Venga, niega que no se
pierde algún que otro calcetín en tu casa. Si me dices que no es así, me
preocuparás bastante. ¿Por qué? Pues porque existe un lugar donde van todos los
calcetines perdidos. No es un lugar cualquiera, no vayas a confundirte.
Todo empezó con una
simple colada, en la que uno de los calcetines buscaba anhelante a su compañero
sin éxito. ¿Cómo era posible que hubiese desaparecido sin más? El calcetín
sobreviviente tenía una teoría. Aquella máquina infernal que los hacía girar y
girar era un portal hacia otro mundo.
Estaba seguro de ello.
Por algo le tejieron de suave algodón egipcio. Sus rayas multicolores eran
sabias. No podía ser de otra manera teniendo en cuenta su origen.
Pero el viejo calcetín
marrón del abuelo, aquél que tenía unos rombos azules; ése, no estaba de
acuerdo con aquél desaguisado.
— Es increíble tamaña
tontería, ¡pardiez! ¿Un portal hacia otro mundo? Deberías desconectar cuando tu
pie se enfrenta a ese aparato diabólico llamado televisión. No, hijo, no. Esa
máquina que gira y gira es un aparato de gimnasia avanzado que nos ayuda a
mantenernos en perfecto estado de uso.
— ¿Sí, viejo carcamal? ¿Y
tu compañero? Seguro que de tanto ponerse en forma se ha marchado corriendo.
Pálido se puso el de
cuadros escuchando al de rayas egipcias. Cierto era que su compañero había
desaparecido sin más una fría mañana de otoño. Un nuevo suavizante con olor a
rosas fue el culpable. Tanto aspiró y aspiró… que se volatilizó sin más.
— Pero qué de tonterías
estáis diciendo mis queridos colegas — adujo un hermoso calcetín pequeño y rosa
con un lazo a cuadros en el lado. — Ese lugar redondo es un parque de juegos.
Yo lo sé.
— Pero es peligroso —
dijo con voz temblorosa un calcetín de ejecutivo con un pequeño agujero en lo
que debía ser la parte donde se apoyaba el dedo gordo del pie.
—¿Por qué dices eso? — Le
preguntó el pequeño calcetín rosa.
— Porque yo vi como esa
cosa se tragaba a mi compañero y no pude rescatarle. Él giraba y giraba
mientras gritaba no se qué cosa de centrifugado, asustado y odio los lavados.
Siempre tuvimos problemas de diálogo. Pero bueno, yo solo tuve este pequeño
percance que ahora me sirve de ventilación… pero él. — dijo señalando su
agujero bien visible.
En eso, que una señora de
blancos cabellos y la paciencia de los años en la mirada, se acercó a la
lavadora y empezó a buscar en su interior. Tocó y tocó, concentrada en su
labor. Pero no hubo resultados o al menos eso es lo que parecía.
Se escuchaba el leve
golpeteo de sus manos antes ágiles, ahora algo desfiguradas por el paso de los
años y ciertas dolencias, contra el frío metal. Pequeños golpecitos suaves aquí
y allá…
De pronto, se escuchó una
especie de “click”. Fue entonces que aquella señora sonrió con auténtica
alegría y sus ojos se iluminaron por completo. Una brisa y un suave olor inundó
la estancia, mientras todos los calcetines deshermanados suspiraban sin darse
cuenta…
Se percibió el aroma de
las montañas e incluso se escuchó el ruido del mar. Se saboreó la fruta del
campo cercano y se escucharon los trinos de los pájaros que anidaban en el
bosque de pinos.
— Se que estáis ahí
pequeños bribonzuelos – dijo la señora mayor con gran ternura en la voz.
Los distintos calcetines
se miraron entre ellos, sin comprender, y en un silencio total. Nadie podía
escucharlos, ningún humano sabía que pudiesen hablar.
Pero entonces, la mujer
volvió a meter la mano y a tocar aquí y allá, hasta que de repente, sacó la
mano de aquél enorme bombo redondeado. De sus dedos colgaba un calcetín a rayas
egipcias, sonriente y ligeramente bronceado.
A continuación salió otro,
pequeñito y rosa… aunque no salía el de cuadros, ni tampoco el ejecutivo.
—Vale, os dejaré un
poquito más. Pero no seáis egoístas y regresad pronto. Tal vez vuestros
compañeros quieran viajar también.
Fue entonces que la
anciana guiñó un ojo a aquellos calcetines desparejados y los colocó con
cuidado al lado de sus compañeros, para después, con pasos suaves, salir fuera
y dejarlos de forma prudente, a solas.
— Pero… ¿de dónde vienes
compañero? — preguntó el de rayas que era el más charlatán.
— De un lugar increíble.
De un lugar magnífico. Yo no quería volver — dijo poniéndose colorado
— Pero me abandonaste… —
le dijo dolido su pareja.
— No me marché contento.
Algo me succionó y me llevó con él. Pero una vez allí, descubrí un lugar
magnífico donde siempre estás limpio y nunca hueles mal. Donde jamás te colocan
un zapato encima estrujándote y estrujándote. Donde ninguna uña afilada te daña.
Es maravilloso.
El resto de los
calcetines empezaron a mostrarse inquietos y a mirarse entre ellos. ¿Qué locura
le había dado a aquél? Pero entonces, ocurrió algo insólito, y desde el
interior del bombo de la lavadora volvió aquel aroma suave y se escuchó un leve
tintineo. Un haz de luz emergió de pronto y aquellos dos calcetines que
quedaban perdidos salieron entre risas y desconcierto.
- ¿A qué va a ser cierto?
Exclamó de pronto el incrédulo calcetín de seda egipcio.
— Solo hay una forma de
asegurarse… — soltó de pronto el viejo calcetín de rombos.
Juntos se miraron y
lanzando una risita que sonaba a mezcla de seda egipcia y rombos de algodón, se
lanzaron al interior del bombo. Jamás se les volvió a encontrar.
Y aun hay quien dice que
en toda casa se pierden calcetines, porque estos van a buscar a aquellos que un
día se perdieron, ávidos de saber la verdad.
Àh los calcetines, igual que los guantes! ¡Qué líos formo, jeeeeee...
ResponderEliminarLo he pasado bomba leyendo.
Besos.
¡Muchisimas gracias Mari Carmen! Ja ja, cada vez que pierdo un calcetín, me decia a mi misma... ¡Tengo que escribir algo sobre esto! Ja ja.
EliminarBesos :D
Un hermoso y emotivo relato que me ha introducido en esa diabólica máquina y he disfrutado como un niño junto a los demás calcetines oyendo sus conversaciones.
ResponderEliminarMi máquina debe tener la misma salida infernal hacia otro mundo...pues pierdo calcetines muy a menudo.
Me ha encantando y recibes mi aplauso más caluroso...Un besito.
Ja ja ja, ¡hola Fibo! Yo creo que todas las lavadoras tienen ese "click", solo que algunas las camuflan mejor que otras. Yo los pierdo constantemente, ja ja.
EliminarBesos:D
¡Bonito, bonito, de verdad! Me ha encantado leerlo. Has escrito un cuento precioso. Te felicito. Un beso muy fuerte
ResponderEliminar¡Hola preciosa! Muchisimas gracias, ja ja. Ya hacía tiempo que no escribía un cuento y me encanta hacerlo. Muchos besitos :D
Eliminar¡Que maravilla de escrito!
ResponderEliminarSiempre te superas, de verdad
Y las imágenes de los calcetines me parecieron muy tiernas
Un besito! ♡
¡Muchisimas gracias Naya! Ya sabes, cuidadin con la lavadora, ja ja.
EliminarBesitos :D
Pues Margarita ahora comprendo el motivo de los dos calcetines que se me perdieron, uno blanco y otro verde, parece que en vez de tragárselos la tierra, se los trago el lavarropas. Me quedó más tranquila, creía que habían sido duendes.
ResponderEliminarUna maravilla de cuento.
mariarosa
Ja ja ja, cosa de duendes parece cuando se quedan desparejados varios pares de calcetines ¿verdad? Y tú dices... ¿cómo es posible? Pues ya está, aclarado. ;D
Eliminar¡Besos! :D
Totalmente, quien no ha perdido jamás un calcetín en la lavadora no es de fiar, jajaja.
ResponderEliminar¡Un besote!
Ja ja ja, eso opino yo también, ja ja. ¡Muchos besos preciosa! :D
EliminarPues ahí deben estar muchos de mis calcetines...
ResponderEliminar: )
Besos.
Ja ja ja, pues si Carmen, y de los míos. De veras, menudo misterio ja ja.
EliminarBesitos :D
Hay me encanto mucho jajaja por todos los calcetines que no regresaron :D
ResponderEliminar¡Esoooo! ¡Por todos ellos, un homenaje! Ja ja .
EliminarBesos :D
Qué original ¡¡¡ y muy entretenido hasta el final.
ResponderEliminarSAludos.
¡Gracias Manuela! Me lo he pasado muy bien escribiéndolo, ja ja.
EliminarBesos :D