CAPÍTULO 1- Cicatrices
- Venga Becca, tienes
que comer algo- la recriminó por centésima vez su madre.
- No tengo hambre
mamá.
- Hoy es uno de esos
días ¿verdad?
La joven miró a su
madre y dudó si gritar, llorar, o simplemente levantarse y salir corriendo. Las
migrañas habían vuelto otra vez. La luz comenzaba a molestarle y su humor
empeoraba por segundos.
- Solo es un ligero
dolor de cabeza mamá. Por favor, no te preocupes.
- Pero hija…
- ¡Por favor mamá!
¡Basta ya! ¡Estoy bien!
¿Cómo explicar a
aquella mujer que la miraba con la ternura en los ojos lo duro que era no
recordarla? ¿Lo duro que era no recordarse a sí misma?
Su vida había
comenzado de nuevo hacía un año, cinco meses y tres días conforme a lo que
aquella mujer que la hacía llamarla “mamá” le explicó.
Pero Rebeca no
recordaba nada, absolutamente nada, ni tan siquiera su propio nombre. Solo
conseguía recordar a duras penas el dolor que sintió por dentro al despertarse
en aquella sala de hospital sin saber quién era, sin recordar cómo se llamaba,
sin saber de qué color eran sus ojos, o si tenía familia.
Cómo describir esa
sensación en la que abres los ojos y observas como todos lloran, te abrazan, te
acarician el rostro, te dicen cosas bellas, y tú… tú te quedas ahí, parada,
pensando qué pasa, quiénes son, dónde estoy, quién soy yo…
Rebeca aun sentía
dolor al recordar aquél día…
Una
mujer y dos hombres la miraban embelesados, como si ella fuese la única humana
existente. La mujer y uno de los hombres tendrían unos cincuenta años,
calculaba ella por encima. El otro hombre, era joven, de unos treinta, aunque
era difícil saberlo, pues su rostro estaba cubierto de vendajes, así como la
mitad de su cuerpo.
-
¿Quién sois?, ¿Os conozco?
Recordaba
el dolor en el rostro de la pareja mayor, y se dio cuenta de que el joven que
estaba vendado y que posiblemente fuese un paciente como ella, se detenía en
seco donde estaba.
-
¿Beca, cariño, no nos recuerdas? – le preguntó la mujer con los ojos abnegados
en lágrimas.
-
Noooo.
Una
enfermera entró de inmediato en la habitación, tal vez alertada por el ruido, o
quizás porque el enfermo del vendaje había corrido a llamar a un médico en el
momento en que ella abrió los ojos. Tras la enfermera, un señor que tenía
escrito en el bolsillo de su bata “Molina”, se acercó y le preguntó con
suavidad.
-
Hola Rebeca. Soy el doctor Molina. ¿Cómo te encuentras? Tal vez te encuentres
algo dolida, o confusa, es normal. Llevas tres días en coma.
-
Me duele mucho la pierna derecha, y un brazo…
-
Es lógico. Sufriste un accidente de coche. ¿Lo recuerdas?
-
No.
El
silencio se hizo en la habitación tan solo roto por los sollozos de la otra
mujer.
-
¿Recuerdas tu nombre? – le preguntó el joven vendado.
-
No.
Una
lágrima rodó por la cara de Rebeca que sintió una angustia inmensa en el pecho.
-
No recuerdo nada, ¡no recuerdo nada!
Sí. Rebeca recordaba
aquél doloroso día como si acabase de ocurrir tan solo unos minutos antes.
Aquella mujer y aquél hombre de mediana edad, resultaron ser sus padres, María
y Luis. Y el joven de la venda, Andrés, el capataz de la finca donde vivían.
Pero ella no recordaba
a ninguno. No recordaba nada de su vida antes de aquél accidente.
El dolor de cabeza
regresó con fuerza y despacio se dirigió al columpio que colgaba de aquél roble
de grueso tronco y se balanceó con suavidad, cerrando los ojos y sintiendo en
su rostro los últimos rayos del sol.
Otro día más vivido
sin vivirlo.
Mientras, María se
dirigió a la cocina y entró en ella abatida.
- ¿Todo sigue igual?
– preguntó Luís.
- Igual – contestó
ella de forma cansina.
Andrés, que también
estaba en la cocina, no dijo nada. Se acercó a la ventana y golpeó con el puño
el alfeizar.
- Sigo pensando que
deberíamos hablar con ella. Ayudarla a recordar.
- Sabes que no Andrés
– enfureció Luís – El doctor fue tajante. Ella debe recordar por sí misma o no
conseguirá recordar jamás. Se perderá por siempre.
Andrés se giró con el
dolor en el rostro.
- ¿Y no está perdida
ahora?
- Démosle un poco más
de tiempo. El doctor dijo que la amnesia era normal por el golpe. Que puede
recordar. No le quitemos esa oportunidad.
- ¡Pero es que no la
véis! ¡No vive! ¡Sobrevive! Se suponía que iba a rehacer su vida y a continuar…
pero permanece aislada, ajena a todo, ¡no podemos quedarnos de brazos cruzados!
María se fue hacia
aquél hombretón y observó su rostro. A pesar de las cicatrices de aquél día,
seguía teniendo un cierto atractivo. Pero ella sabía que Andrés no lo veía así.
El fuego y los cortes de aquél día le habían marcado una parte del rostro y del
cuerpo. Y ver así a Rebeca, le estaba consumiendo por dentro.
- Andrés, escúchame
hijo, comprendo que es difícil, pero démosle algo más de tiempo. Tú
permaneciste en el hospital casi seis meses y durante ese tiempo ella y
nosotros fuimos creando una nueva vida. No es fácil. No fuimos capaces de
decirle que aquél día eráis tres en el coche. No fuimos capaces de decirle que
estaba casada, y que junto a ella iban su mejor amigo y su marido. No fuimos
capaces de decirle que solo sobrevivisteis dos.
Andrés cerró de nuevo
los ojos y la observó por la ventana. Recordó cuando la primera vez la vio en
aquél lugar, con Tomás empujando el columpio y riendo con ella, y sintió celos
incomprensibles pues ni siquiera la conocía. Recordó la química entre Tomás y
ella. ¿Cómo decirle que Tomás no sobrevivió el día del accidente?
Madre mía que historia
ResponderEliminarUn saludo:
http://ladydeathpoet.blogspot.com.es
Pues espero que te vaya gustando conforme se vaya complicando un poco, ja ja. Muchísimas gracias lady Deathpoet. Un beso :D
EliminarQue triste... no saber quien eres, no recordar nada.. y lo peor es que las personas al rededor no pueden hacer nada para que ella recuerde.. :S ohh que va, me tienes enganchada.. seguire leyendo.. :3
ResponderEliminarDebe ser horrible no recordar nada, pero en fin... ¿qué pasará? Ja ja. Un beso cariño :D
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