Ha vuelto a pasar.
Estoy aquí sentado, esperando su llegada, admirado por este cielo, que de
nuevo, se ha vestido imitando las tonalidades de Suzanne, de la pequeña
Suzanne, la alada. No es lógico bautizar a una mariposa con nombre de mujer,
pero el día en que las conocí a ambas, no pude resistirme a ello, ya que la
similitud entre una y otra, era abrumadora. Qué curioso el tiempo, parece que
fue ayer mismo cuando comencé mi aventura con ambas, pero, ha pasado tanto
desde entonces...
En más de una ocasión
me catalogaron como homosexual. Al parecer, es algo inusual que un hombre se
fije en el ocaso y lo alabe sin más. Los tonos que tiñen el cielo, como anuncio
de que el día acaba, son los más hermosos para mí. Algunos prefieren el
amanecer, esas promesas que están por venir. Pero yo… soy más de ocasos y
comienzos nocturnos, donde el cielo al completo se inunda de pequeñas luces
brillantes que endulzan la luna. Sí. Hay quien dice que soy homosexual.
En su día, también
hubo alguien que me catalogó como poeta, tal vez por mi afición a garabatear
trocitos de vida en los lugares más insólitos. Servilletas de papel, hojas
sueltas llegadas a mí por azar, algún reverso de una carpeta, periódicos
antiguos… y esa costumbre mía me llevo hasta ellas, de esta forma curiosa, y en
la misma tarde, ambas fueron acariciadas por mis letras garabateadas, esta vez,
en aquella servilleta rugosa de esta
pequeña terraza situada a orillas del Guadalquivir.
La primera en llegar
fue la de cuerpecito pequeño y alas grandes...
Solemne, se posó como por casualidad sobre el borde de mi copa. La hermosura de cuánto me rodeaba, superaba con creces mis expectativas, y no quise resistirme al nacimiento de un soneto. Quedé impresionado por aquellos tonos anaranjados con ribetes negros y notas diminutas en blanco. La observé. Allí posada me miraba retadora, jugando con sus patitas y acariciando sus antenas como si yo no pudiese seguir el contoneo de sus extremidades y sus ojitos a la vez. Esos ojos redondos, solemnes y pintados. Comenzó un aleteo suave mientras me miraba con seducción, esperando ávida que yo comenzara con mi garabateo.
Solemne, se posó como por casualidad sobre el borde de mi copa. La hermosura de cuánto me rodeaba, superaba con creces mis expectativas, y no quise resistirme al nacimiento de un soneto. Quedé impresionado por aquellos tonos anaranjados con ribetes negros y notas diminutas en blanco. La observé. Allí posada me miraba retadora, jugando con sus patitas y acariciando sus antenas como si yo no pudiese seguir el contoneo de sus extremidades y sus ojitos a la vez. Esos ojos redondos, solemnes y pintados. Comenzó un aleteo suave mientras me miraba con seducción, esperando ávida que yo comenzara con mi garabateo.
Tomé mi pluma con
avidez, dispuesto a comenzar un traslado de ideas al papel. Pero con el mismo
ímpetu que levanté mi mano, la volví a bajar, cuando absorto observe aquél
contoneo suave de caderas frente a mí, acompasado tan solo por el rostro más
hermoso. La vida puede ser irónica cuando quiere, y aquél hermoso atardecer
estuvo repleto de ironías. Su melena negra y ondulada caía con gracia sobre
aquél vestido ceñido de color naranja con lunares blancos y un pequeño
delantalito negro. También sus ojos eran grandes y pintados. Cuerpo perfecto,
alas invisibles.
- ¿Otra copa, señor?
Así, sin más, con
aquella fácil pregunta, tan sutil y limpia, se ganó mi pequeño corazón de hombre poeta.
Aun recuerdo las
miradas de ambas posadas en mí. La alada, la irracional, según algunos, la
mitológica conforme a otros, me miraba posada, sobre el borde de la copa, como
si bebiese de aquél punto exacto donde mis labios se habían posado previamente.
La otra, la humana, desde su altura y delgadez, con sus armas de mujer en
ristre, acariciando mis sentidos con su perfume y tal como comprobé con el
tiempo, su perpetuo tono rojizo en los labios. Unos labios sobre los que no me
importaría posar los míos.
Fue divertido aquél
espectáculo y la similitud entre ambas, tanto así, que leí “Suzanne” en la
plaquita que aquella camarera llevaba sobre su pecho, y como “Suzanne” bauticé a la mariposa.
Dos meses llevo ya
visitando cada tarde este lugar, esta pequeña terraza a orillas de
Guadalquivir. De lunes a viernes mi silla blanca y descascarillada me espera,
testigo ausente del ritual que se ha establecido. Cada atardecer, Suzanne me
trae ya sin preguntar una copa de vino blanco bien frío. En las últimas
semanas, de forma insinuante, coloca la copa ante mí y compruebo una ligera
mancha de carmín sobre el cristal, del mismo tono rojizo de sus labios. La
observo y ella me guiña el ojo. Cada atardecer, la pequeña promesa alada se
posa y bate sus pequeñas alitas sobre el borde de mi copa, como si me conociese
o entendiese, como si estuviese compitiendo con la humana.
Un día me decidí a
preguntar sobre la pequeña de alas suaves, y Suzanne sonrió coqueta.
- Igual yo fui
mariposa en otra vida.
- Igual en otra vida,
ella fue humana – me sorprendí respondiéndole.
Su cara se
transfiguró de forma amarga, en un gesto torcido. ¿Celos? Pensar aquello me
hizo sentir feliz, enormemente feliz, como un niño pequeño que acaba de recibir
un juguete prometido desde hace tiempo. Aquello alentó aun más mi
imaginación y empecé a planear pedirle
una cita. Un encuentro ajeno a aquella pequeña terraza, quizás pasear bajo las
estrellas que endulzaban la luna, con un final feliz de esos que ni la
mismísima Giralda se atrevería a desvelar.
Mis sueños se
volvieron tórridos como lava ardiente. No podía dormirme sin recrear el vaivén
de sus caderas. La soñaba sin aquél ajustado uniforme, embriagando mis sentidos
y acelerando las pulsaciones de mi interior. Cada día, cada tarde en un ritual
perpetuo, en el que la pequeña mariposa tampoco faltaba, fiel a su cita, como
si realmente aquél pequeño insecto en apariencia indefenso, acudiese como su
fiel guardiana.
Una noche, sin más,
le referí a la Suzanne mujer, mis variaciones mentales con respecto a la
pequeña Suzanne insecto. Recuerdo aquella noche como si acabase de ocurrir, su
risa clara y sensual, su ávido coqueteo constante.
- Algún día yo seré
como esta mariposa. Seré libre, abriré mis alas y volaré a buscar algo mejor, algo
que yo desee. Quizás busque a alguien que me comprenda, me aliente, me anime a
cumplir mis sueños.
- Es una simple
mariposa Suzanne. No puedes comparar tu vida a la suya.
- Puedo y quiero.
Ella es para mí un símbolo. Es admirada, deseada incluso, hay quien dice que la
mariposa guarda secretos de almas atormentadas, lo que me lleva a
preguntarte... ¿Tienes tú algún secreto que te atormente?
La forma en que
acompañó aquella pregunta con el batir de sus largas pestañas, me puso la piel
de gallina. Fue como un efluvio que lanzó como un resorte, la necesidad de
decirle que mi secreto escondido era ella. Solo ella y el deseo de abrazarla,
protegerla, amarla. Como también deseaba decirle que solo en sus propias manos
estaba el destino que eligiese, que era ella quien debía proponerse cumplir
esos sueños.
Nadie me creería si
jurase que en aquél momento la pequeña mariposa me miró con sorna. “¡Venga
valiente, atrévete de una vez a decirle que escondes ahí, dentro de ti! “
Me sentí ridículo,
pero a la vez envalentonado por aquella mirada. Quizás era hora de desvelar mis
sentimientos hacia aquella diva. Pero dudé, me quedé paralizado un instante y
ella continuó hablando...
- Para ella es fácil.
Solo tiene que volar, desplegar sus alas sin más y tener el mundo a sus pies.
En parte, me identifico con ella. Algunos la miran con deseo, pero si la
tocaran, dañarían sus alas y no podría volar.
Mencionó aquellas
palabras con tal sentimiento, que sentí realmente que entre ambas podía haber
una conexión, y que era ella quien escondía un tormento. Sentí un escalofrío, y
decidí callar, al menos en ese momento.
Tal vez, podría hablar más tranquilo con ella después, sincerarme, pero habría
de esperar a que terminase su turno.
Fue aquél día cuando
él apareció por primera vez. Aquél hombre de cabello largo y aspecto de
corredor. Delgado, con mirada de prisas y la suficiencia de quién sabe que
puede resistir hasta llegar a la meta. Y la miró a ella. Como meta. Y yo...
callé.
A partir de aquella
noche, Suzanne repartía sus encantos entre ambos. Yo le escribía poemas en las
servilletas que le dejaba junto a la generosa propina de cada día. Temí hacerme
adicto al vino no demasiado bueno de aquella pequeña terraza junto al
Guadalquivir, pues adicto a ella ya lo
era. Y ella acudía a mi mesa, casi siempre, al mismo que aquella otra Suzanne
alada, que ahora siempre parecía mirarme con burlas, restregando sus antenas
con cachondeo.
No me quedó otra
opción, y al fín, me envalentoné.
- Suzanne... no vengo
aquí cada día para tomar vino blanco. Vengo a verte a tí. Me gustas muchísimo.
Me encantaría tomar algo contigo, fuera de aquí.
Mi corazón dejó de
latir cuando ella me sonrió con dulzura, y colocó su mano sobre la mía, una
mano fría.
- Lo siento. Nunca
pretendí que te ilusionases conmigo. Me gusta tu juego de palabras, tus poemas
en las servilletas, y tu fiel acompañante, me intriga. Pero nada más - me dijo
en un suave tono marfileño, mirando con ansia a la mariposa, como queriendo acariciar
sus alas...
Me levanté y me
marché, enfadado, decepcionado y pensando que al menos no me había dado falsas
alas. Al día siguiente no fui. Pero al segundo día, no pude reprimirme y
llegué, justo a tiempo para ser testigo de como aquella mujer de fuego se
fundía con el corredor buscador de la meta en un beso que parecía no terminar.
Sentí dolor, furia,
rabia mientras ella con rostro de medio disculpas, se soltaba del brazo
poderoso de aquél otro y acudía a mi mesa, con renuncia casi, para traer la consabida
copa de vino. Y se atrevió a sonreírme coqueta, sorprendiéndome además con la
consabida mancha de carmín en el borde de mi copa, sobre la que la mariposa se
posó, como queriendo pintar sus antenas de rojo carmín pasional.
No dije nada. No
articulé palabra. Aquella noche, anoche, no garabateé la servilleta. Decidí no
regresar jamás a esta pequeña terraza junto al Guadalquivir. Pero hoy... algo
cambió en mí. Aquí estoy. Esperando a Suzanne con un regalo de despedida, algo
que espero la haga recordar mi persona con un sentimiento fuerte y anclado.
- Temí que no
regresases más.
- Tras estos meses me
pareció infantil irme sin más, sin despedirme. Me gustaría hacerte un regalo,
de despedida.
Confieso, que me siento algo nervioso mientras con suavidad, empujo
el pequeño envoltorio plateado hacia ella.
Se está ruborizando,
eso me gusta. Se siente inquieta.
- ¿Para mí? No era
necesario, no tienes porque dejar de volver.
- Adiós mi dulce
Suzanne. Espero que algún día consigas volar…
Me voy. Sin mirar
atrás. Sin saber qué rostro pondrá, hasta que escucho su grito de horror y el
ruido de la cajita con esquinas metálicas cayendo al suelo. Una pequeña cajita
en la que solo había un detalle. Una pequeña mariposa de color naranja con
ribetes negros y puntitos blancos engarzada con un alfiler.
Ahora me voy tranquilo,
sonriendo, sabedor de que al fin he conseguido despertar un fuerte sentimiento
hacia mi persona en aquella joven de caderas sinuosas.
Estoy leyendo un libro que se llama el arte de ser normal y me llamo la atención la relacion que se produjo en mi cabeza con tu cuento.
ResponderEliminarHola Abbie, ¿de veras? No lo conozco, pero espero que lo hayas relacionado en un buen sentido. La verdad es que eso de "ser normal" igual no significa lo mismo para todos, ja ja. Mira este pobre hombre sensible, y al final, se volvió maquiavélico. Uf. Muchos besitos cariño :)
ResponderEliminar¡Ay! ¡Qué final! Pobre mariposa. Pero en fin, esa Suzanne se lo merecía. ¿Por qué seguir pintando la copa de carmín? Si supuestamente no quería ilusionarlo, no debería haber hecho eso.
ResponderEliminarSin duda, me encantó este relato.
¡Ya te sigo y te agregué a mis círculos!
Te invito a pasar por mi blog; estoy comenzando una nueva iniciativa y es la primera vez que lo hago. La llamé "Adopta un Hobbit" y el objetivo principal es ayudarse entre bloggers a conseguir más visitas, seguidores, e incluso a aconsejarse mutuamente sobre cualquier cosa que les plazca. No importa que pertenezcan a otras iniciativas, ¡Siempre se puede conocer más gente! Ojalá le eches un vistazo.
¡Feliz comienzo de semana!
Besitos.
Hola Tamara, por supuesto que sí. Entraré seguro. Muchísimas gracias por tu comentario y muchísima suerte con esa iniciativa maravillosa. Besos :)
ResponderEliminarPobre mariposa, me ha parecido triste y cruel la forma de terminar, cruel con el bichico y con la mujer. Parece que está maldiciendo a una a través de la otra o alguna otra cosa siniestra.
ResponderEliminarPos lo demás, me ha gustado mucho la historia; profunda y llena de sentimientos.
Gracias María. Sí, utilizó a una para vengarse de la otra. A mi también me gusta más terminar las historias con final feliz, pero tú sabes, tiene que haber finales felices y no felices, ja ja. Un beso María :)
ResponderEliminarQue final por Dios. Me tenías en ascuas y cuando mencionaste la caja metálica del regalo me imagine a Suzanne Insecto dentro de ella, pero pensé que yo era maquiavélica jajaja
ResponderEliminarCuando describes a Suzanne camarera lo haces tan bien que me la pude imaginar! felicidades, me gustan tus relatos.
Donde queda Guadalquivir? me suena este nombre de rio.
Hola Claudia, ja ja, sí, es un final un poco maquiavélico. El Guadalquivir es un río que se encuentra en Sevilla, en Andalucía. Muchos besos cariño :)
EliminarMe gusta mucho como escribes tiene una mezcla genial que me genera ganas de saber más. enhorabuena!
ResponderEliminarMuchísimas gracias Pilar. Me alegro mucho que te haya gustado, a veces no quiero extenderme demasiado para no resultar cansada y los voy alternando, pero éste es de los más largos. Muchos besos :)
EliminarQue hermoso relato me tuviste al filo leyendo hasta que llegaste al final tan triste de la mariposa, tienes una manera increible de enganchar, muchas gracias por compartir este relato
ResponderEliminarbesos
Muchísimas gracias Maite, me alegra que te haya ido enganchando, eso es bueno. Muchos besos :)
EliminarUn final inesperado! Al principio parecía que todo giraba alrededor de la mariposa pero luego va tomando forma y bueno el final me sorprendió, muy buen relato!
ResponderEliminarMuchas gracias Rebeca, ésa era la idea, je je. Besos :)
Eliminarhola guapa! Un texto muy bonito, pero a la vez con un final muy triste... he decir que mientras lo leía pensé terminaría bien el texto me ha sorprendido muchísimo! Un relato increíble! Un saludo!!!
ResponderEliminarMuchisimas gracias Lara, antes siempre daba final feliz a mini cuentos, pero luego, empecé a alternarlos, 90% buen final, 10% malo, o regular, porque si no , siempre sabes como va a terminar, ja ja. Besos :)
EliminarMe ha encantado y enganchado tu relato, tienes un arte para escribir increíble, ¡Enhorabuena! Además el final, ¡Me ha dejado de piedra! No me esperaba que lo terminarás así, ya que al final consigue desperar los sentimientos en ella... No diré mucho más para no hacer spoiler, pero ahora mismo lo comparto en g+ ;) Besos
ResponderEliminarMuchísimas gracias Nika, por todo, por tu comentario, que me ha subido un montón la moral, y por compartirlo. Muchos besos :)
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