La muerte llamó a mi
puerta. O al menos, eso es lo que yo pensé cuando vi a aquél ser vestido con
una túnica grisácea, con capucha, y guadaña.
“Hoy no es Halloween” pensé. Miré
sus manos. Eran lisas y tersas, suaves incluso podría decirse a simple vista, y
sus uñas estaban inmaculadas. La muerte no tendría esas manos. Cada vez hacen
disfraces mejores, me dije a mí misma.
- No es un disfraz – me
leyó el pensamiento.
La piel se me erizó y de
forma automática, sin pensar, intenté darle de bruces con la puerta. Pero ella,
había colocado la guadaña entre el quicio y la hoja para que no pudiese
cerrarla.
- ¿Quién eres? ¿Qué
quieres? ¡Largo de mi casa!
- ¿Preferirías encontrarte
conmigo en un callejón? Los mortales sois tan previsibles, que a veces,
conseguís aburrirme incluso a mí.
Su voz era muy dulce... y de
mujer.
- ¿Puedo pasar? – insistió
de nuevo.
- Y si te digo que no, ¿te
marcharás?
- No vengo a llevarte
conmigo si es lo que temes. Solo quiero conversar.
Un sudor frío me recorrió
la espalda, como si alguien hubiese pasado un hielo por ella. ¿Por qué no? Si
me estaba engañando y había de morir, ¿qué mejor sitio que en casa?
Abrí la puerta del todo y
le indiqué que podía pasar.
- Gracias – me dijo.
- No sabía que la muerte
fuese tan educada- ironicé – Ni tampoco que fuese mujer, o femenina, al menos.
Me sentí las manos
sudorosas y mi corazón latía acelerado.
- No te confundas con lo
que tu ojo te muestre- me contestó, esta vez, con voz masculina.
- ¿Qué quieres de mí?
¡Esto no puede estar pasando!
- ¿Me puedo sentar?
¿Qué? Me quedé mirándola,
o mirándolo, yo que sé, como una estúpida, con la boca probablemente abierta.
Hasta que le escuché carcajearse y me pareció una situación tan inverosímil y
absurda, que yo también reí.
- Por favor, siéntate.
¿Quieres tomar algo? ¿Tú comes o bebes? – le pregunté.
Por alguna razón, ya no me
sentía inquieta como antes.
- Por supuesto, pero no
necesito alimentos. Mi alimento es otro, sería muy complejo de explicar.
- Pues yo necesito tomar
algo. Una copa de vino estaría bien – me dije a mí misma en voz alta.
- Mmmmm, el vino, si es de
calidad, si me gusta.
Totalmente incrédula a lo
que me parecía vivir, pues ya empezaba a plantearme que tal vez estuviese
soñando, serví un buen rioja en dos copas y me senté frente a ella, o a él,
tomando una buena parte del contenido y dejando la botella cerca.
- Deberías tranquilizarte.
Quizás harías bien en darte cuenta que en pocos momentos de tu vida te has
sentido tan viva como ahora. Puedo escuchar los latidos de tu corazón y sentir
como corre la sangre por tus venas desde aquí.
- ¿Puedo ver tu rostro? –
pregunté de pronto.
Una nueva carcajada inundó
la estancia.
- Las mujeres son seres
excepcionales… tienes a la muerte sentada en tu salón, tomando vino a tu lado,
y piensas en cómo será mi rostro.
Movió hacia un lado la
cabeza, y contuve la respiración. En el interior de la capucha no se veía nada,
solo sombras. Empecé a sentirme mal.
- Esto es absurdo. La
muerte solo visita a los humanos cuando quiere llevarlos consigo - la acusé –
Soy joven aún. Estoy sana, al menos en apariencia… y tengo muchas cosas que
hacer antes de ir a recoger a los chicos al colegio. Estoy muy ocupada, no
tengo tiempo de morirme. – expresé sin sentido.
- Es curioso que digas
eso. Pero esta vez, no vengo a por ti.
De nuevo el sudor frío me
empapó y sentí que el aire me ahogaba.
- ¡No puedes llevarte a
mis hijos! ¡Ni a mi marido!
- Te equivocas de nuevo –
me susurró.
- No entiendo nada.
- Tal vez deberías
preguntar algo diferente. Tal vez la pregunta no sea a quién he venido a
buscar, sino a quién he venido a dejar.
- Sigo sin entender – le
contesté con la voz estrangulada.
- Lo siento Julia. Es hora
de regresar al mundo de los vivos…
Y entonces sentí que algo
me apretaba el pecho y me obstruía la garganta.
-
¡Doctor!, ¡Doctor! ¡Rápido! ¡La paciente de la 752 está despertando del coma!
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