Andrea abrió los ojos y se
estiró, lánguida y profunda, buscando los confines de la tierra en las esquinas
de la habitación. Se había sumergido en el mundo de Morfeo, había dejado que
éste la acariciase y sedujese y ahora se sentía despierta a los sentidos. El
sol jugaba con los pequeños orificios de la persiana, lanzando un doloroso rayo
sobre el sitio vacío a su lado, en aquella oceánica cama. Tan solo unos días
antes no le parecía tan grande, cuando en ese lecho yacían entrelazados dos
cuerpos que se amaban acompasados por el sonido del mar.
Recordó a Pablo, y
sorprendida observó como una lágrima furtiva se dejaba caer silenciosa pero
arrolladora. La imagen de Pablo pareció emerger frente a ella, sonriéndole
incitador, rozando con suavidad sus labios y susurrando a su oído palabras de
caramelo. Él, el único hombre que había tocado las cuerdas del violín de su
alma, y que la había hecho sentir como una sirena… Pero Pablo se había ido. La
había sustituido por otra, una mejor, según él. Según el mundo. Y ella, ahora,
solo era… espuma de mar.
A través de la ventana llegaron
las risas de unos chiquillos que corrían y gritaban, apostando una lata de
refresco que pagaría el último en llegar a la playa. Sintió un agujero en su
pecho y una centrifugadora en su vientre. Era joven, solo tenía treinta y dos
años… encontraría a alguien que quisiese tener niños de manos pegajosas con
ella. Sintió que el oxígeno le faltaba y se sintió débil. Se dejó caer de nuevo
en el refugio seguro de su colchón solitario y asombrada observó a la extraña
que la miraba desde aquél espejo que Pablo instaló en el techo. Aquellas
manchas verdes bajo sus ojos hinchados, los labios resecos y sin caricias.
Respiró hondo y apretó los ojos con fuerza para no ver los ojos de aquella
mujer del techo, que le gritaba con fuerza que ella no era sirena, sino espuma
sucia, mientras saboreaba la sal de sus lágrimas.
Pero no quería pensar. Arrastró
su maltrecho cuerpo y su alma enferma a la habitación de al lado, ahora
sumergida en nubes tormentosas. Una vez dentro de aquella habitación poco
aireada y escasa de movimiento, se acercó a la pequeña caja emisora de bobadas
y accionó el botón, que parecía querer atraerla y succionarla, distraerla de su
realidad.
Justo cuando las yemas de
sus dedos tocaron el ansiado botón que la haría seguir inmersa en una nube, se
sintió al igual que aquellas paredes que la escondían, en un precipicio cercano
al fuerte oleaje. Se dejó caer en el sofá, de la misma forma que alguien cae
por un precipicio, e impávida esperó para saber qué vivían los demás, aquellos
que aún vivían… escogían o simplemente, sufrían.
Su corazón se encogió con
fuerza haciendo que ella notase su contorno bajo la piel. Sintió esa estrella
clavada en su garganta mientras un alfiler se le clavaba en los ojos y el
pecho, observando atónita las imágenes que aquél instrumento del diablo le
mostraba descarado. Sangre, terror, opresión, impotencia… Cientos de almas se
elevaban inertes e incomprendidas, incomprensibles, hacia un nuevo camino, cielo o infierno, tal
vez limbo, ¿quién sabe? Terroristas… ¿personas?, seres atacantes de humanos…
humanos indefensos a los que se podía eliminar con la facilidad de quien tiene
el poder sobre algo pequeño e innecesario.
Fijó su atención en
aquella pantalla brillante, pero ya no veía lo mismo. Rayas de colores se
contorsionaban ante sus ojos, llamativas, incesantes, retadoras…
No quería ser humana. Los
humanos eran seres inútiles que no valoraban la virtud de respirar. Sentía asco
de ser humana. Y no volvería a serlo. Una luz, una meta, un instinto le había
sido otorgado. Silenciosa, decidida, ¿sonriente? se levantó de ese asqueroso
sofá que la acogía y sostenía como un imán irresistible y maligno. Enderezó su
espalda y caminó erguida, satisfecha. Ella no sufriría más. A su mente intentaron
llegar recuerdos de cuando era mujer, mujer débil a disposición de un marido
infiel que la doblegaba y dominaba bajo el escudo de la palabra “compromiso”.
Un hombre que la hacía temblar de deseo y pasión y por ello pensaba que era su
dueño.
De pronto empezó a
escuchar el trino de los pájaros en el exterior… ella quería ser ave. A las
aves no las asesinaban los terroristas, ni las traicionaba un hombre. Sería
pájaro. Sin dudar un solo instante se dirigió a la puerta de su casa, la abrió,
respiró profunda y serena y observó su nuevo mundo, su nuevo ser. Dejó la
puerta abierta, los nidos eran abiertos, nada tenía que ocultar. Y anduvo,
anduvo porque era pájaro joven y aún no sabía volar… así que anduvo sin rumbo,
pues el mundo era suyo…picoteando las calles cercanas, posándose en los bancos
de los parques, escuchando el atronador ruido de aquellos humanos… y se detuvo.
Había llegado el momento. Debía regresar al risco del que partió y desplegar
sus alas, volar lejos de allí. Dando saltitos decididos, olisqueó el aire hasta
que la sal llenó sus pulmones de pájaro. Y entonces se detuvo. Ya no había
tierra, solo un mar que sobrevolar, inquietante, retador, único, magnífico,
atrayente… y voló.
Sintió el viento en el
rostro, sintió el movimiento de sus alas transformadas en brazos subjetivos,
alineó su pico para decirle al viento que la meciese… y se dejó caer, feliz,
ajena a todo, sin que nada pudiese dañarla… libre… y lloró de pura felicidad. ¿Cómo
había podido ser humana cuando era tan único ser pájaro? Gritó. Gritó con toda
la fuerza que sus pequeños pulmones de ave le permitían… y entonces, sintió la
frialdad que la abofeteó con furia y prometió quebrar sus alas destrozándolas
en miles de pedazos inertes.
El mar. El mar quería
matarla. O quizás no. Quizás sintiese celos del cielo que la acogió en su seno
y quería sentirla dentro de él. Se sintió dichosa. Sabía nadar, nadaba muy
bien, cual pez hermoso… cual delfín inteligente, o aquella sirena dichosa y dominatriz
de la vida que una vez fue. Se despojó de sus ropas de antigua mujer y las ya
innecesarias plumas de pájaro, y nadó desnuda sintiendo la frescura de las
aguas acariciando y lamiendo su piel, provocando en ella delirios de fortaleza
y seguridad. Meció sus manos y abrió sus piernas sintiendo como el agua rozaba
cada una de las partes de su cuerpo. Se dejó ir. Se dejó ir y tuvo el primer
orgasmo tras la marcha de ¿quién? ¿Cómo se llamaba? No podía recordar con
claridad su época humana, aquella época infeliz y denigrante. Con timidez
asomaba a su mente su vida de ave… y le gustaba. Pero esta vida como pez, era
espléndida, insinuante, especial, magnífica, sensual, atrevida,
inquietante. Hasta que sintió frío tras
aquellos giros bajo su elemento vital y sus pechos se irguieron, no
provocadores, sino incitadores de vida, buscando aire y salvación.
Emergió fuera de la
superficie sobresaltada, roja, exhausta, satisfecha y confundida, dichosa de la
experiencia y deseosa de más. Sentía su sexo palpitante y con anhelos. Quizás
el pez debía quedar atrás para dejar paso a la pantera depredadora y salvaje.
Elegante y sinuosa dejó
atrás la pasiva espuma marina, llegó hasta la cálida arena y sintió que el sol
la acariciaba lascivo. Se tumbó desnuda, expuesta, libre. Algo de sirena
quedaba en su nuevo cuerpo de pantera… Necesitaba despertar sus sentidos
dormidos. Sentía como su cuerpo necesitaba, anhelaba, ¡más, más, más! Se sentía
depredadora, exigente…
Enderezó su cuerpo y
comenzó a caminar, ajena a todo. El mundo era suyo. La arena se terminaba y
unas paredes de piedra le indicaban que los humanos, pobre seres débiles,
estaban cercanos. Una de ésas paredes dejaba entrever ropajes innecesarios,
pero prudentes a fin de pasar desapercibida ante su presa. Apenada, observó su cómoda
desnudez y decidió cubrirla con un telar que casi la traga. Envuelta en aquél
mundo de flores y color, sintió la tibieza en su piel de quién cubre su
identidad. Absorta, envuelta, y de nuevo, confusa, decidió buscar su identidad.
Y sonrío.
Los depredadores son
listos… y ella lo era. De nuevo, supo qué hacer. Despacio, ajena a las miradas
extrañas y a las palabras de ira y miedo que a su alrededor danzaban, y guiada
por su nuevo instinto felino, llegó hasta el que tiempo atrás fue su hogar.
Dejó caer la prenda que la cubría y desnuda, se deslizó sigilosa como el viento
hacia el que fue su dormitorio. Le pareció ver que faltaban cosas, que había
objetos tirados por el suelo, que su anterior vida era un caos… pero a ella no
le importo en absoluto.
Poderosa, tomó lo que apreció
que podría servirle para su fin. Braguitas y sujetador de encaje negro, falda
que apenas tapaba el centro de su ser, top que dejaba al descubierto esos
hermosos pechos que la naturaleza le regaló. Quiso recordar que aquella misma
piel le había servido como disfraz de quién no era en otra ocasión. Tal vez fue
el preludio de quién sería. Una pantera. Una pantera devoradora de hombres
viles y asquerosos que traicionaban. Se tumbó en aquella vieja cama y observó
la diosa del espejo del techo. Satisfecha, volvió a levantarse y tomó la
lámpara sobre la mesita y la arrojó con furia hacia arriba sonriendo ante la
lluvia de cristal que cayó sobre el lecho. Acababa de apuñalar su antiguo
tálamo nupcial.
Finalmente, decidió que
aquél sujetador era molesto e innecesario y lo arrancó de su piel sin ataduras.
Ajustó las medias a sus muslos y cubrió
sus labios con el rojo pasión que siempre la atrajo pero nunca se atrevió a
usar. Observó su imagen en los cristales de una ventana y apreció la pantera
deseosa que se veía en él.
Emergió a la selva de la
noche aparecida y cruzó las avenidas y parques buscando su presa, hasta que le
vio. Peligrosamente cercano, Pablo tonteaba
con simples gacelas desganadas. Durante
un instante, su anterior condición humana amenazó con volver y hacerla sentir
fuera de lugar, pero la depredadora emergió como la reina de la noche, sigilosa y
capaz. Contoneó sus caderas y se acercó a él, sin mirarle, sin inmutarse, solo…
rozarle. Él, como humano previsible que era, la miró con lascivia. Y ella
sintió de nuevo su sexo inflamado. ¿Por qué no? Se acercó a él y con suavidad
dejó caer una de sus garras sobre el montículo de su pantalón. Él la observó
sorprendido, encantado, y la abrazó
sujetando su pecho con determinación, mientras ella fingía ser la mujer de
antes, echó la cabeza hacia atrás y se dejó rozar.
No hablaron. No dijeron ni
una sola palabra. Entrecruzaron sus manos entre el gentío y ella se dejó llevar
hasta la guarida del anzuelo. Él la poseyó, y ella, le poseyó a él, con fuerza
y agresividad a ratos mezclados con suavidad y melancolía. Gritó y gritó,
pidió, exigió, sintió, deseó, y reinó. Ella le dominó a él y lo devoró, al
completo, dejando solo el cuerpo, la piel inerte de aquél que fue, que la
miraba con nostalgia en la mirada. No. Las panteras no se apiadan de sus
presas. Las devoran. Y ella le devoró.
Horas después salió de
aquél pequeño habitáculo que la había escuchado gritar y gemir con ansia y
poder. Ella inhiesta, poderosa, él… inerte y lánguido, sin respiración, muerto
sobre la cama.
Era la reina del mundo.
Era la puta ama. Era quién ella decidiese ser. Y entonces vio su reflejo
satisfecho y feroz sobre la superficie del cristal de un bareto cercano. Y se
fijó en que una parte de ella se había saciado, pero… otra parte ansiaba algo
que no encontraba, que no conocía… Junto a ella algo blanco brillaba… Una flor,
una vida, una conciencia dormida, una inquietud, un tú, un yo…
Ya no quería ser pantera.
Ya no necesitaba sexo, ni poder, ni comida. Solo ser, respirar, tener, ser
flor, ser especial, divina, inmóvil, etérea… Caminó sigilosa cruzando la noche
y dejó caer su piel de pantera quedando solo expuesta su auténtica piel. Su
ser. La gente la miraba, susurraba, gritaba, alguien incluso trató de cubrirla
con algo áspero e inquietante que la molestaba y la aterraba. Pero otros se
ocultaban a ella, cerraban sus párpados torpes y lloraban. ¿Por qué? Ella era
feliz, libre…
Y llegó al mar de nuevo.
Si era una flor no podía sumergirse. O sí, ¿quién sabe? Había flores acuáticas.
Y avanzó de nuevo elevando su alma, sus brazos, sus sueños, su ser… El mismo risco
de antes la ayudó.
- Ven pequeña flor. Te
espero, te acojo, florece sobre mí.
La voz potente y varonil
del océano la sedujo. ¿Por qué no? ¡Cualquier cosa antes de ser humana! Sintió
que su pecho crecía, que sus piernas se alargaban, que sus ojos eran
insinuantes, y sus labios carnosos… Y entonces, allí, en lo alto del risco, se
detuvo, atónita, confundida, y ella.
Miró hacia abajo, hacia su
propio cuerpo, vio y observó lo que quedaba de ella, intentó recordar, intentó
saber… solo tenía fragmentos en su mente y en su piel… Mujer. Quería ser mujer.
Única, especial, deseada, compleja y singular, ella, atenta, quizás algún día madre,
amante, fruto prohibido, dueña, niña y regalo…. Quería ser mujer. Quería volver
a ser humana…
Pero resbaló. Aquél risco
cómplice del mar ya la había elegido y
la quería para él. La engulliría, la tomaría como rehén, la haría suya, la
tomaría como presente, la sentiría junto a su puntiaguda piel…
El cuerpo laxo caía, y Andrea
sintió que de nuevo era dominaba y sintió como el corazón le golpeaba en el
pecho queriendo abandonarla a su suerte. Y entonces recordó. De la infamia de
los humanos, sus debilidades, sus miedos, sus locuras y sus actos de terror…. Y
también recordó. La sensualidad de sus sentidos, la risa de su alma, el amor de
su mente y la brisa de su corazón.
Y deseó ser mujer. Mujer
fuerte y arrolladora que venciera al risco. Ya nada importaba. Ella era
imparable. Y el risco también. Y fue poseída y tomada. Ya no era humana. No
podía ser humana. Solo era espuma de mar ansiosa de encontrar un poco de paz.
Ufff se me han puesto los pelos como escarpias con esta historia, me gusta la ficción y he recordado un libro que leí hace tiempo que se asemeja un poco a esta historia en el concepto, de ir más allá de lo humano, era de vampiros jejeje pero no hablaba solo del ansia de comer, si no del sentir.
ResponderEliminarMe ha encantado!!!
¡Muchisimas gracias Sara! Es una historia algo peculiar, pero me encanta escribir sobre metamorfosis, todos esos cambios y eso, ja ja. Muchisimas gracias por comentar. Besos :D
EliminarMe acabas de dejar en shock, que preciosidad y que bien escribes. Ya tienes una nueva seguidora
ResponderEliminarMuchas gracias Sofía, muchas gracias de verdad. Encantadisima de tenerte por aquí. Muchos besos :D
EliminarQue bello relato... Me quedé atrapada en cada palabra tuya... Te felicito tenés un gran futuro por delante
ResponderEliminarMuchisimas gracias, la verdad es que ahora esbozo cachitos, relatos cortos, pero algún día espero escribir algo mayor. Eso sí, mi sueño, más que novelar, que llegue a quien lo lea. Muchos besos :D
EliminarPrecioso... me ausento de la realidad mientras leo la historia. Muy creativa e intrigante. Me encanta como escribes, mucha suerte y sigue sorprendiéndonos! Saludos.
ResponderEliminarMuchas gracias Pilar. Me alegro mucho que te haya gustado. Besos :D
EliminarPilar,
ResponderEliminarNo se si me acaba de gustar. No me siento identificada con tu personaje. Sufrir así por un hombre, con la cantidad que hsy en el mundo
La verdad es que es una tontería desde mi punto de vista sufrir así por un hombre, pero la realidad, es que hay mujeres que lo hacen. Y es una pena, porque viven durante mucho tiempo amargadas, sin rumbo.
EliminarMuchisimas gracias por tu comentario Pilar, un beso muy fuerte:D
Me encanta como escribes. Con tanto detalle que me hace infiltrarme en tus historias. Incluso cuando no me tendrían que afectar porque no haya vivido nada parecido...Esta vez me has sorprendido con el giro final de la historia.
ResponderEliminarSi te apetece que nos sigamos por GFC o Google+ dímelo, besos ^^
¡Muchisimas gracias Paula! ¡Sí, me parece una idea fantástica! Ya te sigo. Y gracias por tu comentario tan amable. Un beso y bienvenida :D
EliminarQue bello relato, genial poder cambiar de piel, poder ser y hacer lo que queramos y soñemos en el momento justo en que lo necesitemos. No todas tenemos esa habilidad y muchas veces encontrarla cuesta más de lo que imagamos :)
ResponderEliminarSentirte como te quieres sentir, sin más, y dejar que todo lo que hay a nuestro alrededor no pueda afectarnos. Aunque en el caso de esta historia, el dolor le jugó una mala pasada, pero aun así, ¿te imaginas? Poder decir, ahora soy pájaro, ahora soy pez... y sentir. En fin... que te saco otro cuento del comentario, ja ja. Un beso muy fuerte Diana :D
EliminarAún si uno no ha vivido algo parecido uno se siente parte de la historia con tu manera de contar la historia y relatar cada detalle. Es precioso como escribes y como nos transmites sensaciones.
ResponderEliminarMuchas gracias Janis. Intenté meterme en la piel de ella para poder escribir de la forma más auténtica posible, así que me das una alegría. Un beso :D
EliminarEs una historia muy kafkeana, me gusta tu estilo y marcas mucho la personalidad de los personajes, esos detalles me gustan. Felicidades!!
ResponderEliminar¡Gracias! ESo me dice un amigo mío escritor, ja ja, que eso de los cambios me encanta y que Kafka y yo hubiesemos coincidido en muchas cosas. Me gusta pensar que cuando quieres cambiar algo puedes hacerlo, aunque en este caso, mi protagonista no terminó exactamente bien. Un bes muy fuerte chicas :D
EliminarSimplemente precioso, escribes genial!
ResponderEliminarPude visualizar tus palabras y por un momento me sentí Andrea!
Saludos bella!
¡Gracias! Es justo lo que pretendía al escribirlo, así que me das una alegría inmensa. Muchas muchas gracias. Besos :D
EliminarMaravilloso texto, de lo más intimo y arrebatador que he leído. Escrito con sangre a veces y con espuma de mar otras. Un lujo leerte, eres capaz de sobrepasar las palabras, emocionas y a la vez haces temblar las fibras más sensibles. ¡Cómo sabes dar, Margarita!
ResponderEliminarBesos, Ricardo.
Muchisimas gracias Ricardo. ES uno de mis cuentos favoritos, porque me dejé llevar y creo que se nota. Muchisimas gracias por tu comentario, me ha dejado que no veas. ¡¡Gracias!! :D
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