CICATRICES. Capítulo 2

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Cicatrices. Capítulo 2

- Permíteme empujarte.

- No, gracias. Quiero estar sola.

- Lo sé. Llevas sola desde que regresaste de aquél dichoso hospital. Y créeme, antes no eras así.

Rebeca le miró con furia en los ojos.

- No recuerdo cómo era antes, por si te sirve de algo. Y por favor, quiero seguir estando a solas.  

- Pues verás Rebeca. Antes del accidente eras una persona alegre, divertida, altruista… 


te encantaba ir al centro de menores que hay en las afueras y pasabas horas con aquellos niños. Comprendo que ahora te encuentres mal por no recordar quién eres, pero eso no te da derecho a comportarte de forma tan egoísta con tus padres. Ellos también lo han pasado mal.

- Para ti es fácil. Sabes quién eres. Yo ni siquiera recordaba de qué color eran mis ojos. Y sé que hay algo más Andrés. Lo sé. Sé que todos me ocultáis algo. Pero si hasta habéis escondido las fotografías que había en la casa ¡por favor!

Andrés sintió la angustia en su voz. Pero no. Esta vez no. Había transigido demasiado tiempo con ella. Por ella, por él mismo y por Tomás, debía intentar que ella reaccionase. Si jamás recordaba su pasado, era una baza que él tendría que soportar. Pero incluso eso, ahora, no podía detenerle. Era importante que ella tuviese un futuro. Tal vez sin Tomás, y sin él. Pero, un futuro al fin y al cabo.

- Mírame Rebeca.

- No vuelvas con eso.

- Por favor Rebeca, ¡mírame! ¿Qué ves?

- Pues, a ti. Sé que eres un buen hombre Andrés, o eso creo aunque ahora me estés tocando las narices, pero…

- No me mientas Rebeca, no me seas tan educada. Cuando me miras la cara no me ves a mí, ¡ves mis cicatrices! ¡Niégalo!

Rebeca le miró. Se fijó en esa profunda cicatriz que recorría su rostro, en esa angustia de sus ojos grises, en el mechón negro de su frente que caía como una cortina sobre el principio de aquella cicatriz.

- Mira Andrés, ¡estoy harta! ¡Cansada! ¡Todos me decís como he de comportarme, que me recuperaré! ¡Hasta tú! ¡Venga Andrés, no lo tomes a mal, pero… todavía ellos son mis padres, pero tú… ¿Con qué derecho me fustigas? ¡Sólo eres un trabajador!

Él sintió como si lo hubiesen abofeteado.

- Creí que era un amigo de la familia además de un trabajador. Es más, antes, tú y yo éramos bastante amigos, así que a pesar de que tu comentario es bastante ofensivo y no te pega nada, o al menos, no le pegaba a la Rebeca que yo conocí… responde mi pregunta. Si quieres volverte hiriente es tu opción, pero yo quiero respuestas Rebeca. ¿Qué ves en este trabajador al mirarlo a la cara?

- ¡Cicatrices! – terminó contestando ella dolida.

- Cicatrices. Y yo, por suerte las tengo en la cara, en la espalda, en el brazo… pero tú… tú las llevas por dentro y son mucho más profundas, te están cortando la circulación y la vida.

- ¡No tengo por qué escuchar más! ¡Déjame en paz!

De un salto se bajó del columpio enfadada, furiosa, aunque sin derramar una sola lágrima a pesar de la pena que la invadía. Andrés se estaba convirtiendo en una auténtica pesadilla, porque ella solo quería olvidar lo que ya había olvidado… y él… solo quería que recordase.

Fue entonces cuando ocurrió. Sin más. Allí, parada ante el columpio y el viejo roble centenario, una imagen algo borrosa apareció ante ella. Ella se mecía adelante y atrás riendo a carcajadas… alguien la empujaba, pero no podía ver su rostro, mientras alguien también se acercaba a ellos.  Una voz provenía de la casa preguntando si querían un chocolate… ¡¡María!!  La figura que se acercaba se veía algo borrosa… pero parecía ¿Andrés?

No pudo recordar nada más antes de caer al suelo desmadejada como un muñeco inerte de goma.

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