Salvaje

 

De nuevo llega la noche de los muertos. 

No tengo miedo.

Para mí, la muerte, no es más que un camino que hay que recorrer. 

Mi nombre no importa, tampoco mi ser, al menos para muchos, que solo se acuerdan de mí en esta noche de misterios y aullidos. 

Crecí en la montaña, al abrigo de costumbres humanas. 

Aprendí a vivir de lo que la Naturaleza me regalaba. Mis amigos eran los saltamontes, las arañas y salamandras. Los renacuajos y musarañas. Los árboles me dieron cobijo de la lluvia, y el barro me hizo fuerte. Compartí agujeros en la tierra con criaturas que para muchos son repulsivas. Aprendí a oler y pensar como animal. A gruñir en lugar de hablar. 

Soy salvaje para sobrevivir.

Desde muy pequeña aprendí a distinguir lo que se podía tomar y lo que no de lo que el bosque te entregaba. Las raíces que sobresalen son las más amargas, pero al menos, están ahí, ante tí. Pero el bosque guarda secretos de los que no querrás escuchar hablar.

Era humana, sin más. Hasta el día en que conocí el amor. 

Él llegó como el resto de los humanos, queriendo dominar lo que se nos escapa. Empequeñecer al bosque. Llevarse sus secretos. Talar sus árboles y secar sus arroyuelos. 

Pero el bosque se rebeló y lo hizo, utilizándome a mí. 

Aparecí ante él sin más. 

Mi aspecto era oscuro y sucio. Mis ropas eran sencillas y rotas. No llevo zapatos y jamás he peinado mi cabello. 

De inmediato él se despojó de su camisa para cubrir mi cuerpo. Yo no retrocedí ante su contacto. No era el primer humano que veía. No era el primer humano que me llevaría.

Es lo que tiene ser una criatura que proviene de las entrañas de la tierra. 

Me oculto durante el día, y me exhibo en las noches. Mi preferida... la noche de los muertos.

Algunos piensan que soy un fantasma. Tampoco se equivocan demasiado.

Otros creen que soy un espíritu del bosque. También están acertados. 

Mi nombre... no importa.

Mi hambre, sí. 

Necesito devorar personas. Necesito sentir que tengo el poder. Soy la espada del bosque, la justiciera, la que se cobra la vida de aquellos que intentan dañar mi mundo. 

A veces, juego antes con ellos. Les dejo vagar por los senderos en la noche. Escuchan los sonidos del bosque y lloran como si fuesen niños pequeños. Los ojos encendidos de algún animal los hacen gritar como posesos. Y yo... huelo sus miedos. Y disfruto. Salvaje.

Primero los observo, luego me divierto. A veces incluso los pruebo. Aparezco desnuda ante ellos. Me creen una aparición, una ninfa del agua, un espectro. Ninguno se resiste a mis ojos de gato montés, ni a mis uñas de tigresa. Ninguno se resiste a mis movimientos.

Después, se internan conmigo hasta lo más hondo del bosque... y allí, me los meriendo. Los sacrifico sin más, regando la tierra con su sangre, al igual que ellos derraman la savia de aquellos que me vieron crecer. Ya lo he dicho. Soy salvaje. 

Pero jamás pensé que una de esas criaturas estúpidas, me robara el aliento. Jamás imaginé que pudiese yo sentir esa sensación por dentro, hasta que le conocí a él. 

Distinto, ausente, perdido como yo una vez estuve...

Me permití quedármelo por más tiempo, hasta que el mismo bosque me exigió su sangre. Y por primera vez, me negué. 

Por primera vez, logré salvar la vida de un humano. Pequé contra mi condición y mi legado. 

Y el bosque se cobró su precio.

Ahora, soy madera que observa. Entre insectos y hojas palpita mi corazón, ese que una vez amó. Soy presa en mi propio hogar. 

Solo puedo salir a jugar una noche en el año. Esa noche en la que la magia domina las ansias y la sangre es un regalo. Los lobos aullan felices, las fieras salen de su letargo. Los niños traviesos se pierden entre caminos confusos e indicaciones engañosas. Los adultos no vienen a buscarlos hasta que es demasiado tarde...

Jamás te adentres en una espesura, ni busques cobijo en las sombras, en la noche donde el poder se desata. Hay fuerzas que jamás comprenderás. 

Solo necesitas saber, que soy bruja, y que esa es la única noche en que te podré comer. No lo dudes... lo haré.

Es mi única forma de sobrevivir...