Hola amigos. Parece que esta semana estoy melancólica. Pues no. Estoy por así decirlo, recordando inicios. Así que hoy voy a compartir con vosotros el primer cuento que Pergamino de Sueños Escritos os contó. Espero que os guste...
El pequeño Mario sintió
que por fin conocía el auténtico significado de la palabra felicidad. Allí,
escondido en el granero, entre toda aquella paja seca, estaba a salvo. Con gran
regocijo y mucho sigilo, saboreando el momento, casi con reverencia, abrió la
cajita de cartón que tenía en sus regordetas manitas.
Observó el tesoro de su
interior. Conteniendo la respiración, sacó uno de esos palitos de madera de
cabeza roja y cuadrado cuerpecito. La miró con ansiedad. ¿Cuánto tiempo había
esperado aquél momento? ¿Cuántas veces le había dicho su mamá que no podía
tomar las cerillas?
Con la satisfacción de
realizar lo prohibido, apoyó su pequeño dedo sobre aquella forma redondeada y
procedió a acercarla al rascador. Estaba tan excitado que sus manos temblaban,
pero su boca, sonreía. Un poco de presión sobre la cajetilla. Y ¡zas! Se partió
en dos. La alegría se transformó en inquietud.
- ¡Mario! – escuchó la voz
de su madre a lo lejos.
Oh, no. Ella era rápida
como una gacela. No era justo. El llevaba mucho tiempo añorando ese momento.
Espiaba a su madre cuando iba a cocinar, o a su padre cuando encendía la pipa. Desde
la lejanía, disfrutaba tan solo unos segundos de aquella hermosa visión de
fuego, después, la hermosura se transformaba en humo, y la cajita de cerillas volvía
a situarse en un lugar alto, seguro, alejado de él.
Pero su suerte había
cambiado aquél día. El timbre del teléfono hizo a su padre abandonar a su
suerte aquella cajita. Sobre la encimera de la cocina. A su alcance. Con la
rapidez de un rapaz de seis años, tomó su premio y voló hacia su escondite favorito,
el viejo granero de paja.
Tomo una nueva cerilla en
sus manos, y esta vez, decidió concentrarse más. ¿Y si no tenía otra
oportunidad? Con suavidad, acarició aquél palito de madera alargado. De nuevo
frotó el extremo rojo en aquella superficie rugosa. Un pequeño chasquido dio
paso a una pequeña llamarada, azulada por
debajo, amarillenta por arriba. El circulito rojo se transformó en negro
carbón. El olor del calor llenó su respingona nariz.
- ¡Mario! ¿Dónde estás
hijo?- sonó muy cerca la voz de su madre.
La llama perdía intensidad
y Mario sintió que su momento terminaba. Con movimientos nerviosos acercó un
montoncito de paja hacia sí. De esa forma protegería aquella llama maravillosa
y sublime. Haría un montoncito de paja a su alrededor y colocaría la cerilla a
salvo, justo en el centro, a su lado. La puerta del granero estaba cerrada, el aire
no la apagaría. Pero le quedaba poco tiempo. Sólo había una forma de conservar
aquella hermosa visión. Prendería ese pequeño montoncito de paja. Sólo ése. Y
aquella llama que tanto trabajo le había supuesto, viviría más tiempo. Su madre
le descubriría. Se enfadaría con él. Jamás le dejaría volver a tomar las
cerillas.
La pequeña llama había ido
devorando la madera, curvándola en una extraña posición, consumiendo aquél
palito, deshaciéndolo. Era mágico, pero casi llegaba a sus dedos y de forma
automática sopló, mientras unas lágrimas caían.
- ¡Mario! ¿Estás aquí
dentro, verdad? ¡¿Qué haces ahí?!
No le quedaba tiempo. Era
su sueño y nadie podría quitárselo. Con decisión, tomó otra cerilla y la
prendió. Justo cuando su madre abría el granero, él la dejaba caer sobre aquel
pequeño montoncito de paja seca, para que estuviese a salvo.
^o^ !!!!!!!! Querida Margarita, consigues con tus escritos acoplarme al ritmo de cada línea de acción-descripción de manera que se dibujan perfectamente en mi cabeza cada color, percibo olores y vivo emociones.
ResponderEliminarAlgo que llega donde tiene que llegar.
ENHORABUENA!!
¡Muchísimas gracias Inés! Qué alegria que me digas que te transmite tanto, eso me anima muchísimo. Muchas gracias otra vez preciosa. Besos :)
Eliminar¿Finales abiertos? ¡¡¡Por que!!! Jajajajaja. En mi final el niño se salva porque la madre ha llegado justo a tiempo. Que bien recordar los inicios. Eres una máquina mami.
ResponderEliminar¿Finales abiertos? ¡¡¡Por que!!! Jajajajaja. En mi final el niño se salva porque la madre ha llegado justo a tiempo. Que bien recordar los inicios. Eres una máquina mami.
ResponderEliminarJa ja, ¡tú sabes cariño! Hay que dejar que cada uno imagine su propio final... Y tú lo sabes, ¡que tú escribes muy bien! Un beso preciosa:)
EliminarMargarita ese nombre y esas manos.... me has llevado a vivirlo a tope.
ResponderEliminarComo siempre todo lo que escribes me encanta!
Besitos bella <3
Ja ja, es verdad amiga mía, ese nombre te inspira muuuuucho. Muchos besitos para tí y para Mario ;)
EliminarLas cerillas son peligrosas y más si las toca un niño. Una madre siempre debe estar atenta a todo. Recuerdo de pequeña, me gustaba encender una cerilla e iba mirando su llama y la forma en que se curvaba la cerilla hasta consumirse totalmente. Es algo que a una niña o niño siempre le llama la atención, ¿razón por la que lo hacía? Simplemente curiosidad como todo chico.
ResponderEliminarBesos
¡Hola Viviana! Sí, a mi me pasaba igual, quizás algo de eso tuvo que ver con el nacimiento de este pequeño relato, ja ja. Un beso muy fuerte :)
EliminarMaravilloso relato, como siempre!!
ResponderEliminarPara mí tiene dos finales : Uno cuando abre la madre y la corriente de aire aviva el fuego...(pero Mario se asusta y sale corriendo). Y otro que la madre se guía por el olor a quemado y encuentra al niño escondido y a salvo.
Voy a ser optimista jiji
Me encantó Margarita.
Maravilloso relato, como siempre!!
ResponderEliminarPara mí tiene dos finales : Uno cuando abre la madre y la corriente de aire aviva el fuego...(pero Mario se asusta y sale corriendo). Y otro que la madre se guía por el olor a quemado y encuentra al niño escondido y a salvo.
Voy a ser optimista jiji
Me encantó Margarita.
Di que sí Espe, hay que ser positivo. La verdad es que cada cual puede elegir que destino tiene el pequeño Mario. Yo también quiero pensar que se apaga... pero... ¡no se sabe! :)
Eliminar¡¡Perfecto Margarita!! Escribes tan bien, que me haces vivir la historia con una intensidad tal que, llegado el momento me han entrado ganas de coger al niño de la mano y sacarlo corriendo de allí. ¡¡Felicidades escritora!!
ResponderEliminarJa ja, ¡¡gracias!! La verdad es que cuando lo escribí tuve que concentrarme mucho, porque esto de ser madre y escribir algo así... ¡uf! ¡Muchisimos besos! :)
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