Es tan agradable esta sensación.
Aletargada en el espacio continuo tiempo, ajena al exterior. Observo como todo
se detiene. Es tan singular y tan mágica a la vez esta falta de percepción de
lo que te rodea, que tal vez por ello sea tan difícil de conseguir.
A
pesar de mi aislamiento, recibo con agradable quietud esa imperceptible brisa
que me acaricia el rostro. Mis párpados permanecen cerrados y el resto de mis
sentidos se han confabulado entre ellos para unirse en un perfecto equilibrio y
dejar que el mundo continúe sin mí.
Durante
una fracción de segundo, acude a mi mente el recuerdo algo borroso de un curso
que hace años practiqué. Era un curso de meditación, a través del cual aprendes
a fortalecer la mente, la separa de su cuerpo, se aísla, se concentra en el
interior humano, deja la mente en blanco. ¿Es ello posible? Si alguien nos dice
que no pensemos en un elefante rosa, todo él inundará nuestra mente. Si alguien
nos induce a no pensar en un limón y además añade la palabra “agrio”, no sólo
nuestra mente dibujará el contorno y forma del cítrico mencionado, sino que en
el interior de nuestra boca la saliva comenzará a multiplicarse a fin de
contrarrestar el sabor ácido.
Realmente,
nuestra mente tiene un poder mayor del que le asignamos. Estamos tan ocupados
en nuestro día a día, que no nos detenemos a calibrar esta importante faceta de
nuestra vida. ¿Cuánto poder tenemos en realidad? ¿Hasta dónde podemos llegar?
Por
ello, hoy, llevo a mi cabo mi ejercicio de auto conocimiento a un nuevo nivel.
En primer lugar, experimento una relajación. Soy consciente de mi cuerpo. Me
detengo en el aquí, en el ahora, y compruebo que toda yo estoy aquí. La
temperatura interior es agradable, si bien hace algo de calor en el exterior,
el habitáculo donde me encuentro está fresco y huele de forma agradable.
Recuerdo
que mis pies están ahí. Muevo despacio los dedos y después soy consciente del
lugar donde se encuentran mis tobillos. De esta forma, voy visualizando en mi
mente, tomando conciencia de mis piernas, brazos, tronco, mi cabeza, mi boca,
nariz, ojos… y llego a ese espacio que contiene la sabiduría de un ser. Mi
mente. Una posición cómoda, no pensar en nada. Aislar el pensamiento que
llegue… no pensar, no pensar…
El
zumbido de una mosca revoloteando a mi alrededor hasta que termina posándose en
mi mejilla, me molesta. Es inquietante saber qué tienes ese molesto insecto
sobre ti. ¿Cómo conseguir un óptimo nivel de concentración? Durante un
instante, rompo mi quietud y con la mano la asusto. Pero volverá. Lo sé. Las
moscas fueron creadas por algún ser que odiaba la meditación. Regresará y me
molestará con sus patitas diminutas y sus alitas pequeñas. No dejará de molestarme, hasta que consiga expulsarla o aplastarla. ¡Oh, no! ¡No
puedo pensar en un aplastamiento, ni en una mutilación! ¡Se trata de conseguir
el nivel superior de meditación!
La
respuesta debe ser más sencilla. Cuando consiga meditar, no notaré la presencia
de este insecto. No hay más que pensar en la India, donde la meditación es una
especie de rutina diaria para muchos, y sin embargo, moscas haberlas, las hay.
Es
tan diminuta y tan molesta a la vez. Entonces respiro y noto que el fresco
ambiente ha sido inundado por otra fragancia, también fresca, pero más intensa.
Antinatural. Huele a limón. Y no estoy imaginando el mencionado cítrico, aunque
me trago la saliva de más. Huele a insecticida de limón. Uf. No debería de alegrarme de una
muerte, pero es hermoso pensar ahora en que ella se marchará volando a otra
parte o morirá en esta habitación. De cualquier forma, sus molestas patitas y
alitas, dejarán de importunar mi profunda reflexión sobre la vida.
Continuaré
con mi meditación profunda. Se trata de no pensar. Y no lo haré. No debo
hacerlo, aunque estoy algo incómoda con este vientre abultado. Quizás haya
puesto algunos kilos. Oh, pero no puedo pensar en ello ahora. Mi mente se va a
distraer pensando que tal vez engordé, quizás comí en exceso o practiqué poco
deporte… No sé, no quiero pensar. Ya pensaré luego en ello, ahora no me
preocupa que mis mejores vaqueros me opriman y deba salir de compras antes del
fin de semana, antes de la fiesta donde ése chico tan guapo estará intentando
que todas nos fijemos en él.
¡Pero
no quiero pensar! He de conseguir relajarme, meditar… subir a un plano
superior. Alinear mis chacras. Llegar al conocimiento y aceptación de mi ser…
¡No!
¡No! Un nuevo sonido entra en mi campo auditivo. Un zumbido. El teléfono, es el
teléfono que olvidé dejar en silencio antes de empezar esta meditación. No deja
de sonar. ¡Maldita sea! ¡Quién osa interrumpir este acercamiento al Nirvana! Me
concentro, me concentro aún más. No quiero escuchar. Tal vez cese en su llamada
repetitiva. ¿Será algo importante? ¡No! ¡No pienses! ¡Se trata de no pensar!
Un
leve soplido sale de mis labios. Prácticamente imperceptible, con suerte, ni mi
propio “yo” lo escuche. El sonido cesa. Uf. Por fin. Mi ascenso al nivel
superior me espera. Respiro profundamente, inspiro, expiro, inspiro, expiro…
¡Ostras! ¡Creo que me he tragado algo! ¡No! ¡No pienses! Si algo entró en tu
boca, engulle ya y sigue. No puedes pensar, no puedes sentir. ¡Estás
meditando!
Durante
un instante, nada se escucha, nada se percibe. Tu vocecita interior te susurra
sigilosa al oído. “Ya está. Lo vas a conseguir. Vas a empezar a meditar” No es
tan complicado… no lo es…Ya ni siquiera notas demasiado como el lápiz que tu
hermano pequeño dejó caer y que nadie encontró, ha sido localizado. Se te clava
de forma lenta y constante. ¿Por qué? ¿Por qué? Respiro profundamente, cambio
de forma casi imperceptible mi postura y el lápiz queda a un lado. ¡Sí! ¡Sí!
¡Sí! Recogimiento interior, silencio absoluto…
-
¡La ostia María! ¡La niña se ha “quedao” sopa “sentá”
en la alfombra! ¡Esta niña es “mu” rara! ¡Verás cuando entre el “Tobía” con las
manos “guarreá” de chocolate, el “jodío”, ¡la va a “pone perdía”!
Y
es en este instante, en este hermoso segundo, cuando las dulces palabras de mi
padre entran en mi meditativa mente, doy un bote tremendo y con cara de espanto
miro a mi alrededor antes de que mi maravillosa blusa blanca en la que no
debería estar pensando, quede toda pegajosa y hecha unos zorros, para descubrir
a mi padre “partío” de risa.
Uf.
De ahora en adelante, me dedicaré a dormir la siesta como todo el mundo, sin
más, en una habitación con pestillo y una buena dosis de insecticida. ¡Y que
mediten en la India!
No hay comentarios:
Publicar un comentario