Dicen que la noche es creadora
de fantasmas y monstruos, pero yo, aquí, a plena luz del día, siento un escalofrío aterrador.
Ha vuelto a ocurrir.
Nadie me cree, Julio no me cree. Pero cada día que pasa estoy más segura de que
en esta endemoniada casa estamos él, yo… y esa cosa.
Todo empezó poco
después de regresar de nuestro viaje de novios. Julio empezó a bromear con lo
de cruzar el umbral de la puerta conmigo en brazos, cosa difícil, ya que él es
delgado como un junco y yo, a pesar de ser bajita, peso noventa y cinco kilos.
¿Qué que importa mi peso? Todo. Todo y nada en esta angustia que me devora.
Yo le cogí a él. Era
mucho más sencillo de esa forma y ambos estallamos en carcajadas por mi
ocurrencia. Ahí comenzó todo. Ahí, justo en el momento en que yo me giré sobre
mí misma con Julio agarrado a mi cuello y cruzamos el umbral. Me detuve un
instante ante el inmenso espejo de la entrada. Solo un instante para reírnos de
la imagen y, entonces… le vi por primera vez. Una sombra que se cruzó rápida y
fugaz tras nosotros y encendió un frío primitivo en mis entrañas.
- ¿Has visto eso Julio?
- ¿A nosotros dos? Pues
claro, como para no vernos, sobre todo a ti – se carcajeó él.
- Me refiero a esa
cosa. Esa sombra. Creo que hay alguien en casa Julio…
Estas últimas palabras
apenas susurradas, junto al sudor que empezó a cubrir mi cuerpo de repente y la
palidez de mi piel fueron suficientes para que mi marido se diese cuenta de que
hablaba en serio.
Me quedé allí,
paralizada, horrorizada, mientras él entraba y salía de cada una de las
habitaciones en busca de ese intruso que no apareció. Finalmente, Julio se
acercó a mí con su vieja sudadera gris y me la mostró burlón.
- Te presento a tu
intruso. Debiste desayunar más, la falta de alimento te provoca visiones.
- Debe ser eso. Perdona
si te he asustado, es solo que juraría que vi moverse alguien tras nosotros. Me
pareció ver un reflejo en el espejo.
- Cariño, este piso es
tan pequeño, que si así fuese, no tendría donde esconderse. Apenas cabemos tú y
yo – volvió a burlarse de nuevo.
El resto de aquél día
fue tranquilo. Nada volvió a perturbar mi mente hasta dos días después. Me
enfadé muchísimo con Julio. Estaba cansada de repetirle una y otra vez que
hiciese el favor de bajar la tapa del váter, y que por favor, se asegurara de
cerrar bien los grifos. Siempre dejaba algún grifo goteando. Él se burlaba de
mí. Qué ya parecíamos una pareja de casados veterana, que qué más daba si de
todas formas había que subirla constantemente… Cosas así.
No tenía mi mejor día.
Había vuelto a engordar casi un kilo y estaba de un humor de perros. Así que
con rabia bajé la tapa provocando un fuerte ruido y apreté el grifo. No había
andado más de tres pasos cuando escuché el conocido ruido del agua cayendo y
escuché el golpeteo de la tapa de plástico contra el azulejo. Sentí que mi
corazón se paraba durante un momento, para correr con fuerza un segundo
después. Entré al baño temblando y sentí un mareo al ver el grifo abierto y la
tapa subida. ¡No podía ser! ¡Era del todo imposible! No había lugar donde
esconderse en el baño, salvo la bañera. Cerré el grifo, pero no toqué la tapa. Con
fuerza a pesar de mis temblores, agarré con tanta fuerza la cortina del baño
que la arranqué de las argollas que la sujetaban al intentar echarla a un lado.
No había nadie. Pero yo no podía respirar. Sentí tanto miedo que todo se volvió
negro y caí al suelo como una muñeca rota, despertando no sé cuánto tiempo
después. El grifo estaba cerrado y la tapa bajada. Cerré con fuerza la puerta
del baño y no volví a entrar en él hasta que Julio llegó aquella tarde a las
seis y mi vejiga estaba a punto de reventar.
No le conté nada.
Decidí callar y esperar. Él preguntó por la cortina del baño arrancada, pero le
di una mala excusa sobre un resbalón en la bañera. Al día siguiente, cuando él
volvió a marcharse, llamé al doctor Carrasco, mi cardiólogo y le expliqué que
las pastillas nuevas que me había recetado para el corazón me estaban
provocando visiones. Él me dijo que era del todo imposible, me preguntó si
estaba nerviosa, si podía estar embarazada… Un embarazo. No. No podía ser, no
debía ser. Yo estaba tomando la píldora para evitar un embarazo. Antes de eso
debía perder peso y controlar mis arritmias cardiacas. Julio y yo ya lo
habíamos hablado.
Pocos días después
volvió a ocurrir un nuevo incidente en el baño. Las toallas estaban en el
suelo, tiradas en forma de cruz. ¿Qué pasó por mi mente? No lo sé. Solo sé que
corrí hacia fuera con todas mis ganas hasta que él me tocó. Esa cosa me tocó.
Sentí la frialdad en la cara y una tensión en el brazo. Quizás me había
enganchado en algo, pero no me volví a comprobarlo. Grité. Grité con todas mis
fuerzas y corrí a la puerta de fuera. No se abría. No podía abrirla. Mi corazón
galopaba de nuevo en mi pecho y volví a desmayarme. Cuando abrí los ojos,
estaba tumbada sobre mi cama, con Julio mirándome preocupado. Pensé que era un
sueño. Deseé que fuese un sueño. Pero entonces, en la pared, justo frente a mis
ojos, esa sombra oscura con forma de saco me hizo perder de nuevo el
conocimiento.
Estuve ingresada tres
días. El cardiólogo, un psiquiatra, y hasta un sacerdote, pasaron por mi
habitación. Julio me miraba con disgusto, y yo… no entendía nada.
- Hay algo en casa
Julio. Lo hay.
- Claro, ya solo me
falta que me pidas a un médium. ¡Por Dios María! ¡Qué coño te pasa! No entiendo
nada…
Le miré, vi su palidez,
la sombra bajo sus ojos. La forma en que peinaba para atrás su cabello y decidí
callar. Estaba segura de que todo era por las nuevas pastillas, así que tomé
una decisión drástica.
Poco después,
llegábamos a casa. Todo estaba en orden y suspiré aliviada. Me dirigí al baño.
Todo estaba en orden y respiré. Después, arrojé todas las pastillas por el
retrete. Todas.
A pesar de haber vuelto
a casa, Julio se mostraba extraño, taciturno. Al fin, me confesó que en su
empresa le habían propuesto hacer un viaje de negocios que no podía rechazar.
Pero ¿cómo irse conmigo enferma? Le tranquilicé. Le convencí de que todo iba a
ir bien. No le dije que había tirado las pastillas por el retrete, pero yo
sabía que ya no tendría más visiones raras.
Y se marchó.
Me quedé sola en casa.
Aquella noche no pegué ojo. Me la pasé despierta, sudando, y mirando al rincón
donde unos días antes había visto la sombra. Escuché ruidos en la cocina, y en
el salón. Crujidos, un gato que aullaba, el hijo de la vecina que lloraba… Por
la mañana me dolía la cabeza y me dolió aún más cuando sorprendida comprobé que
había engordado casi cuatro kilos. Todos los viernes iba a un nutricionista y
siempre me pesaba antes de salir. No comprendía nada. Llevaba varios días sin
probar apenas bocado.
Una ráfaga de aire frío
me dio de lleno. ¿De dónde procedía? Comprobé las ventanas. Estaban cerradas
del todo. De pronto, volví a escuchar el sonido del agua en el baño. Y noté
calor. Un ruido en el dormitorio me hizo gritar y corrí a la puerta que daba a
la calle. Necesitaba salir de allí. Pero no podía abrirla. Intenté abrirla,
pero no podía. La golpeé con fuerza. Estaba dispuesta a partirla si era
necesario. Escuchaba mi corazón en los oídos. Lloré. Grité… ¡Basta! ¡Basta!
Y todo se detuvo. Volví
a perder la conciencia.
Cuando desperté era
noche cerrada. Ahora hacía calor en lugar de frío. Me levanté a duras penas y
sentí un dolor que me empujaba en el pecho. Un dolor sordo pero constante. Volví
a intentar abrir la dichosa puerta, pero no cedía. ¡Maldita sea! Tenía que
llamar a Julio. Me dirigí al teléfono. La línea estaba cortada. No podía ser.
Aquello tenía que ser una broma, pero no tenía gracia. El móvil sin batería. ¿Y
el cargador? Pero aquello no era lo peor. Lo peor venía ahora. Estaba segura…
se escuchaban pasos. ¿Pasos en el baño? Corrí a la habitación y me encerré en
ella. La noche no me dejaba pensar. Solo llorar. El dolor aumentaba. Intenté
abrir las ventanas, pero no podía. Pasé toda la noche sentada, apoyada en el
cabecero de la cama, aterrada, mientras fuera, en el pasillo, se escuchaba un
ir y venir que se detenía ante la puerta y luego se marchaba.
Eso ocurrió anoche.
Hoy, ya con la luz entrando por la ventana he tomado una decisión. Voy a salir
de aquí. Como sea. Gritaré, golpearé. Jamás he odiado tanto mi decisión de
poner rejas en las ventanas para que nadie entrase. Jamás pensé que yo
necesitase salir.
Me cuesta trabajo bajar
de la cama. Mi cuerpo está entumecido y
mi vista… es algo borrosa. Abro la puerta temblando. Tengo tanto miedo que
termino orinando en un cubo por no entrar en el baño antes de que mi vejiga
explote. Tomo uno de los cuchillos de la encimera y me dirijo de nuevo a la
puerta para intentar salir…
Y entonces, siento que una
mano cae sobre mi hombro.
¡Grito, grito con todas
mis fuerzas y, me giro en redondo hundiendo el cuchillo en algo blando y
viscoso que se retuerce y cae en una postura trágica!
- ¡Doctor Carrasco!
Un fuerte dolor en el
pecho me ahoga y caigo al suelo como una muñeca rota al lado de los ojos
vidriosos y extremadamente abiertos de mi cardiólogo. Vuelvo a escuchar pasos,
pasos de una tercera persona que aparece en escena. Son las deportivas que
regalé a Julio en nuestro viaje de novios. Intento mirar hacia arriba, y veo su
rostro. Serio, sereno…
- Siempre fuiste buena
chica María. El imbécil del médico debió haberte matado con aquellas pastillas
alucinógenas, pero no fue así. Tampoco te mataron las hormonas. Debías engordar
y engordar, debías morir de un ataque al corazón. Pero al final, lo has
arreglado y me has hecho un favor. Ya veo los titulares… Estabas medio loca,
confundiste la medicación, te asustaste y mataste a tu doctor que acudió a tu
llamada de auxilio… Trágico final… Cuando yo regresé de mi viaje, me encontré
esta escena de horror… No pude hacer nada… Salvo cobrar el seguro de vida.
Aturdida veo a Julio
dirigirse al baño. Entre nieblas veo como quita una placa del techo y gatea por
ella. Y después… el dolor de mi pecho desaparece… y yo también.
-
Quë horror. Muy bueno. Un beso.
ResponderEliminarJa jaja, ¡Gracias Susana! La verdad es que sí que es verdad que es un horror. Uf. Un beso preciosa :D
EliminarEs una gozada leer tus relatos. Aquí enganchadita estoyyyyyyyyyyyy!
ResponderEliminar¿te animarías escribir novelas?
Un besote.
Uy Mari Carmen, hace poquito he enviado un manuscrito a una editorial... ya te contaré. Muchos besos amiga:D
EliminarQue maravilla como escribes Si o pudiera hacerlo así
ResponderEliminarte felicito intensa la trama de los momentos vividos por tu mente
un abrazo
Muchas gracias Mucha, lo cierto es que me gusta escribir de todo, y el género de misterio o terror... me seduce. Muchos besos preciosísima:D
EliminarHolaaa
ResponderEliminarque relato más interesante, y que maravilla como lo escribes querida, que historia más trágica y bien llevada
Gracias por compartirla ^^
Un besazo!
Muchisimas gracias Naya, no sabes la alegria que me da escucharte decir eso, además a ti, que lees un montón. Muchas gracias de verdad. Muaaakk :D
Eliminareres la diosa de la escritura!! tus relatos enganchan y el intruso es genial
ResponderEliminarAy Abbie, qué más quisiera yo, pero ¡muchas gracias! Un beso enorme:D
EliminarUn espanto bellamente relatado. Sin dudas tenés esa gran capacidad que pocos tienen: la de atrapar al lector con historias de excelente argumento.
ResponderEliminarBesos.
Gracias Navegante. Lo cierto es que me ha costado mucho grabar el audio, porque soy tremendamente tímida y eso de la entonación me cuesta mucho, ja ja. Pero ahí está. Muchos besos y deseando leer tu siguiente entrada. :D
Eliminar¡¡Aaayyyy...!!
ResponderEliminarEres tremenda. Que buena historia, me tuviste enganchada sin imaginar el final. Felicitaciones.
mariarosa
Muchisimas gracias María Rosa. Es un poquito largo pero quería mantener la intriga un poquito más, ja ja. Muchos besos amiga :D
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