Marcos observó aquella vieja máquina de escribir que le
retaba cada día. La hoja en blanco se había convertido en su compañera perenne.
Su musa, su inspiración, había volado un día de otoño acompañando a las hojas
caídas, y no había regresado. Demasiadas preocupaciones, mucho estrés, la
necesidad de exigirse a sí mismo una obra maestra, y por encima de todo ello,
las fechas en sí. Navidades. ¿Cómo sobrevivir a las Navidades sin ella?
Desde los anuncios publicitarios, hasta las luces que
adornaban todas las calles, pasando por los millones de anuncios donde todos
regresan a casa. Para él, sin embargo, estas fechas simbolizaban otra cosa muy
distinta. Pérdida, dolor, temor, llanto, rabia.
Al día siguiente había de entregar su artículo en el
periódico donde trabajaba, pero nada adornaba aquella hoja en blanco. Hastiado
de intentar lo imposible, decidió salir a dar una vuelta. No tomaría la calle
principal a fin de evitar aquellas hipócritas sonrisas que no le dejarían en
paz. Se encaminó hacia las afueras, por donde estaba el vertedero, donde con
nadie se cruzaría. Apresurando el paso, con la música de sus pensamientos y la
necesidad de quien quiere escapar de todo. La vista fija en el suelo, alejado
del bullicio.
Fue allí donde la encontró. A menos de dos metros de él,
oculta entre los restos de lo que parecían escombros de una obra en
construcción. Se detuvo impresionado, pues juraría que estaba despierto, pero
tal vez se equivocaba y dormía. Escondida, manchada, algo mojada, pero
presente, allí estaba. Con cuidado, se acercó a ella y la tomó con temblor. Despacio, la sacó de debajo de
aquellos restos y anonadado comprobó que no se había equivocado. Se sentó en el
suelo y observó con lágrimas en los ojos aquella letra cursiva que adornaba la
carpeta que sujetaba. “Luces de colores”.
Separó sus tapas de cartón, seguro de que debía estar vacía,
pero volvió a equivocarse. Su mente voló durante un instante al pasado. Al día
en que su joven esposa falleció en aquel accidente. Su joven Clarisa, que tanto
amaba la Navidad. Cuando llegaban estas fechas, ella perdía el juicio entre
regalos, canciones, felicitaciones y visitas. Nada le enturbiaba el momento.
Ella siempre le decía que los milagros existían y que algún día se lo
demostraría, y además, lo haría en Navidad. Solo que murió sin poder hacerlo.
Cada vez que él le escribía algún poema de amor, o alguna
canción, ella lo guardaba en aquella carpeta de tapas rojas que decoró con
papel maché y cartulinas de colores escribiendo un título en ella con rotulador
indeleble. Cuando ella murió, él se desprendió de todo aquello que le resultaba
en extremo doloroso. Y arrojó la carpeta a un contenedor, con todas las
declaraciones de amor implícitas en sus hojas.
¿Cómo era posible aquello? Con reverencia, observó cómo no
faltaba ni una sola de aquellas hojas impresas. Ni el agua, ni la suciedad, ni
los dos años pasados, habían destruido ni un solo pequeño fragmento de aquellos
recuerdos.
Se abrazó a aquella carpeta como quien se sujeta en la
deriva, y decidió regresar a casa. Unos niños jugaban en la calle y la señora
Martínez le comentó algo de que le había preparado un bizcocho de chocolate. Se
sentó ante la mesa de su cocina y sacó una a una las hojas de la carpeta. Con
cada hoja que sacaba, una parte de su corazón se contraía y luego, se relajaba.
Recordó el milagro que Clarisa le prometió. Miró el calendario. 8 de diciembre.
En lugar de escribir sobre el timo de la Navidad, sustituyó
ese artículo por otro distinto. Decidió, solo por probar, a escribir sobre el paso del tiempo en la cura de las heridas, los milagros y el amor. Sus dedos volaron sobre
el teclado. Jamás había tenido tantas ideas en mente. Demasiadas para un
artículo. Había encontrado una nueva forma de evadir el tiempo y seguir curando
su alma.
Once meses después, un libro de poemas y cartas de amor salió
al mercado, convirtiéndose en un libro súper ventas. Dedicado a Clarisa, “Luces de colores, milagro de
Navidad”.
No me extraña que saliera al mercado y fuera un exito! la verdad un libro es como hijo y me encantaría poder escribir un libro
ResponderEliminarA veces, solo hay que soñarlo con fuerza. Aunque yo aun estoy en el intento, ja ja.
EliminarUn beso muy fuerte Abbie :D