jueves, 18 de febrero de 2016

El medallón




Había llovido y el suelo era un mosaico de hojas, barro y piedras. A Inés no le importó ensuciarse con ese barro, ni tampoco, llevar prendidas de sus viejos vaqueros, toda aquella hojarasca y quizás, alguna lombriz. Nada de eso importaba mientras consiguiese su objetivo. Internarse en el bosque, y desaparecer...

La situación en casa era desesperada. Su madre era una mujer asustadiza, cosa que no le afectaría tanto si no fuese por el férreo control que ejercía sobre todo lo relacionado con ella. Tenía dieciséis años y se sentía dentro de una jaula dorada que empezaba a oxidarse.

Una raíz la hizo tropezar y su cuerpo cayó como un resorte, como una hoja que se dobla al ser pisada. Inés sintió esa garra en el tobillo, aprisionándola y sujetándola con firmeza contra esa tierra que sabía a sal y años. Y allí se quedó, prisionera de su propia osadía. Tumbada en aquél cenagal y llorando sus desdichas, mientras de forma quizás inevitable, las palabras de su madre acudían a su memoria.

“Jamás entres en el bosque… es peligroso…”


Levantó la cabeza y miró el tono anaranjado del cielo. Pronto, no vería el camino de regreso a casa. Quizás, así lo había decidido el destino. No se puede huir de quien es más fuerte que tú, ni tampoco se puede enfrentar, con tan solo metro sesenta de ser, a un mundo completo. Dieciséis años son muchos para algunas cosas, y muy pocos para otras... Y sin lugar a  dudas, ella había escuchado demasiado para su gusto. 

“Eres demasiado joven, no sabes lo que quieres”

Un pequeño ruido, una especie de crujido, la asustó de nuevo.

- ¿Hay alguien ahí? – gritó a los cuatro vientos.

Nadie contestó. El naranja se tornaba violeta y poco iba a solucionar allí tirada en mitad de ninguna parte. De nuevo, recordó ese infundado miedo que su madre sentía hacia ese lugar. Que ella supiese, su madre no había vivido ninguna experiencia traumática en él, pero por algún motivo, el corazón de aquél lugar, era el infierno para ella. Incluso despertaba gritando por las noches, gritando cosas incoherentes sobre una cabaña perdida… cabaña que ella había buscado en los archivos de la biblioteca…, descubriendo con asombro, que existía. Por ello, la encontraría. Encontraría respuestas.

Esa determinación la hizo engarrotar sus manos dándoles forma de garra, para que la tierra se asustase y la dejase ir… arrastró con ella más hojas, barro, y… ¿qué era aquello?

Enderezó su maltrecho cuerpo, y a pesar del dolor, liberó su pie. Elevó su mano al aire y vio como un círculo plano y con el tamaño justo para ser abrigado por su mano, se quedaba ahí, como si hubiese llegado a casa, mientras los diminutos círculos engarzados que formaban una cadena, resbalaban entre sus dedos.

Allí sentada de forma ridícula, avistó al frente. Extendió sus dedos y dejó caer el objeto que con tanto celo guardaba, cayendo ante sus ojos, la cadena aferrada entre sus dedos, y el círculo perfecto danzando frente a ella y salpicando de nuevo sus recuerdos…

Quizás, la Inés de tan solo unas horas antes, habría arrojado aquél objeto de nadie lejos de ella. Pero ésta Inés, necesitaba algo a lo que aferrarse, y aquél colgante era tan válido como cualquier otra cosa. Aquello era ridículo, había desafiado a su madre y ahora se veía inmersa en aquel bosque, en las propias entrañas del mismo, cubierta de pies a cabeza de él, con bocados incesantes de dolor en el tobillo, la noche empezando su reinado y el frío empezando a envolverla. Sin embargo, sentía calor a través de aquél círculo entre sus dedos. Era algo a lo que aferrarse en su mundo de locos. Algo que no le pertenecía, igual que ella tampoco le pertenecía a él… pero ambos estaban ahora unidos por el destino. Estaba desafiando al mundo.

A duras penas, consiguió levantarse. Ya no sentía bocados en el tobillo, sino más bien un fuego abrasador. Había muchos trozos de ramas y raíces en el lugar. De esta forma, con un improvisado bastón, el cuerpo cansado y el alma triste, continuó su camino hacia ninguna parte. Debía cubrirse durante la noche, quizás al abrigo de algún árbol, o… en el estómago de algún animal, esto último de pronto, empezaba a cobrar importancia.

Poco había caminado cuando le pareció escuchar sonido de agua. Beber. Su instinto primario la hizo buscar ese ansiado elemento. Su estómago rugió, pero ella lo ignoró. Un pequeño riachuelo le devolvió su reflejo. Soltó la rama y dejó caer su cuerpo al suelo. Esos grandes ojos azules ahora se tornaban oscuros como la noche que se avecinaba con rapidez. Se lavó las manos y la cara, y a pesar de la frialdad del agua, agradeció sentir sus dedos libres. Recordó entonces el objeto, que por su grosor, bien podría ser un medallón. Lo sumergió con deleite y vio como al igual que antes había ocurrido con ella, una pequeña estela de barro y suciedad se desprendía de él. Era hermoso.

- ¿Quién diablos eres? – le gritó una voz cerca de ella.

Levantó los ojos asustada, y vio a una mujer mayor que la miraba desde el otro lado del riachuelo.

- Me he perdido- explicó sin más.
- Todos los de ciudad sois unos ineptos. ¿Estás sola?
- S...sí – tartamudeó de frío y también de angustia.

La mujer pareció dudar un instante. La expresión de su cara era cuánto menos de seriedad absoluta. Finalmente, se decidió.

- ¡No te quedes ahí parada y sígueme!

“Jamás vayas con desconocidos…”

La joven tomó la rama de nuevo y como impulsada por un resorte, pensó que el camino más recto era a través del agua, y por ella cruzó. Sintió de nuevo el frío, pero aquellos alfileritos que se clavaban en su piel, le hicieron olvidar un poco el resto de su historia.

“No hables con extraños”…

- Me llamo Inés. ¿Y u…u…usted?- preguntó tiritando.

La extraña observó el pequeño y delgado cuerpo de aquella joven. Su cabello lleno de hojas y barro, sus brazos intentando apaciguar los temblores que la recorrían, y un objeto, una cadena quizás, que colgaba de sus manos engarrotadas. La había visto cojear al cruzar hacia ella. ¡Maldición! Iba a tener que ayudarla de verdad. No veía bien su rostro, pero por su voz, bien podría ser una niña.

- Mi nombre no importa – le contestó en un tono de voz áspero.

Inés experimentó la brusquedad de aquella mujer, pero el cansancio la había vencido. Le daba igual comer o no, bañarse o no, pero dormir… necesitaba dormir… y estaba asustada.

Sacando algo de fuerza, arrastró sus pies y la siguió. Pocos metros más adelante, tras una bifurcación del camino, y ante sus atónitos ojos, una pequeña cabaña de madera apareció ante ellas. 

Inés sintió la calidez del fuego que reinaba en la estancia, olía a algo… olía bien. Era un lugar pequeño, pero muy agradable. Había plantas por todos lados y eso la hizo sentir recelo. ¿Sería una bruja de ésas de los cuentos? Tampoco le importaba en ése momento…

- Puedes asearte si quieres. Toma – le dijo entregándole unos pantalones y una sudadera muy parecidos al que ella misma llevaba – ponte esto. Al menos estarás seca.

- Gracias.

Un gruñido fue toda la respuesta que obtuvo.

A pesar de la imagen exterior, aquella cabaña estaba dotada con todo lo necesario e Inés agradeció inmensamente que tuviese una ducha. Se desprendió de la ropa embarrada que llevaba y se introdujo en ella. La mujer cacharreaba alrededor del fuego, removiendo algo y se detuvo al verla salir del baño. 

- ¡No te quedes ahí como una estatua!  ¡Acércate! ¡Siéntate aquí!

La joven obedeció, y se sentó en el lugar que le indicó, observando a aquella extraña ir y venir por la habitación, hasta que un olor fuerte inundó sus sentidos. Aquella mujer venía con un paño húmedo en sus manos y sin dudar un instante, lo presionó sobre el tobillo de la muchacha, haciéndola retroceder ante el calor y el dolor.

- Es solo una cataplasma. No te matará. Y con algo de suerte, mañana estarás lista para volver a tu dichosa ciudad.
- No le gusta la ciudad por lo que veo – le dijo la muchacha con suavidad.

Por primera vez desde que se vieron, ambas se observaron mutuamente. Inés observó que quizás fuese más joven de lo que pensó en principio, si bien sus ojos mostraban signos de agotamiento y desde luego, no se teñía el pelo. Ello fue lo que la engañó sobre su edad, pero había algo en ella… ¿debía hablarle del por qué estaba allí? Quizás mejor esperar un poco más.

Por su parte, la otra mujer agrandó sus ojos cuando empezó a fijarse más en ella. Inés pudo observar incluso como se le dilataban las pupilas y sintió frío por dentro. Sin mediar palabra, aquella desconocida retrocedió como si hubiese visto en su rostro algo aterrador.

- ¿Cómo dices que te llamas? – le preguntó con una rara inflexión en la voz.
- Inés…
- ¿Tu madre? ¿Cómo se llama tu madre?- le preguntó con angustia.
- Úrsula – susurró la joven asustada.

El rostro de la mujer se transfiguró. Una oscura sombra cayó sobre ella, y durante un instante, el tiempo retrocedió en su mente. Úrsula…

- ¿La conoce usted? – preguntó Inés extrañada. ¿Era posible que su madre hubiese estado allí? ¿Serían reales sus pesadillas y justificados sus miedos?  
- ¿Qué si la conozco dices? Ojalá pudiese decirte que no. Tu madre…, tu madre mató a mi hija.

La habitación se hizo más pequeña de repente e Inés sintió que no podía respirar.

- Eso no puede ser - le susurró.
- ¿No? ¿Dónde está ella? Lo habéis planeado entre las dos, ¿verdad? ¡Fuera de aquí! ¡Largo! Supongo que tu madre estará ahí fuera, esperándote, esperándome…

Inés sintió quemazón por dentro, y una inmensa bola en su garganta…

- ¡Mi madre no ha matado a nadie! ¿Quién es usted?

Al levantarse con los ojos abnegados en lágrimas, el medallón que con tanto celo seguía guardando en su mano cayó al suelo. El rostro de la mujer se volvió a transfigurar al observar el objeto y de una forma ilógica volvió a gritarle.

- ¡Siéntate! ¡Qué te sientes, te digo! – le ordenó furiosa.

E Inés, se dejó caer en el asiento. No podía dejar de llorar e intentó arrebatar el medallón de las manos de aquella extraña, pero ella no se lo permitió. En lugar de ello, volvió a sentarse frente a la joven, con los ojos rasos de lágrimas, y abrió el medallón. Una lágrima silenciosa rodó por su mejilla, mientras lo giraba y se lo mostraba a Inés.

La muchacha contuvo el aliento, observando en él a dos jóvenes de más o menos la misma edad que ella tenía ahora. Las dos se parecían mucho entre ellas, si bien, una era morena y de ojos claros, como ella, y la otra, con el pelo dorado y los ojos color miel. Ambas se abrazaban sonrientes.

Inés tomó el medallón con las manos temblorosas, mientras aquella mujer se levantaba y abría un pequeño cofre de madera colocado sobre la repisa de la chimenea. Se acercó a ella y lo abrió, sacando de su interior ante los atónitos ojos de la muchacha, un medallón idéntico al de ella.

- Eran inseparables – le susurró entonces.

Su tono de voz era más bajo, más suave, como si tuviese miedo a que alguien pudiese escucharla.

- No entiendo nada. – le explicó Inés.
- ¿Me preguntaste antes como me llamaba? Me llamo Celia. Qué irónica es la vida. Tu madre le puso a su propia hija el nombre que la mía siempre quiso poner a la suya el día que la tuviese. Bromeaban ambas, diciendo que cuando ese día llegase, las niñas serían inseparables, como ellas… ¿Te dio tu madre el medallón?
- No. Lo encontré aquí, en el bosque, a pocos metros de su cabaña. ¿Qué ocurrió? Por favor, necesito saber…
- ¿Lo encontraste aquí?
- Sí.

La mujer se detuvo un instante, pero algo la decidió a hablar.

- Yo antes vivía en la ciudad. Mi hija y tu madre eran compañeras de Instituto. Uña y carne. Tenían las mismas aficiones, les gustaba la misma música, y hasta los mismos chicos - la mujer suspiró y se secó las lágrimas - Un día, tuvieron una pelea enorme. Creo que se habían enamorado del mismo muchacho. Aquél día tuvieron un enfrentamiento como no puedes imaginar. Tu madre, amenazó a mi hija con no volver a hablarle jamás, y mi pequeña Lara quedó abatida. Yo sabía que ocurría algo más, pero no consintió en decirme qué. Hasta que unos días después, lo descubrí. Tu madre se presentó en casa. Se reconciliaron, lloraron, se abrazaron, y tu madre le dijo a Lara que la ayudaría con lo del bebé. Casi me muero del susto. Mi niña estaba embarazada.

La joven escuchaba absorta sin poder dejar de mirar la fotografía del medallón  e intentar unir todas las piezas.

- Hablé con ella. Le dije que era demasiado joven, que tenía que abortar, pero ella se negó. Discutí con mi hija como jamás lo había hecho... y ella se marchó. Estaba tan furiosa conmigo, que tomó sus cosas y se fue de casa. Úrsula, tu madre, también desapareció. Estoy segura de que se fueron juntas. Intenté localizarla, pero... supe de su paradero tan solo unos días después. 

Celia se quedó en silencio e Inés comprendió que todo aquello le estaba costando mucho.

- Recibí una llamada de teléfono. Había sufrido un accidente de coche. Ni siquiera pude identificarla. Y de tu madre, no había rastro. Lo único que me dieron de ella, fue el colgante. Me refugié con mi dolor en este bosque, lo más lejos del mundo que podía. Ni tan siquiera quise saber el paradero o el estado de tu madre, estaba furiosa con ella. Me aislé aquí, en el lugar que siempre decía a mi pequeña Lara que no frecuentase. Mi pequeña también tropezaba con raíces, como tú. Y este lugar es peligroso si no te fijas por donde caminas. ¿Dices que encontraste el medallón ahí fuera?
- Sí.
- Un día, Lara se cayó también y perdió su medallón. Úrsula… le dejaba el suyo de vez en cuando.
- Mi madre siempre me dice cosas. Teme al bosque y tiene pesadillas con una cabaña.  
- ¿Cosas?
- Sí, ella está todo el día diciéndome lo que tengo que hacer.  “Jamás entres en el bosque… es peligroso…”, “Eres demasiado joven, no sabes lo que quieres”...
- Son las mismas cosas que yo le decía a mi Lara…
La mujer acarició el rostro de la muchacha rubia de ojos color miel del medallón,  y la joven siguió hablando.
- Le pregunté por mis abuelos y ella me explicó que había  tenido un accidente muy traumático y que olvidó todo su pasado. Al despertar, solo repetía una y otra vez el nombre de Úrsula…  Jamás ha conseguido recordar esa parte de su vida. Ni tampoco, quién es mi padre, porque cuando la ingresaron tras aquel accidente, descubrieron que estaba embarazada…

Ambas se miraron y Celia empezó a acariciar el rostro de la joven de cabello claro…

- Era tan guapa… y tenía toda la vida por delante…
- Lo siento mucho.
- Tienes el mismo tono oscuro de cabello que tu madre...
- Debe ser el color de pelo de mi padre, mi madre es ésta- dijo Inés señalando a la joven con ojos color de miel.

E inmediatamente, Celia se llevó una mano al pecho y se desmayó.




22 comentarios:

  1. Ohhh que bonito relato :o iba a escribir algo muy fangirl pero si alguien no lo leyó y vino directamente a los comentarios no quiero hacer spoiler jaja
    De verdad es genial, me gusto mucho :) Felicidades! Tenes una nueva seguidora, un beso!

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  2. ¡¡Muchísimas gracias Ara!! Me alegro mucho que te haya gustado, y más me gusta que sigas conmigo. Muchos besos :)

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  3. Mi dios, no pude parar de leerlo. Muy bueno, e inesperado final (yo también me desmayaría). Gracias por compartirlo! Tienes talento!

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    1. Muchisimas gracias Claudia. Es un poquito largo, normalmente pongo cositas más cortas, pero se me fue un poco la mano, ja ja. Un beso :)

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    1. ¡Muchísimas gracias Abbie! Me alegro que te haya gustado cariño. Besos :)

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  5. HOLAAA MARGARITA!
    Espero estes pasando un fin de semana de diez!
    Pues que te digo, me encantan tus historias, siempre logras transmitir exactamente lo que se debe con cada parrafo y dialogo. Escribes muy bien :)
    saludos

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    1. Muchas gracias Génesis. Y a mi me alegra que estés por aquí, espero que tú también hayas pasado un finde estupendo. Besos :)

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  6. Largo noooo, me supo a poco como siempre me pasa contigo, artista :D

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    1. Ja ja , ¡gracias Cristina! ¡Eres un sol! Tú sabes que casi siempre pongo cositas más cortas, pero bueno... aquí está, ja ja. Un beso cariño :)

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  7. Hola guapa!!
    Coincido con Cristina, de largo nada!! Me gusta mucho como escribes, sin duda me quedo por acá! Un beso

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  8. Muchísimas gracias Annie. Me alegro mucho, y también me alegro que no te pareciese largo, ja ja. Un beso y ¡¡bienvenida!!

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  9. Que bonito y que bien escrito!! La verdad es que tu estilo me ha gustado mucho, las palabras que usas y como describes, me encanta!!! La historia tiene su punto inquietante y con final sorprendente, chapeau!

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    1. ¡Muchas gracias Resi! Me alegro mucho y desde luego tu comentario ¡me ha encantado! Muchos besos y gracias por visitar mi pequeño rinconcito :)

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  10. Tu relato es muy bueno, además tienes una manera de escribir que atrapa al lector, y debo decirte que me dejaste en suspenso al final.

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    1. ¡Muchas gracias Rebeca! Lo de que atrapa al lector ¡gracias! No sabes la alegría que me das. Me alegro mucho de que te haya gustado. Besos preciosa :)

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  11. Que talento el que tienes, esta perfecto para un libro, has pensado en escribir uno..? tienes todo el talento para ello, gracias por compartir tan lindas letras, me encanta leerte!

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    1. ¡Gracias a tí Andrea! Me has hecho un halago inmenso, para mi que estoy empezando a dar a conocer mis cuentos a traves de este blog, que me digan si he pensado escribir un libro, uf. Me has hecho feliz, te lo aseguro. Un beso preciosa y ¡¡¡gracias!!! :)

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  12. Pero que relato tan mas entretenido,me ha enganchado. El final me encanto.
    Saludos!

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    1. Muchas gracias Fabiola. Me alegro mucho que te haya gustado :)

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  13. Me ha encantado la historia, escribes genial.. hace tiempo que no escribo, antes sí escribía de vez en cuando cuentos o relatos cortos como este.. ays, me ha picado el gusanillo. Muakss

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  14. Pues me alegro mucho VAnesa. Vuelve a escribir y que yo pueda leerlos. Muchas gracias por tu opinión, me anima muchísimo. Un beso preciosa y ¡animate a escribir de nuevo!

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