El canto de la cueva

(Imagen Pixabay)

Dicen que en las noches de luna llena se escucha un canto en lo alto de la ladera. Una voz de mujer se desliza a través del horizonte. Dicen que a aquél que toca lo envuelve y seduce. Que es una hechicera que gusta de atraer a los marinos perdidos.

No conocen su auténtica historia. Una historia oculta entre las dunas de arena y el murmullo de las olas. No, no la conocen.

Apenas era una niña cuando la suerte, o el destino, la llevaron por primera vez al interior de aquella vieja gruta en lo alto del risco. Aquél primer contacto que recordaba con vaga claridad. 

Apenas era una niña que jugaba a buscar tesoros ocultos, cuando algo oscuro la consideró tesoro a ella. Todo lo que a su alrededor se encontraba comenzó a agitarse con fuerza en un vaivén desenfrenado, donde los gritos de una niña alzaban el vuelo para caer después sin alas. 

Sus ojos se tornaron tan salados como el propio mar testigo de aquél instante. Los gritos de su hermana, tan solo unos años mayor que ella, resonando en su pecho. Aquello que se la llevaba apretando sus garras con fuerza en su cuerpecito aún menudo.

Un hueco abierto en la roca resultó ser su refugio y su jaula. El frescor de sus paredes se hizo hielo para ella. La arena de su suelo arañaba la delicada planta de sus pies diminutos. Aquella inmensa boca la engullía y bajo ella solo se veía agua furiosa que golpeaba con fuerza sobre rocas de puñal. 

Pensó que moría. Pensó que vería cara a cara a ese alguien llamado Muerte. Pero no fue así. Y no lo fue porque justo cuando el monstruo iba a devorarla, una forma rojiza se abalanzó sobre él arrebatándole el último aliento.

¿Quién era ese nuevo ser?

Una capucha descendió para mostrar una larga cabellera negra como ala de cuervo y unos ojos profundos de mujer. La niña intentó hablar, pero la mujer colocó un dedo sobre sus labios para que callara. Y a continuación, le contó una historia de mujeres salvajes que vivían en cuevas. Mujeres legendarias y ocultas, sirenas de la noche, que entonaban sus cantos para atraer a los marineros, y que alguna que otra vez, habían salvado a alguna niña como ella a quién trataban de robar. Eran las guardianas de antiguos secretos y pócimas extrañas, que podían conseguir que fueses mitad mujer y mitad pez. Pócimas que podían darte lo mejor de ambos mundos...


Y la niña decidió jugar. Y ser parte del hechizo, de la cueva y del mar. 

A escondidas, acudía al lugar para formar parte de aquél mundo de fantasía y enigmas. Y dejó de temer a la noche, supo del lenguaje del viento y de la lengua de los antiguos. Sintió sus piernas hacerse una y ser coleta. Sintió la magia de los atardeceres y se bañó de sol. Y cuando pensó que no le quedaba nada por aprender, aprendió a entonar cantos que flotaban sobre las olas, y encender faros con la mirada.