Hace unos meses, antes de
la llegada del verano, compré unas luces solares para colocar en las plantas
que tengo en mi patio. En las noches de verano, me gusta sentarme fuera, tener
el cielo por montera, sentir mis pies descalzos pegados al suelo y rodearme de
mis plantas. Me siento anclada a la tierra, pero a la vez, elevo mis
pensamientos al firmamento.
Esa sensación me transmite paz. Pero este verano, además de mis consabidas velas aromáticas, he tenido una luz extra.
Cuatro luciérnagas que iban cambiando de tonalidad dándole un toque mágico a mi momento de descanso.
Lo cierto es, que hace unos días, encontré
una libélula en mi patio. Una real, justo al lado de la ficticia. Era muy
pequeñita, unos dos centímetro y medio. Me quedé observándola. Me hizo gracia encontrarla precisamente junto a su imagen duplicada en plástico, y bueno, decidí buscar información sobre ellas, tal vez, porque en los últimos meses, las libélulas han formado parte de mi vida de una forma u otra.
Menuda sorpresa me llevé, ya que encontré de todo. Son criaturas extraordinarias. Tienen cuatro alas en lugar de dos,
cuatro alas que no pueden replegar sobre su alargado abdomen. Pueden hacer
cualquier maniobra de vuelo y alcanzar una gran velocidad. Sus dos ojos
compuestos les permiten un giro de hasta 360 grados. Lo ven todo.
Su plato favorito es el
mosquito, con lo cual, ya me caen muy bien. Pero hoy, voy a contaros la otra
parte no técnica. La leyenda, el mito, lo que cada cual quiera pensar.
La libélula simboliza la
transformación, la búsqueda interior. Al igual que ella se ha de ir adaptando
en su vuelo a lo que vaya enfrentando, el ser humano tiene que ir adaptándose a
lo que la vida le va imponiendo, cambiando a veces sus ópticas y desviando su
camino para conseguir el fin que desea o necesita. Simbolizan poder,
equilibrio, coraje, fuerza.
Sus alas iridiscentes van
reflejando las distintas tonalidades y nos recuerda que hemos de reflejar las
realidades, lo que hay a nuestro alrededor. Sus ojos compuestos simbolizan que
hemos de ver más allá, abrir la mente, ver nuestras capacidades.
Existe una leyenda, una
especie de cuento de origen celta. Según esta historia, en el principio de los
tiempos, estaba prohibido que las hadas convivieran con los humanos para que no
surgieran relaciones de naturaleza prohibida. Algunas hadas desobedecieron
estas normas y eso enfadó a su diosa, Aine, diosa celta del aire. Como castigo
les quitó su forma humana y las convirtió en libélulas, aunque se apiadó de
ellas y les dejó sus poderes. Es decir, podrían seguir concediendo deseos a los
humanos, leer los pensamientos, hacer realidad los sueños, y volar tan rápido
que no pudiesen seguirlas.
Con el tiempo, Aine
indultó a las hadas y les permitió vivir entre los humanos. Pero éstas habían
comprobado que con su forma de insectos era más fácil la convivencia, pues no
eran observadas como algo extraordinario o mágico a pesar de su poder. De esta
forma, decidieron seguir siendo libélulas por fuera, y hadas por dentro.
Si ves una libélula cerca
de ti, cuéntale tus sueños y pídeles tu deseo, porque tal vez, puedan ayudarte.
En cualquier caso, dicen
que si tienes algún objeto con su forma, el hada que llevan dentro interpretará
que las necesitas y te aportará suerte…
¡Qué bonito Margarita! Gracias por regalarnos tantas sonrisas y luz
ResponderEliminarGracias a tí Cristina, que lo haces continuamente. Cada vez que compartes con nosotros una de tus maravillosas entradas, nos estás haciendo un regalo. Un besazo gigante preciosa.
EliminarBien decia Ruben Dario en su poema Sonatina: La libélula vaga de una vaga ilusión.
ResponderEliminar¡Qué bonito! Muchas gracias Sonatina, me gusta mucho Ruben Dario. Millones de besos para Cookie y para tí.
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