Angel paseaba por la
playa, sereno, observando el brillo plateado de sus aguas y la tranquilidad que
se respiraba a aquella hora, en la que los inquietos turistas, aún no habían
hecho acto de aparición. El mar era su distracción y hasta hacía poco, había
sido su sustento.
En torno a sus ojos
había arrugas y en su mente recuerdos de toda una vida. Siempre había sido
pescador, humilde y sencillo. Tenía una pequeña casita cerca del mar, amigos, multitud
de historias que contar de sus largos recorridos en alta mar, anécdotas
graciosas, sueños… y muchas historias sobre lo de una novia en cada puerto.
A sus sesenta años, había decidido
que el mar y él debían dejar sus relaciones laborales y centrarse solo en las
de dos viejos aliados. Ahora, no entraba al mar si el tiempo era inestable.
Pescaba por placer y diversión, paseaba por la playa… Jamás se casó. Conoció a
varias mujeres que pudieron ser buenas candidatas y quizás alguna más que lo
intentó, pero no llegó a sentir ese anhelo.
¡Qué tiempos aquellos! Ahora se
dedicaba a dar largos paseos y a correr por la playa. No estaba solo del todo,
muy cerca, vivía Dora, su vecina, que le amonestaba aduciendo que iba a darle
un “jamacuco” de tanto correr. Él siempre le decía lo mismo…
-
“Dora,
Dora, si tuviese unos años menos te ibas a enterar tú de lo que es darte un
“jamacuco”
-
¡Qué
poca vergüenza Ángel! ¡Eres un pícaro! ¡A tu edad!
-
¿Qué
edad Dora? Me estoy haciendo mayor, ¡pero sigo vivo!
Dora fingía enfado,
pero la verdad es que aquellas conversaciones le daba vida a su monotonía.
Aquella mañana especialmente
tranquila, Ángel llevaba su vieja cazadora marinera e iba sumido en sus
pensamientos. De pronto, al mirar al
mar, le pareció ver un reflejo a lo lejos en el mar, algo brillante... Desde la
lejanía le pareció la cola de un pez, pero ¿qué clase de pez?
Era muy grande.
Se dirigió a casa y cogió unos prismáticos, pero al enfocar hacia el mar, ya no
se veía nada. La gente ya empezaba a llenar la arena, y él decidió que era hora
de volver. Pero se detuvo un poco más. Entre las pequeñas conchas blancas,
había una oscura, rota, raída. Era bastante fea, pero parecía llamar su
atención de forma poderosa. Así que la cogió y se la llevó como una especie de
trofeo. El recolectaba conchas y hacía manualidades con ellas que luego Dora
vendía en su tienda.
No entendía como la
había seleccionado, pero ahí estaba. La colocó junto a las demás y decidió
echarse un poco porque estaba particularmente cansado. Desde aquél día, hacía
ya unos meses en que su corazón le asustó en alta mar, habían cambiado tantas
cosas...
Hoy ni tan siquiera
tenía ganas de ir al pueblo a echar su partidita de dominó. Y se tumbó en el
sofá quedando plácidamente dormido.
Un ruido le sobresaltó. Una especie
de golpe seco. Se levantó asustado y se dirigió a la salida. Casi se cae al
toparse de bruces con una joven.
-
¡Lo
siento!- se disculpó la muchacha
-
Tranquila,
no ha sido nada. Me pareció oír un ruido. ¿Estás bien?
-
Pues
no, la verdad. He tenido un accidente y estoy un poco aturdida, buscaba alguien
a quien pedir ayuda…
La
muchacha estaba muy pálida. Sus ojos eran azules, verdes... sus ojos eran como
el mar. Era muy hermosa, con una larga cabellera rizada del color del sol, y su
vestido... estaba manchado de sangre en un lado.
-
Por
favor, pasa, déjame que te ayude. Mi nombre es Ángel. Puedes tumbarte si
quieres en este sofá. ¿Qué ha pasado?
-
No
lo recuerdo bien. Iba navegando y algo me golpeó. Sólo recuerdo vueltas, todo
se oscurecía, miedo…
-
Te
llevaré al hospital más cercano.
-
¡No!
Por favor, no hace falta. Estoy bien. Sólo necesito asearme y descansar un
poco. Luego estaré bien. No me gustan los hospitales.- añadió con timidez.
-
Comprendo…
pero tienen que ver tus heridas.
-
Estoy
bien, de veras, sólo necesito descansar un poco. – Y dicho esto se quedó
dormida en el sofá.
Ángel la cubrió con una manta y fue a buscar a Dora. Se sentía un poco intimidado con la joven. Dora tendría ropa apropiada y quizás pudiese convencerla para ir al hospital, de mujer a mujer, pensó. Pero al llegar, Dora ya se había marchado al pueblo.
Regresó y no pudo evitar observar a la joven mientras dormía. Ni siquiera le había preguntado su nombre. Sintió algo en su interior, una especie de necesidad de cuidar de ella. Qué locura. Dejó unos pantalones de hacía unos años cuando era más joven y estaba más delgado y una camisa al lado del sofá. No tenía ropa interior femenina. Tendría que arreglárselas como fuese hasta que pudieran ir al pueblo y comprar algo de ropa apropiada.
Ángel la cubrió con una manta y fue a buscar a Dora. Se sentía un poco intimidado con la joven. Dora tendría ropa apropiada y quizás pudiese convencerla para ir al hospital, de mujer a mujer, pensó. Pero al llegar, Dora ya se había marchado al pueblo.
Regresó y no pudo evitar observar a la joven mientras dormía. Ni siquiera le había preguntado su nombre. Sintió algo en su interior, una especie de necesidad de cuidar de ella. Qué locura. Dejó unos pantalones de hacía unos años cuando era más joven y estaba más delgado y una camisa al lado del sofá. No tenía ropa interior femenina. Tendría que arreglárselas como fuese hasta que pudieran ir al pueblo y comprar algo de ropa apropiada.
Salió fuera para pensar cuál sería
el siguiente paso. Tal vez Dora pudiese alojarla junto a ella, o en caso
contrario, él podría darle algo de dinero para un hotel. Tendrían que localizar
a algún familiar... Escuchó un ruido y entró de nuevo a la casa. La joven se
había levantado y se había vestido. Había utilizado la camisa como un vestido.
Había prescindido de los pantalones que al parecer eran enormes para ella. No
quiso preguntarle nada referente a la ropa interior, sólo de pensarlo se puso
rojo hasta la médula. Ella pareció leerle el pensamiento.
-
Gracias
por todo. He tomado una ducha, me siento mejor.
-
Me
alegro. Antes no te pregunté, ¿Cómo te llamas?
-
Nadia.
-
¿Recuerdas
algo más del accidente?
-
Poco.
Sentí un tirón y todo se volvió negro. Me desperté en la playa. Creo que he
andado mucho hasta llegar aquí. Debí golpearme la pierna, pero ya me he
encargado de ello.
Ángel observó que la
muchacha se había aplicado una especie de venda de algas.
-
Tu
casa es como el mar...
-
El
mar es mi vida. Me ha ayudado a vivir y sobrevivir, ambas cosas a la vez. Creo
que nunca me casé porque estoy enamorado del mar.- dijo esto último riendo.
-
El
mar está dentro de ti… Me gustan estas cosas que haces – dijo señalando los
objetos que él hacía.
-
Antes
pescaba y vivía de ello. Ahora soy mayor para eso, el mar puede ser peligroso,
y mi salud no es como antes. Hago estas cosillas y una amiga las vende en su
tienda. Voy comiendo de lo que saco con ellas y aún me queda algo. Como ves, el
mar me provee.
Nadia empezó a caminar hacia fuera de la casa. Su pierna estaba increíblemente mejor y andaba con gran soltura. Miró fijamente al mar y sus ojos se volvieron tristes de pronto.
Nadia empezó a caminar hacia fuera de la casa. Su pierna estaba increíblemente mejor y andaba con gran soltura. Miró fijamente al mar y sus ojos se volvieron tristes de pronto.
-
¿Ocurre
algo?
-
Debo
regresar. Pero… ¿podría quedarme unos días contigo?
-
Yo…
esto… no sé. Soy un viejo, tú casi una niña. La gente puede decir tonterías
-
No
me importa la gente. Necesito descansar y me siento bien contigo.
-
Supongo
que puedes quedarte unos días...
Nadia
le dedicó la más bella sonrisa del mundo y procedió a darle un abrazo afectuoso
y un beso en la mejilla.
-
Gracias,
sólo serán unos días. Luego me marcharé. Te lo prometo.
De
esta forma, Ángel se encontró con invitados por primera vez en su vida. Decidió preparar algo de comida y la joven no
le dejó. Insistió en que ella le prepararía un exquisito plato que le había
enseñado a hacer su abuela y que mientras él, podía seguir trabajando y hacerle
un “objeto” a ella.
-
¿No
te gusta alguno de los que hay aquí? Te regalaré el que quieras.
-
Me
gustan todos. Son maravillosos, pero me harías feliz si me hicieses uno a
mí, pensando en mí. Eso sí, ¿podrías
utilizar esta concha?
-
¿Te
refieres a esa concha tan fea y retorcida?
-
No
es fea. Es diferente. Me gusta. Si todos fuesen bellos y perfectos sería
aburrido.
A
Ángel le hizo gracia escuchar aquellas palabras de una joven que bien podía ser
modelo de pasarela. Ella empezó a cocinar y él a pensar qué podría hacer con
aquella concha “diferente”. La tarde transcurrió tranquila, y la noche llegó
pronto. Él decidió que ella dormiría en su cama y él en el sofá. Después de
todo, ella era la invitada.
El
sofá era viejo y no pudo dormir demasiado bien, además estaba acostumbrado a
madrugar. Así que se levantó temprano y decidió ir al pueblo y comprar algo de
ropa para la muchacha, no sin antes guardar la pequeña escultura que le estaba
haciendo. No quería que ella la viese hasta que no estuviera terminada del
todo. La miró una última vez antes de esconderla. Fijándose bien… podría
decirse que sí que lo estaba. Resultaba curiosa y distinta. La envolvió y
guardó con sumo cuidado y partió al pueblo.
Al
llegar allí pensó de nuevo en Dora. Ella podría ayudarla a comprar, él se
sentía perdido. La tienda de su vecina ya estaba abierta y entró. En las
estanterías estaban casi todas sus esculturas. Qué extraño. Se suponía que Dora
las había vendido.
Dora
salió en ese momento de la trastienda y al verlo se quedó sorprendida.
-¿Ángel?
¿Cómo tú por aquí? Hoy no te he visto en la playa, estaba algo preocupada
-
Pues ya ves. Oye Dora. ¿Me has estado mintiendo sobre la venta de mis
esculturas?
-
No ¿Por qué?
-
Porque están casi todas aquí
-
Tú lo has dicho. Casi.
-
Vamos Dora. Tú me has ido dando dinero por la venta desde el principio, pero yo
las veo aquí.
-
No seas exagerado. Pues claro que las vendo. ¿Por qué habría de mentirte? Se
venden bien.
Pero él estaba disgustado y no la
escuchó.
-
No
me gusta que me mientan, por muy buenas que sean tus intenciones. No necesito
caridad.
-
Ángel...
Salió
de la tienda sin escuchar nada más, y se dirigió a casa furioso. Sentía rabia
y dolor. Al llegar, empezó a romper las
esculturas que encontraba a su paso, despertando a Nadia con el ruido.
-
¡Qué
ocurre! ¡Ángel! ¿Estás bien? ¡Qué pasa!
Ella
se acercó y le rodeó con sus brazos, y él se dejó abrazar. Aquella chiquilla le
tranquilizaba con su presencia y su voz.
-
Dora me ha mentido todos estos años. Me dijo que vendía mis esculturas y no es
así. Me las ha ido pagando ella, me ha ido dando su caridad.
-
No te ha dado su caridad, yo diría que esa mujer confía más en ti que tú mismo.
Debe quererte mucho para haber hecho eso antes que dañar tus sentimientos.
Ángel
recordó cuando había estado enfermo y la preocupación de ella. Recordó cuando
tomó la decisión de abandonar el mar y ella se sintió ridículamente feliz y
eufórica durante días y días. Recordó incluso cuando eran más jóvenes y ella le
miraba con adoración y a veces con dolor cuando él iba acompañado de alguna
mujer. Dora era ocurrente, inteligente, guapa, ¿cómo no se había casado nunca?
Miró a Nadia y ella asintió. ¿Dora estaba enamorada de él? Ese pensamiento le
hizo sentir un regocijo tal, que de
pronto se sintió lleno.
La
joven le sonreía. Parecía que le había estado escuchando los pensamientos como
si en voz alta los hubiese manifestado.
-
Todos
estos años me he sentido tan solo y ella estaba ahí… ¿por qué nunca me dijo
nada?
-
Tú
tampoco le dijiste nada a ella. Anda, ve a buscarla…
Sí,
le debía una disculpa. Iría de nuevo a la tienda y hablaría con ella, o al
menos, ése era el plan, pero la encontró antes. Paseaba por la playa cabizbaja,
venía llorando. Sin pensarlo se acercó a ella e intentó abrazarla, pero ella le
detuvo.
- No
quería herir tus sentimientos.
-
Lo sé. Perdóname Dora, a veces puedo ser un auténtico bruto. Menos mal que
Nadia me ha hecho entrar en razón
-
¿Nadia?
-
Si.- Ángel le sonrío mientras le secaba las lágrimas.- es una larga historia,
te la puedo contar durante el camino de vuelta y así la conoces aunque te
advierto que tal vez te asustes un poco porque antes con la ofuscación lo tiré
todo por el suelo y lo hice añicos.
-
¿Vives con una mujer?
-
No. Te lo explicaré por el camino si me perdonas lo de antes y me dejas
abrazarte.
-
¿Por qué voy a hacer eso?
-
¿Por qué no? Concédele ese deseo a este viejo no me vaya a dar un “jamacuco” -
le dijo abrazándola sin previo aviso y dándole un beso en los labios.
-
Te ha costado...
-
Ya te dije que a veces soy muy bruto...
Pasearon,
y hablaron, y se sentaron a mirar al mar y olvidaron el tiempo. Al llegar a la
casa de Ángel, todo estaba en orden. Tal y cómo lo había estado antes de que él
rompiese nada. Todas las piezas estaban en su sitio, intactas. No había el
menor rastro de Nadia. Asombrado, él fue al mueble a por la escultura y se
encontró una nota en su lugar.
“Querido Ángel. El mar también te
quiere. Tu escultura es lindísima. Me ha emocionado verla. ¿Mitad mujer, mitad pez? ¿Y cómo corazón, una concha raída? ¿En qué
pensabas? Me gusta más de lo que supones, pues esa concha raída fue la que me
permitió visitarte. De ahora en adelante tus esculturas se van a vender solas,
ya verás, considéralo mi regalo hacia ti y hacia Dora. “
P.D. Si quieres despedirte de mi
estoy justo frente a tu casa.
Ambos
corrieron al exterior y allí estaba ella, en el mar, a metros de distancia y
mostrando orgullosa la escultura en su mano. Les lanzó un beso y se zambulló en
el agua dejando ver un reflejo como el que Ángel había visto aquella mañana que
ahora parecía tan lejana. El reflejo era una enorme cola de pez. La cola de
Nadia.
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