Antonio fue el primero de los invitados
en llegar, seguido de Julia y Jorge. Luisa ya estaba en casa. Los acontecimientos se estaban desarrollando
tal y como Luisa imaginaba cuando sus abuelos le hicieron aquella inesperada
invitación a pasar el fin de semana con ellos, extendiéndola a sus amigos.
La casa
campestre donde vivían sus abuelos era enorme. Se parecía un poco a esas
mansiones embrujadas que se ven en las películas de terror, al menos en
apariencia. Pero después, el interior era otra cosa. Era cálido. Era el antiguo
hogar de sus padres. La joven lo estaba pasando mal. Sus padres se habían
separado y ella no lo había aceptado del todo. ¿Tan inmersa estaba en su mundo
que no vio la crisis? O quizás ellos consiguieron ocultarlo bien. Lo cierto era
que sus notas habían caído en picado y ella se sentía ajena a todo.
José
y Juana eran sus abuelos maternos. Llevaban siglos viviendo en esa casona que
se caía a pedazos. Multitud de veces habían intentado convencerlos para que
abandonasen esa inmensa mole de paredes viejas y maderas carcomidas, pero ellos
insistían en que aquella mole era su hogar y guardaba además secretos
importantes que debían custodiar. Lo cierto, era que Luisa tenía que reconocer
que aquella casa siempre le había gustado para esconderse del mundo.
Por
ello, cuando sus abuelos la invitaron, decidió ir. Y allí estaba, junto a sus amigos, Antonio, Jorge y Julia. Sus abuelos habían preparado dos
habitaciones contiguas, que antaño pertenecieron a su madre y su tío, para que
chicas y chicos se acomodaran.
-
-
Gracias de nuevo por la invitación, abuela. Necesitaba un finde tranquilo.
-
¿Cómo
de tranquilo? No os hemos invitado por gusto, vamos a aprovecharnos de vosotros
y a utilizaros como mano de obra barata a cambio de una buena comida casera. Ya
sabes cariño, hay que ser prácticos en esta vida. – le respondió ella bromista.
Los cuatro
rieron de la ocurrencia de la señora.
-
¡Venga
chicos!- Esta vez era su abuelo quien los llamaba- ¡Vamos adentro! Os enseñaré
vuestras habitaciones y podréis soltar vuestras cosas. Luego os esperó aquí
abajo. Tengo que tratar un asunto importante con vosotros.
La parte de
arriba era igual de caótica que la de abajo, con la salvedad de que la madera
parecía estar aún en peor estado.
La habitación
de los chicos se veía limpia y ordenada. Era muy sencilla, un par de camas, una
mesa de escritorio, un gran ropero empotrado en la pared… y un baúl. Enorme. De
color negro, grande y macizo, que dominaba la estancia.
Las chicas por
su parte encontraron en su dormitorio un enorme jarrón con flores frescas sobre
una mesita redonda, junto a un gran ventanal. También había dos camas, un gran
ropero empotrado en la pared… y otro baúl. Éste era más pequeño que el de los
chicos, de color blanco, muy bonito, decorado con flores y viejas fotografías.
A las ocho de
la tarde bajaron todos a cenar aquel viernes. Juana, la abuela, había preparado
una cena digna del mejor comensal y todos cenaron con avidez y gusto. La
conversación fluyó sola. Al terminar de cenar recogieron entre todos y
decidieron sentarse un rato en el porche exterior que tenía la casa y que daba
a un gran campo de naranjos.
-En fin, chicos, me gustaría que me
hablaréis sobre vuestro futuro. Tengo entendido que este año el curso escolar
no ha sido precisamente el mejor para alguno de vosotros – dijo el abuelo
mirando de forma directa a su nieta.
-
Bueno
abuelo, sabes que no ha sido un año fácil.
-
Eso
son excusas cariño. Tu abuela y yo sí que lo pasamos mal en nuestros años
jóvenes. Nos conocimos en extrañas circunstancias y nuestra vida fue intensa. Pero
salimos adelante.
-
Con
todos mis respetos señor, ahora van a contarnos que pasaron hambre y miseria
durante la guerra y la posguerra… que la vida era difícil y todo eso – comentó Antonio.
-
Hijo
no bromees con esas cosas. Ahora habláis de crisis económica, habláis de que estáis
¿agobiados? Los estudios, el paro… todo eso es cierto, pero…os propongo algo
divertido para que este fin de semana demostréis a estos ancianos de que pasta
estáis hechos.
Los cuatro
amigos se miraron entre ellos divertidos.
-
Por
favor, no nos diga que tenemos que plantar algo. – dijo Julia con cara de pocos amigos. Era
la única que había tenido sus remilgos a ir ese fin de semana al campo. Su idea
era pasar todo el verano tumbada en una hamaca, pero Luisa la había convencido.
-
Verás
pequeña- la interpeló el abuelo- ¿has visto un baúl en tu habitación?
-
Sí
claro. Me llamó la atención por sus fotografías. Son preciosas y muy antiguas
¿verdad?
-
Así
es.- Esta vez fue la abuela la que continúo.- Verás querida… esas fotos son de
nuestra juventud. También hay algunas de nuestros hijos… en fin, un poco de
todo. Ese baúl está cerrado con llave. Esa llave tendréis que ganarla. Si conseguís
ganaros la llave podréis abrir el baúl y ver su contenido. Os aseguro que no os
va a defraudar.
-
Chicos,
en vuestro dormitorio ocurre igual- continuó el abuelo.- También hay un baúl,
mucho más grande. Su contenido es secreto. También tenéis que ganaros la llave.
Si conseguís abrir ambos baúles os daremos la clave para que encontréis el
tercer baúl. Es el más importante de todos.
-
¡Qué
interesante! Siempre me gustaron vuestros juegos. ¡Chicos! ¿Aceptamos?- les preguntó
Luisa emocionada
-
¿Por
qué no?- contestó Jorge- No tenemos nada
mejor que hacer, me tienen intrigados tus abuelos.-
-
De
acuerdo – dijeron casi al unísono los demás.
-
¿Cómo
podemos ganarnos la llave?
-
Bien.-
Ahora habló Juana.- En vuestra habitación hay un secreto oculto e interesante.
Tendréis que descubrir de qué se trata y eso os llevará a la llave. Ya os he
dejado un sobre con indicaciones. Tenéis
hasta mañana por la noche para encontrar la llave. En cuanto a vosotras,
también tenéis un sobre con indicaciones en vuestra habitación, y además, un
secreto… que tendréis que descubrir y descifrar. Sólo puedo deciros eso.
-
¡Ah!-
dijo el abuelo- si llegado el domingo por la tarde, a la hora de marcharos, no
habéis encontrado el tercer baúl, ya no podréis encontrarlo. Buenas noches. –
se despidió guiñándoles un ojo.
Los jóvenes subieron
las escaleras impacientes. Todos querían ver sus sobres. ¡Qué emoción! Luisa
estaba como loca. Realmente sus abuelos eran geniales. Antonio entró el primero
en su habitación seguido de Jorge. Efectivamente había un gran sobre encima de la
cama. Dentro una especie de enigma.
“A veces hay un camino donde no lo ves. No es
el más sencillo pero te llevará a lugar seguro. Aprecia el valor de lo feo y
hallarás lo bello”
En el de ellas,
Julia leía su sobre.
“Siempre hay una salida aunque no sea la
tradicional. Todo hay que trabajarlo y lo más importante a trabajar es la
amistad”.
-
No
entiendo nada Luisa.-
-
Ni
yo. Registremos la habitación a ver si encontramos la llave.
Los cuatro
jóvenes estuvieron hasta muy avanzada la noche buscando algo, ¿pero qué? Ninguno
de ellos obtuvo resultados. Acabaron exhaustos y rendidos. Se despertaron
temprano con la ilusión de seguir buscando, incluida Julia. A las nueve
decidieron bajar a desayunar. La abuela les había preparado un delicioso
bizcocho.
- Buenos días
chicos. ¿Qué tal la búsqueda?
- Ruinosa
- declaró Antonio.
- Bueno… tal
vez no habéis interpretado bien el enigma. O tal vez deberíais concentraros
más.
Al terminar el
desayuno, subieron de nuevo. Jorge empezó a hacer la cama. Al menos dejarían
todo recogido antes de abandonar ese estúpido juego que no les llevaba a nada.
Deshizo las maletas, ya que la noche anterior no se entretuvieron a ello. Pero
al colocar la ropa en sus perchas tropezó con una especie de madera
sobresaliente del borde del armario. ¡Clack! Un crujido extraño sonó. Antonio
lo miró sorprendido y ambos volvieron a sacar la ropa del armario y observaron
incrédulos como en el fondo del mismo había una puerta. ¡Había una abertura y
una especie de pasadizo! Emocionados decidieron llamar a las chicas y buscar
una linterna.
-¡Chicas!- Tenéis
que ver esto, ¡corred!
Ambas entraron
atropelladamente y quedaron maravilladas. Con cautela, los cuatro entraron en
el pasadizo terminando en una especie de habitáculo pequeño lleno de juguetes
antiguos. Olía a moho y no había mucha luz. Sin embargo, al enfocar la luz de
la linterna comprobaron con placer que había una llave colgada del dintel de la
entrada.
Prácticamente
temblando entraron en el dormitorio y abrieron el baúl. Sorprendidos vieron que
estaba lleno de uniformes antiguos, ropa de soldado. Doblada y colocada
cuidadosamente con bolitas de alcanfor para mantener lejos a las polillas.
También había algo más, un uniforme de enfermera o lo que quedaba de él. Y una
especie de pergamino.
Enhorabuena chicos. Habéis encontrado nuestra
antigua forma de vida. Seguid buscando y descubriréis un tesoro.
-
¡Hey!
- Llamó Luisa que había vuelto a entrar en el armario- ¡Aquí hay algo más! Hay
otra puerta… ayudadme a empujar, está atascada.
Juntos empujaron,
y sorprendidos, se toparon con lo que parecía ropa femenina. Concretamente el
bonito vestido de flores de Luisa. Sorprendidos avanzaron y descubrieron que
esa segunda abertura daba ¡al ropero de las chicas! Uno tras otro, entraron en
el dormitorio de ellas. Inspeccionaron el pasadizo, pero no consiguieron
encontrar más puertas ocultas. De pronto, Luisa tuvo una inspiración.
-¿Recordáis la
nota? Siempre hay una salida aunque no sea la tradicional… Mientras hablaba con
sus amigos se fue acercando a la ventana para abrirla de par en par. ¡Chicos!
¡Venid!
Nerviosos
observaron una escalera oculta entre las enredaderas de la pared.
-
Ayudadme,
yo peso menos- comentó Julia.
Entre todos la
ayudaron para que pudiese deslizarse por la escalera. En uno de esos travesaños había un clavo con
la otra llave. Inmediatamente subieron a abrir el otro baúl.
En éste baúl había
muchas fotos de niños. Luisa tomó una de ellas en sus manos y no pudo evitar
derramar unas lágrimas. En esas fotos se veían pequeños sucios, con las ropas
rotas, mal alimentados… y sin embargo, sonreían. Se les veían felices. ¿Qué
significaba todo aquello?
Los cuatro
bajaron inmediatamente a buscar a los abuelos. Allí estaban sentados
tranquilamente en unas viejas mecedoras en el porche. Entre ellos una mesita
con refrescos. No hacían nada en particular, como si ya lo tuviesen todo hecho.
Simplemente disfrutaban de la compañía uno del otro y de aquél maravilloso día.
Al ver a los chicos acalorados y exhaustos sonrieron. Ambos comprendieron que
habían encontrado las dos primeras llaves.
-
Bien,
bien. Creo que estos chavales han podido abrir los baúles Juana.
-
Así
es José. Se les ve en la cara. ¿Y bien chicos?
-
No
entendemos mucho, abuela. ¿De quién son esos uniformes? ¿Y ese pasadizo?
-
¿Y
lo del ropero?- preguntó a su vez Julia. ¿Y la escalera?
-
¿Y
esos niños?- preguntó Antonio
-
Tranquilos.
Habéis mirado el interior de los baúles, pero no los habéis visto o conoceríais
esas respuestas. Volved arriba y pensad en que sólo juntos podréis encontrar el
tercer baúl. Quizás el más importante de todos.
Intrigados,
volvieron a subir y volvieron a mirar el contenido de los baúles. Se sentían
como niños en un juego importante.
-
Creo
que el secreto está en las fotografías. – comentó Jorge
-
Tal
vez, pero, ¿Qué buscamos?
-
¡Dios
mío!- exclamó Luisa- su mano temblaba con la fotografía de una pequeña en la
mano. El estado de la niña era al igual que los demás de desesperación. Pero
había algo familiar en su rostro. Aquella chiquilla era prácticamente igual a
ella. ¡Era su madre de pequeña! ¡Estaba prácticamente segura! - ¡Es mi madre!
Siguió mirando fotos y comprobó que algunas estaban hechas en aquel pequeño habitáculo,
así que subieron a inspeccionar.
La abuela les
subió aquel mediodía bocadillos porque estaban tan absortos que no querían
bajar a comer. Miraron y remiraron los uniformes y las fotografías. Cansados
decidieron parar a tomar una ducha y bajar a cenar algo. Al sentarse en la
cocina a cenar, Luisa vio algo que le llamó la atención. Sobre la repisa de la
chimenea había una pequeña caja. Más bien, un pequeño baúl.
Se levantó y se acercó al mismo.
- Creo que
acabo de encontrar el tercer baúl…
-Y yo sé cuál
es la llave.- dijo Jorge mirando a la abuela que tenía en su cuello una cadena
con la medalla de la Virgen y una pequeña llave.
La abuela sonrió ante la expectación
de los jóvenes.
-Estoy
orgullosa de vosotros. Efectivamente, habéis llegado hasta el final.
La abuela descolgó de su cuello la llave y se
la entregó a Luisa.
-Querida, creo
que tú vas a entender mejor que nadie el contenido de este baúl. Perdóname por
utilizar a tus amigos. Necesitabas ayuda. Espero que hayas comprobado en este
proceso que tienes amigos dispuestos a acompañarte hasta aquí y seguirnos el
juego. Dentro de este baúl está el legado de tu abuelo y mío. Te regalamos tu
historia.
Nerviosa,
Luisa giró la llave con precaución y alzó la tapa con cuidado. Sus ojos se
humedecieron de inmediato al ver una foto de ella misma cuando era pequeña.
Empezó a sacar el contenido y sacó varios documentos. Una especie de contrato,
varias fotografías, una medalla que parecía del ejército, una flor seca…
Todos se
sentaron en torno a la mesa, y los abuelos, alternándose comenzaron a contarles
su historia. La historia de dos seres desesperados, que en plena guerra civil,
se vieron inmersos en algo de paz dentro de tanta locura.
La casa que habitaban era de un terrateniente
para quien Juana trabajaba de joven. Cuando la guerra estalló, esta casa se vio
convertida en una especie de hospital, de ahí aquel uniforme de enfermera. José
llegó herido en una de las incursiones. Se enamoró de Juana casi al instante. Junto
a la casa había una pequeña aldea donde infinidad de niños pasaban hambre y
necesidad. Todos aquellos que tenían edad para ello podían ser reclutados.
Casi de forma
accidental comenzaron a construir en la casa una especie de pasadizo. El hijo
del dueño de la casa tenía dieciséis años y la urgencia se hizo mayor.
Empezaron a cuidar los niños de la aldea y terminaron cuidando a todos los
chiquillos que se encontraban solos y abandonados. Pasaron necesidades y
vicisitudes, pero le salvaron la vida a muchos de ellos. La medalla que se
encontraba en el baúl había sido mandada hacer por uno de esos niños al hacerse
mayor, en reconocimiento a la labor que ambos habían realizado. Este niño era
en realidad niña. La madre de Luisa, una de las tantas niñas que habían
recogido y ayudado durante el proceso.
Al finalizar
la guerra las cosas no fueron fáciles. Algunos de estos niños fueron recogidos
por familiares, otros no tuvieron la misma suerte. El propietario de la casa
era ya muy mayor, y legó la casa al matrimonio formado por José y Juana. Así que… donde menos lo esperas hay una salida
aunque no sea la tradicional. Se quedaron en la casa a cuidar del anciano y de
los chicos que no tenían a nadie. Entre ellos la madre de Luisa.
A los ojos del
mundo eran sus hijos. El valor de la amistad y la solidaridad fue necesario y
los unió aún más. Juntos formaron la familia más hermosa, la de unos
supervivientes sin igual, forjados por el destino.
Luisa
fue consciente de que sus abuelos no lo eran genéticamente, pero no le importó.
Aceptó el regalo tal y como se lo habían
dado, con gratitud. Acababan de darle una lección importante. Había tenido
mucha suerte al nacer en el seno de aquella familia, en esa época, y ese lugar. Recordó las fotografías de
aquellos niños e imaginó por todo lo que habían pasado sus abuelos. Sus problemas
no le parecieron tan graves.
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