“No está bien retar a la muerte. No, no
lo está. Porque si la llamas, puede venir”
Jamás debí acceder a su petición. Nunca
me gustaron las alturas, jamás, jamás, jamás. Supongo que me hizo perder la
cabeza ese enamoramiento primario que nos vuelve un poco locos e inconstantes.
Como bien escuché cierta vez por ahí, el amor te da razones que ni la propia
razón entiende... o algo así.
Pero eso no justifica, que yo, sufridora
de vértigo compulsivo, accediera a hacer puenting.
Cuando escucho hablar sobre terrores,
sobre vampiros o monstruos nocturnos, sobre fantasmagóricos visitantes no
invitados, me estremezco. Pero el
monstruo al que yo intento evitar, por el que tiemblo sólo de pensar en él, es
a la altura.
Cada vez que intento mirar hacia abajo
desde un piso que se eleve más que una segunda planta, siento cómo mis entrañas
se apretujan entre ellas y empujan mi estómago hacia la boca. Es imposible.
Incluso la vista me abandona en esos escasos momentos en los que he tenido que
enfrentarme a un balcón o una azotea.
Pero ahora, él me pide que haga
puenting, y yo, enamorada hasta las trancas, le digo que si. Hay que ser
idiota, imbécil, inconsciente, gilipollas... pero le digo que sí a esos ojos
azules y esa boca lasciva sin detenerme a pensar en lo que estoy haciendo.
¿Qué puede salir mal? Él me ha prometido
que estará a mi lado en todo momento, exceptuando
por supuesto, el justo instante de mi caída. Señor, solo con nombrar la palabra
caída me empapo de un sudor helado y pegajoso, y una esponja reseca llena mi
boca. No puedo ni articular palabra. Pánico. Terror. Eso es lo que me produce a
mi más de un metro por encima del asfalto.
Él me mira con esa sonrisa derretidora y
me susurra al oído que mañana será un gran día. Un día perfecto. Me habla sobre
la hermosura del corazón recóndito donde se encuentra el puente. Me habla sobre
la altura desde la que nos lanzaremos y cómo si abres los brazos sientes que
puedes volar. Me habla sobre la maravilla de sentir la adrenalina corriendo por
tus venas e impregnándote de vida...
Y yo me clavo mis propias uñas en las
palmas de la mano de tanta tensión…
- Todo esto está muy bien, Pedro,
pero... verás, yo padezco de vértigo, ya te lo comenté, no sé si estoy
preparada.
- ¡Por supuesto que lo estás! Esa
experiencia te va a hacer perder el miedo a las alturas, Carmen. Te va a
regalar una nueva vida. Debes ser más valiente y confiar en mí. Te sentirás
viva, exultante... y después, cuando regresemos, podemos pasar la noche si
quieres en unas cabañas que se alquilan junto al lago. No sé, podríamos
celebrar tu acto de valor, tú y yo, en algo íntimo.
Ay señor. ¿Me está proponiendo lo que yo
creo que me está proponiendo? ¿Cuánto tiempo llevo mirándole a escondidas?
¿Cuánto suspirando como una dolescente babeante para que cruce su mirada con la
mía? ¡Pues claro que salto! ¡Así tenga que amenazar al instructor con que me
empuje con fuerza!
¿A quién pretendo engañar? Solo de
pensarlo siento náuseas. Tomo mi portátil y busco referencias, algo que me
ayude, algo que sirva para personas locas con vértigo, que deciden lanzarse al
vacío desde x metros de altura, que prefiero no saber cuántos son. Y empiezo a
encontrar artículos de accidentes ocurridos por hacer esa locura.
¡Maldito internet!
¡No quiero saber más! ¡No quiero
pensar! Solo descansar, dormir,
acostarme pronto y pensar en que mañana por la noche seré una mujer distinta,
decidida, valiente… ¿tal vez muerta por un infarto?
No consigo pegar ojo en toda la noche.
Mala señal. Desentumezco mis extremidades y me cruje una rodilla. Mala señal.
Tomo una ducha y el champú me entra en los ojos. Mala señal. Al fin, vestida
para la ocasión como si fuese Lara Cross en Tomb
Raider, eso sí, versión Carmen, tomo el teléfono para avisar a Pedro que
puede pasar a recogerme. El teléfono se me cae al suelo del puro temblique que
domina todo mi cuerpo. Mala señal.
Intento desayunar, pero no puedo. Mi
estómago está cerrado, dispuesto a subir y bajar por mi cuerpo o a
desintegrarse contra el suelo si esa dichosa cuerda se parte... Ay señor, no
puedo seguir pensando de forma tan negativa... ¿verdad? Vuelo al baño. Hasta mis intestinos se están
confabulando hoy contra mí, y en última instancia termino vomitando... ¿qué? Si
no he desayunado.
Llamaré a Pedro y le explicaré que estoy
enferma, él lo comprenderá... El timbre suena con fuerza y yo doy un salto tan
grande y con tanta fuerza que creo que me he roto algo por dentro.
La sonrisa de Pedro muere al instante en
su rostro al verme.
- Joder Carmen, estás horrible chica.
¿Te encuentras bien?
- Precisamente de eso quería hablarte,
creo que he cogido algún virus o algo. No me encuentro bien.
- Lástima. Tenía tantas ganas de ir
contigo a esa maravilla de paraje. Es una garganta profunda ¿sabes? Pero el
aire allí es más sano, igual te sienta bien. Las cabañas son amplias y...
acogedoras. Me hubiese gustado disfrutar de todo aquello contigo.
Trago saliva como si en esa saliva fuese
la mismísima soga con la que me voy a espachurrar en un rato y escucho mi
propia voz diciendo que sí, que voy a ir. ¡Pero imbécil suicida! ¿Qué haces?
Mis piernas tiemblan tanto cuando voy
para el coche que pienso que me voy a caer. Pero ahí Pedro me rodea la cintura
y me abraza. Un calorcito muy agradable me recorre entera y de pronto pienso...
¡Que sí! ¡Que pido al instructor que me tire y ya!
Dos horas después me encuentro en un
puente de piedra rodeada de gente super sonriente, trinos de pájaros, y mi
propia voz llamándome de todo, pero lo que con más fuerza escucho es el sonido
de mi corazón y el castañear de mis dientes.
Pedro me sonríe con fuerza, me mira de
forma hermosa, mientras el instructor me habla y yo ni me entero por culpa del
pitido de mis oídos. Tirones por aquí y por allá van sujetando cada brida y
cada palmo a mi cuerpo. Y yo no puedo respirar. Y mucho menos moverme. Han
tenido la deferencia de dejarme saltar la primera. Señor. La vista empieza a
nublarse, y de pronto, no veo ni el
puente mientras mis oídos pitan más fuerte y mis ojos pasan a ver en amarillo.
Me agarro con fuerza al borde del puente esperando refugiarme en la frialdad de
la piedra y ésta se me antoja caliente por mi propio sudor.
- ¿Estás bien? - me pregunta el
instructor con una especie de eco distorsionado.
Miro a Pedro que ahora es una mancha
grotesca y borrosa…
- Sí. Solo un poco asustada. Por favor –
termino susurrándole como una boba – empújame si no soy capaz.
- Tranquila, soy muy bueno empujando
gente al vacío.
Esas palabras no me sirven de consuelo.
¡Maldición!
Intento subir al borde y mis piernas
tiemblan tanto que tienen que ayudarme.
- No estoy seguro que deba saltar. Es
más. No debe saltar – le dice el instructor a Pedro.
Pero él lo ignora y antes que me dé
cuenta, es el propio Pedro el que empuja el lastre de mi cuerpo puente abajo.
Quiero gritar, pero no puedo. Mi corazón
se ha atascado en mi garganta y no puedo emitir sonido alguno. Solo sé que
estoy intentando respirar y tampoco puedo. El pánico se adueña de mí y me
domina por completo. De repente siento que al igual que antes no respiraba
ahora hiperventilo. Uf, uf, uf, uf, uf... una piedra grande y redonda amenaza a
mi cráneo desde tan solo unos centímetros de distancia. Bajo las manos para
protegerme, no sé de qué, y rozo el escaso agua con ella cuando siento que un
fuerte tirón me eleva de nuevo en las alturas y ahora sí. Ahora grito con todas
las fuerzas que he contenido en mis pulmones y el eco producido retumba con
fuerza.
¡Grito como jamás escuché gritar a
nadie! Grito como si quisiera rajar el cielo. Cierro los ojos y me balanceo
tétricamente como una muñeca de goma, laxa... hasta que de pronto me detengo.
¡Viva! ¡Estoy viva! ¡Me siento genial!
¡Lo he hecho! ¡Lo he hecho! Grito como una posesa intentando ver el rostro de
Pedro, pero debe haber más de treinta metros desde aquí. Desato el pie de la
cuerda como me explicó el instructor y caigo tontamente de culo en el suelo
donde un pequeño reguero de agua me empapa y me recuerda ¡que sí, que soy una
campeona! ¡Que ya puedo abrir los ojos, y respirar y gritar de nuevo y ..!
Un ruido sordo y caótico me envuelve.
Escucho un golpe seco y hueco acompañado de un grito horrible y un posterior
silencio absoluto. La sangre se mezcla con el agua escasa del arroyo. Ante mí,
los azules ojos de Pedro aparecen grandes, abiertos, inertes, vacíos...
mientras de su casco brota un hilito de sangre que se extiende por la piedra
que yo antes creí coger. Su cuerpo tiene un ángulo inconexo, imposible. La
metros de cuerda yacen a su alrededor como una especie de bufanda asesina sobre
un cuello girado del revés.
No está bien retar a la muerte. No, no
lo está. Porque si la llamas, puede venir.
Qué impresionante. Un beso.
ResponderEliminar¡¡Gracias!! Un poco de todo, de suspense, y también, como no, de sentido del humor. Un beso Susana, y gracias por comentar :D
Eliminarufff MArgarita, te pasaste.. jajaja, primero me hiciste preocuparme por el miedo a las alturas, y dije pobre chava.. luego.. me hiciste reir con toda la actitud de Carmen jajaja, en verdad me rei varias veces durante la lectura...
ResponderEliminarpero... Margarita.. noooo... que miedo... mori de miedo y se me enchino la piel, al ver que quien habia estado mal... fue Pedro.. :O
simplemente algo fuera de lo que pensaba, muy bien, me atrapaste ! :D
¡Ja ja ja! ¡Muchas gracias Paulina! Se trataba de hacer reir un poco, de dar un toque de humor, relax, y de pronto ¡zas! ¡Mazazo! Ja ja . Una historia de miedo atípica, pero espero que efectiva, ja ja. Muchos besos amiga :D
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