Chucuchú, chucuchú… se
escuchaba a bordo de los trenes de todo la vida, aquellos que impulsados por
calderas se alimentaban de kilómetros y kilómetros de viejos raíles, sueños a
bordo y quimeras imposibles… Aquellos que te inducían al sueño con su chucuchú
constante y melodioso, haciendo observar el mundo a través de sus ventanillas
con melancolía y promesas interiores.
Atravesé el país en menos
de cuatro horas...
de un extremo a otro, en un tren, sí, pero no de los de
chucuchú. Ahora los trenes emiten un sonido distinto, más silencioso y
envolvente. Suave, casi sin tocar el suelo en apariencia, en una especie de
transporte levitatorio, y silencioso, salvo ese leve pitido que se aloja en tus
oídos para recordarte, que sí, que estás ahí, sumida en plena tecnología y sumergida
en las prisas de ahora.
Pero hay cosas que no
cambian, y espero, no cambien jamás.
Sumida en mi letargo,
aposentada en la comodidad de mi asiento, armada con los auriculares y con la
vejiga relajada a sabiendas de que incluso tienes un servicio al lado… cierras
los ojos y decides transportarte a otros mundos que tu mente esconde.
En lugar de observar la
película correspondiente, escoges el canal musical, ése que te regala sonetos
clásicos y te hace sentir realmente en otro mundo. Cuando tú lo decides, abres
de nuevo los ojos y giras el cuello hacia la ventanilla, y si eres afortunado
de estar junto a ella, apoyas la cabeza tan solo pendiente del rápido ir y
venir de la propia naturaleza, observando como el paisaje va cambiando, y quizás,
tú con él.
Y en un momento dado,
decides mirar al interior en lugar de al exterior y tienes la sensación de que
estás en una realidad distinta. Es entonces cuando observas a tus acompañantes
de viaje y sueñas despierta…
Esa pareja de hermanos
sentados a tu lado. Ella es mayor que él, y le mira con cariño. Pero es él
quien se sienta relajado, su postura caída, su sonrisa casi perpetua, su mirada
perdida a través de la ventanilla. Lleva los auriculares puestos como yo,
posiblemente porque también esté abstraído en otros mundos, pues no mira la
pantalla de la televisión. La película no le interesa. Está absorto en esa
ventana y en su hermana.
Ella si está tensa,
intentando leer un periódico de cuyas páginas pasa demasiado rápido, sin lugar
a dudas, páginas no leídas, solo ojeadas. Su postura es más rígida, derecha, su
mirada nerviosa. No porta los auriculares y cambia su postura de forma
continua. Entonces él le coge la mano y ella se relaja. Durante instantes, se
calma. Sus ojos se relajan, su boca
incluso intenta sonreír, y su posición en el asiento aguanta algo más.
Intercambian unas
palabras. No me desprendo de mis auriculares, no quiero escuchar. Solo imaginar.
He imagino que van a un
encuentro, quizás familiar. Pueden ir a algo más serio, una herencia quizás,
pero prefiero pensar que van a reencontrarse con alguien tras mucho tiempo y
están ansiosos. Ella lleva más tiempo que él sin ver… quizás a uno de sus
padres. Y por ello el camino se le está haciendo eterno, mientras él, no deja
de tranquilizarla, como probablemente, ella hacía con él de pequeños.
Ella está cercana a los
cincuenta, y él es unos años más joven, pero hoy, aquí, se sienten niños
pequeños en busca de su destino.
Delante de ellos, una
joven pareja de enamorados también porta auriculares y miran absortos la
pantalla, donde “Divergente” abarca sus atenciones, tan solo rotas por las
risas que se les escapan y los besos intermitentes que no pueden detener.
No puedo evitar sonreír al
verlos. Ella se sienta junto a la ventanilla, y en un instante en que se
levanta, él espera a que ella pase primero, agarrándola por la cintura como en
una especie de ayuda que no necesita, para salir después tras ella, ambos
cómplices de promesas por el pasillo. Uno tras otro, dejando sus auriculares
sobre los asientos, colgando inertes, mientras “Divergente” continúa sin ellos.
Regresan poco después con
sendas latas de refresco y olor a tortilla de patata, posiblemente, procedentes
de los envoltarios que portan. Y esta vez, ella pasa primero, él después…
colocan las bandejas, se colocan los auriculares, se ríen tontamente, se besan,
sin importarle nada si alguien como yo los está observando desde atrás. Y
después, regresan su atención a la pantalla dando buena cuenta de sus
bocadillos, y deteniéndose solo de vez en cuando para besarse brevemente.
Son muy jóvenes, o a mí me
lo parecen. No estoy segura si alcanzaran los veinte años y en mi mente la idea
de cuál diferente es su viaje del hombre que se sienta delante de mí es
inevitable.
En ese momento el tren se
detiene y soy yo la que se ve acompañada, por una mujer que me mira con
seriedad pues estoy ocupando al parecer, su asiento junto a la ventanilla.
Me disculpo, y me cambio
de asiento portando mis auriculares conmigo y mis sueños también. Y ella se
sienta, sacando sus propios auriculares del bolso y extendiéndose todo lo
posible en el asiento, mientras, casi con enfado se echa hacia atrás y me dice
que ha sido mejor sentarse cada una donde nos correspondía, pues ella, va a
dormir todo el camino y seguro yo la molestaría si tenía que levantarme y
sentarme para ir al baño.
Pues mejor así, que no es
mi intención molestar a nadie… sino seguir imaginando…
Miro hacia adelante, y veo
de nuevo al hombre que sigue sentado solo en los asientos delanteros, con su
chaqueta impecablemente planchada colgada sobre el gancho de la ventanilla. Y
él, no deja de hablar por teléfono y teclear en un pequeño portátil de última
generación que lleva sobre sus rodillas, y que ahora, mi nueva ubicación me
permite ver.
Es guapo. Tendrá unos
treinta años. Y… va trabajando. No deja de teclear y de vez en cuando atender
al teléfono a través de ese pinganillo en su oreja, con su traje de marca tan
bien planchado arrugándose con el transcurso del tiempo en el tren. Me gustaría
imaginar que es un escritor creando nuevos mundos, pero su porte está demasiado
rígido y su forma de hablar, es demasiado formal y acelerada. Estrés. El
fantasma silencioso… Imagino que habrá realizado este mismo trayecto tantas
veces, que ya no sucumbe a la magia de las historias de dentro, ni a los
encantamientos cambiantes del paisaje de fuera. Solo absorto en cifras que
aparecen en color negro sobre fondo neutro de una pantalla de ordenador.
Ojalá entrase una joven
hermosa de ojos encantados y se sentase a su lado para distraerle de sus
conflictos, que se nota que los lleva por la rigidez de su nuca y la tensión de
sus hombros. Y como llamada por mi imaginación, esa mujer aparece, con un
vestido blanco de gasa y el cabello suelto sobre la espalda. Pero él no la mira
apenas, más que para un cortés saludo. Sigue trabajando, desplegando tan solo
un momento su mirada por la figura de ella, y volviendo a sus números. Y ella,
en lugar de intentar encantarlo a él, no deja de mirar hacia atrás buscando la
mirada y el guiño de un señor con bigote, veinte años mayor, que yo pienso que
es su padre, pero no… no… Esa mirada no es de una hija, sino de una amante
apasionada…
Y luego están ellos, un
poquito más adelante, entre risas y algarabía, un joven matrimonio con tres niños
pequeños a los que ya no saben cómo distraer en este trayecto, que aunque sea
rápido… es. Y veo sus gestos haciendo palmadas, y moviendo sus brazos en el
aire, cual gaviotas emprendedoras y caricias continuas, mientras él se coloca
una sudadera a modo de casco y entabla una lucha con uno de los pequeños y ella…
mira con desesperación la velocidad a la que va el tren… trescientos veinte
kilómetros por hora… pues para ella, según su expresión va lento.
Decido quitarme los
auriculares y estirar un poco las piernas. Iré a ese servicio que hay al final
de mi vagón, delante de mí, que está más lejos y puedo estirar más las piernas…,
y al regresar del aseo, veo una pareja de personas mayores. Y siento que el
mundo, a pesar de sus edades y diferencias, y aun sin el chucuchu del tren,
sigue siendo el mismo mundo.
Los dos van relajados, sin
prisas, como quien ya lo tiene todo hecho, pero con un cierto brillo en la
mirada, y sé que van a reencontrarse con hijos y nietos tras mucho meditar si
hacer ese largo viaje o no… Y les duelen las articulaciones, quizás les pesen
los huesos y hasta algo más, pero hoy viajan ligeros, esperanzados en ese
encuentro. Quizás a conocer al recién nacido de alguna nieta… quizás a asistir a
la boda de algún nieto… Quizás a hacer ese viaje que han postergado durante
años… o quizás… viajen mucho más que yo.
Una joven pareja, ambos
hombres, se agarran las manos y llevan la cabeza de uno apoyado sobre el otro y
uno de ellos me mira, y sin saber por qué, me sonríe y yo le devuelvo la
sonrisa mientras tomo asiento junto a mi compañera, que sigue dormida.
Con toda la vida que hay a
nuestro alrededor… Vuelvo a sentarme y veo que el señor que está sentado al
otro lado del pasillo, prácticamente a mi lado, “aquél hermano” de “aquella hermana”…
me observa. No me habla, pero asiente, como diciendo “sé lo que estás haciendo”;
Y luego sí sonríe… “Estás creando mundos en tu mente, como los melancólicos o
los que pretenden algún día ser escritores…”
Y escucho su voz alta y
clara, ahora sin auriculares… “Ya estamos llegando Noe, nos esperan en la
estación. Tranquila hermana…”
Y entonces me siento de
nuevo y me coloco los auriculares con la piel de gallina… pues quizás mi simple
juego de observación… haya resultado certero. Mi compañera se despierta, y me
habla algo, me quito de nuevo los auriculares y ella me pregunta que de donde
vengo, y quizás ahora quiera saber hacia dónde voy… pues el tren tiene muchas
paradas, y mi vida… más.
Hola Margarita. Seguro que fue un viaje en tren maravilloso, especialmente desde la imaginación. Para mí es uno de los grandes placeres de la vida. ¡¡Qué tengas un buen día!! Besos
ResponderEliminar¡¡Muchisimas gracias!! La verdad es que fue super relajante. Con el estrés que siempre llevamos, eso de sentarse, y solo observar o incluso, no hacer nada, ni tan siquiera eso... un buen libro y disfrutar. Una maravilla.
Eliminar¡¡Muchisimos besos María!! :D
Muy interesante me ha gustado
ResponderEliminarGracias lady Deathpoet. Después de "Acero en la piel" necesitaba un relax. :D
Eliminar... ufff. simplemente maravilloso.. es tal cual lo que hago cuando viajo... Me identifique al cien por cien en tu escrito, pues soy de las personas que observa e imagina que hacen esas personas, a donde van, como son.. en que trabajan.. amo imaginar sus vidas, y encontrar detalles que me digan que estoy en lo correcto.. pero no sabia por que.. pero con esa ultima frase que has puesto
ResponderEliminarEstás creando mundos en tu mente, como los melancólicos o los que pretenden algún día ser escritores
lo entendi perfectamente.. mi espiritu melancolico y aquel espiritu tambien que pide a gritos ser escritor! :D
Saludos Margarita..
que disfrute leer este bello relato..
¡¡Muchísimas gracias Paulina!! Sí, tú me entiendes perfectamente, porque además coincidimos en un montón de cosas. Y la verdad es que dejarse llevar por la imaginación en determinados contextos es una auténtica maravilla, ja ja.
ResponderEliminarMuchísimos besos preciosa. Por cierto, TÚ YA ERES UNA MUY BUENA ESCRITORA :D
Margarita, me ha encantado esta historia. Porque podría ser tanto real como ficticia, pero quiero pensar que es real. A veces viajar solos se hace aburrido, que si lees un rato, escuchas música, mandas algún mensaje...pero queda aún mucho camino e intentar averiguar quienes son y qué hacen allí tus compañeros de viaje es muy entretenido, bss!
ResponderEliminarHola Paula, pues sí, es real, si bien yo puse un poco de mi imaginación en el papel que le di a cada persona, pero si es cierto, incluida la conversación entre los hermanos.
EliminarFue un viaje super entretenido, ja ja.
Muchos besos Paula :D
Hola guapa
ResponderEliminarWow un texto genial! Cuanta imaginación! Me encanta observar a las personas sin que sepan que las estoy mirando. Aunque parezca un poco tétrico, creo que revelan mucho de cada uno.
Además que perfectamente podría ser todo real jeje
Un besazo
Gracias Arien. Yo no suelo ir fijándome de forma constante, ja ja, pero a veces sí. Me siento en una cafetería o como en esta ocasión, en el tren, y alaaaa, mi mente viaja sola, ja ja.
EliminarMuchos besos preciosa :D
Creo que no eres la única que te dedicas a observar a los demás cuando viajas.. ¿sabes? de pequeña me gustaba sentarme en un banco en mi pueblo que daba a la carretera e imaginar mil y una historias con las personas que pasaban en su coche. Siempre he sido muy observadora porque observar es aprender, es fijarse en todo aquello que otros no ven.. Una historia excelente con una narración impecable, muaks
ResponderEliminarGracias VAnesa. A mi siempre me gustó imaginar historias a partir de situaciones, momentos o incluso, desconocidos. Pero ese viaje en particular, bueno, me dio por dejarme ir con la imaginación, sin más.
EliminarUn beso muy fuerte y me alegro que compartamos la afición ja ja ja
Hola.
ResponderEliminarAl menos puedes decir que el viaje ha sido entretenido.
Yo cuando voy en el metro (ya se que no debo comparar un tren de AVE con uno del suburbano),sobre todo cuando hay bastantes viajeros,me pasa como a ti. Les observo y sin querer me fijo en lo que hablan (sobre todo como gesticulan),también me fijo en el aspecto físico,como visten,como van maquilladas,como tienen las uñas....una cosa que nunca pude soportar cuando me monto en autobús o en metro o cercanías es que tú esteés jugando con la consola,con el móvil o estés leyendo un libro o una revista y esté el típico listillo de turno indiscreto que sin ningún tipo de miramiento,observa lo que haces. A mí me pasó alguna vez y bloqueaba la pantalla del móvil y lo guardaba,mirando a la persona de reojo o cerraba la revista o pasatiempo con un golpe seco para que se achantará.
Ja ja ja ¡hola Silvia! Pues la verdad es que sí, que da coraje que te hagan eso. A mi o se me ocurre, me da un corte tremendo. Y si, fue entretenido. La verdad es que se me hizo más corto desde que decidí jugar a imaginar historias.
EliminarMuchisimas gracias por comentar Silvia, un beso muy fuerte y ¡felices fiestas! :D
Yo me agobio mucho en los trenes, para mí el relax absoluto es en un bus con mis cascos con mi música :)
ResponderEliminarWao increíble yo no me gustan muchos los trenes pero una buena aventura aunque sea en el pensamiento nunca está mal
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