¿Quién no ha oído hablar de la dulce y encantadora Cenicienta? Lo que muy pocos conocen, es que la historia que se cuenta por ahí no es del todo cierta. Por supuesto que la gran mayoría estaba basada en la historia real, pero se omitieron algunos detalles y se añadieron otros. De este modo, las niñas del mundo soñarían con su príncipe azul, y los niños, con ser los maravillosos héroes del mundo, rescatadores de jóvenes bellas, encantadoras y sumisas.
Niñas y niños del mundo, no quiero
estropearos la fiesta ni la ilusión, pero en pos a la verdad, pienso que
deberíais conocer toda la historia…
Cenicienta nació en el seno de una
familia feliz. Vivía en un castillo fantástico con sus padres, piscina
climatizada y elevadores automáticos. No les faltaba de nada, ya que su padre trabajaba
en palacio como consejero real, con un
buen sueldo y pago extra de dietas, que les permitía vivir de forma holgada.
Pero en todo cuento pasa algo, y
éste no iba a ser una excepción. Un día
la desgracia llegó a sus vidas. La madre de Cenicienta fue atropellada por una
jauría de cerdos salvajes al salir una tarde de su castillo. El porquero
declaró a los medios que iba con prisas, necesitaba llegar pronto al “Caldero
Mágico” un reconocido ciber café
, donde a través de cierta página de contactos
estaba conociendo al amor de su vida. Este buen señor apresurado, se había
enamorado de una tal Floriana, viuda joven y bella, que tonteaba con él
gustosa, pues entendió “portero” en lugar de “porquero”. Pero ésa…es otra
historia.
Tras
la muerte de la madre de Cenicienta, la familia quedó rota y la pobre niña
estaba triste y abatida. Su padre, decidió recibir por una vez los consejos en
lugar de darlos, y empezó a pensar en volverse a casar. No es bueno que una
hija esté sola sin el cariño de una mujer, las familias mono parentales lo
tienen muy complicado. Después de todo, la niña pasaba mucho tiempo sin nadie
con quien hablar, salvo quizás su doncella, su cocinera, su cuidador de
caballos, su ama de llaves, el asistente personal de su padre… en fin. ¡Estaba
tremendamente sola! Así que su padre decidió que volverse a casar podía ser una
buena idea.
En estas lides es cuando nuestra
encantadora y querida Floriana, alentada por las alas del amor y el deseo hacia
su “portero”, llega una soleada tarde de verano a nuestra aldea “Villa en
ninguna parte”. Ella venía de “Villa en todos lados”. Ciertamente, le gustaba
la tranquilidad que se respiraba, si bien no veía muchos salones de belleza por
allí, imprescindible para mantener su joven piel bella y tersa.
Floriana, embutida en un hermoso
vestido veraniego (llevaba sus largas enaguas almidonadas de verano) se sentó
en el ciber café, dispuesta a dar una sorpresa increíble a su amor. Sorprendida,
observa por la ventana como una manada maloliente de cerdos atraviesa por las
calles del pueblo como si nada. ¡Qué asco! Asombrada y asqueada ve como su amor
corre tras los cerdos gritándoles algo. En verdad, los entrenamientos de la
Edad Media no tienen nada que ver con los de ahora, en un hermoso campo de
césped, pero… ¡Oh, por favor! Con horror Floriana se da cuenta de su enorme
error. ¡Porquero! ¡No portero! ¡Y ella que pensaba que el humilde ropaje que
llevaba este señor cuando se veían a través de la Webcam era el uniforme! Debía
huir de allí antes de ser vista.
En su atropellada salida tropezó con
un caballero. Alto, guapo, fuerte por los músculos que se adivinaban bajo sus
ropajes al sujetarla. Ambos se quedaron mirándose embelesados. Ciertamente
después de todo iba a ser su día de suerte.
-Oh,- suspiró ella
con un movimiento de pestañas que prácticamente deja caer las servilletas de
papel del mostrador.- Gracias gentil señor por su ayuda.
-Faltaría más joven
señora - Él estaba atribulado con
aquella belleza. Qué mujer más encantadora y divina. – Por favor, ¿me haría el
honor de tomar algo conmigo?
- No sé si debería…
pero bueno, creo que se lo debo después de todo. Aunque… si no le importa, me
gustaría dejar este sitio. ¿Hay algún otro lugar en la aldea donde podamos
hablar?
Por desgracia ese otro lugar terminó siendo el castillo. El
padre de Cenicienta llevó a su invitada a probar los pastelitos que hacía su
cocinera. Floriana quedó impresionada por el lujo que veía, los sirvientes, la
piscina climatizada, el cuidador de los caballos… vamos que decidió “echarle”
el guante a este señor que además era bien parecido. Todo un chollo. Sólo tenía
un pequeño inconveniente. Tenía una hija. Ella ya tenía dos, y seguramente iban
a tener más de un conflicto, pero bueno, de eso se ocuparía más adelante. Ahora
lo interesante era cazar a aquel buen hombre que al enterarse de que ella tenía
dos hijas, lejos de asustarse, se animó. El iluso pensaba que las hijas de
Floriana iban a hacer compañía a Cenicienta y que todos serían muy felices. (En
verdad, a este señor jamás deberían de haberle contado cuentos de hadas).
La encantadora Cenicienta no mostró
su desacuerdo cuando algunos meses después, su padre le comentó que iba a
contraer nuevas nupcias por el bien de todos. Noticia que a todos alegró
excepto a Julián, hijo del cuidador de caballos y amigo de Cenicienta,
desconfiado por naturaleza, y cansado de ver como la futura nueva señora del
castillo no paraba de mirarle el culo a su padre. Pero bueno, estas son otras
cuestiones de las que hablaremos en otra ocasión.
La boda tuvo lugar poco tiempo
después. Se celebró con gran magnificencia, quedando invitadas todas las
personas importantes del reino. En esta boda, por fin Cenicienta conoció a sus
queridas hermanastras, Águeda y Juliana. Hasta ahora no había podido realizarse
el feliz encuentro debido a que sus hermanastras habían estado estudiando en un
prestigioso internado de otro reino. Y de esta forma y tras este hermoso día,
por fin la familia de Cenicienta ya no era mono parental, es más, ¡ya podían
solicitar los carnés de familia numerosa! ¡La de descuentos que iban a tener a
la hora de tomar carruajes!
Pero… las cosas tomaron un giro inesperado. Pocos meses
después de la boda, el padre de Cenicienta murió de forma trágica. Al parecer
sufrió un ataque de corazón de tanto trabajar. (Las malas lenguas cuentan que
en verdad sufrió un ataque de corazón, pero no de tanto trabajar, sino porque
sorprendió a su bella esposa en actos impúdicos con el cuidador de caballos. En
fin, las malas lenguas, ya se sabe).
De nuevo familia mono parental.
Cenicienta estaba desolada tras la muerte de su padre. Por si no fuese
suficiente, Floriana y sus hijas habían contratado a masajistas, peluqueras,
compraban en los centros comerciales más lujosos de palacio… Concluyendo, no
les quedaba un euro. Por ello el castillo se aligeró de personal. Es decir,
adiós a la servidumbre exceptuando al cuidador de caballos y a su hijo.
Cenicienta que era muy apañada y le
gustaba mirar en Internet cosas sobre moda y decoración, quedó nombrada por
Floriana como nueva costurera, cocinera, lavandera, barrendera, y hasta
peluquera tanto de ella como de sus hijas. ¡Todo un honor! ¡Qué feliz estaba
Cenicienta de que confiasen en ella con tal gentileza! ¡Qué buena era su
madrastra!
Julián, que era un chico muy
espabilado, observaba con pavor como Floriana había empezado a dejar de fijarse
en su padre, y se concentraba más en él. Todo ello le provocaba bastante
inquietud, ya que él estaba enamorado desde hacía años de la atolondrada
Cenicienta. La joven era hacendosa, simpática y tenía un tipazo sin necesidad
de seguir el ejemplo de las princesas del reino, que tenían entrenadores
personales y tomaban zumo de papaya para adelgazar.
Todo un dilema se formaba mientras
que iba transcurriendo el día a día. Hasta que…una maravillosa mañana, ¡todo
cambió! Armando, el hijo del rey que llevaba tiempo en las guerras, armando
todo el lío posible, regresaba a casa. Tenía fama de ser un hombre de mundo, que
la armaba en la guerra, también la armaba con las esposas de algunos de sus
hombres, la armaba en multitud de tabernas… vamos, que le gustaba armarla.
Pero lo importante en esta historia,
era que el príncipe Armando estaba soltero. Solterón más bien. Con lo cual el
rey decidió festejar el regreso de su maravilloso hijo celebrando una hermosa
fiesta en la que todas las jóvenes casaderas debían acudir, y de esta forma su
palacio se llenaría de niños gritones y caramelos pegados en los hermosos
cortinajes. Se perpetuaría la especie y su hijo dejaría de “armarla” por ahí,
así que estuviese bien anclado con una buena esposa y al menos diecisiete o
dieciocho hijos legítimos y algún que
otro bastardo.
A todos los reinos llegó la noticia
de este gran baile. Por supuesto también al castillo de Cenicienta. Pero claro,
cierto es en esta parte del cuento, que Cenicienta quería acudir al baile. Sus
hermanas ya contaban con hermosos vestidos que ella les había hecho siguiendo
los modelos de la revista “Patrón Medieval”. El día solo tiene veinticuatro horas,
y a la querida jovencita no le había quedado tiempo para dar cera al parqué y
coser un vestido más. Por ello, decidió ponerse un vestido de su madre, un
bello vestido rosa que tal vez le podría servir con un buen cinturón y unas
sandalias que una de sus hermanastras había desahuciado. Una hermosa flor en el
pelo… un ligero toque de fresa en sus labios (truco conocido por todos en
aquella época junto al de pellizcarse la cara tras la aplicación de los polvos
de talco, usado para dar blancura a la piel, porque… a ver, las jóvenes de
aquella época lo tenían complicado, no había protección solar y las pecas eran
la última moda, pero había que taparlas para las fiestas con personajes reales.
Truquitos de belleza)
De esta guisa salió del castillo
cuando se encontró con Julián que trabajaba con afán en las caballerizas.
Al verla quedó pasmado con tanta belleza. Ella sería la sensación
de la fiesta. Notó un dolor en el estómago, una sensación extraña. Y es que hay
quien piensa que sólo las mujeres tienen derecho a sentir mariposas en el estómago,
pero no es así. Y Julián tenía más bien un avispero en el suyo.
-Buenos noches
Cenicienta.
- Hola Julián.
- Estás… estás
guapísima.
- Gracias.- Un
intenso rubor coloreó su rostro, y Julián la vio aún más bella.
- Ceni, por favor, no
vayas a ese baile. Te aburrirás
mortalmente en ese castillo.
- Voy a divertirme, a
bailar, a tomar alguna copita de zumo de papaya, que me han dicho que está
delicioso.
- Cuando él te vea se
fijará en ti. Serás su nuevo juguete. Y
una vez que te tenga, volverá a las andadas.
- No digas más
chorradas. Sólo voy a divertirme. Además, no creas todo lo que cuentan por ahí.
Armando es guapísimo y muy valiente. Es todo un príncipe, como en las historias
que me contaba mi abuela y después mi madre. Me dará estabilidad y no tendré
que volver a fregar más suelos. Seré la envidia de todas las mujeres de la
comarca y saldré en la revista “Como cazar un príncipe y adiestrar a su dragón”.
Entiéndelo Julián, la vida no me ha tratado del todo bien y no puedo seguir
mucho más con mi madrastra y mis hermanastras. Son crueles e interesadas. Y
vivo en la Edad Media. Si me independizara, estaría mal visto.
- Yo no tengo mucho
de lo que presumir, pero soy un hombre libre que puede sentarse a ver una
puesta de sol. Recuérdalo.
- ¿Es una proposición?
- Podría serlo.
- Adiós Julián, gracias
por preocuparte por mí, pero creo que puedo tomar mis propias decisiones.
Uy, uy. Nuestra querida Cenicienta
se fue nerviosa. Ella ya había apreciado lo buen chaval que era Julián, por no
hablar de lo bien… proporcionado que se le veía para el trabajo. Era guapo y
simpático. No se metía en líos y a menudo la había ayudado a ella con los
suyos.
Y en estas cavilaciones iba, hasta
que metió la pata donde no debía. Tropezó y se puso echa un asco, al fin y al
cabo, en aquella época las calles no estaban adoquinadas. En este momento de
llanto y desesperación, prácticamente en las puertas del palacio, se sintió desfallecer. Una joven señora que
venía en su carruaje vio la escena y se apiadó de aquella muchacha. Paró el
carruaje y la invitó a subir.
- No puedo señora.
Estoy toda manchada de tierra y barro.
- Cenicienta, ¿no me
reconoces? Soy Karina. Era amiga de tus padres. Mi marido y tu padre trabajaban
juntos en palacio.
Cenicienta
observó los lacayos que llevaba. Cuánta majestuosidad. Y la recordó a ella riendo
con su madre. Ella la llamaba su “hada madrina” porque le traía caramelos y
vestidos que dejaban las hijas del rey.
Así
que finalmente, subió al carruaje y la acompañó al interior de palacio. Karina
le enseñó su colección de vestidos de fiesta. Era una diseñadora famosa, aunque
trabajaba en el anonimato. En aquella época las mujeres no podían trabajar. Así
que utilizaba un seudónimo, se llamaba a si misma Karina Secrets. Y comenzó la
transformación. En un santiamén, Cenicienta era otra. Un hermoso vestido de
color azul cielo se adhería a su piel. En su largo y rizado cabello, un hermoso
tocado de jazmín y azahar. Llevaba el pelo recogido en un moño alto y algunos
mechones caían discretamente. Maquillaje de verdad. No fresas en la boca. Y
como remate, unos hermosos zapatitos de cristal, espectaculares, reciclados de
las lágrimas caídas de la gran lámpara del salón real.
Su “hada madrina” la hizo subir de
nuevo a aquel hermoso carruaje en color calabaza, lo adecuado era que hiciese
una entrada apoteósica. Eso sí, a las doce debía salir del baile. No estaba
bien que una jovencita estuviese hasta tan tarde por ahí. Así que le contó una
trola sobre algo relacionado con que el castillo estaba encantado, y a media noche, las jóvenes volvían a cobrar
su apariencia normal, sin maquillaje ni florituras. La pobre Cenicienta se
imaginó a si misma con los pelos mal sujetos, un sucio traje de trabajo y
manchas en el delantal. No podía permitir semejante barbaridad ante todos, a
las doce estaría en su propio castillo.
***
Comenzó el baile. Nada más entrar
Cenicienta, el mundo se detuvo. El príncipe boquiabierto, se acercó a ella como
poseído por algún tipo de hechizo, y no paró de regalarle el oído e intentar
meterle mano durante toda la noche. Le habló una y otra vez de la maravillosa
vida que podría llevar en palacio. Jamás tendría que volver a trabajar.
Cuidarían de ella multitud de sirvientes. No tendría ni que cuidar de sus
propios hijos. Estaría cuidada por lo mejores estilistas del reino. Sería la
mujer más envidiada por todas. Le prometió la luna. A cambio sólo tendría que hacer una cosa.
Estar bella y mantenerse dentro de palacio para que otros hombres no la vieran.
En esas guisas estábamos cuando el
reloj empezó a marcar las doce. Cenicienta empezó a correr como una posesa
perdiendo durante el trayecto uno de sus pequeños zapatitos de cristal. El
príncipe al ver que no podía alcanzarla, recogió el objeto perdido para así,
buscarla por doquier.
La muchacha llegó a casa agotada y se tumbó en la fría tarima.
Le dolía la cabeza de tanto escuchar la estridente voz del príncipe. No había
parado de hablar en toda la noche. Ni tan siquiera recordaba haber podido decir
algo ella. Y después, recordó a Julián...
su sentido del humor, la mirada de él cuando la había visto esa noche, sus
palabras…
***
La muchacha recibió una reprimenda
tal, que estuvo encerrada una semana, y luego pasó otra semana limpiando y
recogiendo el estropicio causado durante su encierro. Al finalizar la jornada,
se sentó para contemplar cómo se ponía el sol. Hermoso. De pronto, escuchó un
carruaje. Venían de palacio. ¡Claro! Aquella misma mañana había escuchado en “Cotilleos
FM” que el joven Armando iba de casa en casa probando un zapatito de cristal a
todas las casaderas del lugar. Si se probaba aquel zapato y enseñaba el
anterior, se darían cuenta de que era ella. Desde donde estaba, escuchó una vez
más aquella chillona voz y decidió que tenía que ser rápida, muy rápida.
Con
una sonrisa pícara en el rostro cubierto de polvo, metió los pies en agua
caliente hasta que no pudo soportarlo y sus pies se inflamaron. Se inflamaron
tanto que ¡no cabían en el zapato! El
príncipe no la reconoció sin el maquillaje ni la ropa hermosa. Quizás porque
sólo había visto de ella su físico y sus ropajes. Ni siquiera reconoció su voz,
¿tal vez no la había escuchado aquella noche? ¿Tal vez solo habló él?...
***
Meses más tarde Cenicienta y Julián
observaban juntos la puesta de sol. Llevaban varios meses saliendo. Estaban
enamorados. Cenicienta trabajaba ahora de ayudante de Karina en el castillo. Un
día se armó una buena porque descubrieron al príncipe en actitud extraña con un
cochero mientras su esposa paseaba por el jardín. Al parecer, hubo una joven a
la que el zapato entró con ayuda de aceite de oliva. Las hermanastras de Cenicienta se habían dado
cuenta de que la vida es algo más, y no un simple cuento de hadas, y se habían
puesto a trabajar con ella tras negociar un porcentaje de comisión. Floriana por su lado, terminó dándole una
oportunidad al porquero. Al fin y al cabo, los tiempos estaban cambiando y el
hombre, siempre le cayó bien.
Sencillamente genial, hace tiempo que no me divertía tanto leyendo algo. FElicidades.
ResponderEliminarUn besote enorme
Me alegro vecina, ja ja. Muchas gracias cariño :)
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