45 añitos

 

Nació un 28 de julio sin derramar lágrimas y trayendo risas. Tiene el cuerpo pequeño y el corazón grande; manos de bebé y pliegues de juego; ojo de pirata bucanero y nariz de águila imperial; cejas perfiladas por un arco iris y pestañas rizadas por el viento del norte. Y es uno de ellos.

Su figura es confusa, como hecha a ratitos de tiempo, de un tiempo que no terminó de formar su mente. Sonríe a la vida y no le importa mostrar sus dientes vencidos por el tiempo, su paladar retraído o su lengua de forastero. Lleva una bolsa forrada de fieltro, y en ella guarda sus debilidades. Pero las ata con una cinta fuerte de raso, trenzada con su fortaleza. Es uno de ellos.

Su caminar es lento y pisa con huella alzada, pues su mundo navega entre la firmeza de la tierra y el vuelo de una mariposa, aunque sus alas son algo lentas y a veces no consigue volar. Su lengua es de elfos, y no todos consiguen escuchar lo que oyen de sus labios; aunque cuando de amor se trata, se vierten en jarras de plata y salen cálidas. Ahí sí que se entiende el vocabulario que lanza, haciendo sentir suspiros por donde avanza. Y siempre lleva en una alforja de lana su pulgar arriba, sus juegos y sus cosquillas. Es uno de ellos.

Nació una noche de fiesta, poco después de la noche de San Juan, y llegó a este mundo en silencio, rompiendo barreras y miedos; envuelto en la magia de los antepasados y escribiendo sueños. Tanto fue así que, por todo ello, recibió de un hada misteriosa varios regalos que aun porta en su regazo.

Uno de ellos es el de la risa: le sobra, se le derrama, la vierte por cada poro de su piel. Pues hay quien solo ríe con la boca y hay quien lo hace con el cuerpo entero, como le pasa a él. No importa que su boca sea extraña, que sus dientes hayan decidido ser libres y colocarse como les ha dado la gana; da igual. Él sabe cómo hacer, él sabe cómo reír de esa forma en la que solo él lo hace. Es como el caramelo líquido que riega al chocolate, pero con el sonido fuerte de una catarata que se siente poderosa.

Cuando ríe, su sonrisa entra en tu cuerpo, se evapora e invade tu pecho, haciendo que notes en tu interior el toque de tambor de su alegría y su comienzo. Eso solo es posible porque él es uno de ellos.

Cuando llora es como un río desbordado que se queda blanco por la anemia que sufren sus emociones. Es un aliento que no se puede consolar, que te sujeta y que solo hay una forma de calmar. Y es agarrarlo con fuerza y brindarle calor, susurrar a su oído, acariciar su mejilla, secar el reguero líquido y acariciar su espalda, llenar su frente de besos salvadores y buscar el hueco de sus cosquillas. Solo así se puede calmar su llanto. Porque es uno de ellos.

Es un juglar antiguo, de aquellos que entonaban baladas que contaban sucesos. Él los narra a su forma, con su música y su letra, algo diferentes, con ese idioma que pocos entienden; es así que narra sus hazañas y todo cuanto le acontece y lo hace en la lengua de los antiguos trovadores. No todos somos capaces de entender su jerga. Solo unos cuantos son los afortunados de conocer su mundo, un mundo especial donde no hay miedo a un caimán, pero sí a un bordillo; donde no se le teme a la enfermedad, sino al equilibro. Él es uno de ellos.

También es un guardián de secretos, de los que el alma esconde a aquellos que tenemos todas nuestras capacidades mentales teóricas; lee tu mente por el brillo de tus ojos y el tono de tu voz. Sabe si tu corazón ríe o llora por cómo le haces las cosquillas y juegas con su mundo articulado. ¿Es acaso posible leer las almas? Él lo hace. Él no te mira sin más, él te lee a través de su limpia mirada. No intentes ocultarle lo que él quiera ver, pues no podrás conseguirlo; recuerda que es uno de ellos.

Sentirás que abriga tu sonrisa al reverberar la suya en tu pecho. Pero si eres persona afortunada, notarás su toque mágico cuando te abraza. Sus manos son pequeñas y frescas, suaves como terciopelos; pero guardan un secreto. Si acarician tu piel, te transmiten su sabiduría a través de los canales de sus dedos, te riega con su tranquilidad. Y si te abraza, volverá tu mundo hermoso. La calidez existe y el dolor se puede apaciguar. Olerás a canela y miel, y verás el rosa en tu piel. Es uno de ellos.

Y por todo esto, intento que me toque todo lo que le sea posible. Me impregno de su mundo, su risa y su calidez que reparte generoso. Percibo sus miedos e intuyo sus dolores, e intento calmarlos del mismo modo. Mi abrazo no es tan poderoso, así que hago con él un intercambio. Yo le pliego sus orejas de elfo y le como su barriga de oso; busco pistas en las cuevas de sus axilas y en los pliegues de su cuerpo de bebé grandote, arrancando su risa. Me llevo los dedos de sus pies y le doy besos de mosquito trompeta, le cuento historias cortas de las que a él le gustan y le canto canciones con las que poder bailar.

Porque yo no soy uno de ellos.

Soy uno de vosotros. De los que para tocar la guitarra usamos las manos, y para contar historias, tenemos que visualizarlas antes. De los que cantan a la luna sin creer que la luna nos oye. De los que suspiran al ver una mariposa, pero olvidan que en su espalda hay dos alas.

Soy “normal”.

Pero él no.

Él es uno de esos seres maravillosos y especiales que no pueden vivir su día a día sin la ayuda de otros. Aun así, te enseña a construir castillos elevados con palillos de dientes. A saborear las nubes y acariciar los glaciares. A entender a los búhos o hacer cosquillas a la luna. A fundir el amor y regalar risas que salgan en cascadas como la de los niños. A conocer que la imaginación no se esconde en una mente, ni tampoco entre las páginas de un libro, sino que es un manjar exquisito que solo fabrican aquellos que se atreven a mirar a la vida a través de unos ojos mágicos.

 ¿Y dónde puede haber más magia que en la mirada de un niño? Un niño de cuarenta, de sesenta o de ciento y pico. Un niño que levanta el pulgar al mundo, mientras algunos le preguntan curiosos: “¿Quién eres?” Y él responde con una sonrisa y su ligero acento: Juan Hans Palmero.

¡¡Feliz cumpleaños hermano!!