Una
niña se tragó el arroyo, al completo, sin soltar ni un poquito. Qué miedo pasó
mi madre aquél día, cuando vio que la niña gritaba algo tremendo y saltaba
desde el pequeño puente al viejo arroyo, riendo, llorando, con los brazos
extendidos al viento y la felicidad dibujada en la cara. Mi hermano se
estampilló contra el suelo cuando mi madre empezó a correr frenética para
intentar detener a aquella loca criatura loca. Pero la niña saltó, con su canto
de libertad y su cerebro dormido.
La
gente llegó corriendo, justito a tiempo de ver como mi madre sacaba a aquella
insensata de entre las asquerosas aguas, con fango hasta en las orejas, la cara
y el cuerpo apestando sieno, y mostrando unos dientes marrones y un brillo de
felicidad extrema en los ojos que ahora derramaban lágrimas, no se si por pena
del rescate no solicitado, o de puro alivio.
-
¡Por Dios Concha, qué rápida fue usted!
-
Ya ves hija, si no corro, la niña se ahoga. ¡Ay, madre, mi Paco! ¡Lo dejé
tirado en el suelo!
Y
entonces llegué yo, con mi carita de susto, mis once añitos de madurez y mi
hermano llorando bajo el brazo, pataleando y haciendo cucamonas, de seguro que
para llamar la atención de mi madre.
-
Ay, Floriana, ¿qué haría yo sin tí?
-
Esta niña, qué buena es – dijo alguien
-
Qué suerte tienes Concha, tu hija es tan responsable... no como esta loca
insensata. ¡Venga Carmelita! ¡Que tu madre te va a dar golpes hasta en el cielo
de la boca!
Y
Carmelita me miró. Con sus diez añitos de rebeldía pegados en su frente y la
sonrisa más sincera que jamás le vi.
-
Lo hice
Eso
fue todo lo que se escuchó.
Y
yo, agaché la cabeza, porque yo no podía hacerlo, no quería hacerlo, no debía
hacerlo. ¿Cómo iba yo a hacer semejante barbaridad? Yo era la niña responsable,
la niña mayor, la que jamás desobedecía. Además, podía haberse roto el cuello
en el salto, podía haberse fastidiado una pierna, un brazo, o la cabeza.
Romperse un diente y dislocarse un hombro. Podría haberse matado. ¡Loca
insensata loca!
Me
sentí mal, mareada. Un huequito se abrió en mi estómago, y el muy malvado subió
hasta mi pecho y se instaló allí, justo en el centro. Y allí, creció, porque
sí, porque le dio la gana. Y yo me empecé a sentir peor.
-
Gallina – añadió aun antes de irse.
Un
rato después la escuché gritar, llorar. Como alguien dijo, su madre, le estaba
dando golpes hasta en el cielo de la boca. Pero yo no me alegré. Lloré. Lloré toda la noche, o
al menos, hasta que mis ojos se cerraron de pura llantina y empecé a soñar con aguas
que corrían asquerosas y me llamaban. “Lo hice...”, “Gallina”... Me
desperté sudorosa, temblona, y con poco cuerpo de ir al colegio.
-
Venga Floriana, levanta ya, llegarás tarde.
-
Hoy no iré al cole mamá. No me encuentro bien.
-
¿Qué te pasa? ¿Tienes fiebre? ¿Te duele la tripa?
-
Todo, me duele todo – mentí.
O
no. No mentí. Me dolía por dentro, el alma, y se supone que el alma lo es todo
según mi abuelo, así que no mentí cuando dije que me dolía todo. Pero mi madre
no es tonta. No, no. Nada tonta. Casi me tira de la cama.
-
Irás al colegio. Si no tienes fiebre, vas. En esta casa no quiero flojos, ni
tampoco mentirosos, y tú señorita, tienes ahora mismito cara de las dos cosas
juntas.
Miré
a mi hermanito en su cuna. “Gu, gu, goooo, ta”
-
No te cachondees de mí Paco, que tú también crecerás, y tendrás que aguantar.
Enfadada,
tomé mi mochila. Hoy pesaba más. Llevaba toda la culpa en la espalda.
Cuando
pasé por lo alto del viejo puente, me paré un momentito a ver como el agua del
arroyo corría y corría, como con prisas, o como soñando con llegar al mar. Algo
metálico brilló en la orillita de barro y basura que había al filo del arroyo.
Algo bonito entre tanta porquería. Y miré. Miré muy bien. ¿Qué sería aquello?
La
sirena del colegio me recordó que iba tarde, muy tarde. Cargué la pesada
mochila y corrí ladera arriba hasta llegar colorada como un pavo, sudorosa, con
los ojos abiertos de más, y la boca intentando coger el aire que la nariz no
tomaba, pero llegué.
-
Floriana, vuelves a llegar tarde. Es increible. Con lo buena chica que eres
para estudiar y para hacer los deberes, con la buena letra que tienes, y que
impuntual. ¿De nuevo te paraste por el camino? Estoy segura de que sí. Habrás
vuelto a soñar con los mundos de vete tú a saber quién. Como Carmelita. ¿Oyeron
lo que le pasó a Carmelita? Esa loca insensata se tiró al arroyo. A saber qué
pretendía. Qué insensatez...
Agaché
la cabeza. La cabeza me dolía. Mucho. Creo que por la culpa y la pena.
-
Abran el libro por la página quince y comencemos a leer en voz alta y por
orden, ya saben, un párrafo cada uno. Hoy comienzas tú Floriana, que te veo
distraída, muchacha.
Y
así empezó mi tortura aquella mañana, tortura que recuerdo no terminó, empeoró,
cuando de regreso a casa atravesé el puente. Me detuve un momento sobre él,
viendo como aun llevaba fuerza en sus aguas negras. Negras de tanto arrastrar,
pues en los dos últimos días, el arroyo se había convertido en el vertedero del
barrio, y todo tipo de objetos se veían nadando, felices, contentos, libres al
fin de aquellos que ya no los querían.
De
nuevo, me pareció ver un resplandor clavado entre una vieja silla de enea
partida y una palangana oxidada que no dejaba de golpear y golpear, como
queriendo arremeter contra todo aquello que la detenía en su camino. Intenté
fijar más la mirada, atenta, curiosa, absorta en aquél brillo. La mochila me
pesaba y sentí que mis hombros llamaban mi atención, pero yo allí, seguía
mirando el resplandor...
-
¡Floriana, por Dios! ¿Se puede saber qué te pasa hoy? ¡Llevo esperandote un
buen rato!
-
Lo siento mamá. Me entretuve un momento a ver el arroyo. Hay mucha basura
dentro.
-
La gente lo tira todo, como si no pudiesen llevarlo al vertedero. ¡Qué
asco!Sólo unos metros más, pero no, al arroyo. Escuché el tiempo que iba a
hacer mañana. Mañana dan lluvias de nuevo, y el arroyo crecerá, pero a partir
de pasado mañana, hará bueno y el nivel del agua bajará. Nos quedará un
basurero aquí, al ladito de casita. ¡Qué asco por Dios!
No
dije nada. No hice nada. Más que mirar hacia atrás mientras mi madre seguía con
su parrafada innecesaria a mis oídos, pues yo no la escuchaba. Fingía hacerlo,
y de vez en cuando asentía, y seguí asintiendo mientras colocaba ante mí
aquella rebanada de pan crujiente con chocolate. Seguí asientiendo cuando me
dijo que apurase toda la leche, y hasta cuando mi hermanito intentó meter sus
pequeñas manitas de bebé en el vaso, y casi se queda ahí atrapado. Otra vez mí
madre gritaba. Mi madre gritaba mucho, quizás porque era todo el trabajo para
ella. El trabajo de casa, y el trabajo nuestro, nos repetía a mi hermano y a mí
a diario, pues mi padre era un hombre con suerte que trabajaba fuera de la casa
y de un par de mocosos revoltosos. Luego siempre se volvía hacia mí y me
acariciaba la cara y me besaba la frente.
-
Tú no Floriana. Tú eres una buena hija. Pero tu hermano es un trasto y os tengo
que reñir a los dos, que si no puede pensar que te quiero más a tí...
¿En
serio? ¿Un bebé de nueve meses iba a pensar eso?
Aquella
tarde no me dejaron visitar a Carmelita. Estaba castigada de por vida, me
explicaron. No la vería hasta que fuese mayor, añadieron. Pero en la noche, a
la hora de irme a dormir, ya con papá cuidando de Paco, mi mamá aprovechó la
ocasión para advertirme.
-
Mañana Carmelita irá de nuevo al colegio. No quiero que hagas caso a sus
travesuras, no vayas a seguirla en sus juegos. Es una niña rebelde. No me gusta
que seas su amiga.
Me
sentí mal, muy mal. Me entraron ganas de llorar por dentro, como si la tortilla
clarita que me había comido estuviese rellena de piedras. Sentí como mis manos
temblaban mietras decía a mi madre lo que ella no quería escuchar.
-
Carmelita es mi amiga mamá. Es buena chica. Se tiró al arroyo por mí.
Mi
madre se paró en seco y me miró como si yo fuese una especie de escabeche
marinado, de esos que tanto asco le daban.
-
¿Pero qué estás diciendo? ¿Perdiste el juicio?
-
No mamá. En el arroyo hay algo que brilla. No se lo que es. Carmelita lo vio
hace dos días y me lo contó, porque dice que yo soy mayor. Pero yo no la creí.
Ella dijo que podía ser la punta de una corona, o un colgante hermoso, o quizás
el diente de oro de alguien que lo necesite... y que había que rescatarlo. Pero
yo no la creí – le dije ya llorando.
-
Creo que hoy has tomado mucho sol hija mía,no hay otra explicación a tanta tontería.
-
No son tonterías mamá. Hoy vi yo el brillo. Ayer no. Por eso Carmelita se tiró
al arroyo, para ver qué brillaba. Y ella no sabe nadar. Como yo, que tampoco
sé. Pero me dijo que teníamos que averiguar que era aquello. Y no la creí. Y
ella se tiró. Y todos le reñisteis mucho y decís que es una mala persona, pero
no lo es. Ella es valiente y yo... yo soy una cobarde.
Estas
últimas palabras salieron sin más. Así. Escapadas. Impulsadas por la burbuja de
la culpa, zarandeadas por el disgusto de saber que yo le había fallado a mi
amiga.
-
Creo que tienes que descansar Floriana. Está clarísimo como el agua que tiene
el vaso de tu mesita de noche, tienes que dormir y dejar de decir tonterías.
Pero eso sí, te lo advierto. Ni se te ocurra mañana ponerte a jugar con
Carmelita, ni entretenerte por el camino. A saber qué se le ocurrirá mañana.
Mañana llueve más, lo ha confirmado esta noche el hombre del tiempo, y ése, no
se equivoca casi nunca. Tú mañana, a casita, derecha, y con prisas.
¿Entendiste?
-
Claro mamá.
Mi
madre salió aquella noche de la habitación enfadada conmigo. Lo sé, porque
olvidó su beso de buenas noches y yo no se lo pedí. Tenía la frente fría, pero
por dentro de mi cuerpo si que tenía frío. Me costaba trabajo tragar aquella
bola. Y al día siguiente... Carmelita. Podría fingir estar enferma, podría
levantarme mucho más temprano y llegar antes que ella a clase. Podría...
Me
dormí soñando de nuevo con aguas oscuras y pestilentes, de las que una varita
mágica y brillante salía del agua, y agarrada a ella, venía Carmelita, vestida
de princesa de cuento.
-
Venga Floriana, levanta ya, llegarás tarde.
-
Hoy no iré al cole mamá. No me encuentro bien.
-
¿Qué te pasa? ¿Tienes fiebre? ¿Te duele la tripa?
Aquello
me sonaba demasiado familiar...
-
No. Ya se me pasa. Solo es sueño.
Carmelita
me esperaba en clase, pero no me hablaba, ni tan siquiera me miraba, y en un
momento en que nuestras miradas se cruzaron había algo en su cara que no me
gustó. Recuerdo que no sonreía. Ella siempre sonreía, estaba muy seria y me
sentí muy mal. Yo tenía ganas de llorar, quería llorar, pero no podía
permitirme llorar allí, delante de todos ¿verdad?
Aquél
día fue muy largo, muy, muy largo, pero al fin, la sirena del colegio tocó
poniendo fin al día de clase. Fuera llovía. A cántaros. Antes de irme a casa
busqué a Carmelita, quería hablar con ella, hacer las paces. Pero no había
rastro de ella y mi madre me esperaba. Se enfadaría mucho si me retrasaba otra
vez, así que enfilé el camino de regreso a casa.
Hacía
viento y el paraguas quería volverse, pero yo no lo dejaba. Mi mochila cada vez
pesaba más, no sé si por el agua que la empapaba, o por la bola que yo tenía atravesada en la garganta y que no
me dejaba tragar saliva.
Llegué
al puente. Y me paré. Con la vista fija en aquella marea negra, sin ver gran
cosa. Otros niños cruzaban corriendo, las botas de agua embarradas, los
impermeables de colores por todos lados, y yo... allí, parada en el puente.
La
sentí. Sabía que estaba cerca. Miré para adelante, y vi el resplandor de nuevo,
esta vez entre el viejo esqueleto de un paraguas roto. Miré para atrás. Lejos
de mí, distante, Carmelita. Tenía el gorro del impermeable sobre su rostro,
pero había bajado su paraguas gris y negro, y me miraba, me miraba como si no
pudiese mirar para otro lado aunque quisiera. La lluvia aumentó, y todos
corrían, pero el objeto brillaba más que nunca. A lo lejos me pareció escuchar
la voz de la madre de Carmelita llamándola, gritándole, y también la voz de mi
propia madre...
Volví
a mirar a Carmelita, y ella me hizo una leve señal con el rostro... “No”. Yo
era Floriana. La niña buena, la niña obediente que habia perdido a su mejor
amiga por ser una gallina. El corazón me sonaba en los oídos, y los ojos no
eran capaces de abarcar todo lo que tenía delante, porque a la lluvia que caía
se sumaban mis lágrimas.
Primero
fue mi bonito paraguas rosa de florecitas blancas... luego la mochila al suelo,
el grito de mi madre, el horror de los niños del puente, voces, mis botas pesaban, me las quité. Carmelita quieta. Mi
madre corriendo. Los chiquillos apartándose de mi lado. La mochila empapada. El
brillo llamándome. Pero no podía. No podía. No podía...
Y
caí.
Y
sentí miedo. Y sorpresa. Y todo lo noté un instante antes de que el barro
inundara mi boca y me escocieran los ojos, y me golpease la rodilla y a duras
penas intentara nadar. Quise agarrarme donde fuese, no me importaba lo que
brillaba, solo quería respirar. Iba a morir allí. Intenté arañar el borde del
arroyo, quisé agarrarme a cualquier cosa y me pinché, y sentí que algo me
pegaba, y luego me empujaban, y de pronto... todo terminó y yo me vi tosiendo
sobre el frío del puente. Y miré hacia arriba. Creo que mi madre lloraba. Creo
que la gente gritaba. Yo solo veía como el agua me caía limpia sobre la cara.
Qué hermoso ver caer el agua desde abajo, aunque tengas que cerrar los ojos y
abrirlos corriendo y volverlos a cerrar... Y sonreí. El rostro de Carmelita
apareció entre la lluvia y mi cara, alguien intentaba apartarla, pero ella se
resistió y me abrazó. Lloraba.
-
Te empujé.
Lloré.
De pura felicidad, de emoción. Aquello que brillaba... seguía sin saber qué
era, pero, ahora había encontrado algo mejor.
-
Gracias.
Margarita! Me encanto!, no podía dejar de leerlo e imaginarme las escenas, en verdad que es un gran escrito.. Me identifique un poco con la chica buena que sigue ordenes y reglas, sin embargo yo también soy como ella, curiosa, valiente, y a pesar del miedo, siempre trato de solucionar las cosas, la niña quería saber que era lo que brillaba, pero sin embargo quería algo mas valioso.. aquello que creyó perdido cuando vio que una sonrisa se había cayado...
ResponderEliminarGracias por este maravilloso escrito, seguiré leyéndote y opinando sobre tus escritos Margarita.
Saludos
Pau brcs
¡¡Muchísimas gracias!! Si, yo tengo un poquito de ambas, aunque también me inclino más por la "niña buena". Sin embargo, a veces, la vida te pone en unas situaciones que no veas, ja ja.
EliminarMe alegro que te haya gustado, aquí estoy colgando pequeños relatitos e intentando mostrar lo que me gustaría hacer algún día. Escribir. Encantadisima de tenerte por aquí y de escuchar tu opinión.
Un beso muy fuerte :)
Los dolores del alma son los mas dificiles de curar! me ha encantado, me has transmitido tanto que no te lo puedes imaginar
ResponderEliminar¡Hola Alba! Me alegro un montón cariño. Muchísimos besos :D
EliminarBuff, muy dura este relato, igual le he entendido mal per es carmencita quien empuja al arroyo a ahogase a floriana. y lo ultimo es floriana viendo como se le escapa la vida??.
ResponderEliminarHola. Nooooo. Carmencita la empuja para ayudarla a dar el salto, pensando de que no le va a pasar nada porque los mayores están ahí. Y Floriana, no ve escapar la vida, sino al contrario, se siente viva tras el suceso. Ay, ¡niños! Un beso :)
Eliminarufff tremenda historia quizá Carmelita la empujó para que dejase de ser la niña buena y obediente e hiciese por una vez aquello que quería hacer.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho escribes genial.
Muchas gracias Sara. ¡Exactamente! Carmelita solo quería darle un "empujoncito", nunca mejor dicho, para que diese ese paso que tanto miedo da de salir de tu zona de confort y entrar al mundo. Muchos besos Sara :D
EliminarMe ecnanto!!!! Que duro el relato.Una niña buena Floriana que hace todo bien empujada por otra que hace todo mal Carmelita,y encima la buena a pesar de todo sigue viendo algo bueno en la otra.Un beso y mil gracias por el relato
ResponderEliminarMuchas gracias Patricia. Tú sabes, los niños, las amistades, el bien y el mal, el valor o cobardía... en fin. La verdad es que en este caso, ambas eran amigas cruzando un punto nuevo. Muchos besos Patricia :D
EliminarEsta historia me atrapo, no podia parar de leer. Sigo pensando en el final, siento que es algo que debia hacer floriana, para sentirse libre y descansar la mente, como cuando queremos hacer algo que muchas veces no esta bien visto, pero al hacerlo nos sentimos en paz. Me encanto!!
ResponderEliminar¡Muchisimas gracias! Esa era justo la idea. A veces el miedo nos paraliza y después nos sentimos mal, porque realmente queremos hacer "algo". Una vez que conseguimos atravesar la barrera, nos sentimos liberados.
EliminarMuchos besos :)
Wowww un relato muy interesante,me parece que Floriana fue muy valiente por empujar a la otra a que se atreviera hacer lo que ella no era capaz. Se puede comparar con los miedos que tenemos en hacer algo o a lanzarnos a tomar una decision pero al hacerla nos encontramos con una sorpresa que se siente muy bien. xoxo
ResponderEliminarHola Janis, si. A veces te quedas atrapado en tus propias propuestas. Alentó a Carmen pero ella no se atrevió. Menos mal que al fin, aunque fuese con ayuda, lo hizo. Era lo que en realidad deseaba tanto como para ver brillar algo que igual ni existía. Muchos besos :)
EliminarLo has escrito tu? Parece sacado de un libro!! Redactas genial y transmites mucho con tus palabras.
ResponderEliminarBsss
Ja ja , ¡¡gracias!! Si, lo he escrito yo. Todo lo que ves por aquí lo he escrito yo, incluso en algunas entradas verás un vídeo de YouTube al final. También es mía la voz que escucharás.
EliminarMe alegro muchísimo que te haya gustado, de corazón. ¡¡Muchisimas gracias!!
Muchos besos :)
No sé cómo lo haces, pero cada vez que leo un texto tuyo me imagino como figurante en la escena. Lo describes todo con tanto detalle...Y me quedé con ganas de saber qué se escondía en el río, no pensé que Floriana se tirase al final! Bss.
ResponderEliminar¡Muchisimas gracias Paula! ¡¡Me encanta que me digas eso!! Muchas veces narro mis historias en primera persona porque opino que así es más cercano, con lo cual me das una alegría.
EliminarY siii, Floriana se tiró, bueno, je je, la ayudaron a tirarse, pero al fin y al cabo, hizo lo que deseaba.
Muchos besos Paula :D
Que bonito relato Margarita. Me imaginé todo mientras iba leyendo. A veces se necesita alguien que nos de un empujoncito para salir de nuestras comodidades y afrontar los miedos, me encantó! Gracias por compartirlo :3
ResponderEliminarMe ha encantado este relato, has conseguido mantener a la perfección la intriga hasta el final y bueno, la verdad que no imaginaba cómo acabaría pero me alegro que Floriana haya hecho lo que realmente quería aunque fuese con ayuda de Carmelita. Un besote
ResponderEliminarSuper detallado el relato, por momentos me imagine el lugar como el de la peli mejores amigas (esa escena en que se tira del puente es terrible jaja). Me ha gustado mucho como has entretejido la metáfora de los riesgos, la valentía y la amistad. Tienes un estilo muy bonito!
ResponderEliminarBesos!!
Margarita que pasión le pones a los escritos, es precioso , intenso , una mezcla de emociones , es fascinante ^.^
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