Los ruidos de la
naturaleza le indicaron que había llegado el momento de incorporarse y comenzar
el día. Robian pensó en lo estupendo que sería permanecer descansando un rato
más, pero como hijo mayor de una familia que vivía de los recursos que el
bosque le ofrecía, esa alternativa era algo impensable.
Despacio se acercó a
ver a su hermano menor, Micha, que dormía plácidamente. Sonrió al pensar en
cómo aquél pequeño diablillo inquieto y aventurero, ahora descansaba. Hoy era
un día especial para ambos. Micha cumplía ocho años, y él, justo el doble. Su
madre le explicó que en las familias de recursos limitados, los hijos nacían el
mismo día.
Tras cubrirse con la
capucha de su capa, tomó los instrumentos necesarios a fin de salir al bosque y
cortar leña para el día. El frío comenzaba a ser fuerte en esta época del año,
y sentía un extraño cansancio a pesar de que llevaba ya un rato levantado. Por
ello, decidió acercarse al río para lavarse la cara. Al inclinarse, un suave
destello en el agua le deslumbró. Algún pez de brillante piel, pensó. Al
introducir las manos en el agua, vio de nuevo el destello… sí, era un pez, pero
¡era enorme! Sorprendido cayó hacia atrás al ver atónito como ante él, una
joven emergía del agua. Era la más hermosa que jamás había visto. De aspecto
infantil, su rostro era angelical, más su cuerpo estaba cubierto por un extraño
tejido que parecía estar formado por escamas de un intenso color anaranjado.
-
Hola Robian. – le saludó con voz cantarina.
-
¿Quién
eres tú? ¿Te conozco? - preguntó él algo atemorizado.
-
Soy
Rayana. Ninfa del agua. Habito en este río desde… hace mucho tiempo.
-
Jamás
te vi.
-
Pero
ahora, tengo un mensaje para ti. Hoy cumples dieciséis años. Eres adulto en
nuestra tierra y tendrás un legado muy importante que cumplir. Vas a conocer a
un hombre importante y sabio. Él te
tomará bajo su protección y te hará entrega de un hermoso regalo que tendrás
que cuidar.
-
¿Por
qué yo?
-
Porque
en otro tiempo, otro lugar y otra época fuiste uno de los nuestros.
Dicho
esto, la bella joven desapareció bajo el agua, tal y como había surgido,
dejando a Robian temblando al borde la orilla. Aturdido, decidió continuar su
camino. Tomó su hacha y su saco, colocó ambos a su espalda y se internó en el
bosque. Pronto el sol calentaría y su labor sería pesada. Apresuró el paso
preguntándose a sí mismo como podía haber soñado estando despierto. ¡Una ninfa!
Él no creía en hadas, duendes o magia alguna. Eso era para pequeños como Micha,
que no tenía otra cosa en que pensar y gustaba en perder el tiempo.
Continuó
su camino, no sin apreciar que el bosque hoy estaba distinto. Parecía mucho más
espeso, más profundo. Las tonalidades estaban más acentuadas, los olores más
intensos. Absorto en ello y confuso, no se percató de que alguien le observaba
hasta que topó con él. Era un hombre joven, de unos veinte años, envuelto en
una capa marrón oscura que había vivido mejores épocas. Su mirada era profunda,
gris y cautivadora. Tenía la nariz aguileña y era fuerte y robusto.
-
Disculpe, no le vi.
-
Me di cuenta muchacho. Vas sumido en tus pensamientos… Y aun no has recogido leña.
-
¿Cómo sabes todo eso?
-
Mi nombre es Lucius. Y lo sé todo joven Robian. Conozco todo lo relacionado
contigo.
-
Aun debo estar dormido... Pero dime, ¿nos hemos visto antes? Tu rostro me es
familiar.
El extraño soltó una
sonora carcajada.
-
Todo
a su debido tiempo amigo mío. Ven, te enseñaré un lugar donde hay leña en
abundancia y después te ayudaré a volver a casa.
Decidió
seguir al joven, pero cuando llevaban pocos metros andados, escucharon un ruido
enorme, una especie de crujido ensordecedor. Era algo parecido a árboles
cayendo.
-¡Al suelo!- le gritó Lucius a la vez que arremetía contra él y lo
tiraba cubriéndolo con su propio cuerpo.
Anonadado, Robian se escondió tras unas piedras junto a Lucius.
Temblaba y estaba pálido porque lo que tenía ante sus ojos no podía ser real. A
unos diez metros de ellos, se encontraba un ser descomunal. Su piel era
¿verdosa?.. o quizás, ¿violácea? Era horrible. Medía más de tres metros de
altura, de eso estaba bien seguro. Era parecido a un humano, pero sus rasgos
eran salvajes y realmente era aterrador. Estaba doblando árboles como si fuesen
mondadientes. Lucius, le hizo una seña de que esperase e hizo algo realmente
tonto, salió de detrás de la piedra que los cubría y le habló a aquel ser.
-
¡Terme! ¿Qué haces?
La voz
que sonó era grave y profunda.
-¿Lucius? ¿Eres tú?
- ¡Pues claro gigante idiota! ¡Quién si no! ¿Qué haces?
- Necesito algo de madera para mi pequeña. Ya mide casi dos metros
y los pies se le salen de la cama.
- Y por eso tienes que romperlo todo. Como Yerena te vea te va a
encoger.
El gigante se encogió y miró a su alrededor asustado. ¿Qué sería
Yerena? Debía ser algo realmente aterrador.
-Chsss.
Calla por favor, Lucius. Sólo quería algo de madera. Lo siento de veras.
- ¿Lo
sientes? – en este caso se escuchó una joven voz femenina.
¿De dónde provenía esa voz cantarina y dulce? Sonaba tras de él, así que despacio, se giró y vio a
una joven que podría ser incluso aún más bella si es que era posible que la
joven del agua. Su pelo era de color rojo, sus ojos eran de un marrón chocolate…
su piel blanca casi traslúcida. Iba totalmente vestida de verde, cubierta de
hojas de árboles, y caminaba muy despacio. Pasó junto a Robian y le hizo una
señal de que se quedase quieto.
-¿Qué le
haces a mis árboles?
-
Necesito madera Yerena. Lo siento… ¿no oléis eso? ¡Huele a humano! Mi pequeña
quiere uno para jugar con él pero no encuentro ninguno.
Yerena se acercó despacio a él,
abrió la palma de su mano y sopló suavemente. Sus ojos hipnóticos se cerraron
un poco y ligeramente al soplar una ligera brisa hizo que una especie de polvo
verde se elevase hasta la cara del enorme hombre que inmediatamente quedó
tranquilo.
-Discúlpame
Yerena. La próxima vez te pediré permiso como protectora del bosque.
Dicho esto se giró y se marchó.
Robian salió y se quedó mirando embobado, primero a Yerena, y luego a Lucius. ¿Qué le había
pasado? Parecía tener cincuenta años. Su pelo había encanecido, había algunas
arrugas en sus ojos. Su cuerpo parecía algo más pequeño, hasta su capa parecía
más vieja, aunque su sonrisa… era más abierta y maravillosa.
-Robian-
le llamo- Ésta es Yerena. Guardiana y protectora de los bosques.
- Hola
Robian. Ya puedes cerrar la boca. Vivo con mi pueblo a poco de aquí, otro día
te llevará a mi aldea. Hoy no tienes tiempo. Lucius quiere llevarte a un lugar
lejano para ti.
-
Eres…
-
Sí querido- la joven le sonrió- Soy un hada. Hermana de la ninfa
que viste esta mañana en tu río. Ella cuida del agua, yo cuido del bosque.
-
Yo no creo…
-
Lo sé.- le dijo Yerena. Sé
que no crees en hadas, magia… pero dime joven mío… como explicas lo que acabas
de ver.
Y dicho esto, desapareció tras el tronco de un árbol dejando un
dulce aroma a hojas recién cortadas.
-
Vamos muchacho. Tenemos mucho que caminar aún.- Le instó Lucius.
Su caminar era más lento que hacía un rato.
-
¿Qué te ocurre Lucius? Pareces cansado. Pareces mayor.
-
Soy mayor querido Robian. No paramos de crecer en nuestra vida. El
tiempo pasa rápidamente, es sólo que no todos lo ven.
-
No entiendo nada. Debo estar soñando.
-
Ahora estás despierto querido Robian. Era antes cuando vivías una
ilusión.
Caminaron largo trecho hasta que llegaron a un claro en el bosque.
En ese claro se veía una cabaña vieja y desvencijada. A Robian le parecía
familiar… ¡Era su cabaña! ¡Estaba prácticamente destruida!
-
¿Qué ha ocurrido? ¡Papa!, ¡Mamá!, ¡Micha!
Robian corrió despavorido hacia la cabaña, pero al atravesar la
puerta todo cambió de pronto. La cabaña rejuveneció de nuevo. En la estancia
había un pequeño jugando con unos tacos de madera. Reía y reía con su juego. A
su lado una hermosa joven le sonreía. Parecía… ¡su madre! Pero… aquél niño…
-Robian.- le habló Lucius.- Debes observar, puedes ver, pero ellos
no te ven a ti ni tampoco te escuchan. Fíjate bien en ese niño pequeño, te es
familiar ¿verdad? Eres tú.
En ese instante Robian observó como una pequeña figura de
aproximadamente setenta y cinco centímetros salía corriendo desde detrás de un
tonel. Su piel era verde. Iba riendo y en su mano llevaba algo…
-
Venga Yefrel- habló la joven que al parecer era su madre.-
Devuélveme el cucharón o no podré terminar el guisado. Eres un duende travieso,
pero eres un buen canguro para mi pequeño Robian.
Robian no
daba crédito a sus ojos.
-¿Es un gnomo?- le preguntó a Lucius.
- Un duende doméstico. Los gnomos prefieren vivir bajo tierra.
De pronto se escucharon voces y gritos. Asombrado Robian comprobó
que había anochecido. Unos seres salvajes de grandes orejas y gran nariz
entraron en la cabaña. El grito asustado de su madre se escuchó por todo el
bosque. Estos seres no dijeron nada, simplemente cogieron a Robian y se lo
llevaron raudos de allí. El llanto de la madre de Robian se escuchaba por todo
el bosque.
Robian miró a Lucius interrogante y quedó petrificado. Lucius era
ahora un anciano de unos noventa años. Su cuerpo estaba totalmente arqueado y
se sostenía en un bastón.
-
Ven, joven Robian. Casi no me queda tiempo…
Ambos salieron fueron y Robian vio cómo su madre corría por el
bosque, frenética hasta donde su padre cortaba leña un poco más adelante.
Juntos se dirigieron al río y gritaron pidiendo ayuda. Pero nadie pareció
ayudarles. Luego ambos se dirigieron
corriendo al corazón del bosque. Robian los seguía con dificultad. Lucius se quedó
algo atrás pero le instó a continuar. Cuando Robian los alcanzó vio como
entraban en una pequeña cabaña… En su interior había una especie de caldero y
una mujer de nariz aguileña y ojos profundos, grises… algo desgarbada.
-
Fíjate bien Robian.- le dijo Lucius al oído. Es Neren, mi madre.
Es una bruja. Pero al contrario de lo que todos creen no todas las brujas son
malas pequeño.
-
Ayúdanos Neren.- le suplicaron aquellos desesperados padres.
-
Sentaos.- les ordenó Neren - Puedo regresaros a vuestro pequeño,
pero… hay condiciones.
-
Lo que sea Neren, por favor.- le suplicó su madre.
-
Los Troles se han llevado a vuestro hijo para quedárselo y daros a
cambio otro chico distinto. Les gusta cambiar niños. Lo han llevado a su
guarida. Yo puedo traerlo pero para ello he de hechizarlo. Olvidará todo lo que
ha ocurrido. Lo olvidará él y vosotros. No recordaréis nada de la existencia de
nuestro mundo. Viviréis sin magia. Seréis humanos normales. No recordareis nada
de la magia hasta que Robian cumpla los dieciséis años. A esa edad, él estará
preparado para recordar. Volverá a creer y volverá a ver. Y cumplirá su
destino.
En esos momentos Lucius cayó al suelo… ¿muerto? Robian no podía
creerlo, ¡Lucius había muerto! Se abrazó a él desconsolado. Nadie lo veía ni lo
escuchaba. Cubrió a Lucius con su propia capa y sobre él lloró desconsolado
como un niño. Entonces notó una mano sobre él. Era una mano suave. Era Neren.
-
Hola pequeño.
-
¿Me ves?
-
Mucho más que eso Robian. Levanta la capa, por favor.
Al hacerlo, Robian vio incrédulo como Lucius era
¡un bebe!
-
¡Qué clase de brujería es ésta!
Neren sonrió. A pesar de su aspecto áspero y feo era dulce en su
mirada y cariñosa en sus gestos.
-
Es brujería buena. Yo te rescaté de los Troles con un hechizo. A
cambio tuve que hacer un trato con la madre naturaleza y te convertí en mi hijo
en un mundo paralelo. El mundo de los sueños. En la tierra eres Robian. La
tierra es un sueño. Nuestra realidad es ésta, aunque los humanos crean que es
al revés. Aquí eres Lucius. Mi hijo adoptivo. Creciste con tus padres, pero en
agradecimiento a mí, te pusiste a mi servicio y te enseñé todo lo que sabes. Te
convertí en el Mago del Tiempo. Por eso naces, creces, envejeces y no mueres,
sólo duermes, te recuperas y vuelves a nacer. Tu trabajo es el más bello de
todos. Regalas tiempo a los humanos. Ellos son algo torpes y no siempre saben
cómo utilizarlo. Pero tú te encargas de que sean capaces de hacer millones de cosas
al día y a la vez si ellos quieren, si lo desean de verdad, pueden descansar,
pasear, leer, reír, compartir con su familia y sus amigos, dedicar tiempo al
amor… Tú les regalas el tiempo, querido Robian Lucius.
En ese instante una mariposa de hermosos colores violetas y rosas
se posó sobre Robian. Depositó polvo de hadas sobre él y a continuación se
alejó un poco transformándose en una bella joven alada. Robian la reconoció de
momento. Era su amor, Serena. Su sílfide o hada protectora del aire que en su
momento le ayudó a volar al mundo sin magia y ahora… recordaba. Siempre había
estado junto a él cuando no creía en la magia.
Siempre había mariposas cuando cortaba leña. Siempre había una mariposa en su almohada junto a él al despertarse.
Siempre había estado con él. Y de pronto recordó. Recordó todo su mundo
anterior y se sintió grande y dichoso.
Le regalaría a Micha y a todos los demás humanos algo singular.
Les regalaría tiempo. Se sentía fuerte y con poder. Tenía dieciséis años. El
hechizo se había roto. Ya no envejecería en un solo día. Tenía toda una vida
por delante. Tenía todo el tiempo del mundo. Era el mago del tiempo…
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