Don
Jeremías gustaba de sentarse en el mismo banco, de la misma plaza, a la misma
hora de cada domingo. A las cinco en punto, en sincronización con el viejo
reloj de la torre de la iglesia, hacía acto de presencia, solemne, altivo y
sorprendentemente derecho para su edad.
Los
chiquillos del lugar correteaban de aquí para allá, dispersos por doquier, hasta que las manillas del reloj se iban
acercando a su objetivo. Entonces, todos empezaban a arremolinarse en torno a
aquél banco, esperando curiosos la llegada del jubilado banquero.
¡Las
cinco en punto! Las campanadas se expanden por todo el pueblo. Pero hoy, Don
Jeremías aún no ha llegado.
La
señora del puesto de las flores empieza a observar inquieta hacia el
callejón por el que el anciano siempre
sale. Igual se ha retrasado, piensa. Hay que tener en cuenta que este hombre
requiere de su tiempo antes de salir, pues su aspecto es siempre inmaculado. Y
quizás... excéntrico. Camisa impoluta, blanca, inmaculada. Pantalón y levita en
tono gris oscuro. Elegante, sublime. Pero jamás eso le retrasó.
Hilario,
el tabernero, observa que hoy algo ha cambiado mientras sirve unos cafés a las
recién llegadas. Algo no cuadra, ¿pero qué? ¡Claro! ¡Don Jeremías no ha
llegado! Se retrasará hoy, arreglarse la perilla de forma tan perfecta
requerirá tiempo, eso es seguro.
Elisa
y su sobrina esperan ansiosas que Hilario termine de servirles el café. Quieren
sentarse en la plaza. Don Jeremías está a punto de llegar y no quieren perderse
el espectáculo. Desde que el hombre se jubiló empezó a acudir a su cita
semanal. Al principio, nadie se percató de ello, pero con el paso de las
semanas se hizo patente. Elisa recordaba aquél día que llovía tanto. Pero él,
provisto de un gran paraguas rojo, colocaba sobre el banco una bolsa de
plástico y se sentaba en el extremo derecho, como siempre. Y así durante media
hora. Como siempre.
Ambas
salieron presurosas, observando asombradas que Don Jeremías no había llegado.
Los
niños empezaron a mostrarse inquietos. El anciano siempre les traía bolsas de
gominolas a cambio de que ninguno de ellos ocupase la otra parte del banco.
Además, era un anciano raro. Se sentaba allí, sacaba las bolsas de gominolas de
una maletita pequeña y cuadrada que luego colocaba en el suelo, aunque el suelo
estuviese mojado o sucio. Pero jamás, nadie debía sentarse en el otro lado del
banco, a su lado. O no volvería a repartir chuches.
En
cuestión de media hora, los vecinos de la plaza se empezaron a arremolinar en
torno al banco. Todos estaban preocupados por Don Jeremías. La señora Elisa
decidió avisar al párroco, pero alguien mencionó al alcalde. ¿Qué tal al
médico? Preguntó alguien.
De
pronto, Don Jeremías aparece por el callejón ajeno al revuelo. La gente se
queda boquiabierta observándolo. Se ha afeitado la perilla. Ha sustituido el
pantalón y la levita por unos vaqueros y camiseta. Camina algo encorvado y en
su mano derecha, porta un bastón. No trae consigo maletín. Se acerca silencioso
al banco. Parece haber perdido peso desde el día anterior, cosa difícil, pues
Don Jeremías es delgado en extremo.
En
silencio, ausente al revuelo que ha ocasionado, se sienta en el banco. En el
lugar de siempre.
-
Don Jeremías, disculpe, ¿se encuentra usted bien?- se decide a preguntarte uno
de los vecinos.
El
hombre levanta la cabeza hacia su interlocutor y le mira con gesto burlón.
-
¿Por qué no habría de estarlo?
-
Parece usted hoy... diferente.
El
anciano se carcajea abiertamente y mira hacia su lado izquierdo. A ese lugar
invisible en el banco.
-
¿Oíste Anselmo? Dicen que parezco diferente.
Y
a continuación se sienta con las piernas estiradas. Todos se miran entre sí.
Incluso los niños le observan sin atreverse a pedir las ya consabidas
golosinas.
-
¿Con quién habla, Don Jeremías? - pregunta la señora del puesto de flores.
- Al
fin soy libre bella vecina - anuncia solemne – Ahora soy libre de hablar con
quien quiera, incluido el viejo Anselmo, que me acompaña cada día.
Todos
se miran entre ellos, y al fin, la señora Elisa se atreve a decir lo que todos
tienen en mente.
-
Pero Don Jeremías, el señor Anselmo nos dejó hace ya un tiempo. ¿Se encuentra
usted bien?
-
Mejor que nunca – añade tocando el vacío que ha dejado su perilla.
-
Perdone, pero no le entendemos bien. ¿Qué significa eso de que ya es libre?
Hace tiempo que se jubiló – le pregunta don Hilario.
-
Así es. Pero prometí a don Anselmo que conseguiría que cada día, a la misma
hora, todos fuesen conscientes de mi persona, hasta el punto de que si un día
me retrasaba unos minutos, ustedes se preocuparían por mí.
Todos
ellos se miraron entre sí confusos.
-
No entendemos nada – añadió de nuevo don Hilario.
-
Es sencillo viejo amigo. Don Anselmo temía que cada cual se concentraba tan
solo en sus vidas, sin prestar atención a nada más. Y yo le aseguré que no era
así. Llevo muchos años en este lugar, y conozco a cada uno de ustedes. Le
expliqué que si de alguna forma, empezábamos a formar parte de sus rutinas,
estarían atentos a nosotros.
-
Pero él ya murió – añadió la señora Elisa.
-
Eso no importa. Su espíritu me acompaña cada tarde, puntual, como ustedes.
-
Creo que usted desvaría don Jeremías, y perdone la expresión – dice de pronto
el párroco haciendo la señal de la cruz.
-
No señor cura. No es así. En esta sociedad actual, cada uno va a lo suyo. Mire
a los jóvenes. Solo piensas en los videojuegos y en mis gominolas, porque al
fin y al cabo, siguen siendo niños, por mucho que se crean mayores. Y ustedes, todos están absortos en sus
trabajos, sin más. Hasta que un día se jubilen como yo. ¿Y ahora qué? ¿Tienen
amigos? Anselmo se preocupaba por eso y me hizo jurarle que haría esta
pantomima del sitio y de él mismo con la intención de que ustedes se fijasen en
mí.
-
Claro que nos fijamos don Jeremías. Es usted tan galante – añadió Elisa.
-
Si un mendigo viniese cada tarde a las cinco a este banco, ¿estarías tan atenta
Elisa?
-
Por supuesto…
-
No. Y sabe que es así. Pero ya lo he conseguido. Todos habéis dejado vuestro
puesto porque os preocupabais por una persona. Por mí.
-
Tiene razón- expone el cura a todos.
-
Oh, don Jeremías. Lleva usted razón. Solo vivimos para trabajar y poco más.-
añade don Hilario.
Mientras…
un anciano transparente llamado don Anselmo sonríe, se levanta del banco y
camina hacia una luz que acaba de proyectarse en mitad de la plaza. Su amigo no
volverá a estar solo. Ya puede irse tranquilo hasta dentro de diez años, cinco
meses y siete días, fecha en que vendrá a acompañar a don Jeremías hasta el
lugar donde él se encuentra ahora.
Aaaaaw! Eres genial Margarita!
ResponderEliminar¡¡Muchísimas gracias cariño!! Muaaaakkkk :)
Eliminarque gran realto me gusto mucho, si todos formamos parte de la vida de todos, deberiamos mostrar mas nuestros sentimientos
ResponderEliminarMuchas gracias Pilar. Es justo lo que quería reflejar, porque a veces se nos olvida un poquito. Muchos besos :D
EliminarMe ha encantado, me he quedado con ganas de mas, para cuando el siguiente?
ResponderEliminar¡Hola Rosa! ¡Muchisimas gracias! Y nada, te invito a que sigas leyendo. Muchisimos besos :D
EliminarMe ha encantado de verdad, y qué razón... me ha hecho pensar mucho, me encanta como escribes de verdad.
ResponderEliminar¡Muchisimas gracias! Me alegro mucho que te haya gustado, ése es mi mayor objetivo, conseguir llegar a quién lea mis historias, que les guste. Muchos besos :D
Eliminar¡Hola Margarita! Me encanto!!! Me gusto muchisimo tu relato y la forma en que escribis. Fue un cuento muy lindo y hasta ultimo momento mantuviste un hilito de misterio con respecto a don Anselmo. Lo adore! <3
ResponderEliminarGracias por compartirlo! Besos!
¡Muchisimas gracias Anto! Me encanta eso de dejar un hilito de misterio, aunque no todos mis cuentos los tienen, en la mayoría te confieso que hay algo de eso, ja ja. Bienvenido a mi pequeño mundo. ¡Besos! :D
EliminarHola! que bonita historia para hacernos pensar en lo deprisa que vamos por la vida y lo poco que nos paramos en los detalles y en las personas. Gracias por compartirla. Besos!!
ResponderEliminarGracias a ti María por leerlo y comentarlo. Besos :D
EliminarUna historia preciosa. La verdad es que me he quedado con ganas de mas, espero que sea antes de hasta diez años, cinco meses y siete días. Un beso
ResponderEliminarJa jaja, ya se me ocurrirá algo. Un beso muy fuerte :D
EliminarUna historia preciosa..... totalmente de acuerdo ha veces perdemos por no mostrar nuestros sentimientos, es nuestra debilidad... me ha encantado !! :)
ResponderEliminarMuchas gracias Lara. Supongo que intentamos ocultar una parte de nosotros mismos, pero a veces hay que mostrarse. Muchos besos :D
EliminarTu relato me ha puesto los pelos de punta, me parece precioso y super bien escrito. Además constituye toda una reflexión acerca de nuestra forma de vida.. te felicito! Un besazo
ResponderEliminarMuchisimas gracias Vanesa, me alegro mucho que te haya gustado. Me da mucha pena cuando el tiempo va pasando y estamos siempre tan atareados que no nos paramos a observar lo que nos rodea. Un beso muy fuerte :D
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