Había llovido y el suelo
era un mosaico de hojas, barro y piedras. A Inés no le importó ensuciarse con
ese barro, ni tampoco, llevar prendidas de sus viejos vaqueros, toda aquella
hojarasca y quizás, alguna lombriz. Nada de eso importaba mientras consiguiese
su objetivo. Internarse en el bosque, y desaparecer...
La situación en casa era
desesperada. Su madre era una mujer asustadiza, cosa que no le afectaría tanto
si no fuese por el férreo control que ejercía sobre todo lo relacionado con ella.
Tenía dieciséis años y se sentía dentro de una jaula dorada que empezaba a
oxidarse.
Una raíz la hizo tropezar
y su cuerpo cayó como un resorte, como una hoja que se dobla al ser pisada.
Inés sintió esa garra en el tobillo, aprisionándola y sujetándola con firmeza
contra esa tierra que sabía a sal y años. Y allí se quedó, prisionera de su
propia osadía. Tumbada en aquél cenagal y llorando sus desdichas, mientras de
forma quizás inevitable, las palabras de su madre acudían a su memoria.
“Jamás
entres en el bosque… es peligroso…”
Levantó la cabeza y miró
el tono anaranjado del cielo. Pronto, no vería el camino de regreso a casa.
Quizás, así lo había decidido el destino. No se puede huir de quien es más
fuerte que tú, ni tampoco se puede enfrentar, con tan solo metro sesenta de
ser, a un mundo completo. Dieciséis años son muchos para algunas cosas, y muy
pocos para otras... Y sin lugar a dudas,
ella había escuchado demasiado para su gusto.
“Eres
demasiado joven, no sabes lo que quieres”
Un pequeño ruido, una
especie de crujido, la asustó de nuevo.
- ¿Hay alguien ahí? –
gritó a los cuatro vientos.
Nadie contestó. El naranja
se tornaba violeta y poco iba a solucionar allí tirada en mitad de ninguna
parte. De nuevo, recordó ese infundado miedo que su madre sentía hacia ese
lugar. Que ella supiese, su madre no había vivido ninguna experiencia
traumática en él, pero por algún motivo, el corazón de aquél lugar, era el
infierno para ella. Incluso despertaba gritando por las noches, gritando cosas
incoherentes sobre una cabaña perdida… cabaña que ella había buscado en los
archivos de la biblioteca…, descubriendo con asombro, que existía. Por ello, la
encontraría. Encontraría respuestas.
Esa determinación la hizo
engarrotar sus manos dándoles forma de garra, para que la tierra se asustase y
la dejase ir… arrastró con ella más hojas, barro, y… ¿qué era aquello?
Enderezó su maltrecho
cuerpo, y a pesar del dolor, liberó su pie. Elevó su mano al aire y vio como un
círculo plano y con el tamaño justo para ser abrigado por su mano, se quedaba
ahí, como si hubiese llegado a casa, mientras los diminutos círculos engarzados
que formaban una cadena, resbalaban entre sus dedos.
Allí sentada de forma
ridícula, avistó al frente. Extendió sus dedos y dejó caer el objeto que con
tanto celo guardaba, cayendo ante sus ojos, la cadena aferrada entre sus dedos,
y el círculo perfecto danzando frente a ella y salpicando de nuevo sus
recuerdos…
Quizás, la Inés de tan
solo unas horas antes, habría arrojado aquél objeto de nadie lejos de ella.
Pero ésta Inés, necesitaba algo a lo que aferrarse, y aquél colgante era tan
válido como cualquier otra cosa. Aquello era ridículo, había desafiado a su
madre y ahora se veía inmersa en aquel bosque, en las propias entrañas del
mismo, cubierta de pies a cabeza de él, con bocados incesantes de dolor en el
tobillo, la noche empezando su reinado y el frío empezando a envolverla. Sin
embargo, sentía calor a través de aquél círculo entre sus dedos. Era algo a lo
que aferrarse en su mundo de locos. Algo que no le pertenecía, igual que ella
tampoco le pertenecía a él… pero ambos estaban ahora unidos por el destino.
Estaba desafiando al mundo.
A duras penas, consiguió
levantarse. Ya no sentía bocados en el tobillo, sino más bien un fuego
abrasador. Había muchos trozos de ramas y raíces en el lugar. De esta forma,
con un improvisado bastón, el cuerpo cansado y el alma triste, continuó su
camino hacia ninguna parte. Debía cubrirse durante la noche, quizás al abrigo
de algún árbol, o… en el estómago de algún animal, esto último de pronto,
empezaba a cobrar importancia.
Poco había caminado cuando
le pareció escuchar sonido de agua. Beber. Su instinto primario la hizo buscar
ese ansiado elemento. Su estómago rugió, pero ella lo ignoró. Un pequeño
riachuelo le devolvió su reflejo. Soltó la rama y dejó caer su cuerpo al suelo.
Esos grandes ojos azules ahora se tornaban oscuros como la noche que se
avecinaba con rapidez. Se lavó las manos y la cara, y a pesar de la frialdad
del agua, agradeció sentir sus dedos libres. Recordó entonces el objeto, que
por su grosor, bien podría ser un medallón. Lo sumergió con deleite y vio como
al igual que antes había ocurrido con ella, una pequeña estela de barro y
suciedad se desprendía de él. Era hermoso.
- ¿Quién diablos eres? – le
gritó una voz cerca de ella.
Levantó los ojos asustada,
y vio a una mujer mayor que la miraba desde el otro lado del riachuelo.
- Me he perdido- explicó
sin más.
- Todos los de ciudad sois
unos ineptos. ¿Estás sola?
- S...sí – tartamudeó de
frío y también de angustia.
La mujer pareció dudar un
instante. La expresión de su cara era cuánto menos de seriedad absoluta.
Finalmente, se decidió.
- ¡No te quedes ahí parada
y sígueme!
“Jamás
vayas con desconocidos…”
La joven tomó la rama de
nuevo y como impulsada por un resorte, pensó que el camino más recto era a
través del agua, y por ella cruzó. Sintió de nuevo el frío, pero aquellos
alfileritos que se clavaban en su piel, le hicieron olvidar un poco el resto de
su historia.
“No
hables con extraños”…
- Me llamo Inés. ¿Y
u…u…usted?- preguntó tiritando.
La extraña observó el
pequeño y delgado cuerpo de aquella joven. Su cabello lleno de hojas y barro,
sus brazos intentando apaciguar los temblores que la recorrían, y un objeto,
una cadena quizás, que colgaba de sus manos engarrotadas. La había visto cojear
al cruzar hacia ella. ¡Maldición! Iba a tener que ayudarla de verdad. No veía
bien su rostro, pero por su voz, bien podría ser una niña.
- Mi nombre no importa –
le contestó en un tono de voz áspero.
Inés experimentó la
brusquedad de aquella mujer, pero el cansancio la había vencido. Le daba igual
comer o no, bañarse o no, pero dormir… necesitaba dormir… y estaba asustada.
Sacando algo de fuerza,
arrastró sus pies y la siguió. Pocos metros más adelante, tras una bifurcación
del camino, y ante sus atónitos ojos, una pequeña cabaña de madera apareció
ante ellas.
Inés sintió la calidez del
fuego que reinaba en la estancia, olía a algo… olía bien. Era un lugar pequeño,
pero muy agradable. Había plantas por todos lados y eso la hizo sentir recelo.
¿Sería una bruja de ésas de los cuentos? Tampoco le importaba en ése momento…
- Puedes asearte si
quieres. Toma – le dijo entregándole unos pantalones y una sudadera muy
parecidos al que ella misma llevaba – ponte esto. Al menos estarás seca.
- Gracias.
Un gruñido fue toda la
respuesta que obtuvo.
A pesar de la imagen
exterior, aquella cabaña estaba dotada con todo lo necesario e Inés agradeció
inmensamente que tuviese una ducha. Se desprendió de la ropa embarrada que
llevaba y se introdujo en ella. La mujer cacharreaba alrededor del fuego,
removiendo algo y se detuvo al verla salir del baño.
- ¡No te quedes ahí como
una estatua! ¡Acércate! ¡Siéntate aquí!
La joven obedeció, y se
sentó en el lugar que le indicó, observando a aquella extraña ir y venir por la
habitación, hasta que un olor fuerte inundó sus sentidos. Aquella mujer venía
con un paño húmedo en sus manos y sin dudar un instante, lo presionó sobre el
tobillo de la muchacha, haciéndola retroceder ante el calor y el dolor.
- Es solo una cataplasma.
No te matará. Y con algo de suerte, mañana estarás lista para volver a tu
dichosa ciudad.
- No le gusta la ciudad
por lo que veo – le dijo la muchacha con suavidad.
Por primera vez desde que
se vieron, ambas se observaron mutuamente. Inés observó que quizás fuese más
joven de lo que pensó en principio, si bien sus ojos mostraban signos de
agotamiento y desde luego, no se teñía el pelo. Ello fue lo que la engañó sobre
su edad, pero había algo en ella… ¿debía hablarle del por qué estaba allí?
Quizás mejor esperar un poco más.
Por su parte, la otra mujer
agrandó sus ojos cuando empezó a fijarse más en ella. Inés pudo observar
incluso como se le dilataban las pupilas y sintió frío por dentro. Sin mediar
palabra, aquella desconocida retrocedió como si hubiese visto en su rostro algo
aterrador.
- ¿Cómo dices que te
llamas? – le preguntó con una rara inflexión en la voz.
- Inés…
- ¿Tu madre? ¿Cómo se
llama tu madre?- le preguntó con angustia.
- Úrsula – susurró la
joven asustada.
El rostro de la mujer se
transfiguró. Una oscura sombra cayó sobre ella, y durante un instante, el
tiempo retrocedió en su mente. Úrsula…
- ¿La conoce usted? –
preguntó Inés extrañada. ¿Era posible que su madre hubiese estado allí? ¿Serían
reales sus pesadillas y justificados sus miedos?
- ¿Qué si la conozco
dices? Ojalá pudiese decirte que no. Tu madre…, tu madre mató a mi hija.
La habitación se hizo más
pequeña de repente e Inés sintió que no podía respirar.
- Eso no puede ser - le
susurró.
- ¿No? ¿Dónde está ella?
Lo habéis planeado entre las dos, ¿verdad? ¡Fuera de aquí! ¡Largo! Supongo que
tu madre estará ahí fuera, esperándote, esperándome…
Inés sintió quemazón por
dentro, y una inmensa bola en su garganta…
- ¡Mi madre no ha matado a
nadie! ¿Quién es usted?
Al levantarse con los ojos
abnegados en lágrimas, el medallón que con tanto celo seguía guardando en su
mano cayó al suelo. El rostro de la mujer se volvió a transfigurar al observar
el objeto y de una forma ilógica volvió a gritarle.
- ¡Siéntate! ¡Qué te
sientes, te digo! – le ordenó furiosa.
E Inés, se dejó caer en el
asiento. No podía dejar de llorar e intentó arrebatar el medallón de las manos
de aquella extraña, pero ella no se lo permitió. En lugar de ello, volvió a
sentarse frente a la joven, con los ojos rasos de lágrimas, y abrió el
medallón. Una lágrima silenciosa rodó por su mejilla, mientras lo giraba y se
lo mostraba a Inés.
La muchacha contuvo el
aliento, observando en él a dos jóvenes de más o menos la misma edad que ella
tenía ahora. Las dos se parecían mucho entre ellas, si bien, una era morena y
de ojos claros, como ella, y la otra, con el pelo dorado y los ojos color miel.
Ambas se abrazaban sonrientes.
Inés tomó el medallón con
las manos temblorosas, mientras aquella mujer se levantaba y abría un pequeño
cofre de madera colocado sobre la repisa de la chimenea. Se acercó a ella y lo
abrió, sacando de su interior ante los atónitos ojos de la muchacha, un medallón
idéntico al de ella.
- Eran inseparables – le
susurró entonces.
Su tono de voz era más
bajo, más suave, como si tuviese miedo a que alguien pudiese escucharla.
- No entiendo nada. – le
explicó Inés.
- ¿Me preguntaste antes
como me llamaba? Me llamo Celia. Qué irónica es la vida. Tu madre le puso a su
propia hija el nombre que la mía siempre quiso poner a la suya el día que la
tuviese. Bromeaban ambas, diciendo que cuando ese día llegase, las niñas serían
inseparables, como ellas… ¿Te dio tu madre el medallón?
- No. Lo encontré aquí, en
el bosque, a pocos metros de su cabaña. ¿Qué ocurrió? Por favor, necesito
saber…
- ¿Lo encontraste aquí?
- Sí.
La mujer se detuvo un
instante, pero algo la decidió a hablar.
- Yo antes vivía en la
ciudad. Mi hija y tu madre eran compañeras de Instituto. Uña y carne. Tenían
las mismas aficiones, les gustaba la misma música, y hasta los mismos chicos -
la mujer suspiró y se secó las lágrimas - Un día, tuvieron una pelea enorme.
Creo que se habían enamorado del mismo muchacho. Aquél día tuvieron un
enfrentamiento como no puedes imaginar. Tu madre, amenazó a mi hija con no
volver a hablarle jamás, y mi pequeña Lara quedó abatida. Yo sabía que ocurría
algo más, pero no consintió en decirme qué. Hasta que unos días después, lo
descubrí. Tu madre se presentó en casa. Se reconciliaron, lloraron, se
abrazaron, y tu madre le dijo a Lara que la ayudaría con lo del bebé. Casi me
muero del susto. Mi niña estaba embarazada.
La joven escuchaba absorta
sin poder dejar de mirar la fotografía del medallón e intentar unir todas las piezas.
- Hablé con ella. Le dije
que era demasiado joven, que tenía que abortar, pero ella se negó. Discutí con
mi hija como jamás lo había hecho... y ella se marchó. Estaba tan furiosa
conmigo, que tomó sus cosas y se fue de casa. Úrsula, tu madre, también
desapareció. Estoy segura de que se fueron juntas. Intenté localizarla, pero...
supe de su paradero tan solo unos días después.
Celia se quedó en silencio
e Inés comprendió que todo aquello le estaba costando mucho.
- Recibí una llamada de
teléfono. Había sufrido un accidente de coche. Ni siquiera pude identificarla.
Y de tu madre, no había rastro. Lo único que me dieron de ella, fue el
colgante. Me refugié con mi dolor en este bosque, lo más lejos del mundo que
podía. Ni tan siquiera quise saber el paradero o el estado de tu madre, estaba
furiosa con ella. Me aislé aquí, en el lugar que siempre decía a mi pequeña
Lara que no frecuentase. Mi pequeña también tropezaba con raíces, como tú. Y
este lugar es peligroso si no te fijas por donde caminas. ¿Dices que
encontraste el medallón ahí fuera?
- Sí.
- Un día, Lara se cayó
también y perdió su medallón. Úrsula… le dejaba el suyo de vez en cuando.
- Mi madre siempre me dice
cosas. Teme al bosque y tiene pesadillas con una cabaña.
- ¿Cosas?
- Sí, ella está todo el
día diciéndome lo que tengo que hacer. “Jamás entres en el bosque… es peligroso…”,
“Eres demasiado joven, no sabes lo que quieres”...
- Son las mismas cosas que
yo le decía a mi Lara…
La mujer acarició el
rostro de la muchacha rubia de ojos color miel del medallón, y la joven siguió hablando.
- Le pregunté por mis
abuelos y ella me explicó que había
tenido un accidente muy traumático y que olvidó todo su pasado. Al
despertar, solo repetía una y otra vez el nombre de Úrsula… Jamás ha conseguido recordar esa parte de su
vida. Ni tampoco, quién es mi padre, porque cuando la ingresaron tras aquel
accidente, descubrieron que estaba embarazada…
Ambas se miraron y Celia
empezó a acariciar el rostro de la joven de cabello claro…
- Era tan guapa… y tenía
toda la vida por delante…
- Lo siento mucho.
- Tienes el mismo tono
oscuro de cabello que tu madre...
- Debe ser el color de
pelo de mi padre, mi madre es ésta- dijo Inés señalando a la joven con ojos
color de miel.
E inmediatamente, Celia se
llevó una mano al pecho y se desmayó.
Ohhh que bonito relato :o iba a escribir algo muy fangirl pero si alguien no lo leyó y vino directamente a los comentarios no quiero hacer spoiler jaja
ResponderEliminarDe verdad es genial, me gusto mucho :) Felicidades! Tenes una nueva seguidora, un beso!
¡¡Muchísimas gracias Ara!! Me alegro mucho que te haya gustado, y más me gusta que sigas conmigo. Muchos besos :)
ResponderEliminarMi dios, no pude parar de leerlo. Muy bueno, e inesperado final (yo también me desmayaría). Gracias por compartirlo! Tienes talento!
ResponderEliminarMuchisimas gracias Claudia. Es un poquito largo, normalmente pongo cositas más cortas, pero se me fue un poco la mano, ja ja. Un beso :)
Eliminareres una maga de las palabras!
ResponderEliminar¡Muchísimas gracias Abbie! Me alegro que te haya gustado cariño. Besos :)
EliminarHOLAAA MARGARITA!
ResponderEliminarEspero estes pasando un fin de semana de diez!
Pues que te digo, me encantan tus historias, siempre logras transmitir exactamente lo que se debe con cada parrafo y dialogo. Escribes muy bien :)
saludos
Muchas gracias Génesis. Y a mi me alegra que estés por aquí, espero que tú también hayas pasado un finde estupendo. Besos :)
EliminarLargo noooo, me supo a poco como siempre me pasa contigo, artista :D
ResponderEliminarJa ja , ¡gracias Cristina! ¡Eres un sol! Tú sabes que casi siempre pongo cositas más cortas, pero bueno... aquí está, ja ja. Un beso cariño :)
EliminarHola guapa!!
ResponderEliminarCoincido con Cristina, de largo nada!! Me gusta mucho como escribes, sin duda me quedo por acá! Un beso
Muchísimas gracias Annie. Me alegro mucho, y también me alegro que no te pareciese largo, ja ja. Un beso y ¡¡bienvenida!!
ResponderEliminarQue bonito y que bien escrito!! La verdad es que tu estilo me ha gustado mucho, las palabras que usas y como describes, me encanta!!! La historia tiene su punto inquietante y con final sorprendente, chapeau!
ResponderEliminar¡Muchas gracias Resi! Me alegro mucho y desde luego tu comentario ¡me ha encantado! Muchos besos y gracias por visitar mi pequeño rinconcito :)
EliminarTu relato es muy bueno, además tienes una manera de escribir que atrapa al lector, y debo decirte que me dejaste en suspenso al final.
ResponderEliminar¡Muchas gracias Rebeca! Lo de que atrapa al lector ¡gracias! No sabes la alegría que me das. Me alegro mucho de que te haya gustado. Besos preciosa :)
EliminarQue talento el que tienes, esta perfecto para un libro, has pensado en escribir uno..? tienes todo el talento para ello, gracias por compartir tan lindas letras, me encanta leerte!
ResponderEliminar¡Gracias a tí Andrea! Me has hecho un halago inmenso, para mi que estoy empezando a dar a conocer mis cuentos a traves de este blog, que me digan si he pensado escribir un libro, uf. Me has hecho feliz, te lo aseguro. Un beso preciosa y ¡¡¡gracias!!! :)
EliminarPero que relato tan mas entretenido,me ha enganchado. El final me encanto.
ResponderEliminarSaludos!
Muchas gracias Fabiola. Me alegro mucho que te haya gustado :)
EliminarMe ha encantado la historia, escribes genial.. hace tiempo que no escribo, antes sí escribía de vez en cuando cuentos o relatos cortos como este.. ays, me ha picado el gusanillo. Muakss
ResponderEliminarPues me alegro mucho VAnesa. Vuelve a escribir y que yo pueda leerlos. Muchas gracias por tu opinión, me anima muchísimo. Un beso preciosa y ¡animate a escribir de nuevo!
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