Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Mientras
golpeaba suavemente con mis nudillos la vieja madera que constituía la puerta
de aquella casa, sentía dentro de mí crecer la seguridad.
Zacarías
me abrió la puerta. Verle sobrio era, desde luego, incluso desconcertante.
Lástima, pensé, no verle así más a menudo, pues si bien se le veía abatido,
también es cierto que quedaba en sus ojos el rescoldo de lo que este hombre fue
cuando su esposa aun vivía.
Adela esperaba, sentada en una silla, muy derecha, pero no tiesa. Erguida, sentada
con elegancia, y una gran serenidad en su rostro. Habían encendido fuego. No
hacía demasiado frío, pero las brasas daban a la estancia una temperatura
agradable. Yo temí sudar de puro nerviosismo, pero había tomado la
determinación férrea de conquistarla, con o sin preguntas. Insistiría una y
otra vez, hasta conseguir mi objetivo.
El
calor del fuego emitió un reflejo en los ojos de ella, esos ojos que se
suponían apagados, pero jamás vi brillar con tanto fulgor, y que cuando te
miraban, provocaban el efecto solemne de que nos mentía a todos, y sí que podía
ver.
Si
bien no era el caso, la atracción que esta muchacha ejercía sobre mi persona
era tan fuerte, que yo bien pensaba que sus ojos eran imanes de los míos,
anhelantes de toda ella.
-
Siéntese joven – me dijo su padre – Terminaremos pronto y tengo cierta prisa.
Sus
dudas no me extrañaron. Yo solo sonreí, y ella... levantó una ceja como si
hubiese visto mi sonrisa. En aquél instante, sentí un gran deseo de pasar mis
manos por delante de sus ojos para ver si pestañeaba de una forma especial. Me
limité a tomar asiento, todo lo cerca que pude de ella. Me daba igual si su
padre lo consideraba irrespetuoso. No iba a desaprovechar ni una sola
oportunidad, y menos, después de el breve paseo de aquella misma mañana, cuando
llevarla a mi lado fue toda una prueba para no tomarla en mis brazos.
-
Está bien, Gonzalo. Le haré, perdón, te haré, tres preguntas. Si las aciertas,
tendrás una cita conmigo. Algo sencillo, pero podrás acompañarme si quieres a
dar un breve paseo.
Recordé
el ciruelo, y lo que me pareció que susurraba el viento. Recordé las palabras
que el propio anciano me dijo, lo que me aconsejó, lo que sentí en mi corazón,
allí, parado en el monte. Y la observé. De nuevo su postura, sus palabras...
era una joven educada, y además, yo diría que incluso, instruida. Llevaba mucho
observándola. Instinto. Había que dejarse llevar por el instinto.
-
La primera pregunta es... ¿Cómo puedo saber si algo es rojo?
Ahora
comprendí a lo que se refería mi amigo cuando me dijo que las respuestas podían
ser acertadas o no, y tú mismo, no lo sabrías. Sí que empecé a notar calor de
pronto, pero no me iba a rendir con tanta facilidad y a la primera.
-
Eres ciega de nacimiento según tengo entendido. Jamás has visto el color rojo,
ni el azul o el verde. Pero en tu pensamiento, le has dado una cierta
tonalidad. Te gustan los libros, se nota por como hablas que sabes expresarte
muy bien. En esos libros que alguien te leerá, te habrás hecho una idea de como
son para tí los colores. El rojo es fuerza. Y tú imaginas que algo es rojo por
la fuerza que te transmite. Solo tú puedes determinar qué es rojo, y que no.
Ella
quedó realmente sorprendida. Creo que acerté en esa respuesta, porque... la
postura de su cuerpo cambió, su mirada se volvió de pronto algo más tímida y se
colocó varias veces un mechón suelto, a la vez que se retiraba algo del fuego.
Estaba nerviosa.
-
La segunda pregunta es... ¿Cómo sabía yo lo que medía con exactitud la cancela?
Ahora
sí que me relajé. Ella podía mentirme o no, pero yo conocía la respuesta.
-
Llevo mucho tiempo observándote Adela. Mucho. Me gustas desde hace mucho
tiempo, aunque jamás me atrevía a solicitar tu permiso para salir contigo. Eres
inquieta. Como dije antes, te gusta conocer cosas, y tu ceguera, no lo impide.
He visto como tu padre te ha provisto de algunos artilujios. Y cómo me dejaste
tan intrigado esta mañana, he investigado un poco. Al igual que yo hice una vez
una baranda más alta de lo normal para el fuego de la chimenea, Julio, el
carpintero, te ha preparado un metro que se repliega sobre sí mismo cada diez
centímetros. Al mismo tiempo, ha marcado de forma profunda los centímetros y
milímetros. Y así, supiste con exactitud la medida.
Ella
se puso de pie. Los nervios se la estaban comiendo. Su padre nos miraba a
ambos, creo que sorprendido también. Conforme más nerviosa se ponía ella, más
relajado estaba yo. No me había dicho si había acertado o no, pero yo sabía que
así era.
-
Y la tercera pregunta... ¿Por qué yo? ¿Soy un reto?
Ésta
sí que no me la esperaba.
-
Empecé a observarte por curiosidad. Va a sonar mal, pero tengo cierto éxito
entre las jóvenes, y tú, no me echas cuenta. Se que eres ciega, pero... he
visto como te mueves, y como te desenvuelves. Es incluso llamativo. Compartimos
afición, yo devoro libros a pesar de las burlas de mis amigos. Tuve la gran
suerte de conocer a una profesora jubilada que me enseñó a leer. Fue el mayor
regalo que me han hecho jamás. Y me gustas, no debería decirlo delante de tu
padre, pero me pierde tu sonrisa, tu educación, tu saber estar, y por supuesto,
tu belleza. Y pienso casarme contigo. Y quererte. Te querré cuando esa belleza
sea madura, y cuidaré de ti siempre. No eres un reto para presumir ante los
demás. Eres un reto ante mi corazón.
Ella
se detuvo en seco y se acercó a mí.
-
¿Puedo hacerte una última pregunta?
-
Sí.
-
Si te dijese que no has acertado las respuestas... ¿qué harías?
-
No creerte.
-
Y así fue como conseguí que aquella maravillosa mujer accediera a salir una
tarde conmigo...
Ahora,
sesenta años después, y justo cuando acabo de contar mi historia a esta joven
que se encuentra en un aprieto, escucho su historia y, al igual que hicieron
conmigo, le paso a ella el relevo. Puedo volver a casa satisfecho.
Y
ahí está, sentada, esperándome en el porche, con esa sonrisa suya. Aun es un
misterio para mí como puede presentir cuando es exactamente mi llegada. Hoy
sonríe distinta. Sabe que al fin he conseguido encontrar quién me va a
sustituir.
-
Has encontrado al sustituto, ¿verdad mi amor?
-
Así es Adela. Pero sigues sorprendiéndome... ¿Cómo lo has sabido? Cuando me
casé contigo, ya sabía que no eras muy normal. Es una de las múltiples cosas
que me gustaban de tí.
-
Sigo queriéndote igual, o más, ¿lo sabes?
-
Lo sé. Al igual que sé que esa muchacha va a tener suerte. ¿Cómo sabías que ya
estaba aquí?
-
Porque tú hoy, eres rojo.
¿Se
puede querer a alguien cada vez más? Eso es lo que yo siento con Adela. Nos
casamos muy poco tiempo después de aquellas tres preguntas. Sigo tan prendado
de ella como al principio. Y desde luego, seguiré subiendo a visitar a mi viejo
amigo, ese ciruelo junto al que tantas tardes he pasado como pago a la promesa
que en su momento hice. Ahora, me permitiré el lujo de visitarlo por las
mañanas, y dejaré a Nuria las tardes de su nueva vida, espero que una vida
próspera y dichosa como está siendo la mía.
Precioso y muy original. Un beso.
ResponderEliminarMuchas gracias Susana. Un beso enorme :D
Eliminar¡Es estupendo! Enhorabuena Margarita, me encanta estas entradas.
ResponderEliminarBesitos
Muchas gracias Mari Carmen, ja ja. Espero que hayas disfrutado a tope de la feria de Sevilla :D
EliminarMe encanta!!!!
ResponderEliminarMuchisimas gracias preciosa :D
Eliminar¡Me encantó! Sinceramente, me encantó
ResponderEliminarPrecioso, emotivo, y en general estupendo
¡Un abrazo enorme!
Muchisimas gracias Naya, ja ja. Me alegro que te haya gustado. Es muy cortito, pero tú sabes, para no extenderlo mucho más en el tiempo, pues poquitos capitulos. Un beso preciosa :D
EliminarHermosa historia. Ese ciruelo guardaba la sabiduria de los viejos patriarcas. Aplausos Margarita. y mi y muy merecidos.
ResponderEliminarmariarosa
Muchisimas gracias Maria Rosa. Un beso muy fuerte. Muaaaakkkk :D
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