El
atardecer pintó el cielo de tonos violáceos que la hicieron
suspirar. En cierta forma, aquellas siluetas le recordaban las
tonalidades de las hebras de seda que utilizaba en sus bordados.
Elevó su vista en una silenciosa plegaria, un leve susurro que casi
no rozó sus labios.
Rogó
con los ojos bien abiertos y la boca cerrada. La petición fue
liberada como una paloma que extendió sus alas y voló sin rumbo
fijo hacia ese punto infinito que nadie ubica. Amar. Qué hermosa
palabra y cómo baña los rincones del alma llenándola de un gozo
indescriptible.
Amar...
La
soledad llegó a su vida por petición propia. Entre sedas y brocados
pasaba las horas tejiendo sueños de otros. Era feliz mezclando los
tonos de verdes y utilizando rojos intensos con algún que otro
amarillo. Regalaba un poco de su amor en cada puntada, hilando fino y
con tiento, transportando un pelín de magia a su costura.
Era
feliz, pero en su vida faltaba la calidez que transmite el corazón
que ama y es correspondido. Tal vez por ello, en aquél atardecer de
un otoño incipiente, soltó un instante las madejas y se limitó a
sentir lo que su propio patrón le pedía. Alguién con quién
compartir su mundo.
Después
de hacer la súplica silenciosa se rió de sí misma, y con rabia,
cortó el último trozo de hilo pendiente, que por cierto, dejaba
vacío el carrete. De eso sí que tenía que preocuparse, se había
quedado sin rojo destino... ya tenía el universo mucho trabajo para
escuchar lo que ella desvariaba entre puntada y puntada.
¿Quién
establece cómo es de fuerte una costura o larga una distancia? No
desde luego el destino, a quien cualquier tramo o pespunte se le hace
diminuto. Quizás por ello, a cierta distancia de aquél lugar,
situado entre plantas e hilos, un sastre se afanaba en dejar bien
terminada la manga de una chaqueta. Con esmero sigiloso, cuidadoso,
como solo él sabía hacer, revisó una y otra vez la prenda. Ponía
tanto amor en todas aquellas costuras, que su fama de buen sastre le
había precedido abriéndole las puertas tras mucho esfuerzo a las
mejores pasarelas. Un suspiro escapó de su pecho acariciando su
garganta y entrecerrándole los ojos. Se detuvo un instante y observó
aquél bordado que tiempo atrás compró en una pequeña tiendecita
situada en un rincón muy escondido de la Sevilla antigua. Un bordado
con tonos tan suaves como las necesidades que él a veces cosía,
pero con la fuerza de entrega que él ponía en cada prenda que
tejía.
En
apariencia lo tenía todo. En su interior le faltaba algo. Tan
abstraido se encontraba que no se percató de como sus tijeras
favoritas caían al suelo con gran estruendo, y también desazón,
pues terminaron con la punta doblada. Tan solo en un sitio podía
encontrar el mismo modelo de tijera, que para él era como su tótem
aunque no tuvise origen animal. Quizás fuese necesario un poco de
descanso en tan ajetreada mañana.
Qué
juguetón es el destino, y cuán falto está de unas puntadas...
Al
día siguiente, una bordadora y un sastre se cruzaron sin saberlo en
una estrecha calle abarrotada de plantas colgantes y rejas
sobresalientes. Una y otra vez pasaron cerca, pero ninguno vio al
otro, pues solo buscaban aquél lugar que parecía haberse escondido,
hasta que de repente, como por arte de magia, apareció aquella
pequeña puerta en color azul intenso, con esos frisos antiguos de
cabecera, y con huella de termitas en ella. Estrecha y bajita,
abriendo paso a unos escalones que bajaban a un lugar venido de otro
tiempo, donde se exponían con cautela objetos que parecían desafiar
al tiempo.
Fue
ahí donde se lanzaron una pequeña mirada, un leve vistazo pasajero
y tímido. Ella llevaba un pequeño paquetito envuelto con un cordón
de seda, y él una montura de gafas en la solapa.
Unas
palabras amables y quizás alguna mirada prendida quedó en el
ambiente, mientras el dependiente, sonreía con una dulzura singular
en la mirada y no dejaba de observar el lenguaje secreto que entre
ellos se cosía. Con un leve movimiento de muñeca, aquél
dependiente dejó caer un trozo de hilo de brocado en la manga de él,
y un pedacito de algodón sobre el hombro de ella...
Ambos
salieron casi a la vez y se separaron sin más. Sin mirar atrás, sin
atreverse a mirar...
Él
amaba las especies exóticas de pájaros y tenía varias especies en
casa, libres en un pequeño jardin improvisado. Y ella, sin saber
cómo, comenzó a verse rodeada de plumas de colores cuando realizaba
su bordado, allí, sentada bajo el cobijo de las hojas de parra que
la cobijaban.
El
zumo de uvas empezó a ser asiduo en los desayunos de él, cuando
nunca le gustó la fruta. El zumo de uvas y la pintura en la
sobremesa, esa mezcla de colores que parecía un bordado.
El
viejo bastidor de madera de ella se rompió una noche, y sus nervios
se aquietaron tanto que en lugar de vainicas empezó a tejer
pespuntes.
Él
solo pensaba en tejidos de colores. Ella no cejaba de cubrir
dobladillos y alguna que otra manga con pequeñas puntadas ladeadas.
Y
así fue como una mañana de otoño, ella decidió comprar un nuevo
bastidor que aquietase su nerviosismo, y él necesitó buscar nuevos
tejidos.
La
mañana se tornó clara y fresca. Dos siluetas se recortaron contra
la suavidad del otoño. Dos figuras que se aproximaban cada una por
un lado diferente, quedando ambos frente a frente, reflejados en un
antiguo cristal de un escaparate de pequeña tienda de la Sevilla
antigua.
Ambos
sonrieron al reflejo del otro y después, un poco cohibidos, cruzaron
el umbral y entraron en aquél pequeño habitáculo repleto de
tejidos, jaboncillos y dedales. Él fue consciente del perfume de
ella. Olía al mismo jazmín que cada noche le embriagaba los
sentidos. Ella sintió una caricia repentina en el cabello, y se
percató de que era la mirada de él. El rubor cubrió sus mejillas,
pero le devolvió la mirada porque se percató de que sobre su camisa
llevaba un trozo de hilo de brocado de plata. Al mismo tiempo él
advirtió como ella llevaba enganchado un trocito de tejido de un
algodón justo en la tonalidad que él buscaba.
Al
mismo tiempo, ambos extendieron sus manos y cruzaron sus miradas,
mientras el dependiente les decía algo que ninguno de los dos
escuchaba. El hilo de él en las manos de ella, y el trocito de tela
en las manos de él. Sus miradas se sujetaron durante un instante
largo que les hizo olvidar por qué estaban allí, mientras ambos
sentían que ya habían encontrado lo que fueron a buscar. Sin mediar
palabra tomaron sus manos y salieron al exterior de un día que de
pronto era muy soleado. Ninguno de los dos fue consciente de que
llevaban un hilo enganchado, de un meñique al otro de sus manos. Un
hilo rojo que el destino había cosido a sus almas en perfectas
puntadas solo por él diseñadas.
Me gusta creer en el destino. Un beso
ResponderEliminar¡Hola Susana! A mí también, ja ja. ¡Besos! :D
ResponderEliminarEl Hilo de Adrianna. El hilo del amor que tira de uno, siendo incapaz de razonar. Entonces tira y tira, muchas veces proviene de la propia ropa de uno, otras del infinito pero siempre es el conductor de nuevos principios que traen trajes y colores con los que abrigan la vida de uno.
ResponderEliminarGracias, Ricardo
Muchas gracias Ricardo. El hilo de Adrianna... Pues sí, esta historia trata justamente de eso, de un hilo que tira y tira para hacer un nuevo comienzo. Siempre me fascinó la leyenda del hilo rojo, y como el destino puede jugar, y regalar felicidad.
EliminarBesos :D
Hermoso, creian los griegos y los romanos que la vida era un hilo que las parcas guardaban. Simbolismo y sobre todo colores y alimentos para los sentidos. Sin duda escribes sin dejar ni una puntada. Un abrazo Margarita.
ResponderEliminarMuchisimas gracias Ainhoa. De vez en cuando me sale la vena romantiquilla, ji ji ji.
EliminarMuchos besos cariño :D
Que maravilla amiga, de verdad que escribes con una magia impecable, me remueves por dentro con todo lo que posteas aquí
ResponderEliminarMi enhorabuena, una vez más
Un besazo ❤
Muchisimas gracias Naya, muchas, muchas gracias. ¡¡Besos!! :D
EliminarUna bonita historia "romantiquilla"...
ResponderEliminarAbrazos Margarita.
Jijiji, pues sí Ernesto, de vez en cuando me da esa venilla, ji ji.
EliminarBesos :D
Precioso
ResponderEliminarMe ha gustado mucho
¡Muchisimas gracias Daniel! Ha salido de un paseo por Sevilla una hermosa mañana de sábado. Besos :D
EliminarMaragrita leerte es entender mejor la vida..Eres maravillosa.
EliminarQuiero contactarme en FB con vos pero no te encuentro. Un beso inmenso
¡Hola preciosa! Contactar connmigo es facilísimo. Mi nombre y dos apellidos para encontrarme a mí, ja ja. Si quieres ver el facebook del blog, se llama igual que el blog, Pergamino de sueños escritos. Y si quieres ver mi faceta aventurera... en facebook, Margarita Hans escritora.
Eliminar¡Besitos! :D
A mi también me gusta creer en el destino. Me ha gustado mucho todo ese toque de melancolía otoñal que se nota en el ambiente en la primera parte del relato.
ResponderEliminar¡Un besote!
Muchisimas gracias Diana, ha sido una mezcla de todo, otoño, nuevos olores, colores, sensaciones...
Eliminar¡Besos! :D
¡Ay, Margarita, pero si esto iba para novela! ¡Qué maravilloso texto!
ResponderEliminar¡Gracias Eva! Nunca se sabe, ja ja . ¡¡Besos!! :D
EliminarOh! Qué bonito Margarita! Cuánta metáfora!
ResponderEliminarUn besin
Sí Anuca, jaja. Lleva metáfora por un tubo, ja ja. Me alegro que te haya gustado. ¡Muchos besos! :D
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