Hace mucho y poco tiempo, en un lugar
lejano y cercano a la vez, existió un niño que añoraba volar. Cada día, de madrugada, cuando aun el gallo
del corral no había empezado su canción, Pedro se levantaba y corría al techo
del granero.
“Si me lanzo desde aquí, volaré”, pensaba.
Gateaba por la vieja escalera carcomida y
llegaba al lugar elegido para cumplir su sueño. Elevaba sus pequeños brazos al
viento y se concentraba, sumido en sus pensamientos, en ser pájaro de
brillantes colores e intensa mirada. En su imaginacioń, sus pequeñas manitas
iban sustituyendo dedos por plumaje, y sus brazos se volvían ligeros y alados.
Su cuerpo continuaba con la transformación, y por último, su pecosa y traviesa
carita se encogía y encogía, hasta que el pico sobresalía...
Un pequeño salto en el espacio tiempo y un
ligero brío en sus recién estrenadas alas debían ser suficientes para emprender
el ansiado vuelo... Pero éste, jamás llegaba y Pedro volvía a la realidad de su
cuerpo humano.
Día tras día repetía la misma operación.
Alguien le dijo una vez que si deseas algo con mucha fuerza, se cumplirá. No
está bien mentir a los niños, así que estaba seguro de poder cumplir su sueño.
Una noche, tuvo sueños inquietos y
novedosos.
Se veía a sí mismo sobrevolando las montañas y el mar, las pequeñas
lomas de las colinas y el ganado que pastaba sereno en el valle... En su vuelo,
todo se veía pequeño, distante, y a la vez, absolutamente real.
La solución acababa de llegar a su mente
como un regalo. Debía saltar, pero no desde el viejo tejado del granero, sino
desde la montaña más alta que pudiese encontrar.
Casi se cae por las escaleras ese día en su
premura por llegar al ordenador de su padre. “Jamás toques mi ordenador sin
permiso” le había dicho éste. Pero su padre aun dormía y él necesitaba
investigar...
Casi una hora tuvo que esperar aun, pero al
fin, su padre le permitió utilizar aquél aparato que tan celosamente guardaba.
Y entonces, por accidente, en lugar de abrir la pestañita de internet, pulsó
sobre un pequeño cuadradito donde se podía leer “Volare”.
Pedro contuvo la respiración, ante sus
sorprendidos ojos aparecían, una tras otra, en selecta procesión, infinidad de
fotografías de aves en pleno vuelo, paisajes a vista de pájaro, alas delta,
paracaidas... Su padre también había querido ser pájaro, pero jamás se lo
contó. ¿Por qué? ¿Habría perdido su padre la esperanza de volar? ¡Él le
demostraría que podría cumplirse!
Nervioso, con su corazón latiendo tan a
prisa como cuando corría para que la cabra de su tía no le embistiera el
trasero, corrió y corrió tanto, que hubo un momento que pensó volar de verdad.
Recordó el risco del río. ¡El lugar perfecto! Alto, empinado, peligroso y poco
transitado... Corrió y corrió hasta que
le faltó el aliento y plantó las rodillas en la tierra, a escasos metros del
risco. El ruido fuerte del agua reberveraba en sus oídos y le transmitía sin
embargo calma. Estaba a punto de volar.
Su corazón latía tan fuerte que las aves
cercanas emprendieron el vuelo, mientras él, tomaba posición en el borde del
risco. No miraría abajo. No aun. Respiró hondo y comenzó a visualizar en su
mente como su pequeño cuerpo realizaba una vez más la transformación. Cuando el
pequeño pico apareció en su carita, movilizó sus alas y saltó, de una forma
limpia, contundente, y esta vez, real.
Aquella no era la sensación que él
esperaba. No podía respirar, tenía miedo, agitaba sus alas pero éstas habían
tomado de nuevo forma humana. El agua golpeaba con fueza las piedras a pocos
metros ya de él. Iba a morir. Iba a morir sin poder mostrar a su padre que
volar era posible.
Cerro los ojos y lloró. Y entonces...
sintió un fuerte pellizco en sus hombros y un cosquilleo intenso en el estómago
mientras sentía como se elevaba. Abrió sus pequeños ojos y vio que el agua del
río se alejaba y el cielo le recibía con ansia. Notaba algo que le oprimía los
hombros y un fuerte viento a ambos lados de su cabeza. Al mirar hacia arriba
observó como un águila inmensa y majestuosa lo había tomado entre sus garras
fuertes y lo elevaba a su nido de una forma eficaz y contundente. No sintió
miedo. Al fin, estaba volando.
Con cuidado, la inmensa criatura le colocó
sobre su nido, y le protegió el cuerpo con sus alas, en un gesto protector.
Poco a poco, de forma lenta pero hermosa, el águila comenzó a cambiar su forma.
Su gran pico curvo se reducía, sus ojos agrandaban, su cabeza crecía y sus alas
menguaban. Su cuerpo se alargaba... y unas manos le abrazaban.
- Gracias por salvarme la vida papá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario