Si el frío metal pudiese hablar y
contar lo que en su regazo escucha, lo que entre su abrazo el ser humano
medita, llora o sueña…
Si el enrejado pudiese desvelar
cuántos besos furtivos, cuántos abrazos y confesiones entre amantes escuchó,
cuántos secretos guardó, cuántos enigmas resolvió…
Pero el metal no habla, no
escucha, solo permanece, ahí, testigo mudo, incitador al descanso temporal,
lecho improvisado de algún mendigo desamparado, cómplice de besos de medianoche
y puestas de sol diarias, quizás cuna de ideas de poetas y objetivo de
fotógrafos inspirados…
Si el frío metal pudiese hablar y
contar lo que en su regazo escucha… quizás una parte del mundo que conoces
se revelaría atípico.
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