Creo
que va a llover, porque siento que las cicatrices de mi cuerpo están rabiosas
hoy. Pero aquí están mis nietos, un domingo más, sentados en cuclillas con sus
caritas felices esperando que les cuente su historia del día. Que dulce la
carita de mi nieta Elena, sentadita ella la primera, ahí, tan derechita. Y mi
nieto Luis, este es más nervioso, no para, es puro nervio como decía mi madre.
Ocho años tiene ya mi Luis y seis años mi Elena. Crecen muy rápido y ello me
asusta un poco. Es ley de vida. Vaya, empiezan a pelear de nuevo, todo el día
peleando, empezaré mi cuento de hoy y así paran un poquito…
- Venga abuela, cuéntanos
un cuento. – me implora Elena.
- Hoy os contaré el cuento
de la mujer pez. Pero os advierto, que puede daros un poco de miedo, porque es
una historia que pasó de verdad.
Observo como ambos me
miran. He captado su atención. Es el
momento justo de empezar a relatar la historia.
“Hace mucho, mucho tiempo,
dos hermanos jugaban en la playa. Los dos corrían por la arena. El niño, era un
poquito mayor que la niña. Aquél niño, estaba enfadado con su hermana, porque
ella era un poquito patosa y se metía en muchos problemas, así que él tenía que
estar ayudándola siempre. Sus padres, le habían explicado que como era el
mayor, debía cuidar de ella en todo momento. Y eso era un fastidio, porque a
ambos le gustaban cosas diferentes.
A ella le gustaba mucho
nadar, pintar y bailar. A él le gustaba más correr, leer y los videojuegos.
Aquél día, como tantos
otros, el chico estaba muy disgustado porque tenía que acompañar a su hermana a
sus clases de baile. Para llegar antes, cogieron el atajo de la playa.
Llegarían antes, pero eso no consolaba al chico, que quería ir a entrenar en
lugar de acompañar a su hermana.
Como estaba tan enfadado,
corrió más y más, dejando a su hermana atrás. La niña, que quería alcanzarle,
intentó acelerar su paso, pero él corrió tan rápido como pudo para dejarla atrás,
y lo consiguió.
Cuando se dio cuenta de
que podría meterse en problemas, paró y miró hacia atrás para esperarla, pero
la niña no se veía por ningún lado. Lo primero que el chico pensó es que ella
era muy torpe y volvió sobre sus pasos dispuesto a echarle la bronca del siglo.
Pero conforme avanzaba, y no la veía, su corazón empezó a contraerse y sintió
angustia.
Empezó a llamarla con
fuerza, con más y más fuerza, hasta que llegó donde sus huellas se unían a las
de ella. Asombrado observó como el vestido de ella estaba en la arena, y sus huellas
giraban y se adentraban en el mar. Miró hacia el agua, pero no había rastro de
la pequeña. Sintió que su corazón le martilleaba el pecho y volvió a gritar el
nombre de su hermana. Las lágrimas le caían por la cara mientras gritaba una y
otra vez y corría de un lado a otro. Él era mayor, era el responsable de ella y
le había fallado. Se había dejado llevar por el resentimiento y el enfado, y
ahora ella no estaba.
Aun sin saber nadar bien,
se metió en el agua. Empezó a avanzar y siguió gritando, hasta que se dio
cuenta de que sus pies no tocaban el fondo. El agua estaba cada vez más fría, y
su corazón también. Una ola lo empujó con fuerza y sintió que tragaba agua.
Intentó mantenerse, pero no podía. Entre las lágrimas y el miedo, su cuerpo
comenzó a hundirse, sin más. Tenía miedo. Sentía que iba a morir. Sintió un fuerte
tirón y después, perdió el sentido.
Cuando despertó, estaba en
un hospital. Su madre estaba con él. Él solo preguntaba por su hermana. ¿Dónde
estaba ella? Su madre le explicó que la
chiquilla no podía alcanzarle y decidió entrar al agua en un absurdo intento de
llegar antes a él al ser tan buena nadadora. Cuando se dio cuenta de que él
también había entrado en el agua y tenía problemas, intentó ayudarlo. Se había cortado
con unas rocas al sacarlo del agua y se había hecho un feo corte en la pierna. Tal
vez cojease de por vida. Pero ahora, lo único en lo que pensaban era en que había
salvado la vida de su hermano.
En ese instante, el padre
de ambos entró con la pequeña en una silla de ruedas, y ambos hermanos se
abrazaron con fuerza y lloraron juntos. Forjaron una unión tan sólida que nada
les había separado desde entonces. Siempre cuidaban uno del otro, pues los
hermanos deben cuidarse.
Cuando crecieron, él se
hizo corredor de atletismo, y ella, profesora de natación. La apodaron “la
mujer pez”.
Ambos niños se miraron
entre ellos.
- Esa historia no puede
ser cierta abuela – dijo Luis
- ¿Tú crees jovencito?
Con cuidado, me quité el
zapato y bajé mi media, de esa forma, mis nietos pudieron ver la fea cicatriz
que me llegaba desde la rodilla hasta el dedo gordo del pie.
Después, saqué de mi gran
bolso un álbum de fotos que procedí a enseñarles, donde yo había ido pegando recortes
de periódicos antiguos, mostrando algunos momentos de la vida de mi hermano, como
corredor de atletismo.
Los niños estaban absortos
viendo los recortes, cuando mi hermano llegó.
- ¿Al fin le has contado
la historia hermana?
- Sí. Ha llegado el
momento. Son iguales que nosotros y terminarán metiéndose en líos. Tal vez esto
les ayude. Tarde o temprano lo descubrirán ellos. Al menos, que sepan el
motivo.
- O tal vez, deban meterse
en líos para aprender – me dice él con una sonrisa.
El cuerpo anciano y
maltrecho de mi hermano se apoya en el césped junto al mío… mientras mis nietos
empiezan a bombardearnos a preguntas a uno y otro. Jamás mi hija entendió por
qué yo no quería contar nada de la vida de mi hermano o de la mía. Yo siempre
le decía que “el mejor momento, se presenta cuando menos lo esperas”.
¡¡Qué historia más tierna Margarita!! Tan tierna como real. Los lazos que establecen los hermanos cuando son pequeños marcan de por vida. ¡¡Felicidades!!
ResponderEliminar¡¡Qué historia más tierna Margarita!! Tan tierna como real. Los lazos que establecen los hermanos cuando son pequeños marcan de por vida. ¡¡Felicidades!!
ResponderEliminarSimplemente 😍😍😍
ResponderEliminar