Capítulo 1
El
camino hasta hace poco empolvado, se vestía ahora con el color de aquellas
hojas caídas que lo convertían en una alfombra incitadora. La cantidad de
arboleda que rodeaba aquella antigua vía de paso de cabras, le daban al lugar
una apariencia de paz y sosiego que Nacho necesitaba y buscaba. Los auriculares
y la música siempre iban con él, alternándose con aquellos días en los que le
silencio era primordial. Escuchar el trino de los pájaros o cruzarse con algún
que otro huésped del bosque, formaban parte del paseo. Nacho lo asimilaba bien
siempre y cuando fuesen “animales” y no “personas” quienes se cruzaran en su
camino.
No siempre fue así. Durante una época,
hacía aquél recorrido, día tras día, junto a Irene, su esposa. Pero cada
atardecer, desde hacía ya casi tres años, iba solo. La inminente llegada del
otoño no dejaba de recordarle aquella tarde, ya casi noche, en la que ella
perdió la vida.
Como si fuese un exorcismo, cada vez
que puede, corre y corre por este lugar, intentando que al pisar el suelo y
avanzar en ese camino, quede atrás algo del dolor que no mengua. Esperando
quizás un milagro, o uno de esos hechizos de los que la gente del pueblo dicen
que pueden hacer las más antiguas magas blancas.
Una punzada en el costado le avisa de que quizás ha
corrido demasiado, o a demasiada velocidad y termina deteniéndose, respirando
con dificultad, apoyando las manos en sus rodillas e intentando enfocar el
camino que de pronto se vuelve borroso por la fatiga y el dolor.
Tres metros más adelante ve sujeta la
cinta color lavanda al viejo pino de la ladera... Un instante, tan solo un
instante y toda su vida se derrumbó. Esa cinta no debía estar ahí por ella,
sino por él.
Pocas lágrimas le quedan ya que
derramar, pero a veces, ocurre y al menos, nota algo de alivio y esa mano que
le estruja el corazón, suelta un poco la presión. Había días, en los que aquél momento
exacto donde su vida acabó junto a la de Irene, insistía una y otra vez en
volverse obsesivo. Otros días, tan solo corre acompañado de la sensación de dolor,
angustia, rabia, siempre esa sensación de vacío y de querer despertar de una pesadilla,
que por desgracia, es demasiado real.
Aquél día, ella que era corredora
compulsiva, le hizo caso por una vez a él, y solo se dedicó a pasear a su lado.
Nacho gustaba de pasear, pero Irene insistía una y otra vez en correr. Que sí
quería perder peso, que si era saludable para las piernas y el corazón..., que
si sus caderas estaban ensanchándose... Pero aquél día no. Aquél día pasearon
como a él le gustaba, cogidos de la mano, y sintiendo la brisa que empieza a
acompañar a algunas tardes con la llegada del otoño.
Aquél camino era un lugar solitario que
pocos conocían, y por tanto, pocos disfrutaban. El destino o la mala suerte
quiso que aquél extranjero, desconocedor de la abrupta travesía, se adentrase en
el camino con su moto, haciéndola rugir con fuerza y a una velocidad de vértigo
en un lugar que se presumía vacío. Cuando ambos se dieron cuenta y escucharon
el motor, casi no tuvieron tiempo de apartarse. La sorpresa inicial y el
desconcierto los llenó cuando aquél individuo, y su máquina rugiente, se
dirigieron voraces y directos a Nacho.
Sin pensarlo dos veces, Irene le empujó con fuerza,
cogiendo a su marido totalmente desprevenido y haciéndolo caer al suelo,
mientras ella era empujada con fuerza y un fatal desenlace.
Murió. Murió por salvarle a él. No lo
dudó un instante, y lo último que hizo antes de cerrar sus ojos, fue mirar con
todo el amor del mundo en ellos a Nacho.
Los recuerdos duelen demasiado y hoy,
él, decide continuar, esta vez, andando, como aquél día. No siente prisa
alguna. Al llegar a casa, solo le espera un recinto sin más, sin espíritu ni
alegría, un lugar muerto… como ella.
Dos días se mantuvo su querida Irene
entre la vida y la muerte. Dos días en los que rezó, suplicó, tuvo pequeños
hilos de esperanza que fueron cortados.
Le costó meses volver a ese camino,
pero decidió hacerlo por ella. Igual que decidió que había que seguir tomando
alimentos, e intentar dormir, e incluso regresar al trabajo. Actuaba de forma
mecánica, salvo cuando pasaba frente a aquél árbol y acariciaba con dulzura la
cinta lavanda que se ceñía a su tronco y que debía cambiar cada cierto tiempo.
Le pareció escuchar ruido, pasos,
alguien que pisaba con cierta duda sobre aquél terreno inestable.
-
Disculpa, ¿puedes ayudarme? No te lo vas a creer, pero no soy de por aquí y me
he perdido. ¡Qué vergüenza! ¡No sé volver a casa!
Él se detuvo en seco. El cansancio le
estaba jugando una mala pasada. Una joven de cabellos dorados, más bien, color
miel, dulce sonrisa y ojos color avellana, le miraban con esperanza y unos
hermosos hoyuelos en la comisura de sus labios. Como ella. Como su Irene.
-
Es que pensarás que soy tonta, pues no, al menos, no demasiado – continuó ella
hablando alegre – Me llamo Paloma y solo llevo unos días por aquí. ¿Tienes
nombre? Oh, perdona, ya me lo dicen mis amigos que hablo demasiado, sobre todo
cuando estoy nerviosa… ¿Te ocurre algo?
“Como ella”, no pudo él dejar de
pensar, realmente sorprendido del gran parecido físico de aquella muchacha con
Irene, mientras a la vez, ella observaba las distintas reacciones que cruzaban
por el rostro de él, pero aun así, no perdía la sonrisa. Algo más delgada, el
cabello ligeramente más ondulado, pero...
-
Disculpa, soy Nacho. Por un momento,
pensé que eras otra persona. - habló él por fin.
-
Pues permíteme decirte que parece que
has visto un fantasma. Estás pálido.
Por fin Nacho reaccionó y con normalidad se acercó a ella.
-
¿De dónde vienes? O mejor dicho, ¿qué
lugar buscas?
-
Iba para el pueblo, pero me dejé
llevar por la belleza del lugar y me interné en el bosque. Cuando me he dado
cuenta estaba en este sendero y no tengo ni idea de cómo llegar a Villa Clara.
-
¿Bromeas? ¿Villa Clara? Pensé que
estaba deshabitada. A mi mujer le fascinaba esa casa… La gente del pueblo
incluso habla de que esté encantada. Imagina cuándo sepan que no es así. Vas a
desmontarles un montón de supersticiones y habladurías populares- comentó él,
quizás por intentar tapar esa sensación extraña que ella le provocaba.
Paloma sonrió y Nacho quedó fascinado una vez más por el
gran parecido físico que ella tenía con Irene.
-
¿Has dicho que a tu mujer le
fascinaba? ¿Ya no? - le preguntó Paloma con interés.
-
No. Ya no. No te has perdido
demasiado, sólo te has despistado. Mira ¿ves? Aquí, un poco más adelante verás
la señalización.
En efecto, tan solo unos metros más adelante, el camino se bifurcaba y al fondo, se veía
recortada la silueta de la villa mencionada.
-
¡Pero si estamos al lado!
-
Aún no te has acostumbrado al lugar.
Eso es todo.
-
¿Vienes por aquí a diario?
-
Sí.
-
Tal vez nos veamos más veces. Quizás
pueda conocer a tu mujer.
A
ella no le pasó por alto la tensión de pronto en el rostro de él.
-
Mi esposa falleció.
-
¡Oh, lo siento!
-
No pasa nada. No podías saberlo.
Ahora si me disculpas, he de continuar mi camino.
-
Claro, lo siento otra vez. Gracias
por indicarme. Adiós...
Para Paloma fue más que evidente que él no tenía intención
alguna de volver a verla. Se le veía molesto y con necesidad de soledad. Pero
eso debía cambiar. Por supuesto, él desconocía que aquél encuentro no había
sido fortuito. Había seguido las instrucciones al pie de la letra. “Allí” se lo habían dejado muy claro,
incluso le habían detallado con pelos y señales donde podía localizarlo y a qué
hora del día.
Margarita, la introducción motiva a seguir la lectura, eso considero importante en todo relato, corto o largo. Espero con placer la continuación.
ResponderEliminarSaludos.
Muchisimas gracias Navegante. Y a mí eso es lo que me alegra, porque enganchar al lector es fundamental. Es una historia, como tú vas a ir viendo, algo más lenta que la anterior por capítulos, pero espero conseguir que se mantenga hasta el final .
EliminarMuchisimas gracias por tu comentario. Besos :D
Quę bien transmiten los sentimientos. Un beso.
ResponderEliminar¡Muchisimas gracias Susana! ¡Muchisimas gracias de corazón! Transmitir bien los sentimientos es muy importante para mí. ¡Muchos besos! :D
Eliminar...Esperando espectante. Atrapa desde el principio, no tardes en seguir, niña...
ResponderEliminarEnhorabuena.
Un abrazete.
¡Hola Mª Carmen! ¡Muchas gracias! El próximo finde más, ja ja. Muchos besos :D
EliminarHe llegado casi justo cuando la historia va a terminar, pero me voy a dar el gusto de leerla seguidas las entradas.
ResponderEliminarparece que viene algo romantico.
mariarosa