Capítulo 1
Se
sentía angustiada. El viento arreciaba con tanta fuerza que tenía los nudillos
blancos de fijar la dura dirección de su vehículo. La lluvia golpeaba con furia
y los limpiaparabrisas parecían querer salir disparados. La carretera comenzaba
a volverse invisible y la noche empezaba a ser un hecho.
Ángeles
sintió deseos de llorar. Miró por el espejo retrovisor y se dio cuenta de que
la pequeña Carolina se había dormido. Suspiró con fuerza, no veía con claridad
las señales. Las bifurcaciones del camino aparecían ante ella sin tiempo a
tomarlas. La tormenta aumentaba y empezó a tener miedo a no poder controlar el
vehículo.
Un
letrero luminoso apareció ante ella. No veía con claridad el edificio, pero sí
leía con claridad “Hostal El Cruce”.
No
lo dudó un instante. El agotamiento al que se enfrentaba no le daba seguridad y
la vida de su hija y la suya propia estaban en peligro en esas circunstancias.
Un
bache la hizo votar afianzando su decisión de detenerse. Al fin detuvo el coche
lo más cerca posible del porche que había en la entrada de lo que resultó ser
un pequeño hostal, que no debía tener más de cuatro habitaciones.
La
lluvia no le permitía verlo con claridad, pero desde el interior del coche daba
más la sensación de una gran casa, que de un pequeño hotel. En cualquier caso,
eso le daba igual.
Por
suerte llevaba su mochila. Desde que Carolina había nacido siempre la llevaba
con lo que ella ya denominaba su “kit” de supervivencia.
Con
decisión, se amarró la mochila y tomó a la pequeña en brazos, empapándose casi
por completo en el proceso. La niña solo tenía dos años y no iba a dejarla bajo
ningún concepto sola en el coche. La envolvió en una manta de viaje que llevaba
en el coche y corrió lo más aprisa que pudo con Carolina apretada contra el pecho.
No
la tranquilizó el aspecto que presentaba el hostal por dentro. Parecía más bien
un edificio a punto de derrumbarse que un lugar donde cobijarse. Pero no era el
momento de fijarse en lo oscuro de las paredes, o en los cuadros que atraían la
mirada por permanecer en un extraño estado de equilibrio... ni tampoco en la
pintura sucia o caída, el estado gastado de la alfombra que subía o un roedor
que le pareció ver pasar rápido para meterse tras un sillón.
Ángeles
tragó saliva y miró hacia fuera escuchando los truenos que parecían dirigirse a
ella advirtiéndole que no volviese a salir.
Con
precaución, se acercó a un pequeño
mostrador a unos cuatro metros de la entrada y tocó una pequeña campanita,
reviviendo en su mente todas las películas que había visto de Alfred Hithscock.
No
tardó en escuchar un “¡Ya voy!” y escuchar lo que parecía el arrastre de unas
babuchas por el suelo de terrazo. La poseedora de esas babuchas apareció a su
vez. Una anciana cabizbaja se acercó a ellas y tras mirar por encima de unas
gafas que habían visto tiempos mejores, primero al pequeño bulto envuelto en la
mantita de lana, y luego a la adulta, se colocó tras el mostrador.
-
¿En qué puedo ayudarles? – les
preguntó con voz cansada pero dulce.
-
Necesito una habitación para pasar la
noche. Nos sorprendió la tormenta y es imposible continuar con este tiempo. Me
bastará con una cama grande. Mi hija y yo podemos dormir juntas.
La anciana asintió y abrió un cuaderno que tenía apoyado
sobre el mostrador.
-
No hay ningún problema. Sólo tenemos
otro huésped y ustedes. Si quiere, puede cenar con nosotros dentro de… digamos
una media hora. Hay sopa.
-
Gracias, muy amable. Nos vendrá bien
si consigo despertar a mi pequeña.
De nuevo, la anciana volvió a asentir y un hombre de unos
cincuenta años salió de la misma puerta de donde antes había salido la
propietaria. Elevado en altura, espalda ancha pero alicaída, como si llevase un
fardo pesado sobre los hombros. Cabello despeinado y barba de varios días. Ropa
humilde, aunque limpia.
-
Este es mi hijo. Le indicará cuál es
su habitación. - le indicó la mujer con expresión seria – Debe abonar el
importe por adelantado. Cincuenta euros.
Ángeles
pensó que esa sopa bien podía estar deliciosa si iba a pagar esa cantidad por
lo que parecía un lugar a medio derruir. Pero por nada del mundo volvería a
ponerse en carretera en una noche como aquella.
Haciendo
equilibrios con la niña y la mochila, consiguió sacar el bolso interior y pagó
lo solicitado ante la mirada impasible de ambos sin que ninguno de ellos se
ofreciese a ayudarla.
-
Gracias – articuló de forma irónica.
- Mañana queremos partir temprano, ¿hay algún problema?
-
Ninguno. Éste es un país libre. Al
menos en teoría – añadió la mujer de nuevo con seriedad mientras el hombre
permanecía callado y con una mirada imperturbable sobre el cuerpecito envuelto
de Carolina.
Con esfuerzo, Ángeles comenzó a subir las escaleras. Por
suerte, era un tramo pequeño. Tenía la sensación de que en cualquier momento
iba a materializarse una mano negra, escondida entre las sombras, para agarrar
a ambas con fuerza y tragarlas sin más. Era definitivo que necesitaba
descansar.
El hombre se detuvo ante una puerta a poco más de dos
metros tras subir el último escalón. No había articulado palabra hasta ahora y
su diálogo fue un estricto “Aquí es”. Acto seguido, entregó la llave a la mujer
y se marchó.
Era una habitación pequeña pero parecía
cómoda. Alguna mancha de humedad unida al olor característico de la misma, le
confería un aire algo macabro unido al sonido de la tormenta del exterior. Pero
al fin y al cabo era un refugio. Cogió el móvil para llamar a Raúl, su marido.
No había señal. ¡Qué mala suerte! Tenía que avisarle o él se preocuparía al ver
que no llegaban.
En eso, la pequeña se despertó y acaparó
toda su atención. La depositó con cuidado sobre la vieja colcha con un gran
remiendo casi en el centro de la misma. Se lavaría las manos y bajarían a tomar
algo de esa sopa. Luego sería cuestión de dormir unas horas y marcharse lo más
temprano posible. El lugar no le inspiraba demasiada confianza.
-
Carolina, quédate aquí sobre la cama.
Ahora mismo regreso cariño. Mamá va a lavarse las manos y bajaremos a cenar
algo.
-
Mami, hambe…
Tras
el sólido argumento de la niña, Marisa entró en el baño. Un alivio inmenso
entró en su cuerpo cuando comprobó que a pesar de ser antiguo estaba realmente
limpio. Aunque las toallas, no estaban precisamente recién colocadas. Sin
pararse demasiado a pensar, se lavó las manos y procedió a secarlas en sus
pantalones.
-
Bueno cariño, vamos a cen… ¿Carolina?
¡Carolina!
Ángeles
sintió una sensación de vértigo en la boca del estómago. La cama estaba vacía.
No había rastro de la pequeña por ningún lado de la habitación.
Qué bien empieza esto. Un beso.
ResponderEliminar¡Muchas gracias Susana! Además, este es más cortito je je
EliminarHolaaa
ResponderEliminarwoooo
Que bien empieza esta nueva historia y que ganas de continuar leyéndola *.*
Un besito!
¡Gracias Naya! Esta es más cortita, aunque algo... intensa, jeje ¡¡Muchos besos!! :D
Eliminar¡Guau! Esto promete, ya estoy espectante al próximo.
ResponderEliminar¡Qué arte tienes, miarma!
Besitos.
Jajaja, ¡¡gracias corazón!! Muchos besos :D
EliminarPero qué interesante es esta historia , estoy intrigada por ver qué va al suceder, con la niña ... Te espero en mi nuevo posterior preciosa!!
ResponderEliminar¡Hola Maje! Sí, me gusta visitarte, te tengo aquí a mi derechita, ja ja. Muchos besos preciosa :D
EliminarAy mi madre.... y ahora.... qué va suceder...?
ResponderEliminarTe sigo.
mariarosa
¡Hola María Rosa! Ajajá, pues lo iremos viendo, pero esta vez, en menos semanas. ¡Espero que lo disfrutes amiga! Muchos besos:D
EliminarAjáaa, se viene otra historia en partes, ahí vamos.
ResponderEliminar¿Serán cuatro episodios esta vez?
¡¡Hola Navegante!! ¡¡¡Sí!!! Ésta vez solo cuatro capítulos. Es más cortita... o no, porque quizás los capítulos sean un pelín más largos, ja ja.
EliminarMuchos besos Navegante:D
Madre mía que tensión!! y eso que vas por el primer capítulo, yo ya estoy enganchada Margarita.
ResponderEliminarUn abrazo.
Que bien que escribes, me encantó leerte.
ResponderEliminarUn gusto descubrir tu espacio.
Cuando lo desees te espero por el mio...y te sigo.
Cariños.