Ya hacía tiempo que no dedicaba algún cuento a los más pequeños de la casa, así que aquí os dejo este "Cáscara de nuez". Espero que os guste :D
Cáscara de nuez
Cáscara de nuez le
llamaban, y… ¿sabéis por qué? Pues porque siempre usaba como casco, una
diminuta cáscara de nuez, y es que era tan pequeño, tan pequeño, que se vestía
con muy poquito, y utilizaba cáscara de pistachos como zapatos.
Así era “Cáscara de nuez”.
Pero su nombre real no era ése. Su nombre real era nada más, y nada menos, que
Juan Ángel Rivero de Gómez y Tejada Paredes de Robledo. ¡Toma ya!
Sí, sí. No habéis
escuchado mal amiguitos. Juan tenía todos estos nombres y sin embargo, tan
chiquitito. Parecía una ironía de la vida que aquello ocurriese de esa forma.
Pobre Juan, tan pequeñín y con tanto cargo de nombramiento a sus espaldas.
Lo cierto es que por mucho
que el tiempo pasaba, Juan seguía siendo diminuto. Cuando nació, su mamá se
asustó, pues era poco mayor que su mano. Nació muy pronto, muy pronto, y los
médicos dijeron que en la incubadora crecería y maduraría. Que ellos le
cuidarían. Pero el tiempo pasaba, Juan estaba sano, pero de tamaño no
aumentaba.
Desconcertados, sus padres
tuvieron que admitir que su hijo no era mayor que un pequeño ratón, y eso, los
desconcertó aún más. ¿Qué sería de su vida con semejante tamaño? Pero le
protegieron como pudieron. Solo querían que su hijo viviese como uno más.
Llevaban tanto tiempo esperando poder tener un hijo, que solo querían disfrutar
de él, sin importarles su tamaño.
Así pasó el tiempo, y el
pequeño, al que le gustaba jugar y jugar, disfrutaba de todo y consiguió
hacerse amigos muy pronto. Es cierto que al principio, se burlaban de él, y
después, hubo quién incluso casi lo pisa, por supuesto sin querer. Pero también
es verdad, que al ser tan pequeño, podía entrar en sitios donde los demás no
podían, y de esa forma, empezó a ganarse la confianza de los niños que vivían
cerca de él, y poco a poco, empezó a ser uno más.
Era tan aventurero, que
sus amigos decidieron hacerle un sombrero, y para ello no se les ocurrió nada
mejor que la cáscara de una nuez. Un pequeño monopatín le fabricaron con un
palito de helado y unos botones, y de esa guisa, Juan Ángel Rivero de Gómez y
Tejada Paredes de Robledo, se convirtió sin más, en “Cáscara de nuez, el
pequeño gran aventurero”.
Pero no todos los niños
eran amigos de nuestro pequeño héroe. Había un chico, uno muy alto para su
edad, que vivía muy cerca de él y que se llamaba Julián. Este niño era muy
travieso, y se divertía burlándose de
los que eran más pequeños que él. Así que imaginad lo que hacía cada vez que
veía a Juan. Más de una vez, el pequeño se marchó a casa llorando, de pura
rabia y puro dolor, por no poder hacer frente a aquél niño tan grande y abusón.
¿Verdad que no está bien reírse de los demás? Podemos hacer daño a otro niño si
nos reímos de él, sobre todo, si es alguien pequeñito, o si quizás está un poco
gordito, o si le cuesta trabajo leer. La verdad es que no debemos reírnos de
los demás, y los demás, tampoco deben reírse de nosotros. Así es como debía
ser.
Pero como Julián no era
así y no dejaba en paz a Juan, un día, ocurrió algo extraordinario. El pequeño
Cáscara de nuez se enfadó tanto, tanto, tanto, que se enfadó de verdad, de esas
veces que te cabreas y sientes que tienes piedrecitas golpeando tu cuerpecito,
te pones furioso y notas como tus puños se cierran y tus venas quieren salir de
tu cuerpo. No es justo que nadie se ría de tu tamaño. El mundo es de todos, y
no solo de los altos. Así que nuestro pequeñín, enfadado y furioso con aquél
abusón… señaló con su pequeño dedito al más alto de ellos y dijo…
- ¡Sí tú te burlas de los
que somos más bajitos, tendrás tu castigo, y de ahora en adelante, serás un ser
pequeñito, pequeñito!
Un pequeño rayo de color
azul salió del dedito de Juan, que asombrado y asustado vio como aquél niño
grandote y cabreado se hacía pequeñito, pequeñito, como él. Todos los niños
empezaron a llorar y se asustaron y el pequeño Cáscara de Nuez también se
asustó. No veáis como lloraba el niño que se burlaba a diario de él cuando se
vio del mismo tamaño. Tan pequeño como un ratón.
Todos los chiquillos
chillaron y salieron corriendo despavoridos, y el pequeño Juan llegó a casa
llorando, eso sí, se llevó consigo a Julián, que no sabía dónde ir, con ese
tamaño tan pequeñito, y que no podía dejar de llorar y pedirle perdón.
Lo único que se le ocurrió
a Juan fue abrazarlo. Había que pensar de qué forma se lo dirían a sus papás. ¡Cuánto
miedo tenían ambos! Como no dejaban de llorar, se sintieron muy cansados, y el
pequeño Cáscara de nuez, dejó la otra mitad de su cáscara de nuez a aquél
niño, que ahora que lo veía todo desde
abajo, se sentía aterrorizado. ¿Cómo había podido burlarse de los que eran más
pequeños? No era fácil ser tan chiquitín. Había sido malo, había sido cruel, y
ahora estaba arrepentido y asustado.
El pequeño Juan le explicó
que no sabía qué había pasado y le convenció para que junto a él se sentase en
el pequeño sillón que su mamá le había preparado con una caja de zapatos de
bebé.
Ambos se durmieron
agotados por el llanto, y entonces, Juan tuvo un sueño muy extraño. Soñó que no
era de este mundo. Soñó que cuando él nació, otro niño, un bebé grandote y
sonrosado, nació en el mundo de los pequeños duendes mágicos. Soñó que aquél
otro niño lo estaba pasando mal, porque era muy grandote y casi no podía
moverse para no aplastar a sus amigos. Y además, no tenía magia, ni nada, y se
sentía muy solito.
Y entonces comprendió que
había pasado algo insólito. Sus nacimientos se habían cruzado. Él debió nacer
en aquél otro mundo, y aquél niño en éste. ¿Cómo arreglar ese desaguisado?
Además, ahora estaba Julián, que había empequeñecido tanto como él. ¿Cómo iba a
arreglarlo?
Despertó sobresaltado, y
se encontró ante sí una visita muy singular. Una pequeña luz llenó la estancia
y ante él apareció un hombre y una mujer que se le parecían muchísimo y que
eran tan pequeñitos como él.
- Hijo mío. ¡Estás aquí!
Oh, mi pequeño, mi niñito, mi dulce Conce, qué mal lo hemos pasado hasta que te
hemos encontrado.
- Pero… yo soy Juan,
Cáscara de nuez, y éste es mi hogar.
- Ay mi pequeño, hemos
podido localizarte por tu rayo de luz. Has utilizado al fin tu magia y por ello
te hemos encontrado. Has de venir con nosotros, te necesitamos, te queremos,
eres nuestro hijo. Utilizaremos nuestra magia y en tu lugar, estará el
auténtico Juan Ángel Rivero de Gómez y Tejada Paredes de Robledo. Con ese nombre
tan largo, cómo no iba a ser largo él. Nadie recordará nada, y este niño que
duerme a tu lado, volverá a su tamaño normal, pero habrá aprendido la lección y
no volverá a burlarse de los más pequeños.
- Pero… ¿Y mis amigos?
- Los podrás visitar, y
hablar con ellos y hasta seguir ayudándoles. Pero lo harás de forma invisible y
te llamaran su conciencia. Ellos creerán que no existes más que dentro de sus
cabezas y su corazón, pero estarás ahí, como siempre. Seguirás siendo su
cáscara de nuez.
Y fue de esa forma, que el
pequeño regresó al que de verdad era su hogar. El mundo de la conciencia, un
mundo donde tienes el poder de hacer, deshacer, decidir, o anular. Un mundo
donde tienes la voluntad o la dejas marchar. Un lugar donde viene bien ser
pequeñito en apariencia, pero luego, eres muy grande a la hora de actuar.
Julián volvió a casa sin
recordar nada de lo que había pasado. Los chicos del barrio, tenían un recuerdo
vago de un sueño hermoso donde un pequeño con
una cáscara de nuez en la cabeza correteaba de aquí para allá con un
palito de helado y unos botones por ruedas, pero todos pensaron que no era más
que un sueño. Un sueño extraño que habían tenido todos ellos a la vez.
Y en cuanto al auténtico
Juan Ángel Rivero de Gómez y Tejada
Paredes de Robledo… pidió a sus padres que hiciesen el favor de no llamarle más
que Juan. Era un niño muy querido, que siempre daba muy buenos consejos. Había
quién decía, que dentro de él, habitaba
una conciencia gigante.
Qué final sorpresa. Un beso.
ResponderEliminarUn beso muy fuerte Susana, disfruta de este verano todo lo que puedas. Muchos besos :D
EliminarBellísimo, sos una gran escritora de relatos y siempre dejando sorpresas en el final. Felicito.
ResponderEliminarAbrazo.
Muchas gracias Navegante. La verdad es que me gusta eso de sorprender al final, aunque te confieso que no puedo hacerlo siempre, no solo por falta de finales, ja ja, sino porque se me va a ver el plumero como se suele decir por aquí por Andalucía, ja ja.
EliminarMuchos besos Navegante, y muchas gracias por navegar por mi mundo :)
Hola Margarita, de nuevo en tu casa, disfrutando de estas maravillosas entradas. Ya poco a poco me oré poniendo al día con todos vosotros.
ResponderEliminarBesos.
¡¡Bienvenida de nuevo!! Tú tranquila, a veces hay que descansar un poco. Yo hasta ahora no lo he hecho, pero este año voy a tomarme una semanita también. ¡Voy a coger fuerzas! :D
EliminarLo conozco y es precioso...me alegra saber que lo disfrutas tanto...
ResponderEliminarUn abrazo grande!!
¡Hola María! Lo escribí la otra tarde, hacia mucho que no escribía cuentos infantiles y me puse manos a la obra. Tú sabes, yo y mis impulsos. Después pensé que para ser para niños quizás me quedó con una moraleja algo compleja. En el próximo intentaré hacerlo mejor.
Eliminar¡Muchos besos María! :D