Capítulo 1
CAPÍTULO 2
Mientras el fuego empezaba a lamer su piel,
Aldonza gritaba una y otra vez...
- ¡Malditos! ¡Malditos seais todos, pueblo
de supersticiosos infames! ¿Quéreis brujería? ¡Os la daré! Ningún primer hijo
podrá partir jamás de estas asquerosas tierras malditas, bajo pena de muerte
para él o su apellido! ¡Jamás! Pues injusta es esta aberración que me acomete,
e injusto el agravio requerido...
- Que sí abuela, que ya conozco la dichosa
maldición. ¿Cómo no conocerla si no dejas de repetírmela?
- Nacho, por favor, escúchame hijo mío.
Eres listo, tú no eres tan tonto como tu primo el de tía Mercedes. ¿Recuerdas
lo que le pasó?
- Abuela, su avión cayó tras un fallo
mecánico.
- La maldición, Nacho, la maldición.
Con todo el amor que me cabe aquí dentro,
miré a aquella anciana cabizbaja, de tan solo metro cuarenta y cinco de altura.
No me extraño de su postura alicaída, ni tampoco de su chepa en la espalda,
malformación lógica por el peso que lleva sobre ella.
Ella también es primogénita. Y en su
momento, tuvo que lidiar con mi abuelo, al que logró convencer. Y después, con
mi tía Lola, más rebelde por circunstancia y edad, que no se dejó “enredar” y
permaneció tres meses en coma por un accidente “doméstico”. Y después ocurrió
lo de mi primo Julio, hijo de mi tía Mercedes. Decidió marcharse al extranjero
con su novia, y en el vuelo de ida, un fallo mecánico estrelló al avión. Él fue
el único fallecido en aquél accidente. Y por supuesto, aquello dio mecha de
sobra a la maldición.
En la iglesia del pueblo, el sacerdote ha
hecho oídos sordos a las reuniones clandestinas, y a la existencia, bien
custodiada, por parte de mi nuevo tío político el notario, de un “Diario”,
donde figuran los nombres, rama familiar, y acontecimientos acontecidos de
todos aquellos osados que intentaron “escapar”.
Yo jamás fui supersticioso. Es cierto que
mientras cursé mis estudios permanecí enfermizo hasta el momento en que decidí que iba a aplicar mis conocimientos
como perito agrícola en Miriñaque. En ese instante, sané como por ensalmo.
¿Casualidad? ¡Seguro! Como he dicho, no creo en la maldición.
Y bueno,
qué mejor lugar que prestar mis servicios que aquí mismo, en Miriñaque,
donde la producción de vinos ha cobrado en los últimos años una importancia
considerable. Fue precisamente así como llegué a conocer a Sonia. Una joven
madrileña interesada en nuestra marca de vinos. Llegó un día a este lugar
escondido, y se desató tal tormenta que se vio obligada a pasar la noche en la
aldea. Ante la ausencia de hotel, la buenaza de mi abuela le ofreció una de las
tantas habitaciones vacías de nuestra casa para que pudiera albergarse.
Aquella noche mientras los rayos alumbraban
la noche y los truenos hacían temer que terminásemos en barbacoa, Sonia y yo
disfrutamos de un buen vino ante la chimenea, observando las llamas y
haciendo pequeñas confidencias mutuas que fueron creciendo conforme el
vino se acababa.
Las visitas de Sonia a los viñedos, y a mi
persona, se convirtieron en algo habitual, y un día, sin más, ambos nos
fundimos en un beso apasionado entre las vides, con la promesa de mucho más en
la mirada.
Nuestro próximo reencuentro tuvo lugar en
Madrid. Como por obra del destino, una lluvia torrencial se dejó caer, de la
misma forma imprevista en que aquella primera vez Sonia visitó Miriñaque. En
cuestión de un instante, ambos estábamos totalmente empapados y tiritábamos
como dos polluelos. Así que nos dirigimos a mi hotel, a pocas manzanas de
distancia.
No estoy seguro si fui yo, o fue ella,
quien empezó aquél fuego, pero ambos terminamos desnudos y agotados. Hicimos el
amor durante horas. No volvimos a salir del hotel en todo el fin de semana.
Casi tres años después, ha llegado el
momento de dar un paso más. Queremos estar juntos, y no solo algunos fines de
semana. Queremos vivir juntos. Pero para ello, le debo a Sonia una explicación.
Ella quiere que compartamos su piso en Madrid, y vengamos a Miriñaque como
segunda vivienda. He terminado explicándole con total seriedad el tema de la
maldición. Ella me ha escuchado muy seria... y luego, se ha reído con tantas
ganas que por un momento he temido que la propia Aldonza se levantara de su
tumba y viniese a darle una cachetada.
- ¿De veras pretendes que tengamos aquí a
nuestros hijos Nacho? No hay colegios, ¡no hay médico! , no hay una mínima
infraestructura. Y según tú, además, nuestro hijo tampoco podría abandonar
jamás el pueblo. ¡Ni loca! Tú y yo nos vamos para Madrid. Ni loca me quedaré a
vivir en Miriñaque.
¿Qué le contesto yo a eso? Porque además,
ni loco viviré sin ella.
Está claro. Tendré que descubrir en mi
propia piel si esa maldición es cierta.
Qué pena que no puedan cumplir sus sueños. Un beso.
ResponderEliminar¿Verdad? Ahora solo queda esperar... tal vez la maldición no sea cierta. O tal vez sí. Esperemos que nuestro protagonista sepa por donde encauzarla, ja ja. Un beso Susana :D
ResponderEliminarQue situación!!
ResponderEliminary ahora qué hacer?
Muy interesante se pone la novela, misteriosa y complicada. Alguien debiera cortar el maleficio... pero se puede? Eso sólo la autora lo puede saber. Los lectores debemos esperar...
Un abrazo Margarita, esta muy interesante.
mariarosa
Muchas gracias Maria Rosa. Espero que te siga enganchando, y... no vais a esperar demasiado, ja ja. Un beso muy fuerte :D
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