran lápiz. Eres largo y tienes una punta afilada, pero yo borraré
todo lo que tu hagas.- Volvió a decir Ariadna simulando una voz diferente.
Lisa la observaba
embobada. ¡Qué tontería! Pero no podía dejar de observarla.
-
¡Lucha
conmigo pequeña goma, si es que te atreves!
-
¡Claro
que si, lápiz malvado! ¡Buscaré un aliado!
En esto Ariadna cogió
un sacapuntas de un estante y lo colocó entre la goma y el lápiz.
-
¡Señores!.-
dijo con voz de sacapuntas.- ¡Ya está bien! ¡Os enviaré a ambos al calabozo de
la escritura y seréis castigados!
Lisa
sonreía. Por primera vez miraba algo diferente a los demás niños que se habían
ido acercando poco a poco para escuchar la historia de Ariadna. Durante casi
una hora los tuvo entretenidos y Lisa la miraba tímidamente, aunque no quiso
participar como los otros niños. Ariadna no se rindió, se sentía eufórica, pues
por primera vez había conseguido despertar una reacción en la pequeña.
El siguiente día que
fue se llevó unas cartulinas de colores, tijeras, pegamento… Se sentó junto a
Lisa y empezó a crear formas y figuras e iba pasándo trozos de cartulina a
Lisa.
-
Mira
pequeña. ¿Verdad que esto parece papel? Pues no es así, es un castillo
encantado y estos son sus habitantes… fíjate…¡oh! Aquí hay una princesa que
quiere llamarse como tú.
-
Me
llamo Lisa.- habló por primera vez la pequeña. Ariadna casi se muere del susto.
-
Bien,
pues le llamaremos princesa Lisa.
Y así fue como
Ariadna comenzó a hacer que Lisa hablase bajo la atenta y sorprendida mirada de
Carol y de varios voluntarios del centro. Algunos días llevaba cuentos y leía
historias, otros, la mayoría, ella inventaba
los cuentos al hablar con los niños. La imaginación de Ariadna volvía a
resurgir tras tanto tiempo dormida y Lisa parecía disfrutar a cada segundo de
cada detalle de esa imaginación. Sin tan siquiera saber cómo, la chiquilla
empezó a participar en sus juegos. Carol no daba crédito a lo que veía, pues en
casa, o los días en que Ariadna no iba al centro, Lisa seguía siendo aquella
niña callada y ausente.
Sin darse cuenta,
Ariadna pasaba cada vez más y más horas en el centro, ya que Lisa llenaba su
pensamiento día y noche. Hasta que su abuelo le hizo una llamada de atención
pues estaba descuidando su trabajo en el bufete. Agobiada por el tema económico
y por la angustia de defraudar a su abuelo, decidió volcarse en su trabajo
durante unas semanas, aun sabiendo que permanecería alejada de Lisa.
Al cabo de unos dias,
Carol se presentó una mañana en el bufete, y rogó hablar con Ariadna.
- Ariadna.- sollozó
Carol.- necesito que visites a mi Lisa.
- Lo haré en cuánto
pueda Carol. Casi pierdo mi trabajo porque fui ampliando las horas que dedicaba
al albergue. Disfrutaba tanto con Lisa que perdí la noción del tiempo y me han
llamado la atención en el trabajo. No puedo defraudar a mi abuelo. ¿Entiendes?
Si quieres, puedo visitarla en vuestra casa al salir de trabajar, pero te aviso
que a veces, es algo tarde.
- Lisa está
ingresada.
- ¿Cómo? ¿Qué ha
ocurrido?
- Cuando tú dejaste
de ir al albergue, Lisa se fue apagando poco a poco. Al principio giraba la
cabecita hacia la puerta esperando tu llegada. Después de varios días dejó de
esperar y volvió a ser la de antes. Volvió a apartarse de todos y se cerró en
si misma. Ayer no conseguía despertarla. Tenía fiebre y al llevarla al pediatra
me dijo que tenía que ingresarla. No saben de donde viene la fiebre, pues
supuestamente no hay ninguna infección. Por favor Ariadna, estoy segura de que
si te ve mejorará.
Ariadna anuló las
citas que tenía para el resto del día y explicó a su abuelo que tenía que ir al
hospital, que era importante. Él mismo decidió llevar a ambas mujeres al
hospital.
Al llegar, Ariadna
sintió un nudo en la garganta. En la habitación de la pequeña había cinco niños
más. Todos jugaban a pesar de tener sueros colgados y vendas. Todos menos Lisa
que miraba el techo. Ariadna colocó las manos haciendo la forma de un conejo y
las puso en el ángulo de visión de la pequeña.
-
Hola
Lisa. Soy Conejito.
Lisa volvió su rostro
hacia Ariadna e hizo algo totalmente inesperado. Abrazó a la joven con todas
las fuerzas que sus pequeños bracitos tenían y rompió a llorar desconsoladamente.
-
No
me dejes Ariadna. No me dejes tú también.
La
joven se quedó sin aliento, al igual que su madre.
-
Pequeña…
¿qué dices? Nadie te ha dejado, mira, Carol está aquí.
-
Carol
es buena, muy buena, yo la quiero mucho. Carol dice que es mi mamá. Y Julio
dice que es mi papá. Y son muy buenos y los quiero mucho. Pero tú me haces
castillos y matamos malos y soy princesa y no pienso que me dejen solita otra vez. Carol y Julio quieren
hacer como tú, pero no les sale.
-
Dios
mío pequeña. Papa y yo nunca te dejaremos.- le dijo Carol abrazándose a ella
-
Oh
pequeña.- le dijo Ariadna.- no tenía ni idea de que te sentías así.-
¿Cómo había sido tan
estúpida? En ése momento recordó que Carol la informó de que la pequeña había
sufrido mucho y en su día, fue abandonada. Sintió que la niña había vuelto a
revivir esa angustia. Sintió deseos de llorar. Pero no. Le debía a Lisa algo muy
distinto.
Allí mismo improvisó
un escenario, con juguetes varios, globos, vasos de plástico y algún que otro
trozo de venda inventaron historias de caballeros y de sueños. Todos los chicos
de la habitación participaron activamente. Tobías quedó impresionado. Hacía
años que no veía a su nieta feliz, se la veía radiante, guapa, eufórica. Al
cabo del rato, debieron abandonar la habitación, no sin antes prometer a Lisa
que Ariadna volvería al día siguiente.
Un señor se mediana
edad con bata blanca de doctor se les acercó.
-
Disculpen,
soy el doctor Méndez.- dijo ofreciendo su mano a la joven en primer lugar y
posteriormente a su abuelo.
-
Encantada
-
No
he podido dejar de ver lo que ha ocurrido en la habitación hace un momento.
Usted tiene magia. Los niños han entrado en su mundo de fantasía y por un
momento se han olvidado de que esto es un hospital y ellos están enfermos.
Todos formaban parte de su ilusión. Es usted fantástica.
-
Gracias.
No se que decir.
-
No
diga nada. ¿Tiene usted trabajo? Porque si no es así, no lo dude, en este
hospital tiene trabajo, se lo aseguro. Acaba usted de hacer algo mucho mejor
que una entrevista, nos ha hecho a todos una demostración práctica indudable.
-
Gracias,
es usted muy amable. Soy abogada y ejerzo en un bufete. Pero gracias.
-
Tenía
que intentarlo.- les dijo a ambos apesadumbrado.
Al subir al coche,
Tobías estaba en silencio, pensativo. Y no arrancaba el motor.
-¿Pasa
algo abuelo? Siento haberte entretenido tanto tiempo. Recuperaré estas horas
hoy mismo.
-
El que lo siente soy yo cariño. Tenía tanta ilusión con que alguien de mi
familia continuase mis pasos que no pensé con claridad. Te arrastré hacia mi sueño sin pensar en lo
que tú querías y necesitabas. Jamás debí hacerlo Ariadna. Eres muy buena
abogada, pero tu mundo es otro. Jamás te he visto tan feliz como hace un
momento con esos niños.
-
Abuelo…
-
Siempre tendrás un lugar en el bufete. O casi siempre, porque ahora estás
despedida. Si yo estuviese en tu piel, aceptaría el trabajo que acaban de
ofrecerte hace un momento.
Ariadna miró a su
abuelo boquiabierta y le vio sonreír sinceramente. ¡Se lo decía en serio! De
pronto se sintió ligera, llena de vida, ilusionada…
-
Abuelo,
¿sabes qué? Tengo que aceptar un trabajo. Luego te invito a cenar, ya no eres
mi jefe y puedo hacerte la pelota.
Ambos rieron.
Ariadna comenzó a
trabajar en el hospital. Trabajaba unas horas como animadora a media jornada.
El resto del tiempo lo empleaba en escribir. Retomó sus viejos hábitos y empezó
a publicar cuentos y obras de teatro para niños. En poco tiempo se hizo famosa,
pero no dejó de ir al hospital. Ahora lo hacía como voluntaria, no tenía
horarios, pero cada semana pasaba al menos un par de días por allí y hacía reír
a los niños.
Lisa perdió el miedo
a que la abandonasen. Fue atendida por un psicólogo infantil que consiguió
ayudarla con ese dolor que llevaba por dentro a pesar de su corta edad.
Esteban, que así se llamaba el psicólogo, consiguió con la ayuda de Ariadna que
Lisa se abriese y disfrutase de la vida y de sus padres adoptivos.
Al
final va a ser cierto que la imaginación puede ser un fiero guerrero. En esta
vida hace falta fantasía, ilusión... y así, afrontar con fuerza el día a día.
¡A perseguir los sueños!
ResponderEliminar¡Siiiiiii! Lo mejor de soñar es luchar por hacerlos realidad. Un beso Cristina
ResponderEliminarAsi es chicas siempre a perseguirlos! un beso
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