Amanecer de piedra malva

-Y dime, amor, ¿de qué color dibujo los tejados que sostienen tu mirada?

-Del color de las fresas ácidas.

-¿Qué tonalidad doy a la piedra que recubre los muros y acoge las pisadas?

-Del suave malva que precede al gris en el guiño de la mañana.

-¿Qué pincelada sientes que falta? 

-Guiños de besos en el interior de las farolas... de esos que hacen cosquillas en el alma.

Doña Jacinta emitió un largo suspiro y soltó su bordado, observando a ambos jóvenes, que azorados susurraban sobre el amanecer que veían a través de la ventana...

Sus risas acariciando todos aquellos libros de poesía que sostenían la multitud de baldas. 

-Te escribiré mil versos... -susurró el muchacho.

-Te los recitaré en las noches -respondió ella. 

 

Durante un momento, la anciana sintió que su alma se llenaba, levantándose a acompañar a ambos jóvenes junto al alfeizar de la ventana. Con pesar, observó como la silueta de la joven desaparecía, mientras la del joven, se acercaba, depositando un suave beso en sus arrugados labios, para hacer un ligero guiño de complicidad... desapareciendo después...

Una mirada al exterior le devolvió la tonalidad distinta, más apagada, más lejana, de aquel paisaje que en otra época vivió corriendo por aquellas calles cuyas paredes eran malva antes de amanecer, y sus tejados, fresa ácida, que se volvía dulce con los besos del poeta que había llenado de suspiros su biblioteca.