Sentado en mi jardín, observo la hermosura que
me rodea. La primavera se acerca, al fin…
Miro hacia la copa de mi cerezo y suspiro. La primavera es mi vida…
El día que la conocí sentí que el aire se
volvía más ligero. Al igual que cuando mis rosales florecen veo la vida más
bella, el aroma que ella desprendió al pasar junto a mí, fue como una brisa
fresca en un tórrido verano. Una
fragancia que en principio no fui capaz de identificar, hasta que al fin, en mí
se hizo la luz. Cerezo. Ella olía a cerezos en flor.
Al pasar junto a mí, una peineta plateada
cayó al suelo y su cabello negro onduló cual bandera al viento, llamándome,
atrayéndome hacia esa espalda y esas caderas que en continuo vaivén danzaban ajenas
a mi mirada.
Al girarse, contuve la respiración. Sus
rasgos japoneses podrían haber llamado mi atención, pero no así, lo que de
veras me hizo contener el aliento, fue el intenso color azul de sus ojos. Al
instante me ahogué en esos dos lagos profundos... Y la seguí…
Y al igual que el cerezo florece en
primavera, floreció nuestro amor. Intenso y apasionado.
Mi vida quedó en cierta forma relegada, pues
aquel amor me consumía. Su mirada, su risa, la forma apasionada en que nos
entregábamos al acto del amor, nos trasladaba a otro mundo, uno solo nuestro.
Hasta aquél día...
El calor llegaba con fuerza, la primavera
parecía llegar a su fin. Entré en el dormitorio y allí estaba ella. Sakura
sonreía libidinosa entre las sábanas, retándome con la mirada. Le devolví la
sonrisa y abrí un poco las ventanas. En verdad, hacía calor. Su sonrisa se
apagó al instante y en sus ojos apareció una sombra.
- ¿Ocurre algo?- le pregunté.
Con aquél acento que tanto me gustaba
escuchar, ella articuló las palabras que
yo menos quería oír.
- Tenemos poco tiempo mi amor…,
aprovechemos cada segundo.
Poco más me contó aquél día ni tampoco los
siguientes. A pesar de mi insistencia, se volvió silenciosa como la noche. Y
también como la noche, instintiva. Casi no comía, bebía mucha agua, hacía el
amor de forma desesperada, y sólo había algo que la tranquilizaba. El jardín.
Su mirada se volvió ausente conforme los
días pasaban y yo pensé volverme loco. Hasta que un día, al fin, me abrió su
corazón.
- Tengo que despedirme de ti. La distancia
no ha alejado mi dolor. He venido huyendo de mi país y de mi destino.
- Me estás asustando Sakura.
Ella me miró con intensidad.
- Soy huérfana. Hasta el año de edad viví
en una casa de acogida, como vosotros le llamáis. La dueña de nuestro hogar
quería que yo fuese su hija. Solo suya. Y me llevó a su hogar. Viví unos años
felices, hasta que un día, ella enfermó y poco después, murió. Pero mi madre
adoptiva era una mujer muy poderosa. Antes de morir me hizo un regalo. Pasase
lo que pasase, yo conocería un amor puro y
hermoso que me haría sentir viva.
- Un hermoso regalo... - le susurré.
- Pero su hermano, tenía otros planes para
mí. Yo ya tenía quince primaveras y él intuía la mujer que sería en un futuro.
Me quería para él, pero no como sobrina, sino como esposa. Un día, poco después
de la muerte de mi madre, él me confesó sus intenciones, y al negarme yo, pues
no le amaba, intentó forzarme. Me vi obligada a defenderme, y utilicé una
antigua catana que él siempre exhibía con orgullo.
Respiró hondo y continuó su relato.
- Justo cuando vi como su sangre empapaba
la alfombra sobre la que ambos estábamos, comprendí que algo más ocurría, pues
un humo espeso de color rojo brotó de su interior. Con sus últimas palabras me
maldijo por siempre. Me juró que encontraría el amor como mi madre me había
predicho, pero que solo viviría junto a él en primavera, pues el resto del año,
yo sería… hermosa, e inhumana.
Dos gruesas lágrimas corrieron por sus mejillas,
mientras yo la miraba incrédulo.
- No entiendo.
- Pero entenderás – me susurró.
Aquella misma noche desapareció. Sin más.
Sus objetos personales estaban en casa, pero no había rastro de ella. Salí al
jardín a llorar mi desconsuelo, pues allí es donde ambos pasamos tantas horas
juntos. Y quede alucinado. Un hermoso cerezo presidía mi jardín. Un cerezo
rosado espléndido. ¿Cómo había podido llegar hasta allí? Además, ¿los cerezos
no florecían en primavera? Pues la primavera acababa de terminar y aquél cerezo
estaba repleto de flores. A los pies del mismo, un objeto plateado brillaba. Su
peineta…
Al acercarme a él y tomarlo en mis manos,
sentí el impulso de tocar aquél cerezo y acariciar sus hojas. Al hacerlo, una
intensa emoción me invadió. Y entonces comprendí. Sakura... Flor de cerezo.
Símbolo de la fragilidad y transitoriedad en la vida. Mi Sakura. Mi amor. En
primavera, humana. Durante el resto del
año... cerezo en flor. Me abracé a ella con fuerza, y regué sus raíces con mis
lágrimas. Ambos encontraremos la forma de romper el hechizo, pero mientras
tanto… solo viviremos en primavera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario