Me gusta caminar descalza sobre las hojas
caídas del parque. Y me gusta hacerlo a esa hora en la que muchos duermen,
huyendo del frío de la mañana. Para mí, es la mejor hora para reconciliarte
contigo mismo.
Quizás por algún tipo de ironía, mi mente
no consigue recordar fragmentos de mi vida. Las lagunas que quedan en blanco me
obsesionan y necesito momentos en soledad.
Al salir aquí, descalzarme y sentir la frialdad del suelo en estas mañanas de otoño, recuerdo que estoy viva, que soy yo, que estoy aquí, a pesar de las ausencias de memoria. Cada vez que el frescor se desliza desde la planta de mis pies hacia cada fibra de mi ser, y cuando digo cada fibra, es cada fibra y cada órgano, incluido mi cerebro.
Al salir aquí, descalzarme y sentir la frialdad del suelo en estas mañanas de otoño, recuerdo que estoy viva, que soy yo, que estoy aquí, a pesar de las ausencias de memoria. Cada vez que el frescor se desliza desde la planta de mis pies hacia cada fibra de mi ser, y cuando digo cada fibra, es cada fibra y cada órgano, incluido mi cerebro.
A veces, me despierto en mitad de la noche,
empapada en sudor y no consigo saber, por más que lo intento, qué motiva esa angustia. Solo puedo sentir con
certeza algo fuerte en mi pecho que me aprieta y me ahoga. Algo que tan solo el
frío consigue acallar.
En estas mañanas en la que muchos desean
abrigarse y guarecerse, yo salgo a la calle, cruzo la avenida y me adentro en
el parque. Me descalzo y siento como las hojas que van cayendo de los árboles
crujen al contacto con mi piel. No me importa el barro, no me importa la
suciedad, ni tampoco las miradas de aquellos con los que me cruzo. Ese instante
en el que el frío del suelo comienza a subir y me acaricia la espalda... es la
vida para mí. Ese frío, irónicamente, me da calor.
Es entonces cuando siento, también una vez
más, que mi cuerpo se vuelve pesado. Tengo un remolino de sensaciones en el
estómago y en la cabeza. La impresión de que alguien me sujeta con una cuerda y
tira de mí para sacarme de algún sitio. Y tira y tira, pero no consigue
sacarme. Sin embargo, esta vez, la presión que siento en mi cuerpo es más
fuerte. Mucho más fuerte. Creo que voy a caer inconsciente cuando las copas de
los árboles se me antojan cercanas y siento el frío del suelo en todo el cuerpo
y no solo en la planta de los pies.
El cielo está ahora frente a mis ojos, el
cielo y los árboles que comienzan a desdibujarse cada vez más...
Escucho el grito de alguien antes de caer
en un limbo oscuro y sufrir un intenso calor abrasador. Pasos, pasos
acelerados, voces que me hablan, manos que me tocan. Dejadme, dejadme
tranquila. Estoy bien, solo quiero ser alfombra de hojas de otoño...
Una luz invade mi espacio, y percibo un
inquietante olor. Huele extraño, un olor fuerte y penetrante, que sin embargo,
me gusta. Pero esa luz me ciega y molesta. Intento cubrir mis ojos y veo que no
puedo mover uno de mis brazos. Alguien baja la intensidad de la luz, pudiendo
yo al fin, abrir los ojos, y llenándose mi campo de visión de una gran mancha
blanca con pequeñas manchitas amarillas y anaranjadas, que me hace cerrarlos de
nuevo.
Alguien me habla, escucho una voz, otra...
No logro identificar ninguna de ellas.
- Amelia, cariño, ¿cómo estás? ¡Doctor!
¡Por favor, dese prisa! ¡Está abriendo los ojos! ¡Enfermera!
Los gritos de una voz masculina invaden mi
cerebro y me molestan. ¿Por qué grita tanto esta persona? Intento hablar, pero
algo me lo impide. Al fin, el tono de voz del desconocido baja bastante,
mientras siento que acaricia mi cabello y me susurra palabras suaves.
- Amelia, cariño, mi vida. Mantente
despierta, Amelia, Amelia...
No deja de darme pequeños besos en la
frente, en las mejillas... Siento mi espacio invadido. No deja de apretar mi
mano, acariciar mi rostro...
- ¿Pero qué hace? ¡Apaga la luz! ¡Deja que
respire! -
Gracias, gracias, gracias. No se quién ha
dado esas sabias órdenes, pero se lo agradezco infinitamente. Algo de paz y
sosiego vuelve a mí durante un instante. Hasta que compruebo que ahora es esta
otra persona quien me toca. Brazos, piernas, mis pupilas.
- Amelia, ¿puedes oirme?
Intento hablar pero siento la garganta seca
y áspera. Quiero beber. Lo necesito.
- Ag... agu...
- ¿Agua? Amelia, mi vida, ¿quieres agua? -
me pregunta la primera voz.
- Hay que esperar un momento. Lola, trae
gasas y un vaso con agua. Humedeceremos sus labios poco a poco. Amelia, ¿me
escuchas con claridad?
Al fin consigo abrir los ojos y asiento con
la cabeza. Estoy en una habitación desconocida para mí, y yo diría, que esto es
un hospital. Veo un hombre a los pies de la cama, deambula nervioso y se pasa
las manos por el pelo. Su rostro me es levemente familiar, pero no consigo
recordar de qué lo conozco o donde lo he visto antes. A mi lado, la otra voz
que escuchaba, resulta ser un médico que continúa examinándome, mientras sigue
haciéndome preguntas.
- ¿Sientes mareo, fatiga, dolor?
- Cansancio. Y algo de...confusión. ¿Dónde
estoy?
- Es normal el cansancio. Llevas varios
días en los que despiertas durante un instante y vuelves a dormir. ¿Lo
recuerdas? ¿Me recuerdas?
Siento calor de nuevo. Pero un calor
desagradable.
- No
- También es normal. Llevará algo más de
tiempo que recuerdes todo.
Miro al extraño a los pies de mi cama. No
deja de mirarme y frotarse las manos.
- Debe haber un error. Me he desmayado esta
mañana en el parque. No puedo llevar aquí varios días – les susurro.
Ambos se miran y el extraño de los pies de
la cama se acerca a mí y me toma la mano, mientras el médico continúa
hablando.
- No va a recordarlo todo de golpe Amelia.
¿Qué es lo último que recuerda?
Decido ignorar la pregunta del médico y
vuelvo a concentrarme en este hombre a mi lado. Me está poniendo muy
nerviosa.
- ¿Quién es usted? - le pregunto sin más.
- Álvaro.
Se detiene un momento, y al ver que no digo
nada, añade...
- Tu marido.
La habitación se queda en silencio solo
roto por un leve pitido.
- ¿Es esto una broma? ¿Me están gastando
una broma?
- Cariño, ¿de veras no recuerdas nada? ¿No
me recuerdas? ¿Recuerdas al menos el accidente?
Esto se está volviendo desagradable al
máximo.
- ¿Qué accidente? Yo no he sufrido ningún
accidente. Tampoco estoy casada. Esta mañana salí a pasear al parque, como cada
día, y creo que me desmayé.
Una pintura, un cuadro colgado de la pared
llama mi atención. Un paisaje otoñal, donde una alfombra de hojas caldera y
verdes otoñales se extiende ante mí incitadora. Un paisaje con un parecido
asombroso con el parque que hay frente a mi casa.
- Me gusta ese cuadro...
El hombre que dice ser mi marido se acerca
al cuadro, lo toma en sus brazos y lo trae hasta mí.
En la esquina inferior derecha leo con
claridad “Amelia”
- Lo pintaste tú. Es uno de tus cuadros
favoritos. Es un parque que hay frente a tu antigua casa. Nos conocimos una
mañana en él. Lo llamaste “Alfombra de hojas de otoño”...
Una rápida visión de unas manos enlazadas
acude a mí.
- Sigo sin entender...
- Mi vida, hice colgar ese cuadro ahí por
ti, para que fuera lo primero que vieras si despertabas y yo no estaba aquí.
- ¿Desde esta mañana? No tiene sentido
- Lo colgué hace dos años y tres meses,
cuando me avisaron de que era imposible saber cuando despertarías del coma.
Bienvenida de nuevo a la vida Amelia.
Hola... He encontrado tu blog gracias a bloglovin, en verdad q me ha fascinado tu blog, seguire leyendo y empapándome de buenas letras.. me ha gustado mucho tu escrito, misterios, inquietante y de lectura que quieres leer sin parar... Muy bueno!! :)
ResponderEliminar¡Muchisimas gracias Paulina! Gracias de corazón, ni te imaginas cuánto me animas con tus palabras. Un beso y ¡bienvenida!
EliminarQué conmovedor e intrigante, Margarita. Me ha encantado. Eres genial.
ResponderEliminarQué conmovedor e intrigante, Margarita. Me ha encantado. Eres genial.
ResponderEliminar¡Gracias Espe! Tú sabes, me gusta dar giros y giros, ja ja. Un beso preciosa :)
EliminarBuena historia, bonita y triste a la vez, pero me ha gustado. No conocía tu blog, pero me alegra haberlo descubierto, seguiré leyéndote.
ResponderEliminar¡Muchas gracias Mariló! Encontrarás por aquí de todo, algo quizás más triste, y otras más alegres. Un poquito de cada, pero espero que te vaya gustando lo que vayas leyendo. Un beso y bienvenida :D
EliminarUna triste historia pero que espero que tenga un final feliz. Acabo de conocer tu blog y creo que seguiré leyendo para ver el desenlace.Saludos
ResponderEliminar¡Hola Rosa! Pues me alegras un montón, ja ja. La historia queda ahí, son historias cortas. Algún día, quizás no muy lejano, me decida a lanzar historias más largas en varios capítulos cortos. Es mi próximo proyecto de blog. Un beso :D
Eliminar¡Hola Margarita! Me encanto la historia. Empece leyendo la entrada y quede enamorada de tus palabras con tan solo las primeras oraciones. El final del relato me dejo con el corazon lleno de nostalgia. No triste, pero con una especie de vacio. ¡Me fascino! Muy linda <3
ResponderEliminarGracias por compartirla!
Besotes
¡Gracias a tí por tus palabras! Me alegro que te haya gustado. Esta historia deja una sensación extraña al final, lo sé, pero me encantan las historias de final feliz y a veces tengo que dar algún que otro giro. EN cualquier caso, despertó al fin. Confiemos en que a partir de ahí, todo vaya ya muy bien. Un beso Anto :)
EliminarSin palabras me he quedado. He empezado a leer y según avanzaban las frases cada vez necesitaba leer mas y mas hasta poder ver como derivaba la historia.
ResponderEliminarTienes algo que engancha cuando narras la historia.
Me ha parecido buenísimo de todo corazón.
¡Ay gracias Zoraida! Lo mejor que puedes decirle a una aprendiz de escritor es que te ha enganchado. Muchas gracias de corazón. Besos :)
EliminarMe han encantado los giros de la historia, me ha enganchado desde el principio. Enhorabuena!
ResponderEliminarMuchisimas gracias Martina. Un beso muy fuerte :D
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